CAPITULO II
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La arquitectura de Palacio imponía mucho más cuando estabas a su lado, haciendo que parecieras una hormiga ante sus pilares. Era de un color blanco y una estructura moderna. Constaba de una única torre ubicada en la parte más cercana a la ladera y, en lo alto de ella, hondeaba la bandera con el símbolo de la Familia Real. Bulma se encontraba en las puertas principales, grandes y de barrotes de oro que finalizaban en pinchos afilados. A cada lado había posicionado un soldado. Ocultaban su rostro detrás de un casco blanco, conectado por un cable a una pistola laser enganchada al brazo derecho.
La joven apareció sofocada tras correr hasta llegar a Palacio. Había llegado rápido gracias a su moto, la cual guardó en una capsula a mitad de la ladera al ser consciente de que había saiayjins de élite entrenando por la zona y no quería llamar la atención. Subió el resto de camino lo más rápido que pudo y, finalmente, llegó a la entrada donde se tomó unos minutos para intentar recuperar el aire que le faltaba.
–¿Qué quieres? –preguntó el soldado colocado al lado derecho de la puerta al ver que llevaba dos minutos intentando recomponerse sin haber dicho nada.
Bulma hizo un gesto con la mano al soldado de que esperase mientras intentaba recobrar el aliento. Sentía que en cualquier momento o se le escapaba un pulmón o se iba directamente al suelo.
–El Rey–fue lo único que consiguió decir cuando ya se estaba recomponiendo.
El soldado movió la cabeza de arriba abajo para analizar a aquella extraña muchacha. Por sus rasgos era evidente que no se trataba de una mujer de su raza, pero tampoco era capaz de identificar a cual podía pertenecer. Le sacó parecido al hombre que habían traído hacía diez minutos a Palacio los otros dos guerreros.
–Lárgate–se quejó el soldado a la izquierda de la puerta. Hizo un gesto de desprecio con la mano y esperó porque fuera suficiente para que se marchase.
Bulma llevó la mano a su pecho. Recobraba lentamente un poco el aire en los pulmones. Su cuerpo temblaba y ardía y ya no sabía si era el miedo o el cansancio. Dio un par de pasos hacia delante, pero los soldados se interpusieron colocándose en la parte central de la puerta. Aquella muchacha no suponía una amenaza, pero querían dejar claro que no era bienvenida.
–Tengo que ver al Rey–habló en cuanto recobró el aliento–. Soy Bulma Briefs, una científica que tiene que reunirse con su Majestad. Así que agradecería, amables caballeros, que se movieran y me dejasen pasar. A ser posible, también podrían avisar de mi presencia.
Al terminar sus palabras, Bulma se encontró nuevamente con la misma reacción que tuvieron los dos soldados que fueron al laboratorio. Empezaron a reírse en su cara como si hubiera contado algún chiste. Entendía que no la iban a dejar pasar fácilmente por las buenas, por no decir que sería imposible, pero por lo menos lo había intentado.
–¡RADITZ! ¡RADITZ! ¡RADITZ! –Bulma empezó a gritar a pleno pulmón, haciendo que los dos saiyajins se llevasen las manos a los oídos. Sabía muy bien que aquella raza tenía un tímpano bastante delicado y su voz, nada suave, podía servir por primera vez para algo–¡RADITZ!
–¡Cállate! –gritaron al unísono los dos guerreros.
Bulma se había puesto todavía más roja al hacer aquel esfuerzo. En algún momento se llevó la mano a la garganta, pues de tanto forzar la voz empezó a dolerle. Jamás hizo tal cosa y aún así no pensaba parar.
–¡RADIIIIITZ! –se asustó cuando uno de los soldados se acercó amenazante hacia donde estaba ella. Bulma dio pasos hacia atrás mientras el otro avanzaba. El miedo ya era lo que menos sentía–¡RADIIIIITZ!
–¡Te voy a enseñar a gritar! –el guerrero se movió a una velocidad sorprendente. En un segundo le tenía delante.
