Touch
Mi sobrina no ha mentido. Efectivamente Helen estuvo aquella madrugada en mi puerta y Esaú la mandó a volar. Lo he confirmado pues ya sé que era lo que le afligía decirme, está claro que le afligía que yo supiera su verdad. No he dormido nada, toda la mañana me la paso pensando y estornudando, me dio fiebre, claro. Mis leucocitos están dando la pelea contra toda la lluvia que me tragué anoche viendo cómo es que otro hombre sostenía una conversación con mi chica, después los vi besarse, y luego vi cómo se marchaban a eso de las tres a.m. Luego, para mi sorpresa está en mi casa esperándome para decirme que me han estado buscando como un niño pequeño, claro que lo soy aun para Esaú, incluso para Laura que viene cada diez minutos a vigilar si algo me falta, si me encuentro bien. Me encuentro en la misma cama, eso quiero responderle.
—Moisés, ya está lista la comida. Le hablé a tu jefe, le dije que te llevaremos al médico más tarde. —Dice Laura asomándose.
—Bueno. —Respondo ido.
— ¿Seguirás con el culo pegado a la cama todo el día?
La voz ya conocida me hace sonreír y le miro de reojo.
—El Dj ku. ¿Qué haces aquí? —Pregunto devolviendo mi mirada al techo.
—Vine a verte, me dijiste que hoy te encontrara en tu trabajo a través de tu Facebook. ¿No recuerdas?, me mandaste un mensaje hace como una semana, decías que querías hablar conmigo urgente. Hoy fui y tu jefe me informó que te encontrabas enfermo y no se me ocurrió nada mejor que traerte banana frita. —Agita entonces una bolsa de papel bañada en aceite que me hace volver a convulsionar.
—Tienes la facilidad de hacerme vomitar. —Respondo sentándome en la cama sin verlo.
Camilo pasa a la habitación y Laura nos deja tranquilos por ahora.
— ¿Qué te agarraste ahora? —Indaga tocándome rápidamente el rostro— Estás rojo.
—Helen volvió. —Le suelto con rapidez— Me agarré la tormenta de anoche.
—Helen volvió... —Camilo se pone a reír y le doy un empujón para que se calle— ¿Cómo? ¿No es broma?
—No, claro que no. Y me ha buscado.
—Hombre que ahora confirmo que Dios existe, ¿No le puedes pedir unas nuevas camisas para mí? Es una locura.
—Y está casada. —Digo ahora viendo a la ventana con el ceño fruncido por alguna razón— No me esperó.
—No puedes culparla. —Suelta Camilo estirándose sobre mis pies— Tienes cuarenta y uno y ella cuarenta, somos humanos, es nuestra naturaleza eso de sentir impulsos.
— ¿Impulsos?
—Ah, Moisés, no te hagas el imbécil —Refunfuña— Me refiero a que no iba a pasar toda su "juventud" como una monja. Obviamente quiso tener sexo con alguien más y quién sabe ¿Quizá hasta te pensó?
No puedo evitar reírme ante la absurda frase que ha soltado. Pero tan rápido vuelvo a repasarla me quedo en la palabra "Sexo" y la sonrisa se me desvanece.
—No creo. Helen no puede haber hecho algo así. Ella me prometió muchas cosas.
—Éramos muy jóvenes amigo, no creas que cumplí todo lo que prometí a muchas personas. No soy un profesional pero tengo un buen trabajo como cocinero en un restaurante, no fui el orgullo de mamá, pero te aseguro está muy feliz ahora que soy el que más le ayuda con las cosas de casa.
—Helen no pudo hacerlo... —Repito mirando mis manos.
—Se casó amigo. Sí que lo hizo. Y deberías comenzar a hacerlo tú también, debes intentar estar con otra mujer u hombre que se yo que te gusta más... el hecho es que debes pasar página, comenzar a vivir experiencias nuevas.
Me volteo en la cama y tiemblo al sentir la fiebre ahora interna, creciente, tajante. Helen tiene que responderme todas las cosas que quiero, me lo merezco... soy su amigo... soy su novio... fui al menos.
— ¿Quieres que te acompañe al médico? Tengo la tarde libre hoy. —Menciona Camilo— Podríamos pasar a ver a Helen. ¿Dónde trabaja?
—La cafetería de las afueras. —Digo mirando las hojas pegadas a mi ventana gracias al viento.
—Entonces prepárate, porque no voy a dejar que mi amigo se me muera como un panqueque aplastado, nadie se muere de amor.
Sonrío levemente. Claro que sí se pude morir de amor...pero nadie le llama "amor", la medicina le llama de muchas otras formas, algunas de ellas son la ateroesclerosis, la fibrilación auricular, el ataque cerebro vascular... la psicología por su parte le llama depresión.
— ¿¡Quién es!? —Grita mamá bajando las escaleras.
—Hola.
— ¿Qué haces aquí? —Pregunta a aquel hombre que se hacía llamar mi padre.
