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CAPITULO VI

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Era la segunda vez que Bulma se veía obligada a mudarse y nuevamente de una forma drástica. Para ella, su vida comenzaba ahora. Debía caminar sola hacia el destino que le esperaba desde el momento en el que decidió interponerse entre el Rey y su idea de querer a su padre trabajando a su servicio. Ahora era ella quien debía asumir el mando y sus consecuencias.

Nunca imaginó, cuando llegó por primera vez a aquel planeta rojo, que llegaría a vivir dentro de las paredes de aquel magnífico Palacio que vio a lo lejos cuando era solo una niña. Nappa le había llevado a la que sería su habitación, que tenía casi el mismo tamaño que la de su casa. Todo el entorno era de colores claros, las paredes y las frías baldosas eran de un blanco hueso. A un lado estaba la cama que sin duda era más grande que la suya, y a ambos lados de esta había dos pequeñas mesas grises. En la parte derecha había una puerta que conectaba con el baño que, a primera vista, parecía bastante simple, y delante del cómodo colchón dos armarios empotrados, el cual uno de ellos tenía un espejo.

Al otro lado de la habitación había una puerta de cristal grande que daba a un pequeño balcón. Habían movido las cortinas a los lados y podía comprobar que tenía las vistas a la gran ciudad del planeta, una zona que ella solo conocía por bocas de otros.

Sacó de su bolsillo una pequeña capsula hoi poi, pulsó el botón y la lanzó hacia el suelo donde se hizo una pequeña nube de humo, que se disipó tan rápido como apareció. Del artefacto salió una maleta negra donde llevaba toda su ropa y productos de higiene.

–Debería sacar todo lo que llevo y guardarlo, pero ahora mismo me da demasiada pereza–resopló con pesadez. Se giró hacia la puerta de la habitación recordando que allí se encontraba Nappa, quien era su nuevo escolta–. Iré a trabajar y luego me encargaré de mis cosas.

Se acercó al panel que estaba al lado de la puerta y tecleó un código que anteriormente le dijo Nappa. La puerta metálica se abrió hacia arriba y ella salió, cerrándose al mismo momento en que abandonó la habitación. Se giró hacia un lado y se encontró con el enorme guerrero apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y los ojos cerrados. No sabía si meditaba o dormía.

–¿También harás guardia por la noche? –al escuchar la voz dulce de la muchacha, Nappa abrió los ojos y se fijó en ella.

–Tengo la misma información que tienes tú, niña–Nappa se apartó de la pared notoriamente molesto. Las nuevas funciones que le había encomendado el Príncipe eran humillantes para él.

–Ayer hablé con el Príncipe Vegeta sobre mis primeras funciones y sería necesario para comenzar que vaya a su sala de combate para medir el espacio. Podrías hablar con él si vamos a buscarle–Bulma intentó sonreír amablemente. No conocía la personalidad del soldado que tenía ante ella, pero tenía la sensación de que no era tan fiero como su apariencia demostraba–. Tendría que pasar antes por el laboratorio a por mi caja de herramientas.

–Creo recordar que el Príncipe mencionó algo sobre la sala–Nappa clavó su mirada en el techo mientras peinaba su fino bigote con sus dedos, como si de esta forma pudiera recordar mejor.

Bulma estaba intrigada con el soldado que tenía delante de ella. Bardock le mencionó que Nappa era un hombre de quien se podía fiar, pero que siempre mantuviera las distancias con él, pues no debía olvidar que le debía lealtad a la Familia Real y cualquier palabra contra uno de ellos podría tener grandes consecuencias. Obviamente ella no era tan estúpida como para hablar mal de un miembro de la realeza con un soldado que trabajaba para ellos, pero veía en aquel hombre que no era tan malvado como al Príncipe que seguía.

–Está bien–Nappa volvió a su pose firme, con la espalda recta y la cabeza alta–. Iremos primero al laboratorio y luego buscaremos al Príncipe.

Bulma asintió y siguió los pasos del soldado hacia el laboratorio. Quería recordar el camino que seguían para no tener que estar siempre detrás de Nappa, ni mucho menos haciendo el esfuerzo de seguir su rápido andar, pero no había nada en aquellos pasillos, tan simples y aburridos, que pudieran servir de guía para saber donde se encontraba. No perderse en aquel Palacio era un mérito que no estaba lo suficientemente valorado.

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Tarble hizo llamar a su hermano mayor para reunirse en un pequeño comedor al que solo tenían acceso los miembros de la realeza. Era una habitación pequeña, con un mobiliario que constaba de varios sofás de cuero negro, un pequeño escritorio de oscura madera y estanterías repletas de antiguos libros que se notaba el pasar del tiempo en ellos por su deterioro y el polvo en sus lomos. Al otro lado de la sala se encontraban vitrinas de cristales repletas de botellas de exóticos licores, algunas estaban llenas y otras quedaba para solo echarse una última copa.

El Príncipe más joven ordenó colocar una mesa inteligente en el centro, donde se podían proyectar hologramas tanto del planeta Vegeta como del universo al ampliar la imagen. De esta forma estudiaban cada rincón del mundo y podían adelantarse a futuros ataques, así como evaluaban diferentes puntos estratégicos.

