013: date
Jungkook me sorprendió y se adelantó para comprar dos brazaletes dorados hace dos días. Ahora podemos subirnos a cualquier atracción y tendremos un descuento en varios puestos de comida. Podría ser esta la cita perfecta.
El frío logra inmiscuirse bajo nuestros abrigos y tomo su mano mientras hacemos la fila en un puesto de algodones de azúcar. Son enormes y a Jungkook le saltaron los ojos en cuanto los vio. Ha pasado mucho tiempo desde que comí alguno.
—¿Deberíamos ir al barco pirata? —propone con excitación, sus brillando bajo las luces neones cerca de la rueda de la fortuna—. Nunca soportaste ese juego, pero ya creciste.
—¿Esa es tu mejor excusa?
—¿Aún te causa pánico?
—Ya ni me acuerdo como es —miento.
Hace muchos años subimos juntos. No pude dejar de gritar y llorar mientras Jungkook apretaba mi mano y se reía más de mí que del juego en sí. El barco se movía de un lado a otro, cada vez más alto y fuerte. En un momento estabas en medio, y en el otro, estabas en el extremo, como si fueras la punta de un iceberg. Bueno, si reflexiono bien, podría tener una idea diferente ahora.
—Bien, vayamos primero ahí.
—Y luego a los carritos chocones.
—No sabes manejar —arruga el entrecejo y suelto una risotada—. En dos ocasiones no pudiste controlarlo. Te quedabas por ahí esperando que te empujaran porque era la única forma de moverte.
—Pues ya aprenderé.
—Y si no, me siento contigo.
Asiente con desdén y nos acercamos al vendedor. Como los algodones son gigantes, optamos por comprar uno para los dos. Una mezcla de azul y rosa pálido que no quieres comer por lo lindo que se ve, pero que, aun así, terminas devorando por su olor.
El sitio está atestado de toda clase de personas y nos movemos con dificultad. Las filas son exageradamente largas y, sin embargo, las hacemos todas, por el tiempo que haga falta. Al final, el barco se me ha antojado aburrido y no puedo evitar avergonzarme del lío que armaba cuando era más pequeño.
El siguiente son los carritos chocones, que esperamos por media hora. Jungkook se sube a un auto rojo y yo aun azul, cerca de él. Intento explicarle como funciona, pero él sencillamente no es capaz de ponerlo en marcha. El único recurso que tengo es empujarlo y verlo ataviado entre otros autos. Al menos, hasta que hace algunos movimientos.
—¡Sí, así! —exclamo alegre.
Un auto amarillo me embiste por detrás y yo a otro simultáneamente. Cada choque hace que mi cerebro duela. Los tiempos no son superiores a ocho minutos por lo que terminamos demasiado pronto.
Hacemos una pausa y vamos por topokki.
—Todos estaban mirándome. Es que te juro que, si moví ese auto, fue por pura coincidencia, nada más —dice, con el rostro enrojecido.
—Lo hiciste bien.
Abulta los labios y me inclino, deteniéndome en el acto. Besarlo en un lugar tan público me inquieta un poco. Miro alrededor y, no muy lejos de donde estamos, veo un juego llamativo, tal vez, un poco extremo. Al parecer una persona se mete a una pequeña cabina con agua y el otro dispara. Si no acierta, cae.
—Jungkook, vamos allá —le propongo, señalando. Él se pone en puntillas y sigue mi dedo—. Hagámoslo.
—¿Estás loco? No tengo puntería. Además, hace mucho frío como para mojarnos.
—¿Quién dice que te dejaré caer?
—¿Quieres que yo me meta ahí? —reclama con voz chillona.
—Vamos. No pasa nada si nos mojamos un poco.
—Pero yo no quiero mojarme.
—Te prestaré mi ropa. Por favoooor.
—¿Y vas a andar desnudo por aquí? —pregunta con recelo.
—Vamos, vamos. No te pediré nada más.
Pone los ojos en blanco y resopla con fuerza. Sonrío y lo llevo a rastras al lugar. Hay dos parejas delante de nosotros, la primera no pierde en ningún caso, y en la segunda, es el chico quien cae después de que su novia fallara. En nuestro turno, le pido su abrigo, solamente por si llego a fallar.