Su brazo se alzó con la palma de la mano abierta. Si llegaba a tocarla, solo con aquel simple golpe, se encontraría o inconsciente o muerta. Aún así, no titubearía en gritar una vez más.
–¡Detente! –antes de llegar a si quiera rozarla, el soldado se apartó de la muchacha cuando una voz femenina sonó a sus espaldas.
Bulma se encontraba con los ojos cerrados y había dejado soltar un grito, esperando que aquella mano le diera de lleno en la cara, pero nunca ocurrió. Abrió sus ojos azules cuando escuchó la voz de una mujer y se dio cuenta de que los dos soldados estaban de rodillas ante la figura que estaba al otro lado de la puerta. Sonrió aliviada cuando vio que detrás de ella se encontraba su amigo Raditz.
–Abrid la puerta y dejadla pasar–ordenó de inmediato la mujer y los soldados cumplieron.
Bulma se acercó mientras se fijaba en ella. Aquella mujer imponía solo con mirarla. Era una saiyajin muy hermosa que aparentaba la edad de Gine, pero conociendo las características de aquella raza podía ser más mayor de lo que aparentaba. Tenía un porte elegante, que lo llevaba a su vestimenta compuesta por un largo vestido rojo que llegaba hasta los pies, donde se apreciaba un poco el color negro de su calzado. A su espalda llevaba una capa blanca elegante.
Veía en ella los rasgos de cualquier saiyajin, una cola enroscada a la cintura, una melena despeinada negra que le llegaba hasta la cintura repleta de adornos dorados, y los ojos tan oscuros como el ébano. Destacaba que era la saiyajin con la piel más blanquecina que vio, por no trabajar demasiado bajó el sol, pensó. Su mirada era brillante y para nada incómoda.
Era una mujer muy elegante. O, más bien, y a juzgar por su corona, una Reina.
Raditz, detrás de la monarca, le hizo un gesto a Bulma para que se inclinase ante la Reina. La muchacha, torpemente por la inexperiencia y el desconocimiento, se agachó un poco y llevó sus manos hacia la zona del pecho.
–Reina Arwen–saludó la humana mientras la saiyajin se encargaba también de analizarla–, agradezco que me haya dejado entrar.
–Deberías agradecérselo a Raditz–Bulma se irguió en cuanto la Reina nombró al saiyajin y se giró para sonreírle–, reconoció a la muchacha que entre gritos de histeria le estaba llamando.
Las mejillas de Bulma se tiñeron de rosado. Raditz se quejaba constantemente de que gritaba como una histérica, tal y como la Reina dijo, y que podrían llegar a escucharla hasta en la otra punta del planeta. Siempre dijo que exageraba, pero sabiendo lo sensibles que eran los saiyajins porque tenían un oído prodigioso, sabía que podría oírla.
–Ahora dime–la Reina que hablaba con autoridad, tenía un tono que conseguía despistarla. Pensó en una figura ególatra y cínica–. ¿Qué haces aquí, niña?
–Unos soldados se llevaron a mi padre para que se reuniera con el Rey. Quiere que ocupe lugar en el laboratorio y él es un hombre mayor que tiene que estar con su familia–la preocupación se notaba en el temblor de su voz y en la tristeza de sus ojos azules–. Quiero ofrecerle al Rey que me deje ocupar ese lugar.
La Reina levantó la cabeza y, más minuciosamente, la analizó. Bulma vestía con ropas diferentes a las que se usaban en el planeta Vegeta, extrañas y llamativas. El color de su cabello y el de sus ojos eran peculiares, por no mencionar exóticos. Su piel ahora estaba roja por el esfuerzo que hizo en llegar hasta Palacio. Veía en ella una niña pero con cierta madurez. Tenía las cosas claras o eso intentaba demostrar, pues había arriesgado mucho para llegar hasta donde estaba.
–¿Estás capacitada para un puesto como ese? –Bulma asintió y con los ojos buscó la complicidad de Raditz.
–Mi Reina–Arwen prestó su atención a su más leal soldado–, conozco a Bulma desde que llegó a este planeta. Los progresos tecnológicos que ha hecho están a la altura de su padre, inclusive podría llegar a superarle.