–Esta mañana nos llegó un comunicado desde la base de Freezer. Informaban sobre su visita a nuestro planeta dentro de poco–explicaba Tarble mientras hacía girar la proyección de su planeta–. Nos avisarán de su salida, pero intuyo que lo hará en poco tiempo, pues su intención será llegar el próximo mes.

–¿El próximo mes? –Vegeta observaba el holograma azul que había proyectado su hermano. Había marcado varios puntos en él que correspondían a las zonas de aterrizaje que había en el planeta.

–Es solo una teoría, pero creo que quiere estar aquí para tu cumpleaños–el menor marcó el hangar que correspondía al que estaba dentro del Palacio–. Aterrizará aquí y el resto de sus escuadrones irán a la ciudad, aunque algunas veces van a los que están más cercas de algunas aldeas.

–Les gusta molestar a los soldados de tercera–confirmó Vegeta, intentando no demostrar lo mucho que le sorprendía la capacidad de su hermano por teorizar lo que siempre acababa sucediendo. Tarble apagó el holograma que se proyectó desde la mesa–. ¿Me has molestado solo para decirme que ese enano con cuernos quiere felicitarme por mi cumpleaños?

–Quería compartir una pequeña teoría contigo, hermano–Tarble, al ser de menor estatura que Vegeta, debía alzar bastante la cabeza para mirarle a los ojos–. Es posible que haya alguien cercano a nosotros que le esté pasando información confidencial a Freezer.

–¿Un espía? –alzó una ceja el heredero.

–Padre confía en la lealtad de un saiyajin porque cree que todos desprecian a Freezer tanto como él, y no me creyó cuando le dije esto mismo–se apoyó en el borde de la mesa del escritorio mientras cruzaba sus brazos–. Pero yo no confío tanto como él. Creo que si alguien proporciona información valiosa es porque le han prometido un poder que solo Freezer puede proporcionar.

La teoría de Tarble no se alejaba de algún pensamiento que alguna vez él pudo tener también sobre de quien debía fiarse en aquel lugar, pero a diferencia de su hermano, Vegeta conocía bien a Freezer. Sabía que hablaba más que cumplía promesas. Un traidor no era agradable para nadie.

–Para acusar a un saiyajin debes estar seguro de lo que hablas. ¿Tienes alguna prueba? ¿Sabes quién es? –Vegeta preguntó con la misma autoridad que lo hacía cuando exigía palabras a un soldado, pero Tarble no se intimidaba con la misma facilidad.

–No sé quien es, pero sé que es alguien cercano a nosotros–Tarble se apartó de la mesa. Que Vegeta tuviera las mismas dudas que él le hacían saber que el heredero iba a empezar una caza de brujas para prender al traidor–. La conexión de tener una visita inmediata de Freezer al mismo tiempo que comenzará la chica humana con los proyectos ligados a potenciar la fuerza de un saiyajin, con fines a enfrentarse a él, me hace dudar si se ha podido comunicar toda esta información a él.

–Podría ser mera casualidad y de ser cierto estarías reduciendo el círculo a todos los que estábamos en aquel tribunal, y cercanos a ellos si se lo han comentado–Tarble asintió en acuerdo a todo lo que su hermano decía.

–Puede tratarse de una casualidad, pero no es una sospecha que tenga de un simple comunicado–Vegeta marcó más su ceño–. Hace dos semanas un escuadrón fue en busca de recursos a un planeta vecino y se vieron sorprendidos por fuerzas enemigas. No hubo muertos, pero si vinieron en un estado de alta gravedad. Cuando se les preguntó por lo ocurrido uno aseguró haber reconocido a un soldado de Freezer entre los atacantes.

–¿Qué clase de recursos fueron a buscar? –pregunto Vegeta quien había entrado en un estado de rabia que malamente podía controlar.

–Hubo un hackeo en la sala de comunicaciones y padre decidió romper todo el material que allí teníamos. No quiso contar con materiales de nuestro propio planeta y prefirió buscar en otro lado. Para no querer desconfiar de los nuestros, tuvo un momento de dudas–reflexionó Tarble recordando el momento.

–¿Padre sabía lo del escuadrón? –Tarble era consciente de en que estado se encontraba su hermano, y sabía que darle la respuesta no iba a ayudar a que se calmase. Suspiró y asintió.

–No quería que se supiera–Vegeta apretó sus puños para que fueran la fuente de control de su propia ira, pero no conseguían contener la rabia que lo estaba invadiendo.

Se giró con violencia y con paso agresivo salió de la sala. Seguirle no era la mejor idea y tampoco debía ser una opción, pero Tarble sabía que debía impedir que fuera hacia el Rey.

–Esta frustración la comparto contigo, hermano. No podía callar sin que supieras nada pero debes ser más inteligente y no cometer el error de pedir explicaciones a padre delante de todos sus soldados donde podría haber un traidor–Vegeta no contestó a su hermano. Para él lo inteligente sería que se apartase de su lado, por que en lo único que pensaba era en golpear y él era lo más cercano que tenía en ese momento–. ¿No vas a contestar al comunicado de hoy?

