ii. after all this time
capítulo dos !
after all this time
El príncipe Orys, sumido en sus pensamientos, sostenía con delicadeza una copa de vino, dejando que la suave brisa golpeara su rostro. Sus brazos descansaban sobre la fría piedra de la terraza. Los ojos lilas miraban fijamente el vasto mar, las olas se abalanzaban con fuerza contra la costa para arrastrar consigo todo a su paso.
Su mente, una vez más, se perdía en un torbellino incesante, un laberinto de pensamientos que no le concedía descanso. Las imágenes de lo sucedido hace tan solo horas aún flotaban en su memoria, como si no pudiera creer lo que sus ojos habían visto.
Rhaenyra Targaryen había sido una criatura hermosa desde su primer aliento. No por nada fue nombrada La Delicia del Reino por el común. Incluso ahora, tras tantos años y dos alumbramientos, según sabía Orys, continuaba siendo la mujer más hermosa de los Siete Reinos.
Aunque el príncipe no pudo evitar notar el cabello rizado y castaño del pequeño Lucerys, que le daba un aire adorable de todas formas. Mientras más le daba vueltas al tema, menos podía dejar de cuestionarse cosas obvias.
El color de su cabello le parecía absurdo, especialmente considerando que sus padres tenían la belleza de la antigua Valyria. Sin embargo, Orys preferiría mil veces enfrentar una muerte de traidor antes que pronunciar en voz alta lo razonable. Aun así, sus pensamientos eran difíciles de callar.
Los rumores, al igual que lo que corría en la mente del príncipe, sobre la verdadera paternidad de los hijos de Rhaenyra Targaryen, habían sido difíciles de callar. Por supuesto, Orys había oído de ellos desde el momento en que nació el primogénito de la heredera.
Todo mundo murmuraba sobre el color de cabello y ojos del bebé.
Quizá todo era cuestión de mala suerte. Tal vez la naturaleza había decidido jugarles una mala pasada, eso era posible. Después de todo, Laenor Velaryon tenía algo de sangre Baratheon por parte de su madre.
Aun así, la verdad se hizo evidente para todos cuando un segundo vástago del matrimonio de la princesa heredera llegó a la Fortaleza Roja. Lucerys, con cabello rizado, compartía las mismas características físicas que su hermano Jacaerys, dejando poco espacio para las dudas.
Apretó los labios en una fina línea, esforzándose por ahuyentar la cantidad de pensamientos que podían surgir en su mente en cuestión de un segundo. Con un último sorbo, vació su copa y luego volvió la vista hacia las personas que lo rodeaban.
Aun así, los dragones que sobrevolaban los cielos de Marca Deriva llamaron más su atención. Nunca antes había visto a tantos dragones juntos en un mismo lugar. Era un espectáculo de alas extendidas y el rugido distinto de cada uno de ellos. Se sintió pequeño por un segundo.
No tardó mucho en chocar con alguien, distraído por las criaturas del cielo en lugar de prestar atención a sus propios pasos.
―Mis disculpas, lo lamento...
Sus palabras se detuvieron abruptamente cuando, tras un breve instante de contemplación, finalmente reconoció a la mujer que tenía frente a él.
―¿Alicent?
La mujer de rizos rojos se mantenía con una postura erguida, sus manos entrelazadas sobre su vientre, proyectando una calma que contrastaba con la intensidad de su mirada. Esa expresión tan seria, casi de disgusto, tenía el poder de ahuyentar a cualquier que se acercara con buenas intenciones.
―Reina Alicent Hightower. ―Fue corregido.
Orys había notado al caballero de la Guardia Real, siempre cercano a la reina verde como si fuera su sombra, pero había decidido ignorarlo. Sin embargo, su intento de pretender que Cole no existía, fue en vano cuando éste abrió la boca para recordarle el título de la mujer que él conocía desde que era una simple dama.
