Capítulo 2: Acostumbrarse no es fácil.
Mudarse a una nueva ciudad, por el reciente matrimonio de su padre, desmoronó por completo el mundo de Min Yoongi. Él siempre había mantenido una personalidad distante y algo fría ante los demás, ya que le gustaba pasar el tiempo solo mientras oía música o leía algún libro, nada lo relajaba más que eso.
Los cambios bruscos no le gustaban, tampoco el sentir que no podía controlar una situación que lo involucra, pero era su padre, no podía ir contra él aunque quisiera.
—¿Estás bien, hijo? —preguntó su padre, rompiendo el silencio incómodo que había entre ambos, mirándolo por el retrovisor. El señor Min era una versión adulta de Yoongi, aunque su cabello negro, peinado cuidadosamente hacia atrás, su rostro con ligeras líneas que evidenciaban su edad, y su altura y volumen de músculos eran diferentes; seguían siendo el vivo retrato del otro.
Ese día, se dirigían a la casa de la esposa de su padre; ahí vería por primera vez a su hijo. Este tenía casi su misma edad y había regresado hace medio mes de Estados Unidos; según había oído, su visita al extranjero fue porque su papá biológico estaba pasando por un momento crítico en su salud, así que se pasó unos meses con él, cuidándolo, hasta que decidió volver para terminar sus estudios. Pero de igual manera, la idea de conocerlo no le emocionaba mucho.
Desde que se subió al auto no hacía más que mirar por la ventanilla a los vehículos que pasaban por su lado y a las casas que se mostraban a lo lejos. No tenía ánimos de entablar una conversación.
—¿Qué quieres que diga? —dijo sin mirarlo, su tono siendo serio e indiferente—. Yo no quería venir aquí. Podría vivir por mi cuenta sin ningún problema, papá.
—No te iba a dejar solo, Yoongi. Le prometí a tu madre que siempre cuidaría de ti y…
—¡No la pongas como excusa! —lo interrumpió, elevando su voz sin darse cuenta; pero se arrepintió al ver cómo el mayor desvió la mirada y guardó silencio—. Solo conduce en silencio, por favor. Es lo único que te pido —se colocó los auriculares y no volvió a hablar en todo el camino.
Después de que su madre ya no estuviera, la relación entre su padre y él se estrechó de tal manera que no podían tener una sana conversación, en ningún momento, acto que plantó un alto muro entre ellos.
Los dos sentían que una parte de su alma había desaparecido. Tenían aquel vacío en el pecho que no podría reemplazarse con nada ni nadie, pero debían seguir adelante. Hubiese sido mejor que, al quedar únicamente ellos en su familia, sus lazos se fortalecieran y trataran de cuidarse y sanarse poco a poco, pero había algo que se los impedía; una inseguridad y miedo que no los dejaba abandonar el pasado y vivir el presente.
Cuando llegaron, la señora Park, su madrastra, los recibió junto a su hijo en las escaleras de la puerta principal. El chico vestía una enguantada blanca y unos jeans de mezclilla, y ella un conjunto de pantalón blanco con una blusa rosa de vuelos que caían por su pecho; acompañado de su cabellera rubia.
—¿Cómo les fue el viaje, querido? —empezó la mujer al acercarse a ellos, seguida del pequeño rubio.
—Estuvo bien —le respondió el mayor y luego se le acercó para besar su mejilla—. ¿Cómo estás, Jimin? —se refirió al chico, dedicándole una sonrisa.
—Muy bien, señor Min —respondió con alegría, para después ladear un poco la cabeza en dirección a Yoongi, con curiosidad—. ¿Él es su hijo? —lo señaló, a lo que el mayor asintió.
—Así es —se giró en su dirección y le indicó con la cabeza que se acercara.
Este lo hizo, y vio más de cerca a aquel chico; era delgado y tenía la misma estatura que él, pero como sus zapatos eran de suela alta resaltaba por pequeños milímetros. Y aquella sonrisa radiante que le dedicó, solo emanaba felicidad y emoción, demasiada para su gusto.
