Juntos otra vez
La verdad es que he llegado diez minutos antes porque la ansiedad me ganó. Estoy frente a la vieja heladería en la cual comimos Helado de Tiramisú, yo no lo conocía, Helen me lo enseñó.
— ¿No te gusta comer helado en invierno? —Pregunta mientras yo toco la vitrina con mis guantes parchados— Son lo mejor, en Alemania siempre los compro con mi papá, ya que mi mamá dice que se puede enfermar de las amígdalas... no sé para mi es que es muy aburrida.
—No...nunca —Respondo mirando los colores en los helados.
—Mira sólo hacia acá —Me indica con su mano en la vitrina— No quieres ver el amarillo de la vainilla...
Sonrío levemente con nerviosismo.
—Pediré una copa grande para los dos, creo que es suficiente.
—Lo es —Afirmo— No comemos más de doscientos cuarenta gramos de helado con tanta humedad en el ambiente.
Miro de reojo a Helen que ha rodado los ojos.
—Sí Moisés, quizá sí. Pero yo sí que como mucho helado, ya verás cómo me la acabo.
—Engordarás como una foca. —Aseguro con diversión sin verla.
Ella me da un empujón leve que me da directo contra la vitrina. Mis ojos van directo a aquel color...
— ¿Cuál es? —Pregunto.
— ¿Ese? ¿El que es naranja pero no es? ¿El que sabe a azúcar con manjar, leche y vainilla? ¿Mi favorito? —Tantas preguntas para solo asentir, Helen sonríe y señala— Es tiramisú, me encanta, es una mezcla de cosas que no tienen sentido pero que hace feliz a muchos. Es como yo. —Comenta con sorna. Ahora soy yo quien la empuja un poco para abarcar toda la vitrina.
—Entonces eso quiero. Tiramisú.
—Tiramisú será entonces. —Responde con convicción mirando al heladero.
Unas manos cubren mis ojos y me desespero moviéndome en todas las direcciones.
—Shhh... no te muevas. —Me dice la voz más linda de la existencia.
Yo no me muevo siempre que ella me pida.
— ¿No eres tú el chico que come tiramisú en invierno con una fea niña de frenos?
—Soy el que tiene unos guantes con parches Minnie... —Respondo sonriendo en la oscuridad de sus manos sobre mis ojos.
—Ah... sí, yo conozco a un tipo como ese. Es muy divertido.
Las manos de Helen descubren mis ojos y ella salta delante de mí con un abrigo Fucsia y su cabello ahora más largo. Sigue siendo la creación perfecta después de Dios. Mi ángel particular.
— ¿Cómo? No te has cambiado la ropa del trabajo —Dice ella anonadada, agrandando la situación— ¿¡Cómo es que no te arreglaste para nuestro reencuentro!?
Me cubro levemente los oídos ante su gritadera y ella pide perdón con sus labios curvados.
—Lo había olvidado.
—Me olvidaste —Aclaro.
— ¿Olvidarte? —Helen levanta una de sus manos y deja caer la manga de su abrigo para enseñarme su pulsera, aunque desteñida por el tiempo intacta en su muñeca— Solo fue un agujero en el tiempo en el que nos perdimos. —Helen observa de reojo la vitrina de helados— ¿Tiramisú?
—No hay otro para mí. —Respondo mirando la vitrina también.
Nos sentamos con la copa de helado mirando como la salsa de chocolate escurre. Somos los únicos desubicados que están sentados afuera de la heladería a riesgo de que llueva otra vez y aparte de mojarnos arruinemos la copa de helado, pero para Helen no hay ningún límite, es un infinito constante lo que sucede en su cabeza. Se concentra en comer como si realmente hubiese anhelado el tiramisú.
—Despacio... se te congelará el cerebro. —Comenta dándole una probada.
—Ya no volverá a ocurrirme lo de aquella vez Moisés, dos veces me reiré para que se me escape por la nariz. —Responde viéndome. Yo la veo y por un segundo me parece que quiero levantar la mano para tocarle su rostro, pero no lo hago.
