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i. the home of yesterday

capítulo uno !
the home of yesterday





El sol comenzaba a alzarse sobre Marca Deriva, bañando el puerto con un resplandor dorado, mientras los trabajadores reanudaban sus tareas en las aguas del mar. Orys arribó esa mañana al hogar de los Velaryon, días después de haber zarpado desde Lanza del Sol.

Nunca se arrepintió de no haber reclamado un dragón, una decisión que solía lamentar cuando tenía que viajar largas distancias en un tiempo tan breve.

A pesar de su estatura y presencia imponente, Orys lograba mezclarse entre los lugareños con facilidad gracias a su vestimenta. Llevaba un pantalón negro que, bajo el sol de Dorne, comenzaba a mostrar signos de desgaste; la tela descolorida y la textura áspera. Su camisa, de un rojo que una vez fue un color vibrante, ahora estaba arrugada y la tela ya no era tan suave como solía ser.

Sobre sus hombros caía una capa de un color verde oscuro, fácil de camuflar durante la noche. Además de ocultar su figura, la capa también cubría su cabello con una capucha. El viento y sus pasos jugaban con los bordes de ésta, moviéndola en todas direcciones.

Orys caminaba a paso rápido, esquivando a las personas y mirando al suelo con tanta distracción que no prestaba atención a sus alrededores. Necesitaba llegar cuanto antes donde Rhaenys; se sentía ansioso por verla después de tantos años.

Una vez fuera del puerto, donde el bullicio y la multitud comenzaban a disminuir, se dignó a levantar la mirada y revelar el color de sus ojos. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, chocó directamente con otra persona.

Ambos soltaron un gemido de dolor por el impacto. Orys cerró los ojos ante el golpe y se llevó una mano a la frente, intentado aliviarse.

―Por lo que veo, sigues caminando mirando a tus pies.

Una sensación familiar de calidez creció en el corazón de Orys al oír aquella voz.

―Hermano.

―Hermana.

Orys y Rhaenys sonrieron al verse, y sus ojos brillaron por un instante. A pesar de la sonrisa en el rostro de su hermana, Orys pudo reconocer el verdadero dolor que se escondía tras sus ojos.

No tardaron demasiado en fundirse en un abrazo que duró lo suficiente para que sus corazones saltaran de alegría. Rhaenys y Orys siempre habían estado muy unidos. Ni siquiera la distancia podía separarlos; el cariño fraternal siempre los mantenía unidos.

Cuando Jocelyn Baratheon murió y su tío Boremund envió a Orys en dirección a Desembarco del Rey, Rhaenys se opuso, alegando que el lugar de su hermano era con ella en Marca Deriva.

Teniendo en cuenta que el pequeño Orys, de diez años, se había criado toda su vida en Bastión de Tormentas y pasaba ocasionales vacaciones en Marca Deriva, siempre alejado de Desembarco del Rey y su corte de serpientes.

Para Rhaenys, lo más sensato era que la responsabilidad de su hermano menor quedara a su cargo. Orys y sus hijos siempre se habían llevado más que bien, y Corlys lo apreciaba tanto como un cuñado puede hacerlo.

Pero, cuando en una ocasión los Velaryon visitaron la capital y tuvieron la oportunidad de ver al pequeño Orys, notaron lo contento que estaba con su maestro de armas y las maravillas que la Fortaleza Roja tenía para ofrecerle. Orys siempre recalcó a la Reina Aemma Arryn como “la señora dulce que siempre me visita en mis prácticas”.

―Tu cabello, lo has dejado crecer más de lo que madre permitiría ―exclamó Rhaenys con una sonrisa nostálgica y asombrada al mismo tiempo.

Los mechones oscuros de Orys llegaban hasta sus hombros; la última vez que Rhaenys lo vio, tenía un corte de pelo bastante corto.

―¿Cómo has estado? ―preguntó la princesa una vez que se separaron del todo.

―Debería ser yo quien haga esa pregunta.

Rhaenys negó. ―Solo cuéntame sobre ti y tus travesías a través del país. Hace años no nos vemos, te he extrañado más de lo que mis cartas pueden expresar.

Y Orys aceptó la petición de su hermana mayor. Caminando hacia la casa ancestral de los Velaryon, mientras le relataba a Rhaenys lo más destacable de su vida en los últimos cinco años.

