05 - El fiel escudero
—No creo que sea la mejor decisión —murmuró Lila.
Gregorio solo suspiró, habían discutido el mismo tema por demasiado tiempo y estaba comenzando a cansarse.
—Está con Sirel, estará bien —respondió con calma. Había repetido la misma frase varias veces.
—A mí no me importa si está bien o mal, lo que me importa es lo que pueda llegar a hacer —contraatacó perdiendo un poco el control—. Esa chica se escapó delante de nuestras narices y no nos dimos cuenta, está loca y fuera de sí, representa un peligro que debemos neutralizar —intentó que su jefe entrara en razón.
—Spíti está sufriendo la muerte de su pareja y escapó para aliviar su dolor, pero ahora está con Sirel y él la mantendrá bajo control —volvió a repetirlo—. Todo está bien, no tocaremos más este tema, ya que tenemos asuntos más importantes con todo lo que está pasando en Ritma...
Chaco no se quedó a escuchar el resto de la conversación, ya sabía lo que necesitaba. Salió de ahí y se internó en los pasillos hasta llegar al cuarto que le habían asignado cuando el resto de los hombres entró en ese cuadro de fiebre y convulsiones, solo era una manera de vigilarlos y tratar de no contagiarlos.
Nicholas no estaba, le había dicho que iría al comedor por un poco de comida, lo había invitado pero Chaco lo rechazó. Pasaba demasiadas horas con el otro sujeto y era un poco pesado, necesitaba aire. Además, no le gustaba nada que ni Cristela ni Oscar habían vuelto, así que decidió que debía prepararse. No lo iban a agarrar desprevenido.
Rebuscó entre sus cosas, pero no estaba. Había desaparecido del lugar donde debía encontrarse y eso, tenía una sola respuesta: Spíti.
Tomó su arma y nada más. Salió una vez más al pasillo y se dirigió a la salida, seguramente había un guardia. No estaba equivocado, pero él tampoco frenó.
—¿Qué quieres amigo? No puedes estar aquí —dijo el guardia.
Chaco no tenía idea de cómo se llamaba y tampoco le importaba.
—Voy a salir, así que hazte a un lado —respondió serio mientras intentaba abrir la puerta.
Pero el guardia lo agarró por la mano y lo hizo retroceder, pero aún sin desenfundar su arma. Chaco adivinó que prefería arreglar los problemas de formas pacíficas y la violencia, como última instancia.
—Retrocede, las órdenes del jefe fueron claras, nadie sale hasta que la situación se calme un poco —dijo razonablemente pero sin soltar su brazo.
Chaco sonrió con arrogancia.
—Ese es el primer error que has cometido, tu jefe no es el mío porque mi jefa está allá fuera e iré a buscarla.
Acto seguido, le propinó un buen golpe en el pecho que de buenas a primeras dejó al guardia sin aire, esto hizo que lo liberase y se inclinara un poco por el dolor. Chaco aprovechó esto y azotó la cabeza del otro hombre contra la pared. En menos de un minuto, el guardia estaba inconsciente en el suelo.
—El segundo es subestimarme y no tener idea de quién soy —dijo con suficiencia.
Miró a su alrededor pero no había nadie, le quitó el arma al guardia caído y abrió la puerta.
No se había equivocado, estaba en las fábricas abandonadas de Linna. Ahora solo le quedaba apelar a la memoria, pero él encontraría a Spíti, aunque esta Ritma no sea igual a la de quince años atrás.
La joven permanece sentada sobre un escombro, un pedazo que antes fue parte de una pared y que ahora solo es basura desperdigada sobre el suelo. Hay mucho de eso aquí, desde que la ex capitana Krisal arrasó con todo el suburbio hace unos meses atrás. Muchas cosas han cambiado desde aquel momento, ya no queda ninguna capitana en el poder, todas están muertas o fugitivas. El poder de los Primeros tambalea y Feiro les mueve la silla con gusto esperando que se caigan.
En cambio ellos, todo el resto aún permanecen fuera de escena, ocultos y moviendo los hilos en la oscuridad. Esperando el mejor momento para poder instalar un mejor sistema que el existente.