El príncipe apenas pudo contener las ganas de rodar los ojos al oír la voz del caballero. Siempre le había parecido extraño, y nunca le transmitió la confianza necesaria para ser la espada juramentada de su Rhaenyra.
―Príncipe Orys. ―Alicent extendió su mano hacia el de cabellos castaños.
Desde la lejanía, oculta entre la multitud, Rhaenyra Targaryen observó con ojos fríos que ardían al ver cómo Orys dejaba un casto beso en la mano de la reina verde.
―Es un placer volver a encontrarnos, aunque las circunstancias no sean las adecuadas.
―Digo lo mismo, su alteza. ―El título salió de sus labios con dificultad, tras tantos años aún le costaba imaginar a Alicent casada con el rey.
Después de todo, Rhaenyra, Alicent y Orys habían sido cercanos desde la niñez, de una manera u otra. Sin embargo, recordaba que sus últimos encuentros con la que pronto sería reina no habían sido los más agradables ni memorables. Momentos teñidos en tensiones y malentendidos.
Orys lo sabía, siempre lo supo. Alicent había estado enamorada de él desde que eran unos niños en la corte de Desembarco del Rey. Sin embargo, nunca hizo nada al respecto, pues los ojos del príncipe siempre estuvieron fijos en la mejor amiga de la joven Hightower: Rhaenyra. Ese amor no correspondido solo había dejado una huella en la reina.
―Escuché que tus hijos, los príncipes, están aquí con sus dragones. Me gustaría mucho ver a Aegon otra vez...
Había tenido la oportunidad de conocer al primogénito de Alicent Hightower en una de las últimas veces que visitó Desembarco del Rey, tan solo era un niño con mejillas gordas que calmaba sus llantos en los brazos de su madre.
Se dice que la fina línea en que se mantenían los labios de la reina Alicent, casi siempre seria, comenzó a ceder lentamente. Sus comisuras se elevaron con suavidad, formando una sonrisa casi imperceptible que, aunque sutil, iluminó sus ojos con un destello de calidez.
Aunque fue algo que duró solo segundos, pues la emergente conversación pronto se vio interrumpida.
―Su alteza, siento interrumpirla. ―Una de las damas de Alicent se acercó a ella para susurrar en su oído. ―El príncipe Aegon ha sido escoltado a sus aposentos, La Mano lo encontró pasado de copas.
En medio del misterio y los secretos, Orys aguardaba con una ceja elevada y los brazos cruzados, impaciente. Había logrado escuchar algo de lo que esa sirvienta le comunicaba a la reina, pero decidió guardar silencio al respecto.
Cuando la criada se retiró, Alicent retornó su mirada a Orys. Nuevamente con una seriedad perfecta.
―En la mañana puedes tomar el desayuno con los príncipes y conmigo. Por ahora, lamento decir que debo retirarme, mi príncipe.
Orys accedió con un asentimiento de cabeza.
De repente, una mano en su hombro lo hizo dar un brinco de sorpresa. Al voltear, se encontró con la encantadora presencia de Daemon Targaryen a sus espaldas. Los ojos de ambos príncipes se iluminaron al verse. La familiaridad entre ambos era palpable.
Alicent se había quedado allí, esperando al menos una reverencia de parte de Orys. Sin embargo, su expectativa se evaporó cuando no recibió el gesto que esperaba. Sin otra opción, se retiró junto a su espada juramentada, sintiendo una mezcla de tristeza y desdén.
―Buenas noches, Ser Crispin.
Daemon saludó con la mano al caballero, mientras Orys soltó una risa y negó con la cabeza. Divertido por la situación. Pronto, los príncipes se encontraron a solas, envueltos en un breve silencio.
El príncipe de cabellos castaños elevó su mano, invitando al de cabellos platinados a tomarla y estrecharlas. Era una forma silenciosa de ofrecerle sus condolencias por la muerte de lady Laena, ninguno de los dos era muy buenos con las palabras aunque éstas no fueran necesarias.
