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Cumpleaños


—Al fin llegas. —Me saluda con una sonrisa Esaú que carga a su recién nacido bebé. Mi sobrino Jacob.

—Sí —Sonrío a su saludo y luego a Laura que con un poco de dificultad se pone de pié.

—En un segundo bajo a servirte algo cuñado.

—No Laura —La detengo sin tocarla— Estás aun recuperándote.

— ¿Por qué tan tarde? —Indaga Esaú con una ceja alzada pero con una sonrisa de bobo que no se le ha quitado desde el nacimiento de Jacob. Se ve como un imbécil agradable.

—Pasé por un helado. —Respondo con la verdad sin entrar en detalles— Bajo a comer. —Anuncio antes de que se me noten los nervios. Helen sigue rondando mi cabeza, sigo pensando en sus manos, y varias cosas se cuelan otra vez en mis recuerdos.

—Te voy a interrumpir, pero es que estás tirando el café fuera de la taza. —Dice Esaú cuando aparece en el umbral de la cocina.

Rápidamente me incorporo y limpio el desastre que he estado causando sin percatarme. Es una vergüenza que a los cuarenta y un años siga de blando con estos temas, siga de payaso creyendo que el amor se vive así... Hay tantas cosas que han pasado en estos años que me han hecho olvidar lo que en realidad significa el amor...

—Puedes decirme lo que quieras Moisés. —Dice Esaú agarrando una taza para echarse café también— Sabes que si hay algo que te perturba podemos arreglarlo. ¿Se trata de esa chica Luisa? Te advertí que si seguía hostigándote en el trabajo me dijeras, no por nada soy amigo de tu jefe.

Agradezco enormemente la ayuda de Esaú con respecto a mi trabajo, fue él quien me consiguió este puesto para mí a través de uno de sus mejores amigos que hoy por hoy es jefe de zona de la empresa a la que presto servicios de reponedor.

—No, no es Luisa. —Respondo sentándome en el comedor.

Luisa, es una mujer que trabaja conmigo. Ella repone el área de la comida para animales, casi siempre nos topamos en los pasillos. No sé qué ha pasado por la cabeza de esa chica, no sé qué cree que soy, pero definitivamente cumplo con sus expectativas y se ha empeñado en que la tome en cuenta, no quiero mentir, y es que en alguna ocasión sí salí con ella para saber cómo era, pero nada más. No volví a salir con ella y parece que aquello le ha molestado mucho. Tanto, que ha comentado con casi todo el mercado que yo soy un mal hombre para otras cosas. En un principio no lo comprendía, pero luego me enteré de qué se trataba su chisme y me molesté mucho.

— ¿Entonces qué pudo haberte hecho poner tan nervioso otra vez? —Indaga curioso Esaú bebiendo de su taza.

—Ha vuelto Helen. —Suelto sin rodeos y mirando mi café. Quiero decir más pero la emoción interna me puede.

— ¿¡Helen!? Lo siento, lo olvidé —Dice al ver que cierro un ojo con pesar por su grito— Es que no me lo acabo, se supone que se había ido para no volver más. Su padre juró que no volverían. ¿Qué pudo pasar?

—No lo sé —Murmuro recordando el día en que todo ocurrió. El día oscuro, el día en que todo el cielo pareció bajar al infierno. Sacudo rápidamente la cabeza antes de sentir nostalgia.

—Mmmm... deberías preguntarle qué sucedió. La verdad es que está un poco turbio el tema de su aparición... ¿Cómo es que has aceptado un helado con ella? Porque imagino que lo tomaste con ella. —Concluye Esaú con su mirada acusadora.

Yo asiento algo nervioso.

—Piénsalo bien Moisés, no vaya a ser que te metas en problemas nuevamente.

—Lo pensaré. —Aseguro, aunque lo pensaré sólo porque sí iré tras de ella, no porque decida alejarme, eso jamás. No miento... pero tampoco le digo todo.

Me levanto con mi café y me despido de Esaú con un movimiento ligero y paso a mi habitación en la cual ya no están mis sobrinos ni mucho menos Laura.

Dejo el café a la mitad en la mesita de noche y me recuesto sobre la cama mirando al techo. ¿Cómo es que tantas cosas se acumularon en un solo encuentro? Mi corazón se agita pensando en Helen. Aun no quiero recordar el día oscuro, no. Quiero seguir pensando en todo lo que nos ocurrió antes, por mi vida que jamás nadie me ha hecho dejar de pensar en números para reemplazarlos por emociones desbordadas.