Una sonrisa apareció en la Reina cuando escuchó al saiyajin hablar para defenderla. Se tocó la barbilla como si estuviera pensando algo y nuevamente la analizó por si había algo en ella que no hubiera visto antes.
–Te llevaré ante el Rey–los ojos de Bulma se iluminaron tras las palabras de la Reina–. Espero que valgas la pena.
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El doctor Briefs se encontraba en el despacho del Rey Vegeta, donde los dos soldados que aparecieron por el laboratorio le habían llevado. Allí se encontraba en compañía del monarca y de su Consejero Real, Paragus. Aquel lugar le pareció excesivo, como una manera de demostrar poder y riqueza. Ni siquiera él tenía un lugar así en la Tierra.
–¿Eres el humano que trabaja en la zona sur del planeta? –fue la primera pregunta que recibió el hombre y vino de parte de Paragus.
Cuando le llevaron a aquella sala, él había hecho la correspondiente reverencia al Rey, que estaba sentado en su despacho. Lo único que hizo fue dedicarle un gesto de desprecio que no sorprendió al humano. Paragus, con un movimiento de mano, le indicó que debía sentarse delante del monarca.
–Vine hace nueve años para ayudar a los saiyajins de tercera clase–confirmó Briefs, esperando que supieran cuales eran sus intenciones, pero eso no fue más que una provocación para el Rey, como dijo Raditz, era como si cuestionase su forma de gobernar sobre el pueblo.
–Nuestro jefe de laboratorio falleció y ahora necesitamos llenar ese puesto–siguió hablando Paragus. Podía notar en él también mucha prepotencia. Nadie de allí le había preguntado por su nombre ni se había preocupado por si estaba bien. Entendía que no pasaría, pero ni los soldados de la aldea eran tan cínicos.
–¿Qué condiciones tendría? –preguntó el científico para sorpresa de ambos saiyajins–. Vine a este planeta para ayudar a esos guerreros. No podría irme sin más.
–Pues tendrán que superarlo–contestó Paragus con tono amenazante.
Hubiera querido decir algo más, intentar conseguir algunas condiciones, pues ya no podía negarse a trabajar para el Rey. Recordar a sus hijas le hizo tomar aquella drástica decisión. Hubiera preferido mantener su postura y mandarles a buscar hasta en los confines del infierno antes que tomar lugar allí y dar de lado a sus principios.
Él estaba allí porque quería ayudar a los saiyajins a matar a Freezer y si conseguía que los soldados de tercera estuvieran a la altura de uno de élite tendrían posibilidades, así como lo consiguió Raditz. Pero olvidaba que ellos, sobre todo los que más poder tenían, también eran peligrosos y se podían considerar enemigos.
La reunión se vio interrumpida cuando las puertas del despacho se abrieron, sin que nadie tocase antes de entrar. Apareció la Reina con su porte y andar elegante. El humano pudo reconocerla, ya no por la corona, sino porque tan solo alguien de tan alto nivel podía irrumpir de esa manera. Se levantó de la silla para inclinarse ante ella, al igual que hizo Paragus.
–¿Qué haces aquí, Arwen? Estoy reunido–la Reina se fijó en el humano y efectivamente notó que los años no le favorecían. No podía calcular cuánto podría vivir pero sabía que con su edad el ritmo de producción no sería beneficioso.
–Lo sé–sonrió ella a su esposo–. Sé que hay una vacante en el laboratorio y he venido a ofrecer a alguien más para ese puesto.
Tanto el Rey como el Consejero se vieron sorprendidos por aquella información. Si contaban con los saiyajins, no había ni uno en ese planeta que tuviera conocimientos suficientes para llegar a un puesto así. Eran unos negados con la tecnología y sabían lo básico para sobrevivir y viajar. Tendrían que irse a otro lugar para encontrar a alguien que estuviera a la altura del doctor Briefs.