―¿De rodillas ante el coño verde, príncipe Orys? ―canturreó Daemon negando con la cabeza actuando decepcionado.
Orys abrió la boca y la cerró nuevamente, sorprendido por la elección de palabras de su primo, aunque no fueran inusuales. Con un gesto de resignación, se cruzó de brazos y lo observó, esbozando una sonrisa de labios cerrados con diversión y complicidad.
―Siempre llegando a tiempo para salvar el día, pobre de mí. ―Daemon continúa mirándolo con fingida acusación.
―¿De qué hablas? Solo intentaba ponerme al corriente con la familia.
―La zorra Hightower y sus niños verdes jamás serán familia, recuerda eso. ―La expresión del Príncipe Canalla de repente cambia a una más seria y así de rápido vuelve a cambiar por un tono más juguetón. ―Conozco a una persona que no se ve muy feliz con estas interacciones tuyas.
Orys frunció el ceño. ―¿Qué?
Aunque luego se queda pensando en el primer comentario que Daemon ha hecho.
"La zorra Hightower y sus niños verdes jamás serán familia, recuerda eso"
Y vaya que lo recordaría.
―De todas formas ―interrumpe el habla del príncipe castaño. ―, no creas que te dejaría conocer a los hijos de la zorra Hightower antes de conocer a mis gemelas.
Reconoció el brillo en los ojos de su primo cuando, en el camino hacia el encuentro con las hijas que Laena Velaryon le había dejado, comenzó a hablar de ellas como si fueran una de las pocas maravillas en este mundo. Orys no pudo sentir alegría en su corazón.
Baela y Rhaena. Jamás las había conocido, pero había escuchado mucho sobre las gemelas en las cartas que Rhaenys solía enviarle.
―Niñas, hay alguien que quiero que conozcan. ―Daemon se acerca a sus hijas.
Las dos, vestidas de negro, se sostenían de la mano, con la mirada perdida entre la multitud de desconocidos que las rodeaba. Al verlas, Orys sintió de inmediato una punzada de aflicción en su pecho.
―Les presento a Orys Targaryen, hermano de su abuela Rhaenys.
Rhaena murmura su saludo en voz baja, aferrándose a la mano de su hermana con fuerza, la mirada baja y llena de timidez. Baela, en contraste, sostiene la mirada de Orys con determinación, saludándolo con una voz fuerte y clara que resuena en el ambiente.
Orys se acercó al banco donde ambas niñas estaban sentadas y, con un gesto amable, se agachó unos centímetros para encontrarse a una altura adecuada, de modo que pudiera mirarlas a los ojos.
―Es un gusto finalmente conocerlas ―exclamó el príncipe con una sonrisa sincera y una mirada suave en sus ojos. ―Su padre me ha dicho maravillas y Rhaenys habla de ustedes sin césar.
Rhaena levanta la mirada del suelo y, por primera vez, se encuentra con los ojos de Orys. La pequeña, cautivada por el color claro de su mirada, no puede evitar que una sonrisa crezca en su rostro. Dicha expresión de alegría automáticamente se refleja también en el rostro de Baela.
Orys las imita y piensa que sus sonrisas son como una luciérnaga en la oscuridad.
―Hemos oído de usted también, lord Orys. ―Baela rompe el silencio con seguridad en su voz.
―Madre solía contarnos sobre sus aventuras en el mar con su tío Orys. ―Ahora es Rhaena quien se une, lentamente sintiéndose confiada. ―¿Eran reales, lord Orys?
Orys asiente de inmediato. ―Si Laena alguna vez les dijo algo sobre nuestras travesuras juntos, dudo que hayan sido mentira, nadie tendría la imaginación para crear tales cosas. Y no tienen que llamarme lord, no soy uno, solo díganme por mi nombre.
Las niñas asienten con una risita a causa de lo que él dijo sobre su madre, como si por un segundo Laena estuviera a su lado otra vez.
