Acechando
Este día sabe algo diferente, el cielo está despejado y las cosas parecen ir más lentas que de costumbre. La anciana que viene todas las mañanas a comprar al mercado me saluda y yo le entrego su bolsita con cosas para asear su casa. Justo hoy que quiero que el tiempo corra para ir a ver a Helen, el reloj se esfuerza en cantar su "tic-toc" en un concierto de al menos seis horas restantes antes de salir de aquí.
—Hooola Moisés —Dice Luisa apareciendo con un carrito cargado de comida para gatos.
—Hola Luisa —Respondo sin verla, no puedo ser un maleducado después de todo.
—El jefe manda a decir que hoy nos quedamos a hacer horas extras. Yo traje café desde casa por si quieres.
¿Horas extras? No. Hoy no puede ser que me pongan horas extras. Quiero ir con Helen.
—No puedo quedarme. —Digo mirando fijamente los aerosoles de ambiente.
—No es algo que decidamos Moisés, el jefe manda galán. —Comenta Luisa pasando a un lado de mi mirando sobre mi hombro mis manos temblar al tomar los aerosoles— Cálmate... recuerda que no debes alterarte.
Arqueo ambas cejas al oírla, esta mujer me irrita.
—Moisés...
— ¿Qué? —Pregunto volteándome pero sin verla a ella, sino tras de ella, donde está el jefe escuchando nuestra conversación atentamente.
—Solo cumplo con comunicártelo... no te enojes conmigo.
Mi cara se descompone un poco al notar la expresión del jefe que me llama a la oficina con un simple gesto. ¿Lo habría planeado todo esta mujer? Su sonrisa me hace enfadarme más de lo que debiera, más de lo que tengo permitido.
Me quedo delante del escritorio del jefe, quien se sienta a ordenar unos archivadores mientras habla.
—Quiero saber qué pasó allí afuera Moisés.
—No es nada... —Respondo molesto mirando mis zapatillas de trabajo.
—Tu hermano me ha llamado. Dijo que hoy tenías tiempo libre, que por eso sí podía asignarte el horario de las horas extras, me comento que tú querías ahorrar y es justo lo que trato de hacer. Tú me ayudas reponiendo fuera de las horas de trabajo y yo te pago extra. ¿Qué hay de malo con aquello?
—Esaú no debería llamarlo a usted. —Me quejo a un más molesto tirando levemente de mi camiseta— Tengo cosas que hacer hoy. No puedo quedarme.
—Sí, en eso tienes razón. Él no debería... pero... —El jefe hace una pausa mirándome con algo de pena, esa pena con la que me observaron toda mi infancia— Desde que tu virtuosa madre falleció, es Esaú el que se hace cargo de ti... ¿Comprendes? No es que yo desmerezca tu trabajo, lo que ganas, nada de eso. Eres el mejor trabajador que tengo, pero me veo obligado a llamarlo cada vez que se trata de ti, no puedo pasarlo por alto... dada tú... condición...
Aquello me hace sentir extraño. Nuevamente es como si retrocediera en el tiempo.
—No tengo ninguna condición, no. —Respondo aun sin verlo— No me hable de mi madre.
—Está bien Moisés. —Termina sentenciando— Si hoy no puedes quedarte, no te quedas. Pero esta oportunidad no se presenta dos veces. Ve a trabajar.
Me despido con un movimiento leve de cabeza y me volteo para irme. Tras cerrar la puerta, escucho al jefe hablar al levantar el teléfono fijo. Sé que está mal escuchar tras las puertas...
"Lo siento Esaú. No pude retenerlo. Pero no deberías preocuparte por algo que no ha ocurrido, calma. Moisés no se atreverá a retroceder después de aquello. Tú tranquilo, lo tendré vigilado por lo menos aquí en el trabajo."