La Reina se hizo a un lado y dejó pasar a Bulma quien, antes de entrar, intentó colocarse mejor la ropa y el pelo para no aparecer de manera inapropiada ante el Rey, sobre todo si quería conseguir convencerle para que entrase en el puesto que querían meter a su padre.
–Bulma–el nombre de la muchacha se escapó de los labios de su padre. Ella le sonrió antes de hacerle una reverencia al Rey.
–Esta jovencita es Bulma–la Reina presentó a la humana mientras se colocaba entre padre e hija, justo delante del Rey–. Es la hija de este hombre, quien le enseñó todo lo que sabe. Tengo entendido que además ha llegado a superarle.
–Esto es una locura, Arwen–se quejó el Rey mirando a los dos humanos. El hombre aún estaba incrédulo al ver que su hija había conseguido llegar allí y que además lo hizo de la mano de la Reina.
–¿Locura? Locura es poner a un humano mayor en vez de una joven con ideas nuevas que aportar y que nos puedan beneficiar–Paragus observaba el intercambio de palabras entre ambos. No entendía con exactitud que estaba ocurriendo, pero le irritaba. Le molestaba que la Reina apareciera con aquella muchacha desconocida y que seguramente el Rey, embrujado por su esposa, accedería sin más.
–Yo solo quiero un maldito científico en el maldito laboratorio–el Rey se levantó con violencia–. Niña, ¿estás capacitada para un puesto así?
Bulma sonrió emocionada pues gracias a la Reina lo iba a lograr. Su padre, en cambio, no estaba cómodo con aquella idea. Podía entender que le quería salvar, pero si el precio era que ella estuviera en aquel lugar entonces debía replantearse sus planes en aquel planeta.
–Majestad, si me permite–Paragus se adelantó a la humana–. El hombre tiene conocimientos de los que hemos sido avisados. No sabemos quién es su hija.
El doctor Briefs podría agradecer a aquel hombre que interviniera y le sacara aquella idea de la cabeza al Rey.
–¿Estás poniendo en duda mi elección, Paragus? –el consejero se incomodó cuando la Reina preguntó.
Bulma estaba muy nerviosa y, para intentar calmar esa ansiedad que se apoderaba de ella, jugaba con los dedos de sus manos escondidos detrás de su espalda para que nadie pudiera verlo, aunque sabía que los saiyajins podían oler su estado a kilómetros.
–Jamás, Reina Arwen–Paragus se agachó mientas apretaba sus dientes por la rabia.
–¡Ya está bien! –gritó el Rey, terminando con aquella discusión mientras se acercaba al humano.
Ambos se quedaron frente a frente. El saiyajin era mucho más alto y más fuerte, imponía solo con mirarle. El humano, por su parte, era bajito y más delgado, con las arrugas adornando su piel, unas gafas ocultando el pasar de su mirada y el cabello lleno de canas. Eran muy diferentes y en cambio ambos tenían un orgullo que preservar.
–Debería matarte solo por el hecho de venir a mi planeta y darle a mis soldados tecnología sin mi permiso y supervisión–el corazón de Bulma dio un vuelco cuando la voz del Rey resonó en todo el despacho–. Tu hija ¿es mejor que tú?
Tragó saliva con fuerza, notando el dolor al pasar por su garganta.
–Bulma aprende rápido y sin ninguna duda hace años que superó la inteligencia de su padre–el científico miró a su hija con una sonrisa dulce, y ella se lo devolvió mientras una lágrima salía de los ojos de la joven–. Lamento el haberle ofendido y para remediarlo me ofrezco a trabajar para la Familia Real. Solo pido que no le permita a mi hija estar ahí.
El labio inferior de Bulma tembló. Su padre prefería dejar todo lo que había soñado de lado para que ella no estuviera en peligro. Quería romper a llorar y la angustia se apoderó de ella. Intentó ser fuerte y valiente. Estaba tensa y luchó por no parecer débil, pero fue en ese momento que notó como acariciaban con suavidad y en círculos su espalda. Alzó la cabeza y se encontró con la Reina que intentaba calmar el dolor que sentía.
