11._Chocolate
Cuando al fin Mary se apartó de Bier le sostuvo el rostro entre sus manos para observarlo con atención. Cada detalle de la faz de ese niño fue examinado minuciosamente por aquella mujer de piel blanca que a Biter lo hacía pensar en la leche fresca y en la nieve. En sus sueños nunca pudo ver el rostro de su madre, por lo que durante esos largos minutos él también la observó.
-Eres muy bonita-le dijo después de un rato y ella le sonrió para volver a pegarlo a su pecho.
-Te he extrañado tanto, mi amor- le dijo Mary- Tanto que ni diez visas abarcarían esa desolación...
Bier oyó aquello con un poco de extrañeza. La versión oficial que él tenía respecto a su madre era que ella se había marchado porque no le quiso. Pese a que nunca creyó esa historia, escuchar a su madre decir que lo extrañó fue demasiado contrastante con lo que su padre le había dicho. Sin embargo, esa sensación se esfumó rápido. El pecho de su madre era suave y su olor muy agradable. Como una almohada limpia y tibia en una noche de invierno. Ella terminó por levantarlo en sus brazos por lo que Bier se sujetó a ella y al amparo de esos brazos amorosos más el murmullo de una canción, el mundo se tornó pacífico. El dolor de sus heridas desapareció, toda su pena por estar tan solo se esfumó y acabó dormido como cuando era un bebe. Al despertar ese arrullo todavía acariciaba sus oídos, aún estaba en el pecho de su madre que le acariciaba tiernamente la espalda.
Por el lado de su padre Bier heredó un desarrollo más rápido. A sus cinco años se podía considerar un niño de ocho a escala humana, sin embargo, pese a esa mentalidad seguía siendo un niño y uno demasiado ignorante del mundo que lo rodeaba. Poseía una fuerte intuición, pero todavía carecía del razonamiento suficiente para sacar provecho de esa habilidad. Aún así supo hacer esa pregunta odiosa a aquella mujer que al escuchar esa interrogante detuvo ese sube y baja de sus dedos en la espalda del niño.
-Yo no te abandone Bier- le respondió Mary que se había sentado en un viejo sofá que había en aquella habitación para poder sostener mejor al pequeño.
Ella no dijo ni una palabra más al respecto, pero para Bier fue suficiente debido a que siempre sintió que su padre mentía. Se quedó pegado a su madre otros cuantos minutos más antes de preguntarle dónde había estado todo ese tiempo.
-¿Por qué nunca viniste a verme?- agregó separándose un poco de Mary para verle a la cara.
Los ojos de su madre parecieron entristecerse un poco. La mujer pego su frente a la de él antes de contestar con calma y gravedad:
-Te daré esas respuestas muy pronto, mi amor- hizo una pausa-Por lo pronto quiero que sepas una única cosa y una única cosa te voy a pedir...
-¿Qué?- exclamó el niño a quien el cabello de su madre se le había suavecito. Se sujeto de unos mechones que caían por delante de los hombros de la mujer.
-No me iré de este lugar si tú no vienes conmigo y necesito que confíes en mí...- respondió Mary besando la frente de Bier- Confía en mi, mi amor. Por favor confía en mí...
El niño no respondió porque la nariz de Mary en su mejilla le hizo cosquillas. Lo mismo los besitos que ella le dio y que la hizo notar él apretaba algo que desprendía un olor dulce en su manito.
-¿Qué tienes ahí?- le consulto la muchacha.
-Un chocolate- contestó Bier abriendo los dedos- Ya se derritió. Era para tí. Quiera darte algo...
-Seguro estaba delicioso- le dijo Mary y procedió a darle más besitos en la mejilla- Pero yo no puedo comer chocolate. Me aparece un sarpullido por todo el cuerpo y se me irrita la nariz.
-También a mí- exclamó Bier con cierto entusiasmo- ¿Te gusta leer? Yo ya se hacerlo. También puedo contar de uno ciento cincuenta sin equivocarme y puedo atarme las botas yo solito...