Él se acerca y se sienta al lado de la joven, mientras le ofrece una taza carcomida por el óxido, pero que logra contener el té caliente perfectamente. Ella ni se inmuta, Sirel sabe que será otro día en que no coma nada. Todavía no sabe cómo sobrevive sin ingerir alimentos, tal vez esté acostumbrada por haber vivido afuera, supone que el lugar no fue para nada agradable.
La joven llegó ayer, perdida en su propia cabeza y él sabiendo quien era gracias a las advertencias de Gregorio, sólo pudo intentar retenerla y tratar de protegerla. No es difícil, ella no ha mostrado signos de captar lo que sucede a su alrededor.
Ella abraza con fuerza el jarrón que tiene contra su pecho, no lo ha soltado en ningún momento y sigue mirando el domo, como si intentara otra vez atravesarlo para volver a su territorio. Por suerte, no lo ha intentado otra vez desde la primera ocasión, pero Sirel lamenta su descuido porque Spíti fue salvada por Jaime. Sabe que no hay tanta maldad en el corazón de la ex capitana, pero no puede confiar en ella totalmente y menos cuando apareció junto a un guardia. La ex capitana es una mujer que aún no conoce todas las fichas que están sobre la mesa y eso la vuelve ignorante, al no conocer todas las partes puede pecar y tomar un bando equivocado creyendo que hace lo correcto.
Sirel siente la oscuridad que se arrastra por el cielo y suspira, deja olvidada la taza de té en algún lugar, esa es una batalla que perdió otra vez el día de hoy.
—¿La noche es muy distinta fuera del domo? ¿Hay estrellas verdaderas allá? —interroga intentando iniciar una conversación.
Lo ha hecho desde el día de ayer, pero siempre obtiene lo mismo, el silencio. Aunque no se cansa de intentarlo.
—¿Estrellas? —su pregunta apenas era un susurro y Sirel se sobresaltó por su voz quebrada y dolida, pero se recompuso rápidamente—. De las estrellas venimos, hacia las estrellas vamos. La vida no es más que un viaje a lo desconocido...
Ella habla como si aún estuviera en su propio mundo, pero de repente escucha el ruido de la tela y puede adivinar que volteó a verlo. Ella lo ve de verdad, por primera vez en dos días, parece una persona. Como si hubiera comprendido por primera vez algo que antes le era desconocido.
—Mencionaste las estrellas, ¿en qué lugar aquí puedes estar más cerca de ellas?
La pregunta lo descoloca y no sabe cómo responder los primeros minutos, pero ella en su tono de voz parece tan viva y tan emocionada. Ahora puede notar que todavía es demasiado joven y la vida la ha maltratado demasiado. No conoce toda su historia, solo lo poco que deslizó Gregorio cuando le pidió que la mantuviera a salvo y fuera de peligro.
—Estrellas... —menciona para él mismo, intentando recordar—. Las estrellas, el lugar más cercano para verlas es el Teatro Digital que se encuentra en el sector Jaime —termina diciendo.
Hay un reconocimiento ahí, Spíti acaricia el jarrón en sus manos y hay una determinación en sus facciones que no ha estado ahí desde que Amílcar murió.
Chaco ha estado evitando las grandes aglomeraciones de personas, por eso ha estado bordeando los límites de todos los sectores. No ha visto muchos soldados custodiando, le resulta extraño pero también sabe que no tocó el sector Krisal que es el epicentro de la revolución de Feiro y de los Primeros nunca se supo su verdadera ubicación. Así que tampoco se sorprende que este lugar este medio desierto, la población no se aventura hasta aquí y seguramente la mayoría permanece en su casa, temerosos de la nueva situación de la ciudad, antes tan ordenada.
Sonríe, él se hubiera unido emocionado a cualquier revolución, lo pensó cuando todavía era joven y vivía en Ritma. Ahora es un hombre maduro y está dentro de una revolución justa o no, pero es una revolución, solo que les falta su jefa y él la traerá de regreso.
Cuando llega a los suburbios, no hay personas, no hay nadie. Eso lo sorprende, siempre estaba repleto de pobres diablos que no tenían plata para una vivienda, personas que eran el descarte de la sociedad, la mugre que escondían debajo de la alfombra.