Hoy es mi cumpleaños número quince. Esaú, mi hermano que ahora ya tiene veintiún años, es padre de mi sobrino Miguel que tiene cuatro años y unos meses. En un principio tengo que admitir me ha costado acoplarme a la presencia de un ser chillón y revoltoso en casa, pero también es cierto que ha traído luz, desde que Miguel llegó a nuestras vidas las cosas han cambiado rotundamente para bien.

Esaú terminó la preparatoria y terminó la universidad mientras que Laura se postergó un tiempo, luego hemos comenzado nosotros a cuidar a Miguel en lo que ella va a la universidad y en lo que Esaú llega de su trabajo.

Mamá se regocija con Miguel y para mí eso está perfecto. Sin querer me da el tiempo y espacio que quiero tener para de una vez por todas tomar valor y darme lugar con Helen en la fiesta que hacen cada año a todos aquellos que pasan a la preparatoria. Quizá no salga bien y se esfumen todas mis posibilidades, pero me rehusó a pensar que solo yo sigo pensando en el beso de la nieve, que aun cuando fuera algo vago, se coronó como el mejor de mis recuerdos.

—Felicidades hijo —Dice mamá dejándome una cajita envuelta con un lindo lazo de periódico. Nuestra economía no era realmente buena, pero sí somos felices ¿Qué más se puede pedir?

Asiento y tomo la caja para abrirla con detención. La mirada del bebé Miguel ve mis acciones y como siempre me gusta ponerle nervioso, retraso mis movimientos y expresiones, hasta que finalmente tomo un sweater tejido al menos dos tallas más que la mía.

—Está perfecto. —Murmuro a mamá.

Ella asiente agradecida, sé que le ha demorado mucho hacerlo, la pude ver alguna vez en su habitación con sus manos temblando de tanto tejer.

Esaú se acerca y me entrega una nueva caja.

—Este es de parte de Laura, Miguel y yo. —Comenta con una sonrisa tímida.

Yo repito mis acciones para impresionar al bebé miguel. (Bebé de cuatro años que para mí sigue siendo de uno porque es muy alegre y revoltoso) Al abrirla descubro una pluma profesional de tinta negra con mi nombre inscrito en uno de sus costados.

—No es mucho Moisés, pero hemos pensando que quizá ahora que pasas a la preparatoria debas de tener algo que demuestre tu profesionalismo en las prácticas laborales.

Siento su disculpa entre líneas y yo niego.

—Me servirá mucho, gracias a ustedes —Digo realmente emocionado aunque me cuesta demostrarlo.

Aquellos dos regalos son definitivamente los mejores que pude haber recibido en mi día, no necesitaba de más.

—Ahora el pastel. —Dice mamá con una sonrisa a Laura. Quien rápidamente se pone de pié y se acerca a la puerta que no está muy lejos.

— ¿Pidieron pastel? —Pregunto extrañado, se supone que no había dinero para ello.

—No, no pedimos, pero se ha ofrecido a llegar por sí sólo. —Comenta Laura divertida al abrir la puerta y dejarme casi estupefacto al ver a Helen sosteniendo un pastel.

Miro hacia todos lados en busca de un escondite, o que posiblemente aparezca una nueva dimensión y me trague. No me lo acabo de creer ni aun cuando Helen pasa y deja el pastel sobre la mesa a vista y paciencia de Esaú que está tan sorprendido como yo.

— ¡Felicidades Moisés! —Grita Helen, pero yo ni lo siento de tan metido que estoy con la sorpresa —Espero que sea de tu agrado el merengue con manjar porque es la única torta que me enseñó a hacer mi mamá, y si no te gusta pues te la aguantas porque a caballo regalado no se le miran los dientes.

Me esfuerzo por comprender tanta charlatanería en una sola frase. ¡Es Helen! Presente aquí aunque no pueda creérmelo, es ocurrente, es dispersa... me pone nervioso, estoy que exploto aquí mismo.

—Anda Moisés, ¿No vas a decirle nada a tu amiguita? —Dice Esaú con una sonrisa de lo más sugerente que me hace sentir una tortuga al revés.

—Gracias H-helen. —Me limito a decir sin verla.

— ¿Sólo Gracias? —Pregunta mamá apenada— Creí que la sorpresa te gustaría hijo, pero parece que te han robado las expresiones.