-Eres un niño muy listo, amor. Antes yo solía leer mucho también- le dijo Mary pasando los dedos sobre las vendas en el rostro del niño que le acariciaba la marca de la zarpada que le dejo Bills marcada en la mejilla.
-¿Quién te hizo eso?- preguntó el niño, aunque tuvo una idea al respecto.
-Un tipo horrible que de casualidad me dio un regalo extraordinario- le contestó Mary y sus ojos se poblaron de ternura otra vez.
Bier todavía era tierno e inocente. Para Mary fue un alivio que así fuera. Su hijo seguía siendo solo un niño. Y si bien aquello le devolvió la paz y fortaleció las esperanzas, también le sembró una duda ¿Por qué Bills no lo corrompió? ¿El temple de Biter no permitió que la oscuridad de su padre germinara en él o tenía que ver con lo que le dijo antes de llevarla con el niño?
La idea de lidiar con un Lord no era nada agradable para Bills, pero no podía solo rechazar a un emisario de la corona ni expulsarlo de forma demasiado violenta. De mala gana concedió a ese sujeto una audiencia, pero bajo sus condiciones. Dai tenía que entrar solo y desalmado. Por supuesto el noble accedió reuniéndose con el señor del castillo en un estudio con una chimenea tan grande que él hubiera caído de pie en su interior.
Bills llevaba un grueso abrigo sobre los hombros y quedando a contraluz su semblante adquiría una expresión que advertía sus malvadas intenciones. Pero aquel Lord no era un sujeto que se amedrentara con facilidad. Él lidiaba con el rey que era un ser en extremo caprichoso. Un individuo que pese a su poca actividad fuera del castillo, era más terrible que Bills.
Se saludaron de manera protocolar para rápidamente pasar al tema que los hizo llegar a esa estancia. Bills exigió a su forzoso invitado que fuera directo, pues estaba demasiado ocupado como para perder el tiempo.
-Me imagino que así es- comentó Dai viendo a Bills directo a los ojos- La noticia de la deteriorada salud de su majestad debe tenerlo un poco ansioso. En especial conociendo la trágica fortuna de los herederos al trono...
Bills se sonrió de una forma maliciosa a la vez que demostró disgusto en sus ojos.
-No quiero hacerlo perder su valioso tiempo así que le voy a pedir de la forma más amable que me entregué a Mary- continúo Dai- Ella está bajo mi protección y por extensión bajo la protección de la corona...
-Ah ¿sí? ¿desde cuándo?- le cuestinó Bills- Hasta donde sé la corona jamás apoyó a Mary y esa chusma sublevada que la sigue. Incluso en una ocasión les negaron la ayuda que solicitaron.
-No lo voy a negar. Pero debe comprender que nuestro rey no es precisamente el individuo más sensato- le señaló Dai medio encogiéndose de hombros.
-Pero usted si que lo es- exclamó Bills de forma fuerte y brusca- Soy el séptimo en línea de sucesión al trono. Era último en la lista...hasta hace cinco años.
Para llegar al trono no bastaba con tener sangre real. También había que tener una segura descendencia y Bills la tenía a diferencia del que estaba un puesto antes que él y que era un anciano casi senil. Bills jamás considero llegar a la corona. Menos de la forma convencional hasta tres años atrás cuando tuvo un sueño en que vio a todos los herederos del trono matarse entre sí. Su premonición fue acertada. La familia real acabó luchando entre ellos mediante conspiraciones. Él no se involucró. Dejó que creyeran tenía su propia guerra. Si de recursos se trataba Bills tenía más y de haberse propuesto derrotar a Mary y su gente lo hubiera hecho hace tiempo. Pero esa guerra le servía en demasiadas formas. Aún así reconocía que la mujer y sus colaboradores, pese al escaso material bélico con el que contaban, eran capaces de frustrar su avance mediante elaboradas estrategias. Él tenía el poder y la fuerza, ellos astucia y valor a toda prueba, pero la base de todo era Mary. Era ella quien los mantenía a la lealtad de los soldados y hacía que la gente se uniera a la causa. La influencia de esa mujer podía ser útil a él.