Vegeta soltó un gruñido cuando la pregunta de Tarble llegó a sus oídos, intentaba distraerle y lo consiguió durante unos segundos. Le recordó como era aquel monstruo. Freezer tenía aquella alma tan oscura que era capaz de atacar a los suyos y a la vez de presentarse ante su corte, con una sonrisa impasible esperando porque todos besasen por el suelo que pisaba.

–Dile que se vaya al infierno–era el mayor deseo de Vegeta, pero estaba claro que su hermano no le haría llegar tal mensaje–. ¿Por qué piensas que vendrá por mi cumpleaños? ¿Quiere hacer un estudio del laboratorio?

–Seguramente quiera indagar y a la vez disfrutar de ver como los saiyajins le recibimos como el ser superior que se cree–el pecho de Vegeta subía y bajaba con rapidez. Su respiración iba rápida a causa de la rabia que no parecía apaciguada en ese momento–. En el mensaje escribió que esperaba ver su sueño cumplido y contar pronto con una futura Reina. Parece que desea verte en el trono más pronto que tarde.

–Ese lagarto no quiere que gobierne. Lo que desea es que trabaje para él y así humillarme–Freezer siempre insistía para que se fuera a vivir a su base y que estuviera al mando de uno de sus escuadrones, pero él no lo veía como una oferta. Vegeta lo veía como la posibilidad de aplastarlo y humillarlo delante de sus seguidores y no iba a consentir que hiciera eso con él–. No quiere una Reina porque sí, lo que quiere es desprestigiar a madre porque la odia tanto que no es capaz de ocultarlo.

–Si es así o no, te aseguro que no es el único que parece preocupado con el tema. Nuestros padres esperan que este año hagas caso de las pretendientas que irán a tu cumpleaños en vez de ignorarlas como siempre–Vegeta detuvo su andar de golpe. Se dio la vuelta y se acercó a su hermano para encararle. A pesar de la diferencia abismal de las fuerzas de uno a la del otro, Tarble no le temía–. Incluso el reino empieza a molestarse. Aceptan que estés entrenándote para ser el Super Saiyajin, pero esperan que tomes tiempo para el pueblo. Hablan de tu mala afición de estar con mujeres cuya compañía es para un rato.

–¿Me estás juzgando? ¿Tú me juzgas? –Vegeta le clavó un dedo acusador en el pecho con tanta fuerza que obligó a Tarble a echarse hacia atrás.

–Yo no soy quien va a heredar el trono–Vegeta, quien ya estaba bastante molesto con la información anterior, estaba a punto de perder los pocos estribos que le quedaban por culpa de su hermano. Él era el más fuerte del planeta y Tarble uno de los más débiles, y aún así estaba impasible ante la bestia que tenía delante–. No espero que me digas que tengo suerte y que ojalá no tuviera que cargar con el peso de ser el futuro Rey, porque no me lo creería.

–Jamás diría semejante estupidez–Vegeta se apartó y volvió a retomar su camino. No sabía que era lo que más deseaba en ese momento, si ir a gritarle a su padre, si llegar a su habitación o si meterse en una sala de entrenamiento y cargar su frustración contra cualquier soldado–. Cuando mate a Freezer me preocuparé de mi linaje. Es evidente que la Reina será la saiyajin más fuerte.

–¿Keyra? –un escalofrío recorrió el cuerpo de Tarble al recordar la imagen de la mujer–. Creo que es demasiado... demasiado...–el muchacho buscó el adjetivo correcto para definir a esa saiyajin–. Ese bloque de cemento casi podría competir con el cuerpo de Nappa.

–Cállate–gruñó Vegeta al pensar en una comparación entre aquella mujer y su fiel soldado.

Vegeta cumpliría veintiún años el próximo mes y ya notaba la carga de la responsabilidad en su espalda. Intentaba huir de ella y, tal como dijo Tarble, él se preocupaba de entrenarse y ser el más fuerte. Ya no bastaba con ser el más poderoso, su ambición llegaba de serlo de todo el universo, pero mientras Freezer estuviera vivo todavía tenía que seguir preparándose.

La responsabilidad vino cuando cumplió los dieciocho años. Sus padres le dijeron que debía madurar y dejar de tener esa conducta tan posesiva con todo lo que llamaba su atención. Vegeta era una saiyajin fuerte y orgulloso, indomable incluso para su propia familia. Esperaban que al cumplir la mayoría de edad hubiera aceptado una saiyajin y su entrenamiento siguiera tal y como estaba, pero enfocándose también en sus funciones como futuro Rey. Odiaba aquella parte, ni siquiera su madre, tan romántica como era y a su manera, no parecía dispuesta a dejarle ser libre en sus decisiones matrimoniales que hasta el momento eran tan inexistentes como quería.

–¿Y una saiyajin de tercera? Son fuertes, pero no son Nappa–siguió hablando Tarble, esperando que aquel tema, a pesar de molestarle, le alejasen de ir a buscar a su padre y evitar un espectáculo.