—N-no, es...es que yo —Me levanto como quien tiene un resorte en la silla y subo escaleras arriba tan de prisa que ruedo al entrar en mi habitación.

No sé por qué Helen tuvo que verme en la faceta más absurda que tengo. Se supone que con ella hablo de todo, es mi amiga mi confidente, y en frente de mi familia no s eme ocurrió nada que decir.

Diario Azul:

¿Hasta cuándo dura la vergüenza? ¿Es una emoción duradera? Me encantaría poder preguntárselo a Helen, pero hoy descubrí que me da vergüenza ser el centro de atención de Helen y eso es un problema gravísimo que debo de arreglar antes de la noche de la fiesta, que también es la misma noche en la que su padre llega desde Alemania. Necesito superar esto, necesito que Dios piense en todo lo que ha creado para mí y me dé un empujoncito para no retroceder.

Intento calmarme una vez más usando los ejercicios de respiración de mis terapias pero no es suficiente. Me inhalo con el inhalador y el asma parece no desaparecer pero ni un poco, la tos se apodera de mí y comienzo a mirarme al espejo de mi habitación. ¿Es suficiente un chico como yo para la hija de un héroe de guerra que hoy es dueño de varios negocios en su país? ¿Soy suficiente para hacerla feliz? ¿Soy capaz de derribar los muros que tengo por Helen?

¿Es suficiente un chico sin Padre para las expectativas de un hombre tan grande como lo es el padre de Helen? Las dudas me

—Hola, ¿Moisés? ¿Puedo pasar? —Pregunta Helen asomándose.

—Ya estás aquí —Comento mirándola un momento desde el reflejo del espejo.

— ¿Qué sucedió? ¿Por qué no volviste a bajar?

Me volteo y camino hacia la puerta para cerrarla y tras hacerlo levanto la mirada con valor. Ella me ve extrañada bajo una sonrisa que se forma a raíz de la duda que le causa mi silencio bajo una sostenida mirada que por supuesto no haría en otros escenarios.

— ¿Te sucede algo malo, Moisés? —Indaga curiosa acercándose, y yo retrocedo.

Me siento un imbécil por retroceder como si fuese veneno. No debería haber retrocedido, pero el miedo me come.

—Oye... tranquilo. Si te ha molestado mi presencia yo puedo marcharme y ya mañana lo hablamos... —Comenta descolocada alejando sus manos de mí.

—No —Me limito a responder con el nudo en la garganta.

— ¿Cómo no? Si te has venido a encerrar desde que llegué...

—Sí, es cierto. —Digo frunciendo las cejas sin dejar de mantener la mirada en la de ella. Me está quemando. Mis puños se tensan.

—Sí, ya sabemos que es cierto. —Dice ella desanimada, la estoy perdiendo...— Bueno Moisés, sólo me queda pedirte disculpas de verdad... no sabía qué tanto te molestaría.

Mis labios forman una fina línea a raíz de los nervios que me provocan sus ojos perfectos, mis ojos.

—No me mires así —Le pido con nerviosismo.

— ¿Por qué? —Ella alza ambas cejas aún más extrañada que antes.

Tomo aire y resoplo antes de decir:

—Porque cuando me miras así, tus ojos tienen el poder de cambiar el mundo, mi mundo.

— Pero ¿Qu...

Interrumpí su frase al dar el paso hacia adelante y cerrar los ojos al sostener su rostro en mis manos que se están quemando y mis labios que sienten el bálsamo que se ha puesto en los suyos. Helen se tensa y tan pronto lo hace deja caer el peso de su cuerpo en mis manos que la sostienen desde su cara, mueve sus labios lo suficiente y lo agradezco, porque no sé hacer esto, pero justo ahora lo estoy obviando con el poder de alguien más.

Nos separamos, doy dos pasos hacia atrás y la veo anonadado por lo que acabamos de hacer.

Ella me ve de la misma forma y sujeta su pecho que sube y baja con nerviosismo.

—Me tengo que ir. —Anuncia rápidamente pasando a mi lado y dejándome sólo en la estancia.

No reacciono a que Helen se ha ido sino hasta después de oír la puerta de abajo cerrarse.

No tengo palabras para explicar nada, pero extrañamente sonrío y bailoteo al bajar las escaleras. Todo el mundo me ve, pero ciertamente ahora mi felicidad se extiende mucho más allá del triángulo de las bermudas. 

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