Daemon le dio unas palmadas en la espalda a Orys, observando con felicidad la escena entre su primo y sus hijas. Agradecía en silencio a Orys por haber logrado, aunque fuera por un instante, robar la más mínima sonrisa a sus amadas niñas.
Orys y Daemon permanecen cerca de las niñas, conversando sobre los diversos temas que surgen en sus mentes. Se ponen al tanto tras tantos años de separación, compartiendo anécdotas de sus diferentes viajes.
Aunque los príncipes tenían una considerable diferencia de edad, siempre se habían llevado más que bien y parecían hermanos, al igual que con Viserys. Al fin y al cabo, sus padres fueron hermanos, los mejores que se podría haber deseado. ¿Qué mejor manera de honrarlos que comportándose como ellos?
Aemon Targaryen siempre viviría mientras sus vástagos estuvieran en ese mundo.
―Jace.
Los adultos se volvieron al oír la suave voz de Baela. Un niño de cabello castaño se acercaba a las gemelas, que aún permanecían sentadas en el banco.
―Príncipe Daemon. ―El niño lo saludó con un asentimiento de cabeza y luego miró a Orys, permaneció callado.
―Este es el príncipe Jacaerys Velaryon, primogénito de Rhaenyra ―explicó Daemon mirando a su primo.
Orys lo escaneó con sus ojos lilas, posando su mirada en el niño de cabello y ojos oscuros. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue lo parecido que lo encontraba a Rhaenyra, a pesar de no poseer rasgos valyrios. Había algo en el pequeño que transmitía la esencia de la princesa heredera, un aire familiar. Y no era de extrañar, después de todo, era su hijo.
Notó la incomodidad en la mirada de Jacaerys.
Un segundo después se encontraba saludándolo como correspondía a un príncipe de su talla.
―Es un gusto conocerlo, príncipe Jacaerys, soy Orys Targaryen.
Al igual que su hermano Lucerys, Orys notó la sorpresa en los ojos del menor al escuchar su apellido. Sin embargo, había una diferencia notable: Jacaerys pudo disimular sus emociones con más facilidad, y en un gesto decidido, extendió su mano para estrechar la de Orys.
―Si me disculpan, me gustaría estar con Baela y Rhaena...
Daemon le hizo una seña para que siguiera su camino, y Jace así lo hizo.
Los príncipes no pudieron evitar notar el instante en que el Velaryon tomó la mano de Baela de una manera reconfortante. Los niños permanecieron en silencio, como si la simple compañía del otro fuera suficiente en ese momento.
Pronto, el sol comenzó a descender y, poco a poco, las personas empezaron a retirarse a sus aposentos. El día soleado quedó atrás, y las nubes se adueñaron del cielo, creando una atmosfera oscura que resemblaba el ánimo de los presentes.
Viserys I Targaryen se acercó, con dificultad, al lugar donde se encontraban Orys y Daemon. Este último le daba la espalda a su hermano, incluso cuando sintió su presencia cerca.
―Si no es nadie más que mi primo favorito. ―Orys sonrío con cortesía a las palabras de Viserys. ―No le digas a Rhaenys que dije eso.
―Claro que no, su majestad.
Hizo una reverencia al rey con una sonrisa en el rostro.
No había pasado por alto el estado deplorable en el que se encontraba Viserys. Su piel lucía más pálida de lo que debería y tenía una textura extraña, más allá de las arrugas propias de la vejez.
Donde alguna vez hubo una larga y hermosa cabellera platinada, ahora solo quedaban unos escasos mechones de pelo que apenas lograban cubrir su cráneo. Era evidente que caminar no era una tarea fácil para él, y lo que comenzó como una amputación de los dedos habían avanzado progresivamente, dejando huellas visibles de su sufrimiento.
Daemon se mostraba indiferente hacia su hermano, como lo había hecho desde que lo exilió de Desembarco del Rey y lo destituyó de su posición como heredero.