—Has cambiado Helen...
—El envase es el que cambia, yo sigo siendo la misma. Aunque debo de admitir que ahora ya no suelo correr como antes.
— ¿Corrías antes? —Pregunto con la intención de hacerla enfadar, y así es, sigue siendo la misma niña que se ofende rápido.
— ¡Ay por Dios! —Se queja— No puede ser que sigas con el mal humor. ¿Dónde fue que dejaste tu sentido del humor? Dios te castigó y te lo entregó al último. ¿Cómo te sientes con tu trabajo? Pude ver que te gusta llevar un orden, pero has vuelto a temerle al amarillo... y ya lo habíamos superado...
Apenado miro la copa de helado y le doy otra probada.
Una tarde después de la escuela, Helen me hizo pasar a su casa ya que debíamos recortar unas imágenes de unos libros que ella tenía, algo viejos, pero libros que sirven aún.
—Pasa, tan solo quítate los zapatos, mamá es una histérica de los microbios como tú.
Asiento y me los quito en la entrada. Sigo a Helen en silencio por su casa que aunque es grande, es bastante antigua como las de la época de la colonia.
Me detengo frente a una pared en la que hay unas fotografías antiguas, una mujer de trenza cruzada y un vestido largo sentada y un hombre detrás, de traje, tocando su hombro.
—Ah... veo que te interesó la fotografía de mis bis abuelos. Son muy elegantes, ¿No crees? Mi bis abuela Englantina era la costurera del pueblo en el que nació, y mi abuelo fue un soldado de la segunda guerra mundial.
— ¿Es cierto? —Pregunto intrigado.
—Sí, aunque es algo empalagosa la historia de su amor.
— ¿Por qué? —Pregunto sin apartar la mirada de la foto. La señora parece tener el semblante algo triste.
—Porque mi abuelo la embarcó en un buque en el cual se embarcaron varios alemanes que escaparon antes de la derrota... él se quedó allá pero la decidió salvar, mi papá cuenta que la abuela Englantina fue el gran amor de su vida, que un día se vieron y ya nunca más pudieron separarse, aunque la diferencia de clases los haya hecho verse en secreto. ¿Muy romántico, no?
—Demasiado —Respondo.
La historia de los bis abuelo de Helen me hace pensar que quizá no esté tan equivocado cuando imagino que Helen es mi chica, aun no lo sabe, pero cuando pueda y tenga edad le propondré casarnos.
—Hola pequeños —Dice la señora que trae una charola con galletas de chocolate a la mesa en la que estoy recortando con Helen— Así que tú eres el amiguito de Helen, mira que no deja de hablar de ti, yo soy Ernestina, la empleada de planta.
Observo de reojo a la mujer y no respondo, es una extraña... y yo no debería hablar con extraños...supongo.
—Les dejaré estas galletas y si necesitan algo, solo llamen.
—Gracias Ernestina —Dice Helen.
La mujer nos deja y Helen me observa con detención, logra que mi respiración sea desigual otra vez.
—Es solo la mujer que nos ayuda con las cosas de la casa Moisés, es divertida. Salúdala con confianza porque entonces te aseguro te va a querer mucho más que a mí.
— ¿Sí?
—Sí. Ella es como mi segunda mamá.
Las palabras de Helen resuenan en mi cabeza aun cuando ya es de noche y estoy sólo en mi cuarto. ¿Qué sería de mí si tuviese dos Padres? Podría darle uno a mamá para que esté feliz, y otro a Esaú para que no piense que soy un problema.
Diario Azul:
¿Es posible tener dos de cada uno? Porque si hubiese otro igual a mí en el mundo, debe de haber otra Helen con él, pero es extraño, yo no creo que alguien pueda quererla así como yo, Helen es divertida, me entiende y a veces hasta me toca el hombro y no siento la necesidad de correr... Ella dice que soy valiente y lo creo.
