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Dic, 31

POV FREEN

Era Año Nuevo, y el bullicio de las festividades parecía tan lejano como si fuera parte de otro mundo. Mi teléfono había estado sonando todo el día, mensajes de mis amigos, felicitaciones, planes de salida... pero mis pensamientos solo estaban en un lugar. Ella. No respondía mis mensajes.

Así que, con el corazón acelerado y la cabeza llena de preguntas, decidí ir a buscarla. Salí de la casa y caminé por las calles desiertas de la ciudad, hasta llegar a su cabaña. Sabía que estaría allí. Nunca se apartaba de su rutina.

Al llegar, entré sin pensarlo demasiado, el lugar tan familiar y cálido como siempre. El aire tenía ese toque de invierno que tanto me molestaba, pero aquí, en esta casa, se sentía diferente.

Fui directo a la cocina, y allí la encontré. Estaba tendida en el suelo, con una llave inglesa en la mano, reparando un lavamanos como si fuera lo más normal del mundo.

¿En serio?

— ¡Rebecca! — dije, cruzándome de brazos, un poco sorprendida y muy molesta —. ¿Por qué no respondes a tus mensajes? Estaba preocupada.

Completamente inmersa en lo que hacía, levantó la cabeza, apenas levantando una ceja al verme. Con un simple movimiento, se incorporó sin ningún cuidado, golpeando sin querer sus rostro contra mi vientre. Me tambaleé un poco, pero me mantuve firme, intentando no dejar que mi frustración se notara más. Estaba intentado con todas mis fuerzas sofocar la risa que me estaba provocando ver su cabeza bajo mi falda.

— ¡Ay! — exclamé, intentando evitar que mi tono fuera demasiado molesto —. ¿No puedes ser un poco más cuidadosa?

Sin una pizca de remordimiento, siempre tan despreocupada, sostuvo la parte las alta de mis muslos con sus manos firmes.

— ¿Sabes? — dijo, sin moverse un solo centímetro —. Estoy bien, solo que no me apetecía contestar. Y sobre el desayuno... — se encogió de hombros, de repente no sabía si se veía increíblemente tierna o increíblemente sexy bajo mi falda —. No he comido nada.

Fruncí el ceño, cruzando los brazos más fuerte sobre mi pecho.

— ¿Cómo puedes? — le reproché, pero había un toque de cariño en mi voz, a pesar de la frustración —. Ya sabes que me preocupas. 

Acaricié si cabeza sobre la lana. Sin previo aviso, abrazó mis piernas con esa confianza y calidez que siempre me hacía sentir como si nada importara. Ni el trabajo, ni las preocupaciones, nada. Solo ella.

— Lo siento, Freenky — dijo suavemente, su voz baja —. Solo lo olvidé .

Suspiré, sabiendo que no importaba cuánto intentara resistirme. Tenía esa forma de hacer que el mundo se desvaneciera cuando estaba cerca.

— De acuerdo — respondí, acariciando rítmicamente la tela de mi ropa, disfrutando de su cercanía —. Pero la próxima vez, por favor, responde a mis mensajes, ¿sí?

Becky sonrió contra mi vientre.

— Lo prometo, pero bueno ahora que lo mencionas si tengo hambre — murmuró, y sentí que el peso de mis preocupaciones comenzaba a ser un borrón entre la neblina de deseo que me estaba provocando la cercanía de su cálida respiración chocando con mi vientre.

— Anda, vamos a que comas algo — sentí sus manos vagar por el borde de mi ropa, provocándome un pequeño gemido.

— ¿Qué haces?

— Voy a desayunar.

Sin darme tiempo a reaccionar, mi ropa desapareció. Podía verla tirada en el suelo mientras sus manos se aferraban con fuerza a mis caderas.

— No creo que sea... oh Dios mío.

Pude sentir su risa sobre mi piel desnuda. Podía escuchar en mi cabeza su estúpida voz susurrándome: "Pero si tú crees en Buda Freenky".

Lo siguiente fue su lengua invadiendo mi intimidad con fuerza. Sus labios succionaban mi piel, y su lengua jugaba con mi punto más sensible como si fuera un caramelo. Las oleadas de placer hacían que mis piernas se sintieran como gelatina. Tuve que sostenerme del borde del lavamanos para no caer, aunque ella me sostenía con firmeza, explorando y estrujando la piel de mi trasero a su paso.

Intentaba contener mi placer, pero las fuertes succiones me arrancaban gemidos aleatorios una y otra vez. Mi vientre quemaba, toda mi piel palpitaba, y necesitaba más de ella.

En un intento por acercarla más, empujé su cabeza entre mis piernas. Ella reaccionó succionando con más fuerza, sumergiéndome en una espiral de placer. Todo mi cuerpo se sentía adormecido. Tenía la sensación de que iba a morir justo ahí.

Intenté apartar su cabeza cuando sentí que llegaba a mi punto máximo, pero solo logré que se aferrara más, bebiendo mi humedad sin piedad. Una vez que mis espasmos cedieron, dejó besos castos por todo mi vientre, arrastrando su nariz por la extensión de mi piel extremadamente sensible.