La verdad era que no tenía demasiado para contar sobre sus andadas en Poniente. Era cierto que había residido en más casas nobles de lo que le gustaría admitir, pero jamás se quedó el tiempo suficiente para ser tratado como algo más que un invitado. Excepto con los Martell.

No podía contarle sobre las noches en vela que pasó deseando ser él quien ocupara el lugar de su hijo Laenor, su propio sobrino. No podía confesarle las veces que había pensado en que debería haber arruinado ese matrimonio simplemente revelando los peculiares gustos de Laenor.

¿Qué pensaría Rhaenys de él? Su propio hermano. Estaba seguro de que lo repudiaría.

Aunque Rhaenys sospechaba desde hacía años sobre la verdadera naturaleza de la relación entre Orys y Rhaenyra Targaryen, una relación que iba más allá del cariño familiar o del respeto hacia la heredera al Trono de Hierro.

Orys y Rhaenys caminaban con los brazos entrelazados, la princesa había decidido llevarlo por un camino poco usual y algo largo. La arena casi cubría sus pies, y el viento del mar era suave; sin embargo, el olor del océano ocupaba todos sus sentidos.

―Rhaenys ―la llamó Orys, sosteniéndole la mano un momento antes de mirarla. La mayor parecía más interesada en patear la arena bajo sus pies. ―. Lo siento. Laena siempre fue una chica dulce y dedicada, es una pena lo que le sucedió. No debería haber sucedido.

La princesa se quedó en silencio, aún caminando ambos.

―Sé que no quieres hablar sobre ello ahora mismo, pero necesitas saberlo. Quise con todo al corazón a mi sobrina y siempre tendrá un lugar en el.

Rhaenys elevó la mirada, los rayos del sol demostrando el color lila de sus ojos. Orys la observaba con atención.

―Se siente como un sueño ―rompió el silencio la princesa, con el rostro tan serio que confundió a Orys. ―. Una pesadilla, mejor dicho. La noticia de que mi hija murió al otro lado del Mar Angosto me la trajo un cuervo durante la noche, sus restos acaban de ser entregados. Nada de esto se siente real.

Orys asintió, la entendía. La noticia llegó a él de la misma manera, claro que nunca lograría entender cómo se sentía Rhaenys como madre al perder a su hija.

Si un niño pierde a sus padres se convierte en huérfano, pero ¿en qué se convierte un padre que perdió a su hijo?

Un sentimiento que no le entusiasmaba descubrir. Tener descendencia jamás le entusiasmo, más nunca se cerró completamente a la idea. O al menos así fue hasta quien creía la persona indicada para maternar a sus vástagos fue arrancada de su lado en un parpadeo.

Pero ese era tema para otro momento.

Dio un apretón a la mano de Rhaenys que aún sostenía, intentó demostrarle lo que verdaderamente sentía a través de sus ojos (pues el príncipe Orys nunca fue una persona que hablara con facilidad sobre sus sentimientos).

Cuando Rhaenys estuvo lista, ambos emprendieron el camino nuevamente hacia el castillo de los Velaryon, donde se reunirían los más cercanos a su familia y aquellos que habían conocido a lady Laena Velaryon para su funeral.

Aunque la atención ciertamente no estaba en él ese día, los cronistas escribirían sobre ello de todas formas.

Orys Targaryen era un extraño para gran parte del reino, pero un Targaryen más ante quien debían inclinarse. Un segundo hijo sin derecho ni reclamo a nada. El Heredero que Nunca Fue conocía aquel apodo, y, aunque le desagradaba en parte, le gustaba porque combinaba con el de su hermana.

La Reina que Nunca Fue y El Heredo que Nunca Fue.

Una vez que ingresaron al hogar de Rhaenys, los sirvientes ya se encontraban despiertos y comenzando con los preparativos del día. Los "invitados" llegarían en tan solo unas horas, lo que inquietaba al príncipe.

Pretendía estar listo, pero no se sentía así. Se trataba de personas a las que no había visto en diez años o más, pero, para qué mentir, solo una de esas personas provocaría una reacción poderosa de su parte.

Orys solo quería verla a ella. Dudaba de no sufrir un infarto en el momento, pero de repente se sentía como un adolescente anhelando ver a quien una vez fue su amada.