—Vengo a entregarte esto. —Le extiende un sobre que diviso desde el segundo piso.
— ¿Qué es esto? —Dice mamá extrañada abriendo el sobre.
—La respuesta a nuestros problemas. He sabido que Esaú anda en malos pasos y que no puede salir de aquello.
— ¿Un internado para drogadictos? Estás enfermo. —Mamá le estampa el sobre en el pecho— Mi hijo no irá a caminar en círculos en una cancha de fútbol como los locos. Mi hijo puede salir adelante.
—Estas ciega de amor por tu hijo, por eso estás como estás. ¿Qué tengo que hacer para que veas la realidad? —Aquel hombre ve por encima del hombro de mamá y ve a miguel llorar en brazos de Laura— ¿Ves? ¿Dónde está Esaú ahora? ¿Crees que a mí me gusta ver a mi único hijo tirado por las calles drogado pidiendo dinero cada tres días?
Mamá no responde pero termina cerrando la puerta con ellos dos fuera.
Suspiro y me voy a la habitación para terminar con mi uniforme, se supone que hoy tenemos que ir a firmar la expulsión, pero mientras mamá no se desocupe con el aquel hombre no puedo bajar.
—Moisés —Escucho la voz de Helen tras de mí, y al voltearme la descubro en la ventana. ¡Está trepada en mi árbol!
—Bájate, te vas a lastimar. —Le advierto con temor abriendo la ventana. Ella se balancea y termina tomando mi mano para subir a mi habitación.
Nos miramos fijamente, hace frío, sus mejillas pálidas y sus hermosos ojos me hacen sonreír.
— ¿Qué haces aquí? —Pregunto extrañado.
Helen mira por sobre mi hombro y comprueba que la puerta está cerrada.
—Vine a darte los buenos días, y a decirte que hoy es mi cumpleaños.
—Ya lo sabía. —Digo alzando el mentón— pero no tenías que venir hasta aquí para decírmelo. —Ella ríe levemente y me enseña una cámara de fotos instantáneas.
—Me la ha regalado mi mamá. Y quiero que la primera foto sea contigo. —Helen me toma por el cuello y desprevenido nos toma una foto que sale al instante por la cámara ya revelada — Genial... Mira.
Observo la fotografía y ciertamente salgo todo desentendido, aunque eso es lo de menos, a mi lado está mi ángel personal.
De reojo la veo y puedo ver cómo es que sonríe a la fotografía. ¿Tanto le habría gustado?
Apremiado por aquello la tomo la cintura y me lanzo junto a ella a la cama. Recostados los dos mirando el techo tomo varias fotografías nuestras en diferentes instantes, hasta que nos quedamos viendo nuevamente a los ojos.
En silencio puedo sentir incluso el palpitar de Helen que es irregular.
— ¿Crees que esto resulte? —Murmura la pregunta uniendo su mano a la mía por lo bajo.
—Creo en ti, Helen. Eso ya es suficiente. —Respondo mirando sus labios un momento.
—Y yo en ti Moisés. —Responde sonriéndome un poco—Pero me temo que por ahora tendremos que andar escondidos...
—Por ahora. —Sentencio alzando los hombros como puedo gracias a la posición incómoda que es el estar de lado y acostado a la vez.
Helen asiente y termina abrazándome. Su cuerpo se pega al mío y siento un escalofrío que me recorre la columna completa. Se siente extraño sentir su calor tan cercano, y sus labios en mi camisa. Es diferente, pero no invasivo, no lo sé... no es algo que me desagrade...
—Abrázame Moisés... —Pide en un susurro que escucho a través de sus latidos rápidos.
Hago lo que me pide con nerviosismo obvio en mis acciones algo torpes.
Helen levanta la mirada desde mi pecho a la mía y noto que sus mejillas están algo rojas.
—Moisés... ¿Quieres tocarme?
—Ya lo hago. —Le respondo alzando mi mano que la abrazaba.
Ella sonríe levemente y toma mi mano para llevarla lentamente a su pecho.
—Helen. No está bien. —Menciono mirando hacia otro lugar avergonzado.
—No, no está bien. Está excelente. —Murmura— No voy a detenerme a pensar sobre lo que yo siento, no quiero que esto se vuelva un amor pasajero Moisés... yo quiero quedarme contigo.
Mi corazón se acelera ante lo que ella dice, siento el calor del pecho que sostengo con toda mi mano y no puedo evitar estrujarlo un poco. Apenado por lo que acabo de hacer me levanto asustado.
—Lo siento, L-Lo siento. —Me abrazo a mí mismo y retrocedo apenado.
—No... oye, no es nada malo... —Dice Helen levantándose también— Tan solo somos tú y yo. —Dice apuntándome y luego así misma— No sientas temor Moisés... —Termina de acercarse y me abraza— Tranquilo...
Del taxi se baja Camilo y luego yo en la consulta del médico particular en el que me ha pedido la hora Esaú. Estornudo como loco debajo de mi bufanda, Camilo me golpea la espalda y yo termino por decirle que iré al baño a sonarme la nariz o acabaré manchando a medio mundo con mi patología.
