¿Por dónde se comienza a olvidar?
Por supuesto que no todo se mantuvo por mucho tiempo...la felicidad se nos escapó entre los pequeños momentos que vivimos, y trajo consigo más desgracias que otra cosa. Quizá podría haberlo evitado, ¿Pero estaba mal querer tanto a Helen?
—Moisés —Llama a la puerta mi Madre.
Me acerco al pomo y lo giro con rapidez.
— ¿Llegó? —Pregunto sin verla.
—No, no ha llegado. —Dice apenada— Algo le ocurrió a Miguel. El chico del periódico vino a avisarnos y va de pasada a decirle a Laura a la universidad... No sé qué pudo pasar —Mamá se contiene demasiado para no gritar, lo sé— Me enferma... ¡me enferma! —Grita ya sin más— Esaú no sabe cuidar de un niño... un día parece ser padre y al otro recae. ¿Cómo se supone que lo vuelva a dejar salir con el niño otra vez? Yo lo siento hijo, pero no puedo dividirme en dos, no podré ir a dejarlos ni a Helen ni a ti a su fiesta.
Es extraña la forma en que decidí ir a este tipo de lugares con tanto ruido y aglomeración... y también es extraña la forma en que la vida me corta las alas, las ideas... quizá sí sea una mala idea ir, pero yo... —Observo la pulsera en mi muñeca— Ve mamá, ve con Miguel.
Mamá se acerca apenada y la dejo acariciar un momento mi cabello.
—Te ves precioso hijo, ese traje oscuro hace que tus ojos resalten a un más... —Se echa hacia atrás dando el espacio necesario— Hijo.
—Mamá, vete ya. —Digo preocupado internamente por mi sobrino. Esaú a veces tenía recaídas con sus malas juntas. Pero jamás pensé pasara en presencia de Miguel.
—Moisés —Mamá retira de su cuello el collar que una vez le dio aquel hombre que consideraba papá... pero tristemente Esaú tenía razón, jamás fui su hijo, y jamás sabría quién fue mi padre.
Tampoco voy a culpar a mi madre, no puedo reprocharle nada. Si ella engañó al padre de Esaú, ella habrá tenido sus motivos...
Se acerca nuevamente y deja en mi escritorio aquel collar fino que debe ser su única reliquia, lo único que Esaú no se robó para sus vicios...
—Sé que Helen es tu mejor amiga, y que quizá esa sea la razón del porqué decidiste ir. Me gustaría agradecerle a esa niña por todo lo que ha hecho contigo...
Extrañado la miro y analizo cada una de sus palabras. De bien y hasta ahora nunca hice un recuento de todas las cosas que Helen había movido de lugar en mi vida. Quizá sí sigo enfrentándome a diario a los comentarios de los demás, a su mirar fijo en mí cada vez que no respondo, o a la forma que tienen de demostrar quién manda en un lugar que no nos pertenece, en este caso, la escuela. Aun con todo esto encima, un padre que no tiene imagen y un hermano que se cae cada dos días en lo absurdo de un narcótico he mantenido las ideas en un camino orbitado por Helen, mamá tiene razón, siempre la tuvo.
Observo el collar una última vez y asiento mirando hacia la ventana ahora con gran emoción. La camisa y la corbata en mi cuello no son nada de lo que habría usado jamás de no ser por Helen.
—Que tengan una bonita velada Moisés... intentaré ir por ustedes en cuanto resuelva lo de Miguel y Esaú. —Mamá toma el pomo de la puerta y la veo verme a través del reflejo de la ventana. Está demasiado apenada.
Son las ocho y media, tan solo queda la última media hora y no puedo dejar de pasearme por la habitación, imagino a Helen vestida con algo diferente que no sean sus zapatillas deportivas y su ropa de hombre. Porque vamos... Quizá es una chica agradable pero se viste tan mal... Cosas. Cosas que no influyen me dijo una vez.