Sus palabras me hacen sentir rabia y bastante pena. Mi propio hermano se vuelve contra mí... sé que tiene porqué pensar así pero no puede culpar a Helen de nada, Helen no es una criminal... Helen es incapaz de hacerle mal a cualquier ser vivo...
He perdido la cuenta del tiempo que ha pasado después de que volví a casa y me tiré en el sofá a rasgarlo y llorar. Laura me descubrió, intento tocarme pero le advertí que no me tocara o lanzaría todo por el aire.
La puerta de casa se abre de golpe, es Esaú que la ha pateado. Mamá lo detiene y lo abofetea con tanta fuerza que lo hace caer. Laura corre en su auxilio y al notar que otra vez la historia se ha repetido lanza una maldición al aire.
— ¡Jamás vuelvas a robarme Esaú! ¡Es la última vez que te lo permito! ¿¡Qué demonios tienes en vez de cerebro!? ¡Tienes un hijo por el cual vivir!
Mis manos van directo a mis oídos y me lanzo al suelo con tanta pena que no logro enterarme de todo lo que mamá le sigue gritando a Esaú.
Veo a mi lado a mamá que intenta entender qué ha pasado, porqué tengo mi rostro rasguñado o por qué no dejo de gritar. No soy consciente de nada.
A través de mis ojos puedo percibir la luz, el calor... se filtra por la ventana y llega hasta mí. La mano de mi madre se posa en mi frente y rápidamente pide el termómetro a Laura.
—No te preocupes Moisés, ya estarás mejor. Hijo, ¿Qué sucedió? ¿Por qué ahora te dio fiebre? Ay mi Dios... espero que no sea nada grave.
Con evidente cansancio me incorporo y un pañuelo tibio cae desde mi pecho. Me levanto y mamá me dice que vuelva a la cama pero no lo hago, me veo en el espejo con el traje que debiera haber bailado con Helen ayer, que día tan feliz se ha mitigado debajo de una amenaza que no puedo olvidar.
—Moisés... Hijo... —Mamá se levanta preocupada e intenta tocarme. Me volteo y la detengo.
—Déjenme sólo. Quiero estar sólo.
Mamá asiente, sabe que no es un juego la soledad que le pido, sabe que algo terrible debió de ocurrir y tan pronto logre encontrar una solución abriré la puerta. Pero antes de eso no ocurrirá nada con mi persona, no quiero tener que lidiar con las preguntas de otros si no he respondido las mías.
Observo la ventana un momento. Si caigo por ahí estaré por lo menos un mes enyesado, pero si no caigo, tendré la oportunidad de ver a Helen para decirle de todos modos lo que pienso, al menos eso no será una amenaza, sino más bien una puerta que podríamos abrir.
Até cada nudo que pude hacer en mi habitación en una larga cuerda de sábanas y mantas que me llevarán a la salida. Estoy perturbado, eclipsado, conozco esta sensación y no deseo tenerla más.
Corro sin pensar hasta la casa de Helen, la rodeo con cuidado de no ser visto por aquel hombre. Cuando llego hasta la habitación de Helen le lanzo una piedrecilla con la esperanza de que abra la ventana. Pero no lo hace, nadie responde.
Me he quedado aquí hasta que oscureció y las farolas me han alumbrado, nadie ha salido, pero las luces en su casa se han encendido, excepto la de su habitación. ¿Dónde está Helen?
Decido irme cuando el frío comienza a sentirse sobre los rasguños en mi rostro, hoy no lo conseguiré...
Mis pasos me llevan por la ciudad nocturna, obviando cada ruido a mí alrededor, intento hacerlo al menos. Alzo la mirada y la fijo en aquel campanario que se escucha todas las mañanas y asumo que aquel lugar será el único que me proporcionará silencio.
La iglesia está casi vacía, de no ser por aquellas personas que vienen a dormirse a los asientos de la misa cada noche, supongo que no quieren ser ayudados, aunque aún no lo saben. Una de las bancas que encuentro para mí sólo me siento y observo los cristales detrás de la estatua de Jesús que está en el centro. ¿Cuántas veces mi vida se ha comportado así? Primer rojo, luego azul, para terminar en Rosa y volver a teñirse de rojo.