—¿Ya puedo entrar? —preguntó sin más, acomodando su mochila en el hombro.
—Yoongi, ¿podrías tener algo de educación? —reprochó su padre, pero él lo ignoró rodando los ojos.
—No te preocupes, cariño —trató de calmarlo la mujer, él al verla bufó, desviando la mirada—. Minnie, lleva a Yoongi a su habitación, ¿de acuerdo?—el chico asintió.
—Sígueme —dijo, para luego adentrarse a la casa.
Min le dedicó una última mirada a su padre, seria y molesta, siguiendo poco después al que ahora sería su hermanastro.
—Solo dale tiempo —empezó la mujer al tomar su mano y entrelazar sus dedos, queriendo brindarle seguridad y tranquilidad—. Se acostumbrará.
—Eso es lo que espero. Yoongi es muy difícil de tratar, y desde que su madre se fue yo.... realmente no sé cómo acercarme sin que terminemos discutiendo —dijo entre un suspiro cansado, a lo que ella asintió con lentitud.
—Sé que no ha sido fácil para tí, y que evidentemente no le agrado. Pero juntos lograremos que poco a poco nos acepte, ya verás que estar aquí le hará bien —aseguró, sonriéndole con cariño.
—No sabes cuánto me alegra tenerte —le susurró, dejando un corto beso en su frente, haciéndola sonreír nuevamente.
—Somos un equipo, ¿cierto? Aún podemos con adolescentes rebeldes —dijo divertida, por lo que finalmente el mayor sonrió y asintió con la cabeza, mientras entraban a la casa.
Yoongi fue guiado por la residencia que, debía admitir, era linda y acogedora, tenía vibras de felicidad y colores cálidos; como solía ser hogar. Finalmente llegaron a su habitación, la cual quedaba en la segunda planta, en el pasillo que daba a el baño.
—Esta es —la señaló el rubio.
Yoongi la miró e hizo un movimiento con la cabeza, comprendiendo, para luego acercarse a la manilla. Pero antes de abrirla, el rubio habló.
—¿Podrías comprenderlos? —el tono suave de su voz hizo que se detuviera y lo mirara de reojo, con confusión—. Sé que es difícil para ti aceptarnos, pero ellos también tienen derecho de enamorarse, ¿no crees?
Le mostró una pequeña sonrisa de boca cerrada, pero este solo suspiró.
—No me importa lo que hagan —giró la cabeza en su dirección, su expresión seguía totalmente neutral—. Mientras no interfieran en mis decisiones, ni me obliguen a hacer o vivir donde no me sienta cómodo, por mí como si tienen otro hijo —Jimin se asombró ante sus palabras, tanto que no se movió de su lugar hasta que él entró en su habitación, cerrando la puerta tras él con fuerza.
Dejó su mochila en la cama de sábanas blancas y se tumbó en ella, descansando los ojos y su agotado cuerpo; habían sido horas interminables en las que no pudo estirar ni un músculo al estar en el auto todo el tiempo.
A decir verdad, no le molestaba el nuevo matrimonio de su padre. Su madre había fallecido hace dos años y medio, así que no era rara la idea de que siguiera adelante. Además, su matrimonio solo tenía unos 6 meses. Pero no soportaba la inestabilidad, cuando perturbaban su tranquilidad podría volverse incómodo estar cerca de él, ya que no medía sus palabras ni acciones.
Tenía claro que su manera de comportarse con su padre y esposa no era la mejor, pero necesitaba tiempo para adaptarse; era más complicado para él aceptar los cambios.
—No quiero que me odies, papá.... Solo dame tiempo para aceptar....
Musitó, antes de cerrar los ojos lentamente y quedarse profundamente dormido.