―No he oído nada más que murmullos sobre la vuelta del aclamado príncipe Orys de la casa Targaryen y lo buen mozo que aún permanece. Aun así, veo unas líneas en tu frente, querido primo. Los dioses pueden crueles.
Viserys intentaba demostrarse gracioso, indirectamente fuerte, como si todo estuviera bien y no estuviera muriendo lentamente por dentro. Su comportamiento parecía un intento de ocultar el sufrimiento que lo consumía, como si el simple hecho de estar allí de pie no fuera doloroso.
Orys se sentía cómodo de permitir que su primo Viserys fingiera por unos minutos, si eso le brindaba algo de felicidad. Sin embargo, los planes de Daemon no parecían alinearse con esa misma intención.
―Parece que han sido crueles especialmente contigo.
Le lanzó una única mirada a su hermano y se marchó sin decir nada más. Las sonrisas de Orys y Viserys se desvanecieron, y la incomodidad creció en el ambiente.
―Viserys, ya sabes cómo es...
―Lamento decir que sí. ―El rey agachó la mirada. ―Temo que la muerte de Laena lo cambie aún más y para peor.
Orys asintió. ―Temo lo mismo, primo. Pero los frutos de ese matrimonio siguen con nosotros, Daemon parece un buen padre. Sus hijas son el vivo retrato de su madre.
―Una bendición y una maldición al mismo tiempo, lo sé muy bien.
Inconscientemente, ambos buscaron con la mirada a la única descendiente viva del rey, fruto de su primer matrimonio con la difunta reina Aemma Arryn. Finalmente, la encontraron. Ella estaba agachada a la altura de sus hijos, sosteniendo las manos de ambos mientras les hablaba con seriedad. Rhaenyra les hablaba con una mezcla de nostalgia y preocupación.
―Discúlpame, Orys. Ya me retiraré a la cama. ―Orys le ofreció su brazo al rey para ayudarlo, éste se negó. Ya tenía un bastón para caminar, no necesitaba la lástima de su primo. ―Estoy bien, debemos seguir esta charla en otro momento. Todos te hemos extrañado.
―Por supuesto, su majestad.
Con una rápida reverencia, volvió a observar cómo alguien de la realeza se retiraba junto a un miembro de la Guardia Real.
Más tarde, cuando quedó claro que todos se estaban retirando, Orys tomó una última copa de vino y decidió caminar en dirección opuesta a la de los demás. Cada paso que daba era con urgencia de alejarse de la multitud.
Cuando de repente fue detenido por una mano en su antebrazo.
―¿Dónde vas? ―Rhaenys lo sostenía con firmeza, como si al soltarlo fuera a desvanecerse.
Orys miró la mano de su hermana y luego se encontró con sus ojos. Con un gesto firme, colocó su mano sobre la de Rhaenys, transmitiéndole un apoyo reconfortante.
―Caminaré un poco por la playa, no tengo los ánimos de estar encerrado en mi recámara ni en ningún lugar del castillo. ―Orys miró con un brillo triste en sus ojos a su hermana. ―¿Vendrías conmigo?
―Nada me gustaría más. ―Rhaenys le mostró una corta y sincera sonrisa. ―Pero mi lugar es aquí por ahora.
El príncipe asintió. ―Entiendo.
Antes de que Rhaenys se alejara por completo de él, Orys aprovechó la diferencia de altura y se acercó a su hermana mayor, tocando su mejilla con cariño. Luego, depositó un beso en su frente, ante el cual la princesa cerró los ojos por un instante antes de que se separaran.
―No regreses tarde, estaré esperando.
Fue lo último que oyó de su hermana mientras caminaba escaleras abajo hacia la playa. Él simplemente asintió y continuó su camino sobre la arena, disfrutando de la suave brisa del mar.
En la soledad de la noche, con la luna ascendiendo lentamente hacia su punto más alto, Orys comenzó a caminar lo más lejos que sus pies le permitieran del castillo que le traía tantos recuerdos.
Sin embargo, en medio de su búsqueda de tranquilidad, fue interrumpido por una voz muy bien reconocida.
