XXII - Un escape desesperado
Aikanaro disparó su flecha y el Nursling la esquivó con un rápido movimiento, su rostro estaba tan arrugado de la rabia, que incluso le enseñaba sus filosos dientes cuando se lanzó contra él. Evander intentó correr en dirección de su amo, pero la malvada criatura golpeó en seco al Señor de los Bosques mientras éste intentaba sacar otra flecha del carcaj.
Nume tragó saliva y emprendió una carrera siguiendo los pasos agigantados de Evander, el oso. Los dos habían intentado atacar por sorpresa al hechicero, pero no habían conseguido tener éxito alguno. El Nursling comenzó a reír como un verdadero loco.
—Ustedes jamás podrán vencerme —dijo él—. Mi poder supera la fuerza de diez mil hombres, ¿creen poder hacerle frente a algo así?
El pequeño ladrón se sintió más atemorizado que antes, tras oír las palabras del Nursling. Sin embargo, desde el otro rincón de la cámara, Lux se irguió con una piedra bien apretada en la mano derecha.
—No nos quieras engañar, criatura maldita —Lux se veía seguro de sí mismo—. Tu cuerpo ya no te es ningún apoyo, por lo tanto, dudo mucho que puedas usar todo tu poder.
—¡Cállate, insecto! —gritó el Nursling, lanzándose con furia contra el Bardo— ¡Tu cuerpo me será suficiente para acabar con tus amigos!
Lux perdió toda la confianza con la que había desafiado al hechicero, y comenzó a sudar frío en cosa de pocos segundos. Estaba viendo que la criatura Nursling se estaba dirigiendo justo hacia él y no tenía ningún arma con la que defenderse de dicho ataque. Lo único en lo que pensó fue en arrojarle la piedra que tenía en la mano. Apuntó rápido y disparó con las fuerzas que le quedaban.
El ataque no tuvo ningún éxito, el Nursling lo esquivo mientras soltaba una risa diabólica y lamiendo sus labios, parecía disfrutar el festín que se serviría dentro de poco.
El Bardo se tiró al suelo con los brazos cubriéndose la cabeza y dejó al Nursling pasando de largo. El hechicero alcanzó a chocar con el muro de rocas, y se dio vuelta con la nariz partida. Aikanaro lo observó y lo notó desesperado, la criatura jadeaba y tenía el ceño fruncido mientras agitaba un poco su cabeza, seguramente para dejar pasar la contusión.
El pobre Lux se veía aterrorizado de tener al Nursling justo frente a él, intentando comérselo con esa sonrisa desquiciada y esos ojos brillantes de color rojo. Fue entonces que Aikanaro le dijo a Nume que se le había ocurrido un plan.
—¿Qué? —Nume se vio incomodo— ¿Quieres que tu oso me lance contra esa cosa? ¿Estás loco?
—Es la única manera —dijo Aikanaro—, yo dispararé una flecha para distraerlo. Él tendrá que esquivarla y entonces tú serás quien le dé el golpe final.
—Dudo mucho que esto salga bien.
Aikanaro tomó una flecha de su carcaj y la tensó en la cuerda del arco. Nume estaba preparado dándole la espalda al hocico de Evander, que había comprendido a la perfección la idea de su amo. Sólo tenía que agarrar al pequeño ladrón y lanzarlo por los aires en la dirección en que el Nursling saltara tras esquivar la flecha.
En sus manos, Nume tenía una daga que apretaba con fuerza. Esa era la última esperanza que les quedaba para poder derrotarlo, puesto que, si el plan no funcionaba, ya no había ninguna otra manera de vencerlo.
Los hombres ya estaban fatigados y no les quedaban energías como para poder enfrentarse a una criatura Nursling, un ser tan antiguo y poderoso que los había dejado casi de rodillas en cosa de minutos.
Aikanaro dio la alerta a Evander y disparó la flecha en dirección al Nursling, que ya estaba abriendo una enorme boca para devorar la cabeza de Lux. El malvado hechicero se dio cuenta a tiempo de que un proyectil se dirigía hacia él, por lo que se elevó rápidamente.
Evander ya tenía en su hocico al pequeño ladrón, Nume soltó un grito rabioso y con algo de temor en su interior mientras sostenía la daga con las últimas fuerzas que le quedaban. Era el último ataque y todo dependía de si aquel golpe daba en el blanco. El gran oso había apuntado justamente al lugar en donde el Nursling se había retirado para esquivar la flecha. No había más escapatoria para él, era la última jugada.
—¡A él, Nume! —gritó Aikanaro.
El pequeño ladrón apuntaba la parte filosa de su daga hacia el frente y fue sólo cuestión de segundos en que ya estaba junto a la cabeza voladora. Fue entonces que cerró sus ojos y sintió que había chocado con algo viscoso. Por su mente pasó la idea de que había logrado asestarle el golpe final al hechicero, pero en cuanto abrió los ojos, descubrió que el Nursling aun seguía vivo, salvo porque la filosa arma del ladrón le había arrancado uno de sus ojos y lo llevaba en la punta de la daga.
El Nursling soltó un grito de dolor y furia mientras la sangre brotaba a chorros por la zona en donde le faltaba un ojo. Nume, por su parte, terminó chocando con el muro de roca y cayó en seco al suelo junto a Lux, quien aun se veía bastante asustado.
—¡Voy a acabar con todos ustedes, malditos malnacidos! —gritó el Nursling.
—¡Atrapa esto, Nursling! —desafió Aikanaro con una flecha tensada en el arco.
El Nursling abrió mucho más el único ojo que le quedaba y apretó los dientes como pudo, una flecha venía en dirección hacia él a toda velocidad y no tenía mucho tiempo para poder esquivarla. Por su mente pasó la idea de que aquel sería su final, sin embargo, hizo uso de todo su poder para conseguir moverse, aunque fuera un par de centímetros.
La flecha había pasado de largo, pero los viajeros lograron escuchar el quejido del Nursling una vez que comenzó a volar con más dificultades. Su otra ala, la que aun estaba en buen estado se había rajado por el corte de la flecha y le imposibilitaba volar con estabilidad.
—¡Eres un maldito! —gritó el Nursling con dolor— ¡Ni creas que este es el final!
La criatura salió volando como pudo de la cámara hasta que su aleteo dejó de oírse en el lugar. El grupo cayó rendido al suelo de rodillas, jadeando de cansancio y llenos de sudor en sus frentes.
Habían conseguido defenderse del peligroso Nursling, pero no sabían hacia dónde se había ido. Lo que tenían en cuenta, era que con el Nursling lejos, los niños tenían una posibilidad de ser devueltos a sus padres. De todos modos, con los niños a salvo, ya buscarían la forma de acabar definitivamente con el malvado hechicero.
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