Camilo asiente y me dice que no tarde mucho, pronto será mi turno de entrar a la consulta. Yo asiento y termino caminando lentamente al baño. Mis ojos llorosos a causa de los estornudos me impiden de hecho ver con claridad, hay demasiada luz que me encandila, eso, sumado a la fiebre hacen buena combinación para sacarse la madre.
Compruebo que no hay nadie en los lavamanos del baño y entro. Me quito la bufanda y me observo al espejo, parezco una epidemia andante.
— ¡Aaachú! —Estornudo con fuerza y saco papel para limpiarme. Luego me mojo el rostro y logro que al menos me vea como persona.
Del cubículo que está tras de mí sale una mujer que grita escandalizada al verme. Me volteo completamente tenso al sentir el grito que se acaba drásticamente.
Nos quedamos viendo aun cuando yo veo como el orto gracias a mis ojos llorosos de tantos estornudos.
—Moisés, estás muy enfermo por Dios.
— ¿Helen? —Digo extrañado cubriéndome la nariz con papel.
— ¿Qué pasó contigo? —Dice ella apenada sacando de su cartera unas de esas toallitas húmedas que termina pasando por mi rostro— Dios, parece que te pasaron veinte elefantes por encima.
— ¿Qué haces tú aquí? —Pregunto ordenando mi cabello para no verla.
—B-bueno... vine a visitar a mi ginecólogo. —Confiesa tirando la toallita ya usada.
— ¿Por qué? —Indago con temor a su respuesta.
—E-es complicado. —Ella se hace a un lado y se lava las manos con prisa. Co bastante prisa la verdad. Rápidamente quiere salir pero yo atrapo la puerta y me interpongo cerrando con el pasador.
—Algo te s-sucede ¡Achú! —Me cubro con el antebrazo antes de estornudarle en la cara.
—Moisés deja irme. —Dice enfadada— No puedes encerrarnos así, es una consulta médica por favor.
—Me da igual. Hay un millón de cosas que estaban prohibidas y me hiciste hacer de todos modos. —Digo mirando sus hombros descubiertos.
—No, hazte a un lado. Me espera mi ginecólogo, me llamará en diez minutos.
—Tiempo perfecto para hablar. —Murmuro viendo ahora sus mejillas rojas— Dime la verdad del porqué viniste a ver a un ginecólogo.
—La revisión técnica de cada año. Nada más. —Dice Helen avergonzada— Ya deja irme.
—No. —Sonrío y estornudo hacia otro lado— La verdad.
Helen avergonzada juega con sus manos y termina suspirando.
—Vine porque... estábamos planeando tener bebés con mí... esposo. Y no hemos podido.
Arqueo las cejas y dejo de estar sobre la puerta ahora que entiendo. Con que Camilo tenía toda la razón.
—Ya. —Respondo sin verla— Entiendo. Ósea que te has vuelto una mentirosa. —No sé por qué dije lo que pensé, pero ahora me arrepiento.
—Oye no. No mentí, tan solo omití. —Dice enfadada volteándose para no verme.
—La primera vez. —Menciono sin verla— dijiste que solo sería conmigo.
—Sí. Pero ya somos adultos Moisés. —Se escuda— Además qué sabía yo que volveríamos a encontrarnos.
—Mira qué casualidad que viniste a caer a la misma ciudad donde nos conocimos después de llegar de tu Alemania. —Digo con sarcasmo mirando la puerta enfadado también.
— ¿Es un país libre o no? —Vuelve a escudarse y yo sonrío levemente.
—Entonces puedo encerrarte en el baño si se me da la gana. —Digo volteándome esta vez para voltearla a ella desde la cintura y por una vez vernos a los ojos otra vez después de tanto tiempo.
—Moisés...
—Es mi nombre, deja de gastarlo así. Mentirosa. —Digo esta vez sintiendo hambre, pero de sus labios que están tan cerca de los míos...
—Tonto. —Murmura con su ceño fruncido.
Sin aviso termina tomando mis labios en el primer asalto que no teníamos en años.
Quiero decir, hace tanto tiempo no sentía su lengua jugar con lo mía de esta forma. Mil cosas se avivaron en este encuentro.
Mis manos recorren sus costillas y acaban alzando sus muslos para sentarla en el lavamanos.
Se agita y rápidamente me acerco a su cuello que no dejo de deleitar con devoción mientras ella me lo ofrece con sus movimientos al alzar su cabello voluntariamente.
— ¿Está ocupado? —Dice alguien tocando la puerta.
Helen abre los ojos y con nerviosismo se baja del lavamanos rápidamente y yo acomodo mi camisa negra entrando en uno de los cubículos.
Helen sale del baño sin decir ni "mu" y es ahora cuando me aguanto escuchar a una señora hacer "pis" en el cubículo de al lado, esperando quedar sólo otra vez para poder salir.
Sonrío. Pero que venida al médico más bien aprovechada.
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