―¿Puedo acompañarte? Primo.
Lentamente, Orys se dio la vuelta, sintiendo cómo los largos mechones de su cabello interferían en su vista. Aunque fuera un hombre ciego, a pesar de que hubieran pasado cien años o incluso si estuvieran en otro universo, siempre reconocería esa voz extrañamente perfecta y el brillo peculiar de aquellos ojos tan hermosos.
Rhaenyra.
―Puedes acompañarme.
Se dio la vuelta nuevamente y oyó los pasos de apresurados de la princesa acercándose a él. Trató de mostrarse lo más serio y calmado posible, y, para su sorpresa, lo logró.
Pero una vez que tuvo a Rhaenyra a su lado, tan cerca que sus brazos se rozaban mientras caminaban, Orys se encontró rezando en silencio para que ella no oyera lo fuerte que latía su corazón. Parecía que el órgano quería escaparse de su pecho y correr directamente hacia su dueña.
Porque, después de tantos años, Rhaenyra Targaryen seguía siendo la única dueña de cada pequeña parte de Orys Targaryen, quisiera él o no.
―¿Cómo has estado en Dorne?
―¿Cómo es la vida de casada?
Ambos hablaron al mismo tiempo, compartiendo una mirada que reflejaba la conexión que aún los unía, finalmente a una cercanía adecuada. Orys asintió con la cabeza, indicándole que podía hablar primero, sintiendo que podría escuchar su voz durante toda una eternidad. Algo en el tono de Rhaenyra lo cautivaba, una melodía que siempre le traía paz.
Rhaenyra apartó la mirada y soltó un suspiro con pesadez.
―Laenor ha estado inquieto por años, pero ahora será inútil. O peor. ―El sonido de las olas y el viento los envolvía, y se habían alejado lo suficiente como para que las estrellas fueran su única iluminación. ―Sé mejor que nadie que nuestro matrimonio es una farsa, pero al menos hago el esfuerzo por mantener las apariencias.
Orys aparto la vista del frente para mirarla de reojo, sintiendo una mezcla de empatía y tristeza. Nunca había estado en la misma posición que ella, ya que, como hombre, siempre había tenido la opción de elegir cuándo casarse o si hacerlo en absoluto. Sin embargo, eso no significaba que no la comprendiera.
―En comparación a Laenor, tienes más que perder.
Los ojos violetas de Rhaenyra brillaron intensamente cuando miró fijamente a Orys, y las comisuras de sus labios se levantaron en una sonrisa que iluminó su rostro. Su pecho pareció hincharse de felicidad, como si finalmente alguien la comprendiera en su totalidad.
―Así ha sido mi vida desde que mi padre me nombró heredera. ―Nuevamente, el silencio se apoderó del momento, y el sonido de la arena bajo sus pies siendo más audible con cada paso que daban. ―Lo intentamos, ¿sabes? Tratamos de concebir a un hijo. Hicimos nuestro deber lo mejor posible, pero no funcionó.
Rhaenyra apartó la mirada, como si le resultara difícil decir esas palabras en voz alta justo frente a él. Orys sintió la tensión en el aire y, con un gesto delicado, rozó sus dedos con los de ella, buscando transmitirle lo que sentía de esa forma. Lo último que ambos querían era convertir ese momento en algo lamentable.
―Y tú lo lograste, tienes a dos hermosos y adorables hijos.
Rhaenyra solo lo miró con ironía, como si la situación fuera un chiste que todos conocían, pero que nadie se atrevía a mencionar. No era un secreto para nadie, y mucho menos para ella, que sus hijos no compartían nada con los Velaryon. Sin embargo, eso era muy distinto a decirlo en voz alta.
―Tres, en realidad ―murmuró la princesa ocultando una sonrisa.
―¿Tres? ―Orys levantó sus cejas con asombro, y alegría de haber provocado una sonrisa en la princesa.