Diario Azul:
Hoy es el gran día. Pienso pedirle a Helen que se convierta en más que mi amiga. Estoy a muy poco de saber que significó el paso que di hace unos días, del cual no se ha comentado nada durante días. Es extraño como ella logra disimular hasta el punto de comerse mi comida y la suya. ¿Será que está nerviosa?
Diario, como me hubiese gustado que en este día aquel hombre que consideré mi padre hubiese estado aquí para preguntarle: ¿Qué debo hacer?
Con Helen jamás se sabe cómo van las cosas, simplemente van, y es precisamente eso lo que más me molesta. No saber dónde estoy de pié para poder considerar un nuevo camino que tomar, no puedo hacer supuestos, porque los odio, y tampoco puedo afirmar una hipótesis, al final no puedo nada, más parezco un prisionero de mis propios temores y de la inercia de Helen para esquivar cualquier cosa.
Solo deseo que hoy Dios me diga cómo es qué se enamora a un ángel de frenos rosa. Porque la receta no la he hallado en ningún lado.
— ¡A levantarse! —Anuncia Romina, mi pequeña sobrina del medio con voz de parlante.
Me cubro los oídos con las almohadas y tan rápido lo hago ella salta y se estrella conmigo en la cama.
—No, no. —Digo con prisa— No me toques, por favor. —Me levanto como un resorte entonces y comienzo a mirar mi rostro cansado en el espejo. Un nuevo día de trabajo...
—A que no sabes quién tocó la puerta por la madrugada de ayer. —Me dice mirando su teléfono celular.
—No —Digo otra vez acercándome para quitárselo de las manos— Matarán a todas las abejas del mundo —Aseguro guardándolo en mi bolsillo.
—Tío... —Frunce el entrecejo y comienza a rabiar con las mejillas infladas— No te diré quién tocó la puerta entonces.
—No, no quiero saber —Respondo sin verla y sacando una toalla para ducharme.
—La chica dijo que quería hablar contigo, se veía bastante desesperada. Llevaba una pulsera como la que tienes tú en la mano. Pero papá la mandó a freír monos a África.
—Oh no, eso está muy lejos —Pienso en voz alta al unir cosas. ¿Sería Helen? Hay grandes posibilidades pero no quiero suponer.
Rápidamente bajo las escaleras en pijama encontrándome con Esaú y Laura que beben té juntos en el comedor en compañía del bebé Jacob que ya está ensuciándolo todo, es desesperante.
—Buen día Moisés —Dice Laura con su habitual sonrisa— Enseguida te sirvo, ¿Té o Café?
—Buen día Laura, Esaú, y tú razón de mi desesperación, té por favor—Digo a Jacob que se ríe porque sí. Es todo un caso que no resuelvo aun— ¿Vino Helen? —Pregunto sentándome frente a Esaú que me repasa con la mirada.
—No, no la he visto por aquí. —Responde con seguridad— ¿Por qué preguntas?
Saco el teléfono celular de Romina y lo deslizo por la mesa.
—Romina lo dijo.
—Cuentos de niña. Ya sabes cómo es, a veces se inventa ballenas con complejos de conejo. —Esaú le resta importancia y mira a Laura que frunce el entrecejo. ¿Por qué están molestos?
—Me iré temprano. —Anuncio levantándome— Nos vemos, Laura y Esaú.
—Nos vemos Moisés —Dice Esaú cambiando la página al periódico— Y no hagas nada que no debas. —Me advierte mirando por encima del periódico.
Asiento, y me alejo dejando a Laura con el té a medio camino. Si Esaú dijo que no vino no tengo por qué dudar, mi hermano ha cometido errores en su vida pero se rehabilitó y hoy es un buen padre.
Bajo las escaleras con nerviosismo. No dejo de pensar a mil por hora. Salgo de casa con la esperanza de que la puesta de sol se apague pronto, no quiero que el mundo nos vea, que nadie nos vea esta noche por favor.
Helen no vive muy lejos, ya lo sé, pero los pasos los doy con cautela. Las manos en mis bolsillos están sudando bajo los guantes blancos de gala.
Cuando ya es inminente retrasarlo más, me detengo frente a la puerta y hago el intento no mirar fijamente el color blanco de los guantes al tocar. El sol comienza a desvanecerse al fin...
