XXIII - Reencuentros
Cuando Nume y Lux por fin se pusieron de pie, se acercaron a Aikanaro y Evander, el valiente oso que hizo frente a la criatura como si su vida dependiera de ello. El alto Señor de los Bosques ordenó sus armas y sonrió satisfecho a los dos hombres que lo miraban, acarició el lomo de su fiel compañero y desvió la mirada al pasillo que conectaba con la cueva.
—Debemos sacar a los niños de aquí —dijo Aikanaro.
Los cuatro salieron de la cámara y de manera individual se dedicaron a registrar cada una de las aberturas que tenía el oscuro túnel. Nume encontró a un grupo de niños que aun no habían sido transformados por el Nursling, entre ellos, notó la presencia de los hijos del señor Diggorn.
Parecían todos dormidos, era un grupo de cinco niños que colgaban de una especie de raíz que provenía de la misma tierra. Con su pequeña daga, cortó las ramas hasta liberarlos a todos, quienes poco a poco fueron despertando.
El hijo del señor Diggorn reconoció el rostro de Nume, aunque manchado con barro y restos de sangre. Le preguntó por qué estaba tan sucio y por qué estaban en ese lugar tan extraño. Nume le comentó que habían sido secuestrados por un malvado, pero que ya había sido derrotado y ellos estaban a salvo.
Lo siguiente que hicieron fue dirigirse a la salida, en donde se toparon con el resto de los pocos niños que quedaron con vida. Había algunos que ya estaban medio transformados en monstruos, pero su carácter infantil seguía ahí. Otros tenían algunas extremidades exageradamente deformadas, producto del proceso de transformación.
Aikanaro dirigió al grupo a la salida junto con Evander y luego de caminar unos minutos, por fin vislumbraron la luz del día que se adentraba por la entrada. Los niños se veían desorientados, no comprendían que estaban haciendo allí dentro y los otros parecía que no digerían que se habían medio transformado en extrañas criaturas. Seguramente al ser niños, no le tomaron mayor atención al asunto y prefirieron seguir con tal de ver a sus padres.
Una vez fuera, el grupo siguió caminando por el sendero que llevaba hasta la altura de la empalizada. En cuanto los guardias en lo alto de las puertas vieron que el alto Señor de los Bosques se acercaba, dieron el aviso para que le dieran el paso. De lo que se percató Aikanaro, fue que los hombres del muro ya no estaban pálidos o desanimados. Había oído al guardia gritar a todo pulmón: "¡El Señor de los Bosques se aproxima!".
Las puertas se abrieron y cuando todos hubieron entrado, algunos hombres del interior se quedaron mirando al grupo de pequeños que venía detrás de los enviados del rey.
Uno de los padres se apareció de entre la multitud y luego de unos segundos, cayó de rodillas con el llanto en la garganta, soltó un grito de horror llamando a su hijo y todos desviaron la mirada hacia él. Uno de los niños se separó del grupo a gran velocidad, aunque apenas podía correr, debido a que sus piernas estaban mal formadas por la transformación. Intentó correr a toda velocidad hasta abrazar al hombre que no entendía qué estaba pasando. Una criatura con patas deformes y el torso de su hijo lo estaba abrazando con fuerza.
—¡Los niños secuestrados han caído bajo el encantamiento permanente de una criatura Nursling! —Aikanaro alzó la voz.
—¿Qué? —preguntó uno del pueblo.
—¿Un Nursling? —saltó otro.
—¡No puede ser posible!
Algunos de los padres se aproximaban para ver si sus hijos habían vuelto, los abrazaban apenas llegaban hacia ellos, y otros se tuvieron que quedar de pie, buscando en los espacios vacíos sin recibir el abrazo de sus pequeños raptados.
Aikanaro se acercó a los padres que permanecían de pie para explicarles que esos fueron los únicos niños que pudieron salvar. Lamentablemente, la criatura Nursling había asesinado al resto y no había nada que se pudiera hacer, salvo intentar seguir con sus vidas.
Retirándose, el alto Señor de los Bosques intentó permanecer firme ante el horror que vivían los padres que caían al suelo derrotados por la pena. Sus gritos de dolor eran tan agónicos que parecía que la muerte se estaba dando un verdadero festín de su llanto.
El grupo llegó hasta la casa del señor Diggorn, donde tanto el padre como la madre saltaron de emoción al ver que sus hijos habían regresado con bien. El señor Diggorn le preguntó a Aikanaro qué era lo que había pasado, le pidió que le explicara por qué razón se habían llevado a sus niños. Aikanaro le contestó que era mejor hablarlo con el señor Gork; el gobernador.
Así lo hicieron, el grupo y el señor Diggorn se dirigieron hasta la casa del gobernador y fueron recibidos enseguida.
—¿Una criatura Nursling? —gritó Gork aterrorizado— ¡No puede ser posible!
—Conseguimos expulsarla de su escondite, sin embargo, su amenaza aun permanece viva en algún lugar del reino —dijo Aikanaro.
—¿Cómo que no la han matado? —Gork se puso de pie de un salto— Esa cosa podría seguir cerca, esperando para atacar otra vez.
—No se preocupe, voló muy lejos y no creo que vuelva a aparecerse por aquí —comentó Nume.
—¿A qué te refieres?
—La criatura quedó bastante mal herida —dijo Aikanaro—. No creo que decida volver por aquí. Su orgullo se rompió por completo.
—Pero podría volver —Gork se vio preocupado.
—Pues, para entonces, usted se encargará de haber preparado a sus hombres para enfrentárselo, ¿verdad? —propuse Nume.
El señor Gork miró con desprecio al pequeño ladrón, sin embargo, la tarea había sido cumplida y el grupo entero merecía una felicitación. Alejaron a la criatura, salvaron a los niños y el pueblo volvía a estar en paz por fin.
Los cuatro se dirigieron a la salida, acompañados por el señor Diggorn y una vez allí, se despidieron de él sabiendo que eran bienvenidos en su casa cuando lo desearan. Caminaron por el sendero, alejándose de Shurlle y volviendo a los prados que habían visto en su camino inicial. Algunos trabajadores se veían animosos y ya no eran aquellas figuras pálidas de antes. Hablaban unos con otros y sonreían como si el hechizo del Nursling hubiera desaparecido por completo.
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