–Bien–sonrió el Rey y se giró dándole la espalda. Se acercó a Bulma que aún estaba sorprendida por la reacción de la Reina hacia ella, que dejó de acariciarla cuando su esposo se aproximó–. Quiero que prepares tres proyectos y los expongas ante un jurado militar en el que estaré presente para comprobar si es cierto que superaste a tu padre. De ser así el puesto será tuyo.
–¡Majestad, por favor! –imploró el científico al ver como el Rey había rechazado su oferta.
–No te preocupes, viejo–el Rey estaba junto a su esposa, mirando de reojo al humano–. Si tu hija resulta ser una decepción podrás ocupar ese puesto. Piadoso ¿verdad?
El Rey movió la cabeza para que la Reina le siguiera y así salir de la sala. La risa del monarca se escuchaba como unas cuchillas que se clavaban en el pobre hombre.
Bulma, por otro lado, suspiró aliviada de saber que su padre no iba a tener que arriesgar todo lo que había construido en aquel planeta. Sabía que lo que estaba por venir no era mejor, pero por lo menos tenía una oportunidad para seguir con todos los planes que tenían.
–Abandonad la sala–ordenó Paragus mientras tiraba al humano del brazo, esperando porque los dos salieran del despacho.
Padre e hija dejaron la sala tras la demanda poco amigable del saiyajin y, en el pasillo, se encontraron con Raditz que caminaba de un lado hacia otro. El guerrero estaba nervioso por saber que había pasado y no se animó más cuando vio en los rostros de ambos humanos la preocupación y angustia.
Paragus salió detrás de ellos y cerró las puertas tras de sí. Levantó la mirada cuando notó una tercera presencia y comprobó que se trataba de Raditz. Le dedicó un gesto de desagrado, torciendo los labios en una mueca de repelo. Sin decir nada, les dio la espalda y marchó hasta perderse por los pasillos de Palacio.
–Bastardo–insultó el saiyajin en cuanto desapareció Paragus de su campo de visión. Se giró hacia los humanos que habían ignorado cualquier intercambio entre ambos saiyajins–. ¿Qué ha pasado?
Hubo un momento de silencio y de miradas entre los dos científicos, como si pudieran hablarse de esa forma. Raditz marcó su ceño impaciente. No estaba de acuerdo con el comportamiento de Bulma y lo que más le molestaba era que pareció ser de agrado para la Reina.
–¿Vais a decir algo o seguiréis mirándoos como idiotas? –Raditz volvió a insistir. Estaba cansado de ser el único que no se estaba enterando de lo que había ocurrido detrás de aquellas puertas que cerró Paragus.
–¿Y qué quieres que diga, Raditz? Tal vez debería preguntarte por qué mi hija vino de la mano de la Reina–a pesar de que hablaba con un tono suave, se apreciaba en su voz una tristeza y un dolor que se clavaba punzante en el corazón de la peliazul–. ¿Cómo se te ocurrió venir, Bulma?
Nunca antes escuchó hablar así a su padre. Parecía, no molesto o cabreado, le notaba decepcionado. Había en él dolor, uno muy intenso, pero ella apreciaba ese sentimiento de que le había herido en su interior por no haber hecho caso cuando marchó con los soldados para enfrentarse al Rey.
–¿Pretendías que dejase que te fueras en contra de tu voluntad? –había temblor en su voz y también en su cuerpo–. Tu sueño era ayudar a los guerreros de tercera clase y que tu familia estuviera bien...
–¿Y cómo lo estará si tú trabajas aquí? –interrumpió su padre. Había asumido que los saiyajins, sobre todos los de élite, siempre conseguían lo que querían.
Bulma se pegó a la pared y agachó la mirada. Estaba avergonzada y aquel dolor en su corazón le abrasaba. Siempre soñó ser como su padre y ser recordada por sus grandes logros. Esta podría haber sido aquella oportunidad que tanto ansiada, pero no lo era. Ahora mismo lo único que le podía preocupar era el bienestar de su familia.
