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Capítulo VI: Sin Vacante

Henry despertó desnudo y envuelto entre sabanas de seda roja tomando entre sus brazos a su amado esposo, quien se encontraba igualmente desnudo. En ese momento, Henry se puso a pensar en todo lo que tiene y realmente, no cambaría  nada de su vida, excepto el hecho de que tiene que levantarse temprano todos los días, y ahora, William tiene que hacer ese enorme sacrificio.

Poco a poco, el amanecer se hizo más presente con los radiantes rayos de luz de sol que entraban a la habitación dando así inicio al nuevo día que les esperaba. Con mucha delicadeza Henry besó la rubia cabeza de William.

- Despierta, bello durmiente. - Dijo Henry lo menos escandaloso posible.

William empezó a abrir los ojos y al ver a Henry, William no pudo evitar sonreír. 

- Buenos días. - Saludó William.

- ¿Listo para un nuevo día? - Inquirió Henry.

- Siempre y cuando estés conmigo.

Henry sonrió y empezó a levantarse de la cama, mientras que William lo observaba desde la cama, ya que le era imposible caminar en el estado en el que estaba, aunque lo quisiera disimular, William sentía un tremendo dolor en la cadera. 

Cualquier movimiento por más ligero que fuera era una tortura para William, inclusive estar acostado sobre la cama era doloroso. William sabía que el dolor lo estaría molestando todo el día a no ser que...

- Henry. - Llamó William cuando el susodicho ya no estaba desnudo.

- Dime, mi príncipe. 

- Tengo un ligero dolor de cabeza, ¿podrías traerme una poción para el dolor del taller de mi abuelo?

- Por supuesto, ahora vuelvo.

Henry salió y fue en busca de alguna poción para aliviar el "ligero" dolor de William. Sigilosamente Henry se coló en el taller de El Mago Zeus y no tardó mucho en encontrar de las muchas pociones que habían en los estantes lo que buscaba. En un pequeño frasco que encontró sirvió una porción de la poción Dolopper .

Tras dejar todo como lo encontró empezó a regresar a su habitación, sin saber que se toparía con su padre.

- Buenos días, hijo mío. - Dijo Magnus. 

- Hola, padre. 

- ¿Ya están listos William y tú para su entrenamiento real de hoy? 

- No, aún no. 

- Ya veo. ¿Hay algún problema? - Preguntó el rey señalando el frasco de Dolopper.

- Es para William, dicen que tiene un ligero dolor de cabeza. 

- Claro. Te dejo regresar con William y "su ligero dolor de cabeza". 

- ¿Por qué lo dices así?

- Usa tu cabeza. 

Con esa frase Magnus siguió su camino dejando a Henry confundido. Retomando su misión inicial, Henry llegó a su habitación y le entregó la poción a William.

- Gracias, me salvaste. - Agradeció el adolorido joven.

- Y siempre lo haré. - Prometió Henry.

Cuando la poción hizo efecto, William se alistó y ambos príncipes fueron al Gran Comedor para desayunar algo ligero y tomar fuerzas para el exhaustivo día que les esperaba.

- Dime padre. - Empezó la conversación Henry mientras tomaba un bollo dulce. - ¿Qué nos depara el día de hoy?

- Tú Henry, estudiarás los exilios y William ayudará a Zeus a buscar al siguiente Mago Real. - Respondió Magnus. - Yo por mi parte viajaré a la zona costera del reino a atender unos asuntos que requieren mi presencia Robert y Harry me acompañará.

- ¿Cuánto tiempo estarás fuera, padre?

- Alrededor de unas horas, estaré de regreso antes del ocaso. 

Tras terminar el desayuno, Magnus, Robert y El Consejero Harry subieron a un carruaje mientras  Henry, William, Kalila y Zeus quienes los despedían afuera del castillo.

- Escucha, Henry. - Llamó Zeus cuando el carruaje se perdió de vista. - Tu padre me dijo que en su despacho están los archivos que quiere que revises. 

- Me pongo en seguido a eso. Gracias. 

- ¿Puedo ir contigo, Henry? - Preguntó Kalila. - No tengo nada que hacer, así que pensé que podría ayudarte. 

- Por supuesto. - Accedió él. - Te veo después, William.

- Adiós. - Respondió William. - Entonces, abuelo, ¿cuál es nuestra misión?

- Encontrar a mi sucesor como Mago Real. En un principio era tu madre, pero falleció. Entonces, el siguiente eras tú.

- Mira el lado bueno, abuelo. Como ya no tendré que ir a la Academia de Magos, me verás todos los días de tu vida. - Bromeó el joven rubio.