-Esta a un paso de sentarse en el trono- dijo Dai con un tono algo más oscuro- Tal vez pronto deba hincarme ante usted, pero hasta que esa corona no esté sobre su cabeza...- el Lord dejó la frase inconclusa. Miró hacia el retrato de Bills sobre la chimenea, un momento, antes de volver a hablar- Por favor entrégeme a Lady Mary.
-Mi hijo es el octavo en línea de sucesión. Si algo me sucede será él quien suba al trono, pero es solo un niño- habló Bills caminando hacia Dai de un modo algo amenazante- No puede gobernar hasta no cumplir los doce años y hasta que eso suceda necesitará un guardian. Su madre no podrá cumplir ese papel por ser mujer. Sin embargo de ella estar casada su esposo puede adquirir el título de "Lord guardián". Usted es viudo ¿no es así? Su reputación lo precede, Lord Dai- agregó Bills al quedar a un paso de aquel sujeto.
El enviado del rey respondió a la oscura y despectiva sonrisa de su anfitrión con una aguda y tenaz.
-El niño es mío y no saldrá de este palacio- le advertío Bills.
-Comprendo. Pero quisiera hacerle una pregunta si me permite- le hablo Dai. Bills saco una mano de su espalda para señalarle que podía hacer la pregunta. Lo hizo con un ademán algo desagradable- Lo más sensato en su posición sería terminar con la vida de Mary ¿Por qué no lo ha hecho? ¿Cuál es su interés en ella?
-El mismo que posiblemente tenga usted- respondió Bills.
Dai cerró los ojos un instante.
-Es una lastima tengamos la misma ambición, Lord Bills- contestó Dai y en ese momento tiro saco un puñal de empuñadura estrecha que había mantenido oculto en la manga de su abrigo.
Mary limpió la mano de Bier con el borde de su vestido. Remover el chocolate fue fácil, pues como él lo estuvo apretando se fundió casi por completo, permitiendo a Mary descubrir con facilidad una piedra negra y rectangular que reconoció de inmediato.
-¿Quién te dio este chocolate?- le preguntó Mary a su hijo.
-Dana- respondió Bier- Es mi nana desde que tenía tres años- agregó enseñando a su madre tres dedos levantados.
Unas horas atrás Dana había liberado un ave mensajera que surco los cielos para llevar un mensaje muy sencillo. Un par de horas después aquel pájaro descendió en una bonita, pero solitaria casa. En una de sus ventanas descansaba una hermosa mujer de largo cabello blanco peinado con una cola. Llevaba puesto un lindo abrigo verde y disfrutaba de un chocolate caliente. Al ver al ave levantó el brazo para que se posará allí. Cuando vio el cabello rojo en las patas del pequeño pájaro se sonrió recordando como conoció a esa mujer...
Whiss, durante una noche de copas, hizo a Mary una importante revelación. Su suerte, que había sido robada por Bills mientras él repartía regalos en su trineo, no era la única que existía. En un principio eran doce y todas estuvieron en poder de su familia, pero en la actualidad solo quedaban tres. Una de ellas en poder de su padre y otra en poder de una hermana suya que se había retirado a vivir en soledad en las montañas. El padre de Whiss servía al rey. Llegar con él sería demasiado complicado, así que Mary optó por buscar a la mujer llamada Vados y la encontró sin demasiado esfuerzo, pues ella salió a su encuentro. Su suerte (la piedra mágica) le otorgaba el don de la clarividencia además de una extrema longevidad.
Vados invitó a Mary a su casa para hablar un poco, aquella vez, y allí ocurrieron algunos eventos un tanto peculiares, pero nada desagradables para ninguna de las dos mujeres que hicieron un trato...
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