–¿Me podéis contar de una vez que demonios ha pasado ahí dentro? –nuevamente, Raditz preguntó. Ignoró por completo las palabras del científico buscando una explicación de por qué Bulma apareció junto con la Reina, pues, aunque no se pronunciase, tampoco era participe de la idea de su monarca.
–El Rey quiere que Bulma exponga ante un jurado tres proyectos para comprobar si está capacitada para trabajar para él en su laboratorio, de no estar conformes con ellos iría yo–el doctor Briefs recordó aquel momento y sintió una fuerte presión en el corazón–. Tomó la decisión para castigarme por haber ayudado a los guerreros de tercera.
–No será ningún castigo, papá–Bulma se acercó al hombre y le tomó de la mano y el mentón. Con uno de sus pulgares acarició su mejilla mientras le dedicaba una dulce y pequeña sonrisa–. Confía en mí, por favor. Puede que no fuera lo que queríamos, pero si es por sobrevivir mejor que me quede yo y que tú puedas seguir con el proyecto que soñaste.
Los ojos azules de Bulma brillaban con una luz que encandilaba a su padre. Sabía que en ella existía la misma tristeza que se apoderaba de él, y que su mirada solo reflejaba lo que ella quería demostrar para reconfortarle.
–Briefs–la voz de Raditz desentonaba en comparación con la dulce y suave de su hija, rompiendo un momento de ternura para llevarle a una realidad cruda y fría–, debes ser consciente de que no hay vuelta atrás. Bulma deberá pasar por ese jurado y cuando lo haga yo estaré en Palacio para protegerla. Así es como la Reina lo quiere.
La figura de la Reina pasó por la cabeza de Bulma, devolviéndole al momento en que la vio por primera vez. ¿Cuántos comentarios había escuchado siempre acerca de su extraña personalidad? Siempre pensó que, teniendo el puesto que ostentaba, se trataba de una mujer cruel y despiadada, o tal vez más excéntrica de lo normal.
Para el pueblo saiyajin la personalidad de la Reina era tan rara porque se asemejaba más a la de los humanos que a la de ellos. Fue amable y se preocupó por ella. Se la había jugado ofreciéndole el puesto de laboratorio solo con las palabras de Raditz y no parecía arrepentirse de tomar aquella decisión. No podía creer que una mujer así fuera la esposa de un Rey tan frívolo como lo mencionaban.
–Lo mejor es que volváis a casa–Raditz le dio la espalda mientras hacía un leve movimiento con la cabeza–. Os acompaño a fuera.
Tres proyectos eran lo que separaban a Bulma de salvar a su padre. Tenía que volver a casa y prepararse bien. Debía conseguir ese trabajo.
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El Palacio constaba con un ala exclusivamente para el entrenamiento de los guerreros más fuertes dentro de la élite. El Príncipe Vegeta tenía la mejor para él, era más grande y estaba mejor iluminada que las demás, pero se mantenía peor. Había grietas en las paredes blancas y el suelo rojo estaba igual que el techo brillante, repleto de agujeros y siluetas de algún soldado que había tenido la mala fortuna de entrenarse con él, y ese podía ser el caso de los dos hombres que luchaban contra él en ese momento.
Broly, Comandante de la Armada Real e hijo de Paragus, con tan solo veinte años había sido el primero en llegar a un cargo tan alto. A su lado se encontraba un hombre con una melena hasta los hombros acomodada en una coleta. Se trataba de el Capitán Kronk, hijo del Teniente Zorn, guerrero que era muy respetado entre la élite.
Si hubiera que medir la fuerza por la apariencia, el Príncipe Vegeta era el más bajito y el que menos musculado estaba, en cambio los otros dos guerreros eran bastantes más parecidos, aunque Broly se viera mucho más fornido.
Vegeta se desvaneció en el aire y apareció delante de Broly, pegándole una patada a la altura del estómago que le hizo doblarse. Le agarró por la melena y con gran violencia empezó a estampar su cara contra su rodilla, manchando de sangre el rostro del Comandante y la tela del Príncipe.
