Capítulo II: El día de mi boda
Por fin el gran día había llegado, Henry por fin se casaría con William, aquel que fue su mejor amigo, después su novio, luego su prometido y ahora sería su esposo.
Los primeros rayos de sol fueron suficientes para que el príncipe despertara con toda la energía y felicidad del mundo. Al abrir los ojos, de un brinco se levantó de la cama, se desnudó y fue directo a la ducha.
Era tan feliz que se puso a cantar en la ducha, canciones que lo hacían sentir feliz y alguna que otra romántica, el callado Henry fácilmente podía ser confundido por otra persona de lo feliz que estaba.
Al salir de la ducha, Henry se puso su traje de novio: una camisa blanca, una corbata dorada, un saco tinto con ligeros bordados dorados en los bordes, pantalones igualmente tintos con los bordados dorados y zapatos formales negros.
Como se había mandado a cortar el pelo días atrás, no le dio importancia a su cabello. Una vez listo, se dirigió a los aposentos del rey.
- ¡Padre despierta, despierta! - Exclamó Henry.
Magnus despertó sobresaltado mirando a todos lados.
- ¿¡Qué sucede!?
- ¡Hoy es el día de mi boda!
- Henry, son las siete de la mañana, la boda es en cinco horas, no seas ansioso. - Regañó el rey.
Henry simplemente comenzó a reír.
- Algún día me vas a matar de un infarto, muchacho.
- Me la debes.
- ¿De qué hablas?
- ¿Recuerdas el día de mi boda con Kalila?, ¿cuando desperté, quién estaba ahí?
- No lo recuerdo. - Mintió Magnus.
- Claro. - Terminó Henry saliendo de la habitación.
El tiempo pasó y casi eran las ocho de la mañana, William dormía plácidamente por última vez en su cama. A partir de esa noche, William tendría que dormir en la misma cama que Henry.
El reloj de cuerda fue lo que terminó despertando a William con una alarma imposible de no ser oída.
Se incorporó y fue a desactivar la alarma, miró hacía su traje de novio siendo usado por un maniquí y sonrió ya que, por fin, su gran día había llegado.
Tras tomar una ducha fría, Henry se puso la parte baja de su traje de novio que constaba de: pantalones azules rey con ligeros bordes dorados en los bordes y zapatos de vestir blancos. Para cubrir su torso de nieve, solo se puso una playera blanca interior.
William, desde siempre, ha tenido el pelo con mucho más volumen que Henry, por lo que su cabello es muy difícil de peinar. Normalmente, William le da pereza peinarse, pero, por una vez en su vida y por la especial ocasión, decidió contratar a estilistas profesionales.
William aún le daba gracia esos recuerdos cuando le mencionó a Henry sobre su idea. Todo empezó cuando Henry y William empezaron a hacer la planeación para la boda.
- Empecemos por la decoración del Centro de Ceremonias, ¿quieres? -Comenzó a decir Henry.
- Ese tema de la decoración te lo dejo todo a ti, soy pésimo para esas cosas. - Declaró William.
- Pero, William, la boda es de los dos, no me parecería justo que todo este a mi gusto.
- Lo siento, Henry. De verdad.
- Muy bien, lo haremos a tu modo. - Accedió Henry sonriendo.
- Solamente, te pediré una cosa.
- Pídeme lo que sea, futuro esposo.
- Quiero estar bien guapo para la ceremonia...
- Pero tú ya lo eres. - Interrumpió Henry, posteriormente besó a su prometido.
- Gracias, pero, me refiero que nunca me peino y por eso mi pelo se ve de mucho volumen y no me lo quiero cortar, entonces, ¿será mucho pedir alguien que me peine?
- William, yo te amo justo de la manera que eres, aún con tu pelo esponjoso que me encanta, no debes cambiar solo por un día.
- Por favor, Henry. No seas malo. - Rogó William haciendo pucheros e inflando las mejillas. - Y te juro que seré un buen chico y obedeceré tus ordenes.
- Lo que sea por mi futuro esposo. - Accedió Henry poniendo su mano sobre una de las pierna de William.
El sonido de la puerta abriéndose trajo a William de nuevo a la realidad.
- Buenos días, abuelo.
- Buenos días, William. ¿Cómo está el novio?
- Muy contento, nunca me había sentido con tanta dicha. - Sonrió William. - No puedo creer que en unas horas seré el esposo de Henry.
- Y príncipe de Tirayan. - Agregó Zeus. - Ojalá Jennifer y Walter estuvieran aquí para ver esto.
- Yo también, abuelo. - Correspondió William melancólico.
- Bueno, las estilistas llegarán en cualquier momento, ¿estás listo?
- Siempre.
En efecto, las estilistas llegaron en poco tiempo, y eran las mismas que iban a preparar a Kalila para su boda hace un año antes de que ella escapara al bosque. Para cuando las estilistas llegaron a la residencia Wizgrave, William ya estaba listo. Durante dos horas las estilistas estuvieron probando varios estilos para William, ninguno realmente parecía convencerle a nadie, hasta que encontraron el peinado perfecto: todos los lados y la parte de arriba bien peinados y planos a excepción del gran copete que le hicieron.
Cuando las estilistas abandonaron el lugar, William terminó de ponerse la parte de su traje de novio que le quedaba: una camisa blanca, una corbata dorada y un saco del mismo color con ligeros bordados en los extremos.
William miró el reloj que anunciaba las once con diez minutos, emocionado, bajó las escaleras y esperó en la puerta impaciente a que el carruaje llegara a recogerlo a él y a su abuelo.
Volviendo con Henry, él ya estaba en el Centro de Ceremonias desde hace ya bastante tiempo, era tanta la necesidad de llegar temprano que ni siquiera espero a su padre o al carruaje.
El joven príncipe se encontraba practicando sus votos matrimoniales, intentando que salieran como todo debía de salir ese día, perfecto.
- ¿Henry? - Preguntó una voz femenina.
Henry se giró hacía donde llamaban su nombre y pudo ver de quien se trataba.
Era Kalila peinada y maquillada luciendo un galante vestido rosa acompañada por Robert quien usaba una armadura plateada con un moño negro en el cuello. Además estaba la señora Goldstein, la madre de Robert.
La señora Goldstein era un dama de piel blanca, pelo plateado, ojos oscuros, tenía la estatura de Kalila y vestía un bello vestido de lino.
- ¿Qué haces aquí tan temprano? - Cuestionó la chica.
- Yo les debería decir lo mismo. - Replicó Henry mientras iba hacía a ellos para abrazarlos. - Gracias por venir, chicos.
- No me lo perdería por nada del mundo. - Mencionó Kalila.
- Muchas felicidades, Henry. - Felicitó Robert.
- Gracias. Saludos, señora Golstein.
- Buen día, Su Alteza, muchas felicidad.
- Gracias. Tomen asiento, por favor. - Invitó Henry. - ¿Dónde está tu padre, Kalila?
- De seguro no tardará.
A muchos kilómetros lejos de la Tierra, fuera de todo territorito que el humano conocía, se encontraba una prisión cósmica hecha de un duro material negro que impedía ser destruida por la fuerza o por la magia. La prisión era una gran de torre llena de celdas habitadas por esqueletos pertenecientes a personas que su vieron su destino final ahí. En ese lugar de soledad, desesperación y sufrimiento, se encontraba solo un cuerpo con vida, una mujer sollozando de pelo naranja con una cicatriz en forma de una equis en su mano izquierda.
-M... mi hija.
Y era ese lamento lo único que decía desde que fue enviada ahí hace diez años atrás.
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