Saca su arma y la apunta a la cabeza del hombre, quita el seguro, pero el viejo no se mueve.
—¿Dónde está la mujer? —pronunció sin titubear.
El viejo suspira.
—Mi hija se fue a dormir hace un rato —dijo sin alterarse.
Chaco presiona con más fuerza el cañón sobre la sien del hombre.
—No jodas conmigo, el tiempo apremia y me importa un carajo si tu jefe te dijo que la retengas, necesito encontrar a Spíti —insiste con dureza.
El hombre voltea con el rostro en su dirección, Chaco nota que es ciego, hace quince años no estaba así. Sirel realmente envejeció en tan poco tiempo.
—De las estrellas venimos, hacia las estrellas vamos. La vida... —comenzó a decir, pero Chaco lo cortó.
—Al grano, no des vueltas. Te conozco demasiado —amenazó un poco más cabreado.
Sirel ni se inmuta.
—Eso es lo que ella dijo, luego me preguntó cuál era el lugar para estar más cerca de ellas —continúa mientras Chaco frunce el ceño sin entender del todo—, le dije que en el Teatro Digital del sector Jaime. Me agradeció y se marchó como hace dos horas.
Chaco no sabe que decir, estuvo esquivando el interior de los sectores para no llamar la atención, pero ahora parece que no le queda otra. Lo peor es que teme que Spíti se pierda y cometa una locura y la terminen atrapando, después de todo ella no conoce Ritma.
—¿Y la dejaste irse sola? —le reclama. Sirel no cambia su expresión.
—No soy el carcelero de nadie, solo ayudo a las personas que necesitan una mano y a las que se dejan ayudar. Nada más, solo soy un viejo ciego que habita este lugar donde ya no queda ni un alma.
Chaco chasquea la lengua y maldice.
—Sigues siendo el mismo que hace quince años, solo que ahora eres un viejo ciego y decrépito.
No le dirige otra mirada y se interna en la oscuridad de la noche. Debe encontrar a Spíti antes de que sea demasiado tarde.
Oscar no puede evitar vomitar sobre el césped seco. La bilis aún le sube por su garganta, pero se calma y hace su mejor esfuerzo para que permanezca dentro de su estómago.
—Fallamos —exclama Cristela.
Está molesta, pero Oscar sabe que no es por las personas que murieron, sino porque su plan falló.
Realmente tampoco había un gran plan organizado, solo intentarían salvar a las personas que hace meses habían sido desalojadas de los suburbios. Gregorio se los había pedido y les había contado que en el día de ayer, los Primeros dieron la orden de asesinar a todos los hombres y él no pudo evitarlo. Hoy le tocaba a las mujeres y a los niños, pero ellos también fracasaron.
La bilis vuelve a subir cuando recuerda cómo todos fueron alineados en una pared y ejecutados sin una pizca de humanidad, había niños que ni siquiera llegaban a los dos años. La sangre manchando la blanca pared.
Vuelve a vomitar.
—Ya para, debemos volver, no nos pueden atrapar. No logramos salvarlos, es inútil que sigamos aquí —se queja mientras comienza a caminar hacia las fábricas abandonadas otra vez.
Oscar se recompone a medias y la sigue. Son unos minutos en relativo silencio hasta que algo interrumpe la tranquilidad aterradora de la noche. Ambos son rápidos para esconderse.
Es un hombre, no pueden reconocerlo en la oscuridad, pero está vestido como un guardia y renguea. ¿Qué está haciendo solo? ¿O acaso están siendo rodeados? Ambos se tensan ante la posibilidad y tratar de esconderse aún más.
—¡Maldición! Esta pierna duele —exclama el desconocido—. Pero nos volveremos a encontrar Ángela, eso te lo juro —murmura con una sonrisa.
Y luego, continúa caminando intentando aliviar el dolor de su pierna lastimada. Se pierde en la oscuridad.
Ellos permanecen como dos estatuas por demasiado tiempo, temen que haya más, pero finalmente se relajan un poco y también emprenden la huida. Esta vez mucho más rápido.
No saben dónde puede haber más enemigos.
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