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Capítulo 1: Como casi todos los días

Por lo general despierto entre las 7 y las 8, el horario perfecto para un típico estudiante que no soy.

Esa es justamente la hora en la que caen más fácil, la hora punta merodea las 8 y 9 y mis dedos y ojos agudizaban sus sentidos.

Primera víctima del día, una chica tumblr, algo molesta y con un café ¿descafeinado? en la mano.

Vaya muchacha.

El celular se asomaba por su chaleco. Perfecto.

Me dirigí hacia ella cautelosamente pero a paso seguro, había que aparentar.

Básicamente yo no soy un típico ladrón maltrecho y con mala pinta, recuerden, no tengo alternativa, pero no por eso andaré como un cualquiera por ahí paseándome por las plazas asustando a niños pequeños, poniendo mustias las caras de las señoras, y viendo como blanden el palo los policías.

Ya estaba sólo a unos metros de la jovencita, unos pasos más y lo conseguía.

Listo.

Esta es la parte que más odio de ser ladrón, ver la expresión de desconcierto e impotencia que se apodera de las personas. Creo que si a mí me hicieran eso, pondría más o menos un rostro similar.

¿Les mencioné que estaba en el metro?
No, creo que no, las puertas estaban a punto de cerrarse, yo, celular en mano, y ella, mirándome contrariada. Apenas me zafé del metro y me quedé allí observándola un momento, estaba ¿llorando?

El vagón se marchó a gran velocidad con la chica de ojos llorosos.
No recuerdo cuánto me quedé allí de pie, pero no fue tanto porque la gente se agolpaba a mi alrededor, y no precisamente por ser un ladrón, sé que eso no les importa, viven tan enfrascados en sí mismos. Son un asco.

Pero como les contaba, retrocedí y subí a la plaza.

Aún no olvido su rostro.

Iba caminando buscando una nueva víctima quizá, o un puesto de comida, me rugían las tripas.
No era la primera vez que hacía esto, robar, pero por alguna razón se sintió diferente.
Con una sopaipilla, me senté en una banca, aún con el celular en la mano, que por un momento había olvidado.

Decidí verlo, no me gustaba inmiscuirme en asuntos ajenos, pero que más da, no la vería de nuevo, no me vería de nuevo, es una contradictoria gracia de vivir robando por acá, la gente iba y venía, pero casi nunca se quedaba. Muy pocas personas me conocen y lo prefiero así.

También creo que olvidé contarles que me alquilé un departamento simplón, pero con eso basta, me marché de mi "hogar", más bien de mi cárcel, apenas cumplí la mayoría de edad, y pues fue lo mejor que encontré.
Dos habitaciones y un living-comedor lo suficientemente grande para un ratón. Sí, creo que así captan la idea.

Aún estaba sentado en la banca, el frío comenzaba a sentirse y disponía a levantarme, cuando el teléfono comenzó a sonar, lo tomé rápido, pero no contesté. No podía responder normal y  preguntarle de su vida, o si quería el celular de vuelta porque se lo había tomado prestado.

No, señoras y señores, no pienso devolverlo ¿por qué lo haría?

Seré muchas cosas, pero honrado no es una de ellas, si no, no sería ladrón.

El celular seguía sonando en mis manos y yo lo contemplaba aburrido.

No lograría nada llamando a su celular, ya era tarde, ella debía de haberlo cuidado mejor, ¿Cierto?

Era de ella la culpa. Sí eso.

Era un idiota en ese entonces, culpando a los demás para sentirme bien con mi asquerosa vida. Supongo que a veces todos somos así.

Pero yo era así siempre, lo sabía claramente, y lo odiaba. Me odiaba por lo que era, por lo que no me atrevía a ser, por no buscar salir de ese estúpido lugar en el que me encontraba.
Estaba sólo en el mundo, eso creía, sólo y sin lugar al que volver.

En especial ese día en que sonó el celular y yo lo ignoré, en ese día me sentí más basura que nunca.

Volveré a mi relato.

El celular por suerte se calló, lo apagué y me marché a mi departamento. Ese día, por lo menos, no seguiría robando.

Volví algo abatido a mi hogar dulce hogar, el conserje ni se inmutó, seguí caminando y la señora que hacía el aseo me saludó afablemente. En un acto de caballerosidad, cualidad de la que me enorgullecía, incliné mi rostro y le regalé una corta sonrisa.

Apreté el botón 5 del ascensor y me preparé, tengo claustrofobia y los ascensores son mi mayor enemigo. Por lo general subo las escaleras para ahorrarme un ataque de pánico, pero otros días me armaba de valor y subía por esa detestable máquina.

1, 2, 3, el ascensor se detuvo. Era una muchacha y su pequeño, hice un gruñido apenas perceptible y el ascensor reanudó su marcha. El corazón me palpitaba en el cuello y las gotas de sudor helado retomaban su camino. Ninguno de los dos me observaban, por suerte, y el ascensor ya llegaba a su destino.

Disfrazando mi extremada angustia, salí presuroso del ascensor, cuando escuché una voz femenina, probablemente de la muchacha.

-¿Sí?- respondí sin voltear

-Joven, se le cayó esto- dijo ella. Era el celular, con el pánico se me había caído al salir sin darme cuenta.

Le agradecí internamente y lo tomé sin más demora.

No dije ni una palabra más y me marché a mi departamento.
Claramente, y como pudieron notar, soy hombre de pocas palabras, espero no haberle amargado el día a la chica al no responderle nada, pero ya que.

Quizá algún día le haría un favor al mundo, y sería un ciudadano estúpido pero feliz, y daría las gracias, les abriría las puertas a las ancianas, regalaría sonrisas y cosas así.

Pero por ahora, estaba encadenado a la rutina.

Como casi todos los días.

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