Mis manos acariciaban su cabeza, que permanecía bajo la lana de mi falda.

— Gracias por el desayuno — se asomó con el cabello despeinado, buscando mi mirada al retirar la tela de su cabeza. Tenía una sonrisa arrogante en los labios.

— Eres... exasperante, dame eso — señalé mi ropa interior tirada en el suelo.

Ella me la acercó mientras intentaba parecer molesta, pero en realidad estaba más que satisfecha. Cuando intentaba acomodar mi ropa en su lugar, noté cómo mis muslos estaban manchados de grasa con la forma de sus manos.

Genial. Pasé de estar atrapada en una comedia romántica a ser la protagonista de una película para adultos.

Ella intentó decir algo cuando notó mi mirada sobre las manchas, pero la callé con un gesto.

— No hables. Te veo en la noche — salí de su casa sin decir nada más.

Al anochecer la cena estaba lista, y la casa parecía un escenario sacado de una película. Mi madre había insistido en decorar la mesa con un mantel de encaje y velas altas, mientras que mi padre había supervisado cada detalle del menú. Mis amigos estaban vestidos impecablemente, como siempre, y los abuelos lucían felices de tener a toda la familia reunida. Entonces entró Becky.

Con un jeans azul marino, una camisa de franela en tonos marrón con cuadros, acompañada de un suéter de punto del mismo color, botas de tacón que parecían desafiantes en su simpleza, logró que todo el salón se girara para mirarla. Se acercó a mí con su sonrisa característica, cargada de calidez y una confianza que solo ella podía tener.

— ¿Me he perdido algo? — preguntó, inclinándose para darme un beso en la mejilla que dejó un rastro de su perfume, un aroma que ahora asociaba con hogar.

— Nada importante — respondí, sonriendo mientras la guiaba hacia la mesa.

La cena comenzó con conversaciones animadas. Mi padre y mi abuela hablaban sobre recetas con Danny, mientras Sonya y Jeff discutían sobre diseño de interiores. Mi madre le hacía preguntas a Becky sobre su colección de autos, y ella respondía con una mezcla perfecta de humildad y entusiasmo.

— ¿Y cómo elegiste el Corvette? — preguntó, inclinándose ligeramente hacia ella.

— Fue el primer auto clásico que restauré por completo. Tiene una historia especial — respondió con voz suave pero segura.

Yo, mientras tanto, no podía dejar de mirarla. Cada gesto suyo, cada palabra que pronunciaba parecía diseñada para recordarme cuánto me iba a doler dejarla.

Char, siempre la más observadora, me dio un codazo suave.

— Estás mirando, Freen — susurró, su tono cargado de burla.

— Cállate — murmuré, aunque sabía que tenía razón.

Cuando llegó el momento del postre, Bec tomó mi mano bajo la mesa, entrelazando nuestros dedos con una familiaridad que me hacía sentir vulnerable. Me miró con una sonrisa que parecía decirlo todo, y antes de que pudiera detenerme, me incliné hacia ella para besarla.

El beso comenzó como algo suave, un gesto íntimo que quizás pasaría desapercibido, pero ella tenía otros planes. Profundizó el beso, sosteniéndome con firmeza mientras el salón quedaba en completo silencio.

Cuando finalmente nos separamos, las risas y los aplausos llenaron el aire.

— ¡Por fin un poco de espectáculo! — dijo Jeff, rompiendo la tensión con su típica energía.

— Definitivamente, lo más emocionante de la noche — añadió Charlotte, guiñándome un ojo.

Ella solo sonrió, como si todo hubiera salido exactamente como lo planeó.

Al final de la cena, se despidió de todos con su amabilidad característica, prometiendo volver al día siguiente para despedirse antes de que nos marcháramos.

— Nos vemos pronto — me dijo, sus labios rozando mi mejilla en un gesto que parecía demasiado íntimo para un adiós casual.

Cuando la puerta se cerró detrás de ella, sentí un vacío que no podía ignorar.

Me quedé en la sala después de que todos se hubieran ido, observando las luces parpadeantes de las decoraciones de la maldita temporada. Mi padre entró poco después, con un vaso de whisky en la mano.

— ¿Puedo? — preguntó, señalando el sillón junto a mí.

Asentí, y él se sentó con un suspiro.

— Es una buena chica — dijo finalmente, su tono tranquilo pero lleno de intención.

— Lo sé — respondí, aunque mi voz sonó más pequeña de lo que quería.

— No la lastimes, Freen — continuó, mirándome con esa seriedad que solo los padres pueden tener.

— No quiero hacerlo — susurré, sintiendo un nudo formarse en mi garganta.

Él no dijo nada más, pero su mirada lo dijo todo. Sabía que no tenía respuestas para darle.

Más tarde, después de varios vasos de vino y una buena dosis de auto compasión, tomé mi teléfono y le escribí:

Me reí, a pesar de la pesadez en mi pecho. Siempre encontraba la manera de hacer que las cosas parecieran más ligeras.

Sus palabras eran tan simples, pero tan profundas que sentí que mi corazón se rompía un poco más. Dejé el teléfono en la mesa, incapaz de responder, mientras las luces de la sala seguían parpadeando en silencio.

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