Al día siguiente, comenzaba su primer día en la nueva universidad, y todo parecía ir bien. Se había reunido con los maestros para recoger su horario, en el cual solo tenía tres clases que empezaban a las 9:00, así que tenía una hora para recorrer el lugar.
Caminó por los pasillos viendo todos los salones, la cafetería, los clubs, y terminó en la cancha de tenis. Presenció como dos chicos jugaban, ambos eran muy buenos y ágiles, pero terminó ganando el castaño, su complexión delgada le daba ventaja comparada con la de su contrincante, el cual tenía una complexión más robusta y se le dificultaba ligeramente moverse con mayor rapidez.
Se centró en el castaño ganador, esa sonrisa que se formó en sus labios al acabar el juego lo dejó desorientado. Miró con más detalle y no dudó en escanearlo, es lindo, pensó mientras sonreía mínimamente. Pero negó rápidamente al darse cuenta de lo que pensaba.
Se alejó del lugar para tomar asiento en uno de los bancos libres, ya que quería seguir leyendo su libro en los pocos minutos que le quedaban antes de su primera clase. Pero su tranquila lectura fue interrumpida por el impactó de una pequeña pelota de tenis en su frente.
—¿Qué mierda? —musitó, y rozó el lugar del golpe.
«Apenas es mi primer día y ya me golpean, vaya bienvenida me dan.»
—¡Oye! ¿¡Estás bien!? —su vista se fue en dirección del chico que habló.
Era el mismo de la cancha. Este se veía algo preocupado y un tanto desesperado desde su posición, y eso lo alertó. Él no quería que lo vieran con un moretón en la frente o que quedara en ridículo, ya que tenía un leve mareo; no pretendía caerse frente otros, creando un espectáculo del cual se hablaría por días.
Así que empezó a recoger sus cosas para irse, pero él lo detuvo, el cálido toque de su mano lo hizo detenerse y mirar en su dirección, encontrándose con los hermosos ojos cafés de aquel chico que lo sujetada.
Se fijó detalladamente en él; ahora podía hacerlo con precisión, pues lo tenía muy cerca. Sus mejillas estaban algo rojas por el sol, y su piel brillaba de tal manera que juraría lo encandiló. Todo esto y cada mínima facción, provocó que las suyas empezaran a calentarse, por eso se alejó de él lo más rápido que pudo, sin querer buscar una conversación.
No estaba acostumbrado al contacto físico, solo se sentía seguro en los brazos de su madre; ella era la única que le proporcionaba delicados y calmantes roces. Ahora de los demás, no era muy fan a esas interacciones, por eso su reacción.
Aunque, en esa ocasión, no le resultó tan desagradable...
Las clases que tenía programadas culminaron, y su padre lo fue a recoger para llevarlo de regreso a casa. Al estar ahí, su andar no cesó hasta llegar a su habitación, queriendo comenzar y terminar sus deberes lo antes posible; su mente estuvo perdida en los ojos cafés de aquel chico de la cancha, provocando que prestara nula atención a la voz del profesor. Pero antes de que pudiera siquiera sentarse, su puerta fue abierta por Jimin.
—Hola, ¿puedo pasar? —preguntó, apoyándose en el marco de la puerta.
—Nada te impide entrar —respondió, sin mirarlo, sentándose en la silla de madera frente al escritorio que ahí se encontraba—. Aunque recuérdame ponerle el seguro a la puerta la próxima vez —lo miró cuando la cerró tras él—. Al parecer no te enseñaron modales.
—Sí lo hicieron —dijo el rubio al sentarse sobre la cama—. Pero somos familia, deberíamos tener más comunicación, ¿no crees?
—No lo creo, no necesito que estés tras de mí todo el tiempo, es molesto.
—Mmm… entonces ayúdame —sonrió ampliamente, acto que hizo que Yoongi enarcara una de sus cejas.
—Si es a escaparte, me apunto. Juro que te dejaré en el bosque y me iré sin mirar atrás —mostró una maliciosa de lado, provocándole escalofríos a Minnie.