–¿Puedes dejar de decir tonterías por un momento, Tarble? –el menor soltó una carcajada. Hubiera sido irónico que el Príncipe se juntase con una mujer así, pues los soldados de tercera no eran de su agrado.

–Ha quedado claro que no es el momento de buscar nueva Reina. ¿Por qué no empiezas a cortar tus salidas nocturnas? ¿O a parar la circulación de compañías poco favorecedoras por los pasillos de Palacio? –Vegeta volvió a apretar sus puños, deseando encajar uno de ellos en la boca de su hermano–. Al pueblo no le agrada nada de esto.

–¿Cómo quieres que te explique lo poco que me importa lo que piensen un puñado de hipócritas? –Tarble se fijó en su hermano. Tenía una vena marcada en su frente que daba la impresión de que iba a explotar en cualquier momento.

–Pero...–

–¡Qué cierres la maldita boca! –Vegeta se dio la vuelta y agarró a su hermano por el borde de la armadura, alzándole del suelo y estampándole contra la pared. Tarble seguía sin tenerle miedo, ya que él no podía ejercer aquella violencia contra su propia sangre–. Como vuelvas a intentar darme consejos sobre mi vida, te aseguro que me encargaré personalmente de joderte la tuya hasta el punto que con solo ver mi sombra empieces a temblar.

Vegeta le soltó con tanta rabia que impactó con fuerza contra el suelo, escuchándose un quejido de dolor por parte de su hermano. El Príncipe volvió su camino, concentrado en el pasillo esperando por ver a algún soldado, porque aquella pobre alma que se cruzase con él pagaría toda la rabia acumulada que estaba a punto de erupcionar.

Tarble siguió con una distancia prudente a su hermano. Podía no tenerle miedo, pero sabía cuando debía frenar. La ira de Vegeta a veces le hacía perder la poca cordura que tenía y su amenaza podía ser tan cierta como la profirió.

A mitad de camino llegaron al laboratorio por el que debían pasar si Vegeta quería llegar a su sala de combate. Lejos quedó ir a ver a su padre. No quería verle en ese estado sin antes haber desfogado su rabia.

Paró en secó cuando vio a Nappa en el pasillo como si estuviera esperando a alguien.

–Nappa–mencionó sorprendido Tarble en cuanto le vio–, ¿qué haces aquí?

–He venido con la humana. El Príncipe Vegeta me ordenó protegerla–informó con desgana el soldado. No se inmutó en ocultar lo poco que le agradaba aquella misión–. Tenía que venir a por sus herramientas para la sala de entrenamiento.

–¿En tu sala de entrenamiento? –Tarble miró a su hermano esperando por una respuesta mientras asimilaba que Nappa ahora estaba destinado a proteger a Bulma.

–No es de tu maldita incumbencia. ¿Por qué no te vas a hacer alguna de esas cosas que tan poco importan que haces? –Vegeta seguía soltando veneno con aquel tono despectivo que poco afectaba al menor.

Tarble no era ningún idiota. Podía carecer de fuerza, pero en cuanto a inteligencia destacaba por encima de la mayoría de saiyajins. Vegeta se interesó por los proyectos de Bulma cuando esta expuso la cámara de gravedad. Un invento, que de funcionar, le convertiría en el soldado perfecto que siempre había soñado.

–Ese proyecto no es exclusivo para ti, Vegeta–en el estado que se encontraba su hermano no debía seguir contradiciéndole o haciéndole enfadar más, pero no permitiría la injusticia que era el que usase en beneficio propio una tecnología que debía servir para mejorar la fuerza de todos los soldados de élite–. Padre querrá que todos los guerreros cuenten con una cámara de gravedad. Zorn hará preguntas.

–Que pregunte tanto como quiera–Vegeta se cruzó de brazos y miró a su hermano con severidad. Tarble fue capaz de notar algo raro en la actitud del heredero. Seguía cabreado, pero aquella ira invasora se había apaciguado de repente–. Ahora cierra tu maldita boca.

–¿Realmente piensas enfrentarte tú solo a Freezer? ¿Vas a negar a otros soldados la oportunidad de que ayuden en la lucha? –Vegeta golpeaba con sus dedos en los músculos de su brazo, incordiando a su hermano con el sonido.

–Soy el Príncipe Vegeta, el futuro Super Saiyajin–contestó con orgullo y una sonrisa altiva. Tarble no era consciente en que momento las tornas cambiaron. Su hermano estaba más tranquilo y a él le frustraba su comportamiento egocéntrico–. Es mi misión.

Las puertas del laboratorio se abrieron, rompiendo la discusión de ambos hermanos en la que Nappa contemplaba como un mero espectador sin ser consciente de que el malestar venía de más atrás.

Bulma se dejó ver junto con su caja de herramientas. La muchacha que salía del laboratorio con una sonrisa, esperando ver únicamente a Nappa, se sorprendió al encontrarse con los dos Príncipes en el pasillo. Era tan grande el Palacio que no entendía como era posible que se cruzase tanto con ellos, sobre todo con el primogénito.