Kronk se abalanzó contra el Príncipe queriendo estamparle un puñetazo en la cara, pero Vegeta fue más rápido y agarró con su mano libre el puño que venía hacia él. Le acercó y le agarró por la coleta, y con Broly también apresado, chocó las cabezas de ambos escuchando el impacto de las frentes y el grito de dolor que los dos soltaron.
Tiró de ellos hasta que sus cuerpos chocaron contra la pared, quedando incrustados en ella y haciendo nuevas siluetas en su sala. Se puso delante de ellos y empezó a propinarles puñetazos en las caras alternando de uno a otro para su mayor diversión. Veía como brotaba la sangre de sus cejas, narices, pómulos y labios y se perdían en la tela blanca de sus guantes.
Así pudo estar varios minutos hasta que se cansó de propinarles golpes. Se separó de ellos para ver como caían estrepitosamente contra el suelo. Vegeta descendió, dedicando una mirada de desprecio a aquellos guerreros de alto rango. Ninguno había conseguido golpearle.
–Cuando reine tendré que tomar cambios drásticos con la Armada Real–gruñó Vegeta mientras despreciaba a los dos hombres que les costaba levantarse.
–Han sido los saiyajins más jóvenes en lograr un puesto tan importante–un saiyajin que medía el doble que el Príncipe, estaba apoyado en la pared detrás de él. Era más mayor que los demás, calvo y con un fino bigote. Había sido espectador de la pelea del Príncipe.
–Elegidos por Zorn, Nappa–tras pronunciar con desprecio el nombre, escupió cerca de donde estaba Kronk, el hijo del Teniente.
Vegeta les dio la espalda a los dos soldados malheridos. Intentaban aguantar la rabia que sentían dentro cada vez que les humillaba. Las palizas eran lo de menos.
–¿Cómo voy a conseguir ser más fuerte si no hay nadie en este maldito planeta que pueda hacerme frente? –gruñó el Príncipe. Hacía tiempo que se dio cuenta de que no era capaz de conseguir sus objetivos.
–Tal vez ir con Freezer y entrenar con sus soldados pueda ayudar–propuso Nappa ante las insistentes peticiones por parte del tirano para que pasase una temporada en su base.
–Puede que esta panda de incompetentes no pueda conmigo–señaló el Príncipe con la mirada a los dos guerreros–, pero prefiero más su compañía que entrenarme con una rata lameculos de Freezer.
–Alteza–Broly se acercó al Príncipe, que ni se inmutó en mirarle–, escuché a mi padre que mañana se realizará un tribunal para elegir al nuevo jefe de laboratorio. Tal vez...
–Como me irrita tu voz–interrumpió Vegeta con una sonrisa mientras andaba hacia la salida sin prestar atención a una sola palabra que saliera de los labios de Broly.
El Príncipe abandonó la sala en compañía de Nappa, que iba unos pasos detrás. Él era su mano derecha y en el momento en que se sentase en el trono se convertiría en su Consejero Real.
–Broly tiene razón con lo del jurado–Nappa andaba dos pasos detrás del Príncipe–. Una chica humana.
–Algo me dijo Tarble–Vegeta cruzó sus brazos a la altura del pecho–. Se trata de la hija del humano que vino al planeta a ofrecer tecnología a los soldados de tercera.
–A la aldea de Radtiz–recalcó el calvo.
–Un jurado–se rio el Príncipe ante la idea de su padre–. Debería haber matado a esos humanos.
Todo aquel saiyajin de élite que conociera la historia del doctor Briefs tomaba como una provocación sus actos contra el Rey. Venir a su planeta a suministrar al pueblo tecnología avanzada era poner en duda su reinado. Vegeta sabía que si su padre no había tomado medidas era por comerse el orgullo y aceptar que le beneficiaba que aquel humano siguiese con su proyecto, pero el orgullo de un saiyajin, y más de un Rey, puede tener su límite.
–A ver lo que nos ofrece su hijita–sonrió el Príncipe mientras seguía su camino con Nappa detrás.
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~Nephim
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