Pero ese no era el momento ni el lugar para revivir esos sentimientos o recuerdos.

Rhaenys lo había dejado solo unos minutos, ya que había cosas que necesitaban su atención. Orys entendió que su hermana estaba desesperada por hacer algo que le permitiera olvidar, aunque fuera por un segundo, lo que estaba sucediendo a su alrededor.

El príncipe dio una vuelta sobre sí mismo, mirando hacia las paredes que lo rodeaban. Habían pasado muchos años desde que puso pie en aquel lugar; la última vez que estuvo en Marca Deriva fue incluso antes de que decidiera perderse en los caminos de Poniente.

Orys tenía recuerdos de esas paredes y corredores que le brindaban calidez al corazón y una sonrisa a su rostro. La forma en que los Velaryon lo recibían siempre que le apetecía lo hacía sentir en casa, hizo que la familia de Rhaenys también se volviera suya.

Minutos después, en completa soledad, sus pies comenzaron a moverse por sí solos. Quería ver aquel trono una vez más, deseaba sentarse frente a esa chimenea y ansiaba ver de nuevo el salón de Corlys Velaryon.

Los años habían pasado; nada había cambiado estéticamente en aquel lugar, pero todo se sentía nuevo para Orys. Sabía la dirección que debía tomar, pero aún así, sus pies se mostraban inseguros sobre qué camino elegir.

Y segundos después allí estaba.

El trono de madera de los Velaryon se alzaba con grandeza, Orys permaneció segundos observándolo.

Lo que no pudo evitar notar fue el silencio y frío allí dentro, contrastando el resto del palacio. La parte más vital del hogar ancestral de los Velaryon parecía marchita, sin vida y nostálgica. Orys juraba recordar ese lugar más vibrante y acogedor.

Sus ojos se dirigieron hacia la sección de la chimenea. Solo encontró cenizas viejas y dos enormes sillas allí, reservadas para las únicas dos personas que las ocupaban. Los cojines, la mesa ratonera, la alfombra azul y las sillas pequeñas habían sido retirados de aquella zona que recordaba de forma afectuosa.

Innumerables fueron las veces que se encontró disfrutando de un momento en familia allí con los Velaryon.

Desde niño, y hasta que se convirtió en un hombre, disfrutó de sentarse frente al fuego y escuchar las historias que Jocelyn y Rhaenys le contaban sobre su padre Aemon. Con el tiempo, solo quedaron dos hermanos recordando con cariño a sus difuntos padres.

―Toda tu vida te ha gustado perderte en cuantas tierras estén a tu alcance, sin embargo, siempre encuentras el camino devuelta a este salón.

Orys dio un salto en su lugar y volteó enseguida ante la repentina presencia de otra persona, a metros de distancia se encontraba el hombre a quien le pertenecía el trono de ese salón.

―Corlys Velaryon, sigues disfrutando aparecer de la nada para darme un buen susto. ―Orys lo señaló con el índice, casi en una forma acusatoria.

Ambos caminaron hasta su encuentro en medio de aquellas paredes.

―Bueno, algo debía hacer para que no salieras de tus aposentos en las noches. Jocelyn Baratheon hubiera tomado mi cabeza de haber perdido a su cervatillo.

Orys sonrió y negó, se dieron un apretón de manos y un rápido abrazo.

―No tengo palabras para decir cuánto lamento su perdida...

―Nuestra perdida, Orys ―corrigió el Señor de las Mareas. ―. Laena también es tu familia. Aunque corras a los lugares más recónditos de Poniente, siempre seremos tu familia.

Orys asintió mientras lo miraba a los ojos, una forma silenciosa de agradecimiento.

Corlys Velaryon siempre sería un hombre al que respetara y le tuviera un cariño enorme, no por sus grandes hazañas en el mar, sino por haberle abierto las puertas de su hogar a él y su madre cuando Jocelyn estaba decidida en cortar relación con la capital.

―Gracias por estar aquí ―suspiró por lo bajo lord Corlys.

―No tienes ni que decirlo...

―No, en verdad te agradezco. ―Corlys caminó en dirección a las sillas de madera frente a la chimenea, se apoyó en una de ellas con su brazo. ―. Rhaenys te necesita, no lo dirá, pero conozco a mi esposa.

