Capítulo V: Regalos
Los primero rayos de sol entraban por la ventana chocando directamente con el rostro de William quien no tardó en despertarse y darse cuenta que pronto tenían que levantarse. Delicadamente, intentó despertar a su esposo tomándolo del hombro sin éxito alguno.
- Henry, Henry, Henry. - Llamaba William.
Él contesto con un extraño sonido.
- Henry, debemos estar listos para recibir los regalos.
- Debería ser ilegal despertar a alguien temprano. Me duele mucho la cabeza.
- Eso te pasa por beber tanto, pero no te preocupes, mi abuelo me preparaba una poción para cuando yo tenía resaca, voy a ver si en su taller.
William regresó con un frasco que contenía un extraño liquido anaranjado oscuro, a la vista era bastante asqueroso.
- Lo encontré, bébelo y verás que te sentirás mucho mejor en unos diez o quince minutos.
- No voy a beber eso, se ve asqueroso. - Afirmó Henry.
- Lo sé, se ve asqueroso y sabe más asqueroso aún, pero es muy eficaz. Además con tu estado de resaca, no podrás sobrellevar este largo día que nos espera, así que bébelo todo.
Al final, Henry accedió de mala gana a beber ese extraño líquido.
- Por tu salud. - Brindó Henry.
Cada trago que Henry daba le sabía más asco aquella poción, tenía un extraño sabor como a comida descompuesta.
- ¡Qué asco, sabe horrible! - Exclamó Henry. - Me atrevería a decir que saben peor que las Semilla Destento.
William empezó a reír a carcajadas.
- ¿Y ahora qué?
- Entra al baño y espera a que la poción haga su efecto. - Dijo William dándole una palmada en la espalda a su esposo.
Henry hizo caso a la sugerencia y se adentró al baño. Mientras tanto, William aprovechó para quitarse su traje del día anterior y ponerse otra ropa: una camisa azul cielo, pantalones marrones y un par zapatos de vestir color blanco.
En cambio Henry, esperó en el baño diez minutos cuando de pronto su estomago emitió unos sonidos bastante extraños y en cuestión de microsegundos, Henry empezó a vomitar como nunca en su vida. Al terminar, salió del baño con su rostro pálido y una expresión de susto.
- ¿Cómo te fue? - Se mofaba William. - ¿Salió todo bien?
- ¿Qué me hiciste?
- La poción absorbe todo rastro de alcohol en tu organismo hasta no dejar nada y se expulsa a así mismo en forma de vómito.
- No puedo creer que la gente pueda embriagarse así, se siente horrible. Prometo jamás volver a embriagarme. - Juró Henry intentando asimilar la situación. - Gracias, William. De algo sirve que seas alcohólico.
- No soy alcohólico, porque si lo fuera hubiéramos vomitado juntos.
- Eso hubiera sido tan romántico. - Bromeó Henry haciendo que ambos se rieran. - Por cierto, te ves bien.
- Gracias, Henry. Es mejor que te arregles ya.
- Sí, Su Alteza Real.
Henry decidió ponerse un traje blanco con bordados dorados y unos zapatos de color dorado. Después de quince minutos bajaron al Gran Comedor donde los esperaba Magnus y Harry con una larga lista. Sobre la mesa habían hojas de papel dos tinteros y dos plumas y el gran salón era ocupado por cajas de todos los tamaños y envueltas de diferentes maneras y colores.
- Buenos días a los recién casados. -Saludó el rey sonriente.
- Su Altezas. - Dijo Harry.
- Buenos días. - Dijeron los recién casados al unísono mientras tomaban asiento.
- No creí que fueran tantos. - Confesó William mirando las cajas.
- Para eso estoy aquí, para ayudarlos. - Ofreció Magnus.
Cuando la familia real recibe regalos, es visto como buen gesto agradecer a quien envió el regalo, el problema era que habían muchos regalos y eran muchos agradecimientos que dar. Y por lo tanto, eran muchas cartas que escribir y enviar.
- Presentando el obsequio del reino de Akelsta. - Anunció El Consejero Harry.