Jungkook se mete a la cabina y lo observo mover fervientemente sus labios casi en una súplica, cierra los ojos y empuña las manos sobre su regazo. El hombre me da una escopeta de juguete y me preparo para darle a la diana. Tomo aire y cuento hasta tres.
Uno.
Dos.
Tres.
En el momento en que disparo, Jungkook se estremece, pero no cae. He apuntado bien. Suelto el aire retenido y sonrío mientras él vuelve a mi lado. El hombre toma mi arma y lo recarga para dárselo a Jungkook. Le devuelvo su abrigo y agrego el mío.
—Te aseguro que vas a caer —advierte sin malicia.
—Asumo la responsabilidad.
—Podrías enfermarte.
—Asumo la responsabilidad —asiento por segunda vez y él gruñe.
Me meto a la cabina transparente, sentándome sobre un escalón inestable. Jungkook se prepara para disparar y tomo aire, bastante realmente. Cierro la boca con fuerza por si llego a caer e intento mantener la calma.
Jungkook retrocede un paso y, en ese corto intervalo, en el que está a punto de disparar, un tipo sale corriendo desde un costado y desvía el tiro. Lo único que sé es que el frío del agua tensa mis huesos y me hace reaccionar rápido. Algunos siguen gritándole al tipo por haber estropeado el tiro, mientras yo tiemblo y mastico el aire. El dueño del puesto me ayuda a salir y Jungkook se apresura a mi encuentro.
—¿Estás bien? Te juro que no lo vi venir —dice preocupado.
—Parece que predices el futuro —suelto con una sonrisa que me atiesa el rostro.
Inesperadamente, Jungkook pasa sus pulgares por mis párpados, obligándolos a cerrarlos unos segundos, desciende por mis mejillas y baja por mi cuello, como si quisiera escurrirme el agua de la cara. Me despeina el cabello húmedo y pone mi abrigo sobre mis hombros.
—Vayamos por algo caliente —ordena, tirando de mi mano. La forma en como se comporta es tan natural que el frío de adentro pronto se entibia.
Entramos a un establecimiento de madera, donde sirven chocolate caliente con malvaviscos. Una pareja nos permite hacernos cerca de la chimenea y me derrito en cuanto entro en contacto con el calor. Me encojo y tiemblo un poco más. Por encima de la mesa, un sonido llama mi atención y, al mirar, me doy cuenta de que Jungkook ha sacado dos diademas: una de rana con ojos saltarines y otra de tiernas orejas de oso.
—Me los dio el señor. Elige uno.
Con los dedos trémulos y arrugados, me quedo con la diadema de rana, que por cierto tiene unos ojos saltones muy graciosos. Jungkook se pone la diadema con orejas de oso y lo observo por un rato. Se ve increíblemente tierno.
—¿Me lo tengo que poner yo solo? —reclama, quitándome la diadema de las manos para después ponerla sobre mi cabeza en un movimiento brusco, burlón—. Pareces un extraterrestre.
El chocolate calma el alma y mi cuerpo. Nos quedamos lo suficiente para pasar de estar empapado, a húmedo y pesado.
La siguiente zona es la rueda de chicago. La fila es más larga que las anteriores, pero vale la pena. Encerrados en un cubículo para nosotros dos, nos quedamos en la cúspide. Las luces de la ciudad resplandecen a nuestro alrededor, el aire me sabe a libertad y el sentimiento a dulzura.
Jungkook mira el paisaje con un anhelo que no puedo explicar, tanto, que me veo en la necesidad de tomarle el mentón y obligarlo a verme.
—No dejes que otros tenga esto de ti —le digo, sin ser consciente de lo posesivo que eso ha sonado. Él parece confundido, sin saber a qué me refiero. Y, a pesar de eso, me mira de la misma forma en que anhelaba el paisaje—. No mires así a nadie más, Jungkook.
—¿Mirar cómo? —curiosea, casi coqueteándome.
Observo sus ojos dulces, su nariz tensa y sus labios entreabiertos del que aún se escapa el sabor del chocolate caliente, para luego besarlo sin inquietarme. Sus manos pulsan sobre mi abrigo y no puedo evitar deshacerme en sus besos y su calor; este calor que es mejor que el de la chimenea. Y es que, incluso cuando nos separamos, él vuelve a mí, tomándome con sorpresa, amándome con locura, dejándome sin aliento.
La noche aún no termina y esto parece más el prólogo que el final de nuestra historia.
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