Orys se quedó sin palabras. ¿Rhaenys lo necesitaba? ¿A él? Siempre había percibido a su hermana como una fuerza de la naturaleza intocable. Pero saber que ella lo necesitaba había removido algo en su interior.

Y hablando de Roma, antes de que Orys pudiera siquiera pensar en una respuesta, las grandes puertas del salón del trono de Marca Deriva se abrieron lentamente. Revelando a la Señora de esas tierras.

―Aquí estás ―dijo con alivio la mayor al ver a Orys. ―. Veo que aún te mueves por este castillo como te plazca, hermano.

Orys soltó una risita y se acercó a ella. Rhaenys y Corlys compartieron una mirada de consuelo, como si la presencia de Orys allí de nuevo los llevara al pasado, donde sus niños estaban sanos y salvos junto a la vieja chimenea.

―Le pedí a una de las sirvientas que te prepare un baño, ve. También encontraras ropa nueva.

Rhaenys le dio un golpecito en la espalda cuando Orys pasó por su lado.

―¿Ahora si tengo permitido deambular por todo el castillo como a mí me plazca?

―Tienes razón, quizás te pierdas en camino a tu recamara. Pasabas tanto tiempo fuera de ella que probablemente ni la conozcas.

Orys dejó un beso sonoro en la mejilla de su hermana y emprendió camino, dejando a la pareja solos.

Efectivamente, Rhaenys tenía razón, si tuvo algo de problema en encontrar sus antiguos aposentos. Pero una vez que lo hizo, al cruzar esas puertas tuvo esa sensación de volver a casa agotado de un largo viaje.

Su mirada enseguida fue atrapada por la bañera con agua caliente, tan caliente que algo de humo salía de ésta, una muchacha se encontraba vertiendo la última jarra con agua en la tina.

Orys le agradeció y cuando la chica se retiró, comenzó con quitarse la capa sobre sus hombros.

Con delicadeza dejó su espada apoyada contra un mueble, sobre éste mismo luego reposaron algunas de sus dagas. Sus botas desgastadas aún tenían algo de la arena de Dorne dentro.

Removió su maltratada y desgastada vestimenta para finalmente introducir su cuerpo en el agua caliente de la bañera, soltó un suspiro ahogado al sentir la temperatura del agua en su piel.

Lentamente se acostumbró a ella y pronto se encontraba sumergido y eliminando la suciedad de su cuerpo.

Se permitió disfrutar de la tranquilidad que el agua en su cuerpo le regalaba, incluso casi se queda dormido un par de veces mientras observaba el techo como si fuera lo más hermoso que sus ojos hubieran visto.

No pasó mucho tiempo antes de que el agua comenzara a enfriarse y la piel de sus dedos se tornara igual a una pasa de uva.

Envolvió su cuerpo en una bata al salir de la bañera y caminó con cuidado de no resbalar. El sol se encontraba en su punto más alto, ya debía ser el mediodía y por los sonidos de constantes pisadas, supuso que las personas habían llegado.

Antes de vestirse, se permitió mirar la antigua habitación con interés, dejando un rastro de agua con cada paso que daba. Nada parecía haber cambiado demasiado allí, todo estaba tal cual su mente se esforzaba en recordar.

Dos caballitos de mar de madera reposando sobre un antiguo mueble cautivaron su atención. A un lado de ellos se encontraba un venado de madera tallado igualmente, Orys lo tomó con cuidado y lo observó detenidamente.

Los reconocía.

En realidad todo lo era familiar en cada uno de los cuartos de ese inmenso castillo, pero nada se sentía de esa forma. Ese lugar ahora parecía muerto.

―¡Ven aquí! ¡Mamá te está buscando, Jace!

El grito junto a unas apresuradas pisadas rompieron el silencio en el que se encontraba, logrando una vez más que Orys se asustara y soltara la figura en sus manos. El sonido de la madera contra el frío piso llamó su atención.

La voz de ese niño lo había tomado por sorpresa, sacudió la cabeza y cerró los ojos por un segundo. Intentando concentrarse en sus alrededores y salir de aquellos recuerdos que desbloqueaba con cada paso que daba ahí. Quiso creer que la falta de sueño lo tenía de esa forma.

Continuó con su vestimenta.