Los trabajadores del castillo llevaron ante los príncipes una caja envuelta con un papel azul cielo con un moño plateado. Entre los dos abrieron la caja y vieron ropa térmica, abrigos muy gruesos, pantalones para el clima de Akelsta y botas para la nieve y una carta.
- Esto nos hubiera venido bien cuando fuimos a buscar a Edward, ¿cierto William?
- Sí, la verdad sí. Lastima que aquí no hace tanto frío en invierno.
- Les ayudaré con las primeras cien cartas.
Y así, pasaron horas y horas abriendo regalos y escribiendo cartas de agradecimiento, haciendo breves pausas para comer para después seguir y seguir. Hay quienes dicen que ser parte de la realeza es sencillo y esto es una prueba de lo contario.
...enviándole un saludo, Henry Grayson Soyale Lowell y William Joseph Anderson Wizgrave Soyale, príncipes de Tirayan.
- Listo. - Concluyó Henry después de estar todo el día así.
- Supongo que el trabajo se duplica cuando te conviertes en rey. Pobre de ti, Henry. - Expresó William.
- Pobre de nosotros, William. Al casarte conmigo, te casa con la corona y, por lo tanto, con sus responsabilidades.
- ¿Eso qué significa? - Inquirió William.
- Que los próximos años estudiarás política, relaciones publicas, estrategia, combate, magia y conducta para ser un rey competente. - Replicó Henry. - Pero no te preocupes, William. Yo estaré a tu lado, aún tengo cosas que aprender.
Al día siguiente, William tuvo su primera clase de política, afortunadamente, Henry estaba ahí para calmarle los nervios a su esposo. La clase trató de conceptos básicos que Henry ya conocía pero era bueno reafirmarlo, ya que para ser un buen rey nunca se está lo suficientemente preparado.
Después de la clase, Henry y William comieron junto a Kalila, Magnus, Zeus, Robert y Harry, como casi siempre hacían a no ser que el rey, el consejero o el mago real estuvieran muy ocupados.
Al terminar de comer, el par de príncipes se retiraron a sus aposentos, ya que a partir de ese día ambos tendrían que aprender a ser reyes, líderes de una basta nación. Para ese entonces, faltaba unas cuantas horas para el ocaso, el cielo estaba cubierto por capas de nubes grises.
Cuando entraron a sus aposentos, ambos notaron dos cajas del mismo y pequeño tamaño sobre la amplia cama que tenían. La caja de la derecha estaba envuelta de papel rojo tinto con una nota inscrita en el papel con tinta dorada que decía: "Disfrútalos". La caja de la izquierda estaba envuelta con papel azul cielo y, como la otra caja, esta tenía una nota con tinta dorada inscrita en el papel que decía: "Porque los vas a necesitar".
Intrigado por los extraños presentes, Henry tomó la caja envuelta en rojo tinto y comenzó a abrirla. Cuando pudo ver el contenido, su expresión de intriga se transformó en una expresión de sorpresa.
- ¿Qué es, Henry?
- Míralo por ti mismo. - Contestó el susodicho lanzándole la caja a su esposo.
William miró por un par de segundo la caja y no pudo creer lo que veía.
- Debe ser un chiste, ¿esto es una indirecta, Henry?
- Juro que yo no tuve nada que ver.
- Yo tampoco tuve nada que ver. ¿Qué vendrá en la otra caja?
- Solo hay un modo de averiguarlo.
William se tumbó en la cama y tomó la caja restante, cuando la abrió, efectivamente, tenía el mismo contenido de la caja que Henry abrió.
- Déjame ver. - Pidió Henry tumbándose en la cama paralelamente a William. - Pero sí son lo mismo, William.
- Lo sé.
Un silencio se estableció en la habitación, ambos no entendían qué estaba pasando, quién envió las cajas y el motivo. Finalmente, Henry rompió el silencio diciendo:
- ¿No quieres estrenarlos conmigo?
- Temía que dijeras eso. Solo tengo una condición.
- Te escucho.
- Quiero que los estrenes conmigo.
- Tus deseos son ordenes, mi príncipe. - Accedió Henry con una sonrisa pervertida en los labios.
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