Algo extraño pasa con Helen, ella abre siempre enseguida que toco la puerta. Vuelvo a tocar impaciente mirando hacia un costado.
La puerta se abre al fin, y la veo con un hermoso vestido Lila de aquella tela que usan las bailarinas de ballet. Su cabello corto está rizado, lleva un hermoso anillo con una piedra color ¿¡Verde!? En su dedo índice de la mano izquierda. Niego rápidamente al notarlo.
—No, no, verde no Helen.
—Moisés... —Murmura— N-no podré ir, lo si-siento. —Solloza apenada. No es hasta ahora que noto su maquillaje corrido.
— ¿P-por qué? —Pregunto nervioso mirando sus mejillas manchadas.
—Porque... papá... llegó —Dice nerviosa— N-no q-quiere v-verme con n-nadie de por aquí.
—Pero somos amigos... —Digo sin comprender— Aquí Helen hizo amigos...
—S-sí —Helen pone su dedo índice sobre sus labios y pide silencio al escuchar los pasos cerca de alguien más— V-vete p-porfavor. N-no qu-quiero tener problemas —Solloza.
—No, no. Problemas no, ¿recuerdas?, somos h-humanos —Digo viendo hacia atrás con temor de no verla otra vez.
—Moisés... —Solloza— M-mi p-papá, lo sabe, sabe todo —Apenada confiesa algo que no encaja para nada en todo lo que hemos vivido.
— ¿Q-qué s-sabe? —Pregunto extrañado intentando no parecer nervioso al atrapar mi mandíbula en una de mis manos, o temblaría más.
—L-lo d-de nuestra amistad —Murmura haciéndome entender a qué se refería gracias al tono que ha utilizado al decirlo.
— ¡HELEN HIRCHILLING! —Grita aquel hombre que me dobla en cuerpo y voz tras de ella— ¡Entra ya! —Ordena a Helen que tiembla con temor viéndolo.
Mis oídos se han estremecido al oír los gritos de aquel mayor que me ve bastante mal, casi podría sentir desprecio sin palabras. Con temor retrocedo y caigo por la escalerilla de dos peldaños antes de entrar a casa de Helen.
—No puede ser —Blasfema en su idioma— ¿¡Esta es la rata con la que estabas saliendo Helen!? ¡Tirita más que una jalea!
—Papá po-porfavor no, no grites más —Pide Helen temblando aun lado de él.
— ¡Vete de aquí niño! ¡No vuelvas a frecuentar a Helen! ¡Ella es una niña de casa no una cualquiera que se anda por ahí revolcando en el lodo con nadie! ¡Vete! ¿¡No oyes!? —Grita poseído por su rabia el Padre de Helen acercándose a mí. Rápidamente me pongo de pié y miro a Helen tras de él con temor.
— ¡Papá! —Grita Helen haciéndome temblar— No sigas, no más, ya no lo veré más —Anuncia temerosa viéndome.
El hombre se gira a Helen y alza una ceja.
—Claro que no lo veras más, me encargaré de que no vuelvan a verse más y que consigas alguien que encaje en tu vida, ¿Cómo fue que tu Madre permitió que un vástago entrase así en nuestra casa? —Se gira a verme— Escúchame bien niño, si te veo una sola vez más cerca de Helen ten por seguro que cobraré lo que yo quiera, más te vale obedecer, ¿Se te da bien eso, no?, ¿La gente como tú solo obedece, no? —El hombre sonríe de una forma que me genera pavor.
Me giro y corro en dirección a casa con tanto temor como dolor. Necesito a Helen para que me diga cómo llevarlo, no consigo respirar, me falta el aire a mitad de camino y ya no puedo más. Me dejo caer en una parada de autobús y quitándome los guantes me cubro el rostro llorando. Nunca nadie me dio tanto miedo como el día de hoy, y la idea de no tener más a Helen en mi vida me hace tanto mal que no lo compararía con nada.
Diario Azul:
¿Por dónde se comienza a olvidar?
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