- ¡No es tiempo para bromas!, si el siguiente Mago Real no eres tú, tendrá que ser tu primo Miles. 

- ¡Miles!, escúchame. Miles es una horrible persona, se cree tan superior al resto, es un cretino y es tan estúpido...

- No hables mal de Miles. - Interrumpió el mago. - A pesar de que lo que dices es cierto, sigue siendo familia. ¿O tú qué sugieres?

- Sígueme. - Pidió el rubio.

William llevó a su abuelo al corazón del castillo, el centro de la edificación. A simple vista, no tenía más misterio, era un simple pasillo que continuaba de frente y tenía otros caminos alternativos: uno que llevaba a la derecha, y otro a la izquierda.

- ¿Qué hacemos aquí? - Preguntó Zeus.

- Apren reveliuz zecre camxo. - Susurró William.

Los grandes mosaicos que cubrían el suelo que pisaban los dos Wizgrave empezaron a caer, cada uno caía más bajo, de tal manera que se creara una escalera de caracol hacía abajo. El recorrido que daban las escaleras daba vueltas y vueltas hasta llegar a un pasillo parcialmente oscuro.

William guío a su abuelo hacía abajo, ambos conocían ese rincón escondido del castillo y por eso Zeus se preguntaba para sí la razón por la cual su nieto lo llevaba hasta el Archivo Real. El Archivo Real es el lugar donde se guardan todos los archivos referentes a la familia real así como las dinastías de consejeros y magos reales y también de los líderes de la Guardia Real.

Cada escalón que dejaban atrás regresaba a su lugar regresando a ser lo que era antes, un mosaico. De no ser por la luz al final del pasillo en el que ahora William y Zeus se encontraban, habrían quedado en la más absoluta oscuridad cuando el último mosaico regresó a su sitio original.

La luz era emitida por Gemas Fosfran que con su fulgor exaltaban el dorado de la estancia en la que estaban incrustadas. Todo era dorado. El Archivo Real recibía a sus visitantes con una reja en la que se podía ver que había más allá de esas puertas: cuatro redondas entradas aseguradas con una gran manija en forma de timón cada una. Arriba de cada entrada se hallaba un cartel que anunciaba con letras naranjas:

Realeza   Magos   Consejeros   Guardianes

William abrió la bóveda cuyo cartel decía "Magos". Tomó la manija entre sus manos y la giró diecisiete veces hacía la izquierda. Del otro lado se encontraba un largo y amplío pasillo que era rodeado de cientos y cientos de cajones dorados. 

- Mira todo lo que nos rodea, abuelo. - Comenzó a decir William. - Cientos de archivos que muestran la evolución de la dinastía Wizgrave, hasta que llegué yo. Yo cambié la historia, ahora yo soy un príncipe, Kalila renunció a su puesto de Consejera Real, Henry se casó conmigo, un hombre, a pesar de no ser el primer miembro de la realeza que se casa con alguien de su mismo sexo, debes admitir que una boda homosexual no se ve todos los días...

- ¿A qué quieres llegar, William? - Interrumpió Zeus.

- A que no debemos estar encerrados en las reglas anticuadas ni en una dinastía. Yo mismo soy un ejemplo de eso, soy William Joseph Anderson Wizgrave y no William Joseph Wizgrave y otro apellido. El apellido ha llegado a un punto en el que ya no es tan importante.

- Entonces si Miles no será el siguiente Mago Real, entonces estamos sin vacante para el puesto. - Afirmó Zeus. - ¿Se te ocurre quién pudiera ser el siguiente Mago Real?

- No, pero lo encontraremos. Lo prometo. - Sonrió William. 

Mientras tanto, Henry y Kalilia se encontraban en el despacho del rey revisando un montón de tomos llenos de todas las ordenes de exilio de toda la historia de Tirayan ordenadas por años.

Desde que empezaron a revisar los archivos, se instaló en la estancia un silencio absoluto, ya que ambos estaban revisando y analizando todos los casos.

- ¡Kalila, mira! - Exclamó Henry de repente.

- ¿Qué sucede? - Preguntó Kalila muy intrigada acercándose a Henry.

- Hay una hoja arrancada en este tomo, pero lo poco que permanece en la hoja se puede ver que la orden fue completada.

La hoja en cuestión se nona que fue arrancada de manera brusca, ya que, lo poco que permaneció intacta muestra un corte muy irregular. Además se puede ver rastros de la tinta del sello que indica que, efectivamente, la orden de exilio fue hecha.

- ¿De que año es? - Inquirió de nuevo Kalila.

- De hace veintiún años.

Ambos se miraron y supieron que algo andaba extrañamente mal.

 





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