La muchacha notó que ambos estaban en una postura tensa, creando una situación incómoda que solo se agravó cuando ella apareció sin entender nada, consiguiendo que se pusiera más nerviosa de lo que estaba.

–Bienvenida, Bulma–Tarble intentó dejar de lado la discusión con su hermano y se centró en la muchacha. Le mostró una amigable sonrisa que le hizo recordar a la joven que estaba ante parte de la Familia Real.

Se inclinó para reverenciarlos con tanta rapidez que sus manos se resbalaron por el mango de la caja metálica, provocando que se abriera y un par de herramientas cayeran al suelo haciendo un sonido estrepitoso. Tuvo que dar un par de brincos para evitar que ninguna de ellas impactara contra sus pies.

–¿Estás bien? –Tarble se acercó preocupado al ver como la muchacha se apartaba de las herramientas, como si estuviera haciendo un extraño baile dando saltos.

Bulma sonrió falsamente mientras sus mejillas se volvían rojas por culpa de la vergüenza ante la imagen que acababa de dar. No sabía si ahora el momento era más incómodo o nuevamente se había convertido en la bufona de la corte, porque el Príncipe Vegeta sonreía divertido con su espectáculo.

–Eh... sí... sí... perdón–Bulma se agachó rápidamente para agarrar las herramientas y guardarlas en la caja nuevamente.

Tarble se acercó para ayudarla, pero Nappa fue más rápido para evitar que el Príncipe se arrodillase. El enorme soldado ayudó a la humana que aún estaba avergonzada por la situación.

Que Vegeta se entretenía con aquella curiosa humana era una realidad. Su comportamiento torpe no le encajaba con su inteligencia. Entendía que la presencia de ambos Príncipes pudiera ponerla en aquella tesitura de nerviosismo e incomodidad, pero aún así le sorprendía con aquella actitud desastrosa.

–Vamos–la voz ronca y potente del Príncipe Vegeta sonó una vez Bulma estaba cargando nuevamente con la caja de herramientas.

Nappa le dio un pequeño toquecito en el brazo a Bulma con el codo, para que hiciera caso de la orden del Príncipe y le siguiera. Vegeta iba a seguir su camino pero se detuvo al percatarse de que la muchacha parecía otra a diferencia del día anterior. Su cabello estaba recogido, pero esta vez mejor peinado, y, en cuanto a su vestimenta, llevaba un conjunto verde oscuro de una única pieza, con las mangas cortas y los pantalones llegándole a mitad del muslo. Sus prendas eran muy raras en aquel planeta, pero no pensaba objetar nada en contra de ellas.

–Vegeta–Tarble llamó a su hermano. La actitud del heredero cambió en cuanto llegaron al laboratorio, la rabia que le embriagó había desaparecido en ese mismo momento–, espero que tengas suficiente cabeza para no hacerle nada a la humana.

–¿No te dije ya que te fueras? –Vegeta le dedicó una mirada de desprecio a su hermano–. Por si no te has dado cuenta, le mandé a Nappa a que la proteja.

–¿También de ti? –los ojos de Vegeta ardían. Nunca antes Tarble había conseguido llevarle a ese límite–. No es una de tus fulanas. Si madre se entera de lo que piensas...

Tarble no vio venir el puño que se clavó en su estómago. Su hermano se había agachado y le había golpeado con todas sus fuerzas, provocando que el menor escupiera sangre por la boca. El heredero sonrió complacido de callar sus palabras con la rabia que le llevaba acompañando desde hacía rato.

–Haz algo bien en el día de hoy, hermano. Lárgate y mete tu sucia lengua en el agujero que más te plazca–Vegeta se incorporó con una sonrisa en su rostro que podría competir con cualquiera de Freezer. Tarble retrocedió con las manos en el estómago mientras aún seguían saliendo hilos de sangre por su boca.

Vegeta dejó a su hermano en el pasillo y siguió el camino por el que avanzaban Nappa y Bulma, quien se encontraba ajena a lo sucedido mientras que el soldado, gracias al scouter en su ojo izquierdo, apreció lo ocurrido.

Cuando el guerrero se percató de que el Príncipe estaba alcanzándoles se detuvo, y obligó a Bulma a hacer lo mismo para que Vegeta les adelantase y siguiera el camino él por delante y ellos tras sus pasos.

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Anduvieron al principio en silencio, escuchándose únicamente el sonido de sus pasos y los golpes de las herramientas al chocar entre si y contra la misma caja donde estaban guardadas. Bulma se aferró al mango de ella mientras miraba de reojo a Nappa. No estaba acostumbrada a pasar tanto tiempo callada, y no sabía si podría llegar a estarlo. Ellos en cambio parecían bastante cómodos en aquel ambiente.

–Alteza–Bulma sonó tímida, y se avergonzó más por ello. El Príncipe giró un poco la cabeza para que supiera que le prestaba atención–, quería agradecerle por mandar a Nappa para protegerme.