—¿Por qué dices esas cosas? —juntó las manos sobre su regazo, desviando su mirada a ellas—. Te pido ayuda porque no tengo a nadie más —confesó, aún sin mirarlo—. En la universidad no tengo muchos amigos, solo conocidos del coro. Y de verdad quiero llamar su atención pero, no tengo el valor de hablarle.
La sinceridad y tristeza en sus palabras dejó aún más confundido a Yoongi.
«¿De quién quería llamar la atención?»
No lo comprendía. Y realmente le sorprendió que él rubio no tuviera amigos; él pensó que con su personalidad y rostro estaría rodeado de miles de personas. Pero se equivocó.
—¿Quién es? —preguntó. Esta vez, Jimin sí lo miró y sonrió un poco—. Dímelo antes de que me arrepienta.
—Bien, su nombre es Jeon Jungkook, y hace un tiempo que me gusta —confesó con timidez—. Pero no sabía cómo acercarme a él, ya que su popularidad e historial amoroso solo me daba miedo e inseguridad. Sin embargo, cuando te vi con Hoseok, se me ocurrió que podrías ayudarme a hablarle —explicó, dejándolo un tanto desconcertado.
No le sorprendió el hecho de que le gustaba un chico; se lo presentía de alguna manera, y no juzgaba la preferencia de otros. Pero el ligero temor que percibió en su voz, seguido de una emoción genuina, lo hizo ver y entender los motivos de su inseguridad. Aunque había algo más que lo confundía, ese nombre...
—¿Hoseok? —murmuró, y a su mente vino el recuerdo de aquel chico de ojos cafés—. ¿Así es cómo se llama?
—Ah… sí, ¿realmente no conoces a Jung Hoseok? —la sorpresa se apoderó del rostro del rubio; creía que como los vio juntos, ellos se conocían. Su reacción hizo que Yoongi sintiera que se estaba perdiendo de algo muy importante.
—Te recuerdo que me mudé ayer, no conozco a nadie.
—Cierto. Buen, entonces te lo contaré todo sobre nuestro instituto, aunque mayormente de las sensaciones vivientes que lo integran —dijo con una notable emoción.
Él quería evitar eso, por todos los medios. Pero Jimin era demasiado insistente, así que no tuvo más remedio que escuchar cada descripción de los chicos, en el cuál se sintió muy interesado al escuchar la parte de Hobi.
De repente se encontraba ahí, en la puerta de aquel club de tenis. Aún no sabía cómo el día anterior, había sido convencido por aquel rubio de unirse específicamente a ese club. Pero ahí estaba, acercando su mano a la manilla de la gran puerta de hierro. Sintiendo que estaba apunto de entrar en un mundo desconocido, para realizar una misión que le daría mil vueltas a su vida. Sin embargo, esta fue abierta primero, volviendo su pobre frente a recibir un fuerte golpe.
—¿Pero qué es lo qué les pasa con mi cara? —murmuró, poniendo la mano en esta, cerrando los ojos en tanto sobaba la zona.
—Ah, perdón, ¿te lastimé? —el chico acercó las a su rostro, apartando los cabellos que cubrían su frente para poder el lugar lastimado. Pero al mirarse bien, ambos se reconocieron.
—¿Tú de nuevo? —su voz hizo que Seok se mostrara sorprendido, aunque luego le sonrió.
—Nos volvemos a ver —regresó a su puesto anterior, a escasos milímetros de su rostro—, gatito.
El apodo, junto al tono suave que utilizó y su mirada de diversión, ensancharon los rasgados ojos de Yoongi; su sorpresa era más que evidente ante el atrevimiento de aquel chico por llamarlo así.
Pero sus mejillas ligeramente sonrojadas, demostraban que en el fondo, adoró como se escuchó.
El segundo capítulo, mis amores. Espero lo hayan disfrutado 😊
Chaíto 💜
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