Los pasos de alguien me alertan y al levantar la mirada compruebo que se trata de un Sacerdote. Me está observando con curiosidad, y claro, no ha tardado en acercarse, tal parece que nunca jamás volveré a estar sólo.
—Hola, ¿Te encuentras bien? Te han golpeado feo. —Dice el Sacerdote— ¿Cuál es tu nombre? Yo soy el Sacerdote Macedonio.
No le contesto, no quiero verle la cara a un Sacerdote en este momento. Tan solo quería soledad.
—Claro que eso no fue una pelea —Se refiere a mis rasguños— Las voces del pueblo se escuchan más de lo que quisiera. —Comenta— Sé quién eres, y también sé por qué estás aquí.
Extrañado miro hacia otro lugar. No deseo responder nada.
—Escucha chico, yo no tengo muchos años... y no por gracia soy Sacerdote. Sólo te aconsejaré algo.
De reojo le miro un segundo, y el a mí.
—No importa quién tiene la razón, si tú o el señor Hirchlling. No quieras convertirte en héroe, mejor sé un hombre, mantente vivo y haz lo que puedas para no hacer infeliz a la persona que quieres. Recuerda que, esto no se trata de demostrarle nada a nadie. No es un juego, es tu vida. No tienes nada que pensar, debes largarte ahora que puedes, si Dios quisiera unirlos lo hará, en el tiempo perfecto. Si te digo esto... es porque puedo prever que te patearán de verdad. La familia Hirchlling tiene poder, influencia, y sobre todo un legado importante, incluso si te matan dirán que es justo. Te repito, No quieras generar dolor a los que más te aman...
Me levanto de la banca y le ofrezco mi mano al Sacerdote. No lo veo pero le hago una pequeña reverencia antes de marcharme.
Sí, aquel Sacerdote tiene razón. No quiero lastimar a Helen a través de mi egoísmo. Me va a hacer mucha falta, pero quizá deba comenzar a pensarlo dos veces, no puedo generarle tristezas a mamá.
Y cuando el día lunes llegue... tendré que armarme de valor para poder volver a ver a los ojos a Helen y decirle lo que salga en ese entonces... tendré que dejar de planear, de pensar.
Cuando al fin llega la hora de salida no pierdo un segundo y me marcho tras apilar la última caja. No quiero cometer los errores del pasado, me equivoqué con Helen al despedirnos una vez, ¿Cómo se supone que dejé ir lo que más me hacía feliz? No debió de ser así.
Tomo el autobús que me lleva a la carretera de salida de la provincia, es extraño, pero así dice la dirección que Helen anotó. El viejo autobús que pasa por allí se detuvo frente a una cafetería en la nada, soy el último pasajero. El chofer se voltea a verme mientras mastica su chicle.
—Es el final del recorrido hombre. Bájate.
Extrañado veo a la cafetería con aspecto retro que está en la nada, estoy dudando que esta sea la dirección, pero finalmente me bajo y veo como se aleja el autobús. Cuando incluso en medio de la nada se sienten los nervios a flor de piel, es cuando entiendo que estoy en el lugar correcto.
Entro a la cafetería y comienzo a analizar, apenas hay dos a tres clientes en la barra de taburetes. Encuentro la mirada de Helen ya clavada en mí desde la caja de cambio y sonrío levemente apartando la mirada. Paso de saludarla, me siento como un cliente más en una de las mesas que están junto a la ventana, y desde allí me pongo a "leer" el menú mientras por encima de él le lanzo miradas que ella responde con sonrisas tímidas. La estoy acechando y no me interesa, en esto solo somos ella y yo.
Helen no es una criminal, y por supuesto, estoy dispuesto a convertirme en lo que no soy para protegernos esta vez.
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