–Si no lo hubiera hecho serías un blanco fácil para Zorn–todo el mundo hablaba del Teniente de la misma forma. Sabían que aquel hombre la odiaba y que seguiría molestándola y acosándola, pero no hacían nada más que levantar muros a su alrededor para evitar que él se acercase.

–Me gustaría aprovechar está conversación para hablar de mis nuevas funciones, Alteza–la voz de Nappa hacía la diferencia entre la tímida de Bulma y la autoritaria del Príncipe–. ¿Quién hará vigilancia por las noches?

–¿Acaso no fui lo bastante claro, Nappa? –el gran saiyajin se sobresaltó ante la rudeza del Príncipe.

–Pero, Alteza, mi habitación está cerca de su zona para que pueda ir con usted. ¿Quiere que me traslade a la de ella? –Vegeta asintió marcando su ceño. No le gustaba repetirse cuando había sido bastante claro–. ¡Pero esas habitaciones son muy pequeñas!

–Ese problema es tuyo–Nappa resopló y maldijo en varias ocasiones. Bulma era testigo de aquel comportamiento que no era el apropiado para un saiyajin que estaba cerca de alguien de la realeza, pero entendía que era tanta la confianza que se tenían que Vegeta no objetaba nada.

Le vio sonreír entre maldiciones de su fiel soldado. Su personalidad se basaba en disfrutar de las desgracias ajenas. Esta podía justificarla porque la forma de quejarse de Nappa era muy cómica. Que un saiyajin tan grande vociferase como si fuera un niño pequeño era gracioso, pero luego estaban los momentos de humillación. Disfrutó de ver al hijo de Zorn moribundo, solo para dañar el orgullo del Teniente. Vegeta se jactaba del mal que provocaba a otros.

–Alteza–Bulma volvió a llamarte, esta vez con más seguridad en su voz–, puede que usted no sepa nada, pero me gustaría saber mis funciones y mi horario.

–¿Tengo cara de administrativo? –Nappa empezó a reírse y ella se sonrojó. La seguridad se fue tal y como vino–. Tú haz tu trabajo y cuando te diga que tienes que venir lo haces y punto.

–Pero tampoco entiendo mis funciones–Bulma apretó el mango de la caja. Tanta pregunta podría molestar al Príncipe–. El proyecto que me estáis solicitando parece como si fuera algo confidencial. ¿Debo estar en la sala y a la vez en el laboratorio?

–Tú eres la científica–el Príncipe volvió la vista al frente–. Deberías saberlo.

Bulma optó por no volver a hablar y continuar el camino en silencio como lo hicieron antes. Volvió a aferrarse al mango de la caja mientras su mirada se perdía en el movimiento hechizante de la capa del Príncipe. Se intentaba mentalizar que no se estaba metiendo en la boca del lobo.

Caminando, llegaron a una parte de Palacio que era muy diferente a todas las que había visto antes. Después de subir unas grandes escaleras, los pasillos se empezaron a volver oscuros y cada vez se veían menos puertas.

–Esta zona pertenece solo al Príncipe Vegeta–informó Nappa al ver a la muchacha observar con fascinación las columnas de un mármol negro y dorado que hacían contraste con las oscuras paredes–. Aquí se encuentran sus aposentos y su sala de entrenamiento. También esta mi vieja habitación.

Bulma escuchó el tono nostálgico de Nappa al hablar de su habitación como si hubiera perdido a un familiar. Sonrió disimuladamente para no dañar su orgullo.

–Radtiz me dijo que las salas estaban en la zona de entrenamiento de los guerreros–mencionó la muchacha.

–Raditz te ha contado muchas cosas por lo que se ve–Vegeta despreció al soldado con tan solo unas palabras–. Allí también tengo una sala, pero en esta zona esta solo la mía. Aquí no puede entrar nadie sin que yo le dé autorización.

Bulma continuó contemplando aquella zona. Pasaron cerca de una puerta que era más grande que todas las demás y que, a diferencia de ellas, ésta estaba custodiada por dos guardias. Lo primero que le vino a la cabeza era que allí estaban los aposentos del Príncipe.

La siguiente puerta cercana a la que estaba custodiada por guardias, era también diferente. A pesar de que todas las salas de Palacio tenían puertas metálicas, ésta se veía más pesada que incluso la de antes.

–Quédate fuera, Nappa–ordenó Vegeta mientras se acercaba al panel al lado de la puerta e introducía un código.

La puerta se abrió, dejando ver desde el otro lado del umbral lo gigante que era la sala de entrenamiento que pertenecía al Príncipe.

–Vamos–ordenó ahora a la muchacha.

Bulma siguió al Príncipe hasta dentro de la sala, cerrándose luego la puerta detrás de ella. La muchacha miró fascinada aquella habitación. Era muy amplia, de paredes altas y blancas, el suelo era de baldosas metálicas y la iluminación constaba de la que se instaló en el techo y paredes y la que entraba por las ventanas. Mirase donde mirase siempre encontraba una grieta que rompía la armonía de un lugar tan espectacular.

–Es una sala muy amplia–habló fascinada mientras daba vueltas por la habitación–. Se necesitarán muchos materiales, dedicación y...–Bulma paró en secó y miró al Príncipe, quien en vez de prestar su atención al entornó se fijaba en ella–. Necesitaré más mano de obra.