— ¡Cállate infeliz! —Escucho a mamá gritar en el primer piso y rápidamente guardo mi diario bajo la cama con nerviosismo.
— ¿Cómo? Me llamas infeliz a mí, toda la vida he estado a disposición de ustedes y el infeliz soy yo. ¡No me llames infeliz por tratar de ser feliz!
Me escondo tras uno de los barrotes de la escalera escuchando... es papá... ¿Habría vuelto al fin? Es algo tarde, pero eso no importa... nunca es tarde si se trata de mi papá.
—No puedo creerlo. —Escucho los sollozos de mamá— Abandonas a tu familia porque primero no tienes el valor de aceptar que tu hijo es un niño con un dificultad... ¡Una dificultad joder! No se la ha buscado... y luego, por si fuera poco, quieres presentarle a la balones por pecho. ¿¡Se te acabaron las neuronas!?
—No, no se me han acabado, tan sólo soy sensato y asumo que nuestra relación se acabó y que no podemos seguir estirando un chicle que se cortará mañana. Oye, escúchame mujer —Pide papá con calma— Yo no digo que no ame a mi hijo, lo amo, y no porque te deje voy a dejar de darle sus cosas. ¿Qué me crees? Ah... ya sé, verdad que para ti soy un infeliz.
¿Por qué mamá le llamaría infeliz? Papá es feliz, aunque a veces se enoja fácilmente...
—Estoy cansada del absurdo... —Murmura mamá con cansancio y suspira— No te creo nada, y tampoco voy a perdonarte lo que estás haciendo... abandonar a un niño porque no te da el ancho... que vergüenza.
— ¡Bah! Contigo no se puede tranzar mujer, siempre estás delegando culpas a quien habla con la verdad.
— ¡VETE, VETE, VETE! —Grita mamá y yo grito de dolor al sentir su voz alzada.
— ¡Aaah! ¡No, por favor no! —Grito.
Ambos me escuchan y yo me levanto del peldaño de la escalera con los ojos cerrados y a raíz de la sordera que me trajo su grito piso mal.
— ¡Moisés! ¡Dios no! —Grita mamá asustada.
— ¿¡Ves lo que provocas mujer!? —Grita papá asustado sosteniendo mi cuerpo.
Estoy adolorido, he caído por las escaleras. En el inicio del segundo piso, está Esaú viéndome con el ceño fruncido, niega y se va. ¿No me quiere ver?
Cierro los ojos... el dolor es fuerte... muy fuerte...
— ¿Moisés? ¿Me escuchas?
Escucho la voz de Helen a un lado y lentamente la vislumbro con la luz del sol que entra por la ventana de una habitación demasiado blanca.
—Te has dormido mucho tiempo, esa caída fue fea... como no te vi en el autobús hoy decidí ir a tu casa, y tu hermano me dijo que estarías acá... te he traído la tarea para que no te retrases... —Dice extendiéndome los cuadernos, uno de ellos tiene forro amarillo.
Cierro los ojos lanzándolo al final de la camilla de hospital.
—Moisés... es solo amarillo... no va a hacerte daño —Dice Helen tomando el cuaderno y abriéndolo— Además, este es mío, no te hará daño jamás.
Con temor volteo lentamente a ver el cuaderno que sostiene en sus manos, no sé cómo es que puedo estarlo mirando...
—Ten... tranquilo... —Dice ella acercándolo lentamente— Aquí está la tarea de matemáticas...
Con notorio nerviosismo voy acercando la mano hasta agarrarlo. Lo siento pesado, y mis manos sudan ahora que está conmigo.
— ¿Te ha lastimado el amarillo? —Pregunta Helen con una sonrisa.
—No... —Respondo yo extrañado.
—No le temas al color Moisés... eres el valiente guerrero de la estrella Helen.
—Gracias Helen —Murmuro viendo el cuaderno en mis manos sin poder creerlo.
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