Rhaenyra asintió con notable orgullo, recordando al más pequeño de sus hijos. ―Joffrey, solo han pasado unas semanas desde el alumbramiento.
Su voz sonaba cargada de ternura. A pesar de las preocupaciones que la envolvían, el simple hecho de pensar en sus hijos lograba suavizar el peso que llevaba sobre los hombros.
―Me gustaría conocerlo.
Continuaron caminando.
―Luke y Jace me han dicho que ya te conocen. ―Orys asintió con una sonrisa, recordando a los niños. ―¿Y tú? ¿No has tenido hijos?
Rhaenyra hizo la pregunta con un nudo en la garganta, temiendo la respuesta del hombre a su lado. En ese instante, la sonrisa de Orys se desvaneció, reemplazada por un ceño fruncido que reflejaba su confusión. Negó con la cabeza.
―No, no ―dijo con calma en su tono, observando sus pies patear la arena. ―Jamás me casé. De haber hecho algo de eso, lo sabrías.
―¿Lo sabría? ¿Estás seguro?
El repentino tono acusatorio detuvo los pasos de Orys, obligándolo a quedar frente a frente con Rhaenyra. Su ceño se frunció de nuevo, sorprendido, ya que creía que estaban hablando de manera amigable. La tensión estaba en el aire.
¿Cómo tan rápidamente habían llegado a ese punto? Deseaba volver al momento de conexión que habían compartido hace tan solo segundos.
―¿A qué te refieres? Por supuesto que lo sabrías, desde hace años intercambio cartas con Rhaenys...
―Lo acabas de decir, intercambias cartas con Rhaenys, no conmigo. ―El viento hacía que el cabello platinado de Rhaenyra se pegara a su rostro, resaltando su expresión intensa. Mientras ella parecía furiosa con él, Orys no podía evitar pensar en lo hermosa que se veía molesta.
―Si me estás acusando de algo, escúpelo de una vez porque no puedo leer tu mente.
Rhaenyra escupió las siguientes palabras, como si las hubiera estado preparando desde hace tiempo.
―He estado sola. Me dejaste sola.
Orys abrió su boca en asombro, enseguida reconoció por donde iba todo el tema y negó con la cabeza de inmediato.
―No, no, Rhaenyra. Nos evite a los dos un inmenso dolor. Eras muy joven.
―Me abandonaste, desapareciste. ―Orys seguía negando, intentando retomar la palabra, pero la princesa fue más rápida. ―¿O no recuerdas esa noche? Porque yo la he tenido grabada en mi memoria desde hace años.
Orys calló. ¿Qué más podía hacer? Ella tenía razón en ese punto, y no podía refutarlo. Sin embargo, aún recordaba aquellos días, cuando pensó que desaparecer en medio de la noche y marcharse en un barco sería lo mejor para todos. La idea le parecido un alivio en ese momento, era lo ideal para ambos.
Acababan de comprometer al amor de su vida con su sobrino, y desde su perspectiva, todo había acabado. La tristeza lo invadió, y abandonar el castillo, un lugar lleno de recuerdos compartidos, le pareció la mejor decisión. Cada rincón de ese lugar le recordaba momentos de alegría y complicidad con los Velaryon, pero esa noche los detestó y supo que no era lo correcto. Lo que sí era correcto era que Orys se marchara y no ensuciara el nombre de nadie en un acto de impulsividad.
nota de autora !
holissss, cómo están?
nuevo capítulo de este fanfic por fin, casi que me quedo trabada con esta historia
en el próximo capítulo ⚠️spoiler alert⚠️ va a haber un mini flashback de lo que orys y nyra estaban hablando, espero esta vez tardar menos en publicarlo🤞
vieron que alicent estuvo (o está🤫???) enamorada de orys!!! tremendo
si esa info llegara a manos de daemon lo descansaría a orys a dos manos
anygays qué les pareció el capítulo? no se olviden de votar y comentar que les pareció el capítulo de hoy
muuuaaaak 💋
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