–¿Más? –arqueó el Príncipe una ceja–. Este trabajo lo harás solamente tú. Creo que ya sabes que es bastante confidencial que tú vas a trabajar para mí en este proyecto. No quiero a nadie más.

–Es una sala muy grande–intentó explicarse ella, esperando por conseguir que el Príncipe razonase–. No sé si vio detalladamente la redacción que hice. Hay que cubrir las paredes y el techo del mismo material que el suelo, y en medio se instalará la caja de mandos para poder operar y poner en funcionamiento la cámara de gravedad.

–¿Tapar todo? –Bulma asintió.

–Cuanto más aislado este el lugar, mejor funcionará la gravedad–Bulma depositó la caja sobre el suelo y se agachó para abrirla y buscar una cinta métrica–. Llevará mucho tiempo si quiere que lo haga yo sola.

–No te estoy dando opciones. Te lo estoy ordenando–la voz fría del Príncipe concluyó que no habría negociaciones. Aquella actitud le hacía dudar de lo que estaba pasando, y porque no debía enterarse nadie de su trabajo.

Bulma asintió a desgana y se puso a medir las zonas de la sala. No podía quejarse ni protestar, por lo menos si apreciaba algo su vida.

–¿Tienes las lista con los materiales que necesitas? –Bulma negó con la cabeza mientras seguía midiendo las zonas.

–Necesito comprobar la sala antes–Bulma se agachó nuevamente para golpear el suelo con los nudillos–. Este material es excepcional. Podría cubrir la sala entera solo con él.

–No será posible–Vegeta se cruzó de brazos mientras veía como se erguía nuevamente–. Esta sala es obsequio de Freezer. Ese material es suyo y se desconoce su procedencia.

Bulma hizo una mueca de fastidio. Estudio toda la sala y se dirigió a una de las grietas que había en el suelo. Se acercó para arrancar un trozo pequeño de la baldosa y mirar más de cerca el material-

–Podría hacerle un análisis–explicó ella soplando en la baldosa para retirar los restos de polvo que se levantaron al arrancar el trozo–. Si pudiera descubrir su composición podría saber de cual planeta procede.

No esperaba que existiera esa opción, o por lo menos no paró en pensar en su posibilidad. Una vez más ella conseguía sorprenderle.

–¿Podrías hacerlo? –preguntó aun sabiendo de que podría ser capaz.

–No sé cuanto tiempo podría llevarme, pero estoy segura de que podría descifrarlo–Bulma se giró hacia el Príncipe con una sonrisa que no pudo evitar.

Hasta el momento había visto a la muchacha nerviosa, orgullosa y avergonzada, pero no la había visto sonreír así y menos a él. Se decía que su apariencia extraña y exótica le tenían intrigado en todo momento.

–Llévate la baldosa y haz las pruebas que necesites, en cuanto tengas información mandaré un escuadrón en busca del material–. Bulma asintió. Una vez más estaba motivada por aquel trabajo–. Una cosa más.

Vegeta se aproximó hacia ella. La sonrisa de Bulma se esfumó y los nervios volvieron a su cuerpo. No entendía el motivo, y se acordó de cuando le susurró al oído, provocando que un escalofrío recorriese todo su cuerpo.

A diferencia de aquel momento, Vegeta simplemente se puso delante de ella con sus brazos cruzados y con una mirada tan fría y penetrante que todo su ser quedó petrificado.

–Todo lo referente a esto lo hablas conmigo, y si se diera el caso de que no puedes comunicarme nada, solo si así fuera, se lo dices a Nappa y en un lugar seguro donde no haya nadie–Bulma asintió ante la orden del Príncipe.

–Como ordene, Alteza–Vegeta se acercó al panel al lado de la puerta para poner el código que la abriese.

–Vete y empieza a trabajar con ello–siguió ordenando–. Y si alguien insiste en saber que haces, me avisas.

Bulma asintió mientras agarraba la caja de las herramientas. Vegeta abrió la puerta de la sala y ella la abandonó.

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Después de varias horas en el laboratorio, Bulma aún intentaba adivinar de que estaba compuesta aquella baldosa que arrancó de la sala de entrenamiento del Príncipe. Si lo descubría, solo tendría que buscar la manera de reforzar el material para evitar que se rompiera con facilidad. 

–¿Qué haces aquí?–escuchó la voz de Nappa con tono autoritario y amenazante. Aquel guerrero estaba con ella dentro para protegerla de cualquier peligro.

Bulma detuvo su trabajo para prestar atención a aquel que perturbó la paz de Nappa y se sorprendió de ver al Capitán Kronk, hijo de Zorn, en el laboratorio.

–¿Tengo la entrada prohibida en el laboratorio?–preguntó el Capitán con sorna mientras Nappa le dedicaba un gesto de desprecio.

–Últimamente hay más saiyajins en este laboratorio que en una sala de entrenamiento–se quejó Nappa–. ¿Qué quieres?