Rhaenys había sido lo suficientemente amable de otorgarle aquellas prendas, o quizás solo sintió pena por él. De todas formas, aquellas suaves y finas telas sobre su cuerpo se sentían muy bien.

Orys se acercó a su espada, aún apoyada sobre aquel mueble, y le dedicó una larga mirada. No se había separado de ella en mucho tiempo durante su travesía por el país e incluso cuando residía en la Fortaleza Roja. Sin embargo, supo reconocer que, en esta ocasión, no era necesario cargarla consigo.

Sin más, se dirigió con determinación hacia la puerta. Aunque no dudó cuando su mano tomó el picaporte, lo giró y abrió de par en par la puerta madera. Cabe decir que el príncipe permaneció parado en el marco durante unos segundos, mirando a ambos lados del largo pasillo.

No había moros en la costa del lado derecho.

Sin embargo, antes de voltear a su izquierda sintió dos pequeños toques en su pierna.

Volteó y miró hacia abajo con los ojos abiertos por demás, no conocía al jovencito que llamaba por su atención.

Un niño de cabello castaño y rizado, su altura siquiera llegaba a la cintura de Orys y eso le provocó ternura.

―Disculpe, señor... ―se detuvo al no reconocerlo, incluso frunció el ceño para pensar unos segundos, pero parecía que nada llegaba a su mente. ―. Tampoco sé su nombre, señor, disculpe.

Orys soltó un resoplido por la nariz en forma de risa y negó, no necesitaba disculparse.

―Soy Orys, niño, Orys Targaryen.

El mayor se presentó con una sonrisa de labios cerrados y una mano en el pecho.

―¿Targaryen? ―preguntó con evidente entusiasmo el niño, sus ojos se habían iluminado de un segundo a otro y su tono de voz tímido lo abandonó. ―. ¡Mi mamá es una Targaryen también! ¡Debes conocerla de seguro!

―¿Si? ¿Y quién es tu madre, niño?

Orys se agachó con ambas manos en sus rodillas para estar a la altura del entusiasmado niño.

Pero antes de que el pequeño rizado pudiera responder, una puerta a metros del otro lado del corredor se abrió con un chirrido. Una tercera figura apareció en el pasillo.

―¡Luke! ¡Jace está aquí! ¡Vuelve adentro!

La mujer miraba en dirección contraria a donde se encontraban los otros dos. La peliblanca susurraba en un tono alto, como si no quisiera que nadie más que el tal Luke la oyera.

Orys elevó la mirada de la del niño, quien al mismo tiempo volteaba al oír la voz de su madre.

Inconscientemente, la boca de Orys se abrió un poco, su ceño fruncido desapareció y su respiración se ralentizó notoriamente. Era ella.

―¡Ella es mi mamá! ―exclamó el niño señalándola, en un tono alto que se escuchó por todos lados.

Ante el nuevo grito del niño, la mujer al otro lado del pasillo, quien solo se asomaba a través del marco de la puerta, se volteó al reconocer la voz de su hijo.

Ella no tuvo una reacción muy diferente a la de él; su ceño fruncido desapareció en cuanto lo reconoció, a pesar de todo el tiempo que había pasado, y se quedó petrificada en su lugar, sin saber qué hacer.

―Es un placer, conocerlo, señor Orys. Pero debo irme, creo que mi hermano está en problemas por desaparecer.

Sin más que decir, Lucerys se alejó de Orys corriendo en dirección a su madre.

El contacto visual que mantenían Rhaenyra y Orys solo se rompió cuando Lucerys cerró la puerta de sus aposentos en sus narices. Mientras tanto, el corazón de ambos estaba sobresaltado y latiendo más rápido de lo que debería.

Las palabras no fueron necesaria. Con una mirada de sus ojos violetas bastó para mostrar que el amor que una vez se tuvieron aún no se había apagado del todo.






























nota de autora !

holiiiis
finalmente ha llegado el primer capítulo de este fanfic que emoción !!!!

en este primer capítulo me centré más que nada en las relaciones más importantes para orys (rhaenys y su familia) y parte de su pasado.
a diferencia de la mayoría de personajes, orys tuvo unas figuras paternas buenas y no está tan traumado🥰

anyways, espero que les haya gustado.
pueden votar y comentar que les pareció y les doy un besito 🫰🏿💋

(si saben de alguien que haga banners me chiflan, estaría necesitando uno)

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