–Obviamente no estoy aquí por ti, viejo calvo–Kronk le dedicó una mueca de despreció e ignoró sus insultos de vuelta. Se acercó a la muchacha que estaba asistiendo a una nueva pelea de soldados de élite–. ¿Bulma?

La peliazul se sorprendió porque un saiyajin dijera su nombre, y que ese fuera el hijo de Zorn. Asintió viendo como aquel hombre tan enorme se había colocado a su lado con una sonrisa más amable que la que le dedicaba el Teniente.

–Mi nombre es Kronk, soy el Capitán de la Armada Real–Nappa frunció el ceño al escuchar como el saiyajin se presentaba a la humana–. Nos conocimos ayer pero no en muy buenas condiciones. Sobre todo las mías.

–Y esta mañana tampoco fue mejor–le recordó el encuentro con su padre en el que él estuvo presente.

–Mi padre es un hombre difícil de tratar–Bulma asintió dándole la razón y él sonrió ante el comportamiento desvergonzado de ella–. Esperaba poder tener un momento contigo para hablar, en la comida, por ejemplo.

Bulma tuvo que reflexionar durante unos segundos lo que estaba ocurriendo, hasta que pensó que aquel guerrero estaba intentando coquetear con ella, pues rara vez vio a un saiyajin comportarse así.

–Patético–comentó de fondo Nappa como si estuviera viendo una obra de teatro. El comentario incordió al Capitán que debía aguantar la presencia del soldado.

–¿Por qué sigues aquí? Intentamos tener una conversación–tras sus palabras, Nappa se fijo en Bulma. Ella, al igual que él mismo, estaba intentando asimilar la propuesta de Kronk.

–Me da la impresión de que la conversación la tendrás contigo mismo–Nappa se acercó hacia ellos para ponerse entre ambos, protegiendo a Bulma del guerrero–. Y te recuerdo que no eres quien para decirme donde debo estar. El que debería marcharse eres tú.

–Podría darte una paliza por tu insubordinación–Nappa se reía en la cara de Kronk, consiguiendo que se fuera cabreando cada vez más.

–¿Insubordinación? Eres consciente de que mi trabajo es estar con ella, así que si piensas que estás por encima de ello a lo mejor más pronto que tarde vuelves a meterte dentro de la máquina–Nappa le señaló al tanque de recuperación que Bulma arregló y en la que él entró el día anterior.

Kronk se vio silenciado por las palabras y amenazas de Nappa. El saiyajin tenía cierta inmunidad por ser el fiel consejero del Príncipe Vegeta, pero no esperaba dejar que siempre se saliera con la suya. 

–Bulma–Kronk optó por ignorar a Nappa y volver a entablar conversación con la muchacha–, ¿quiere ir a comer?

–Eh...–Bulma se puso un poco nerviosa. Aquel hombre le daba muy malas sensaciones y cuanto más lejos estuviera de ella mejor–. Te lo agradezco pero hoy estaré trabajando todo el día en el laboratorio. Le pediré a una compañero que me traiga la comida.

El saiyajin notó el rechazó al momento pero antes de ponerse a la defensiva decidió mantener las formas, asintió y sin decir una palabra más se marchó. Bulma se vio sorprendida. En ese momento hubiera corrido en busca de Chi Chi para poder contárselo.

Nappa se giró hacia ella negando con la cabeza. Estaba tan sorprendido como ella.

–¿Por qué ha venido?–preguntó ella.

–Se ve que le gustas–Nappa no vaciló. Bulma estaba de acuerdo con él y aún así no pudo evitar sonrojarse–. Escúchame, niña. Ten cuidado con ese hombre. No vayas con él ni le aceptes nada. Es hijo de Zorn, por mucho que éste a veces le desprecie.

–Pero si ya lo hice–contestó ella con obviedad–. Me gustaría pedirte un favor, Nappa.

El soldado alzó una ceja curioso. No habían hablado nada desde que llegaron al laboratorio y él lo agradecía. Ella se dedicaba a pedir alguna cosa a algún trabajador y en ocasiones tarareaba canciones que no conocía. 

–¿Podríamos buscar a Raditz? Me gustaría poder comer con él–Nappa negó enseguida–. ¡Por favor! Él es lo más parecido a mi familia que tengo aquí, y Zorn se ha encargado de alejarlo. Quiero que sepa que estoy bien, porque lo último que supo de mí es que me quedaba sola. Tiene que saber que te tengo a ti.

Nappa no tardó en descubrir cuales eran las armas de Bulma. Sus ojos azules, grandes y brillantes, suplicaban por su ayuda. Eran como dos hermosas piedras iluminadas por el sol. Suspiró con pesadez y asintió, sabiendo que había caído en una trampa ridícula.

–¡Muchas gracias, Nappa!–el hombre se vio obligado a tapar sus oídos por los decibelios de Bulma. Ella se tapó la boca avergonzada–. Perdón, perdón.

–No me cabe duda de que ser tu escolta va a ser una experiencia nueva en mi vida, niña–ella sonrió y volvió a ponerse a trabajar antes de ir a buscar a su amigo Radtiz.

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~Nephim

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