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XV - La Sombra

       El pequeño ladrón había conseguido abrir la cerradura y con mucha suavidad tomó la manilla para abrirla. El interior de la casa estaba en un estado bastante deplorable y muy viejo. Había un montón de telarañas en las esquinas, los muebles estaban llenos de polvo y parecía como si la luz del sol ni siquiera entrara a las habitaciones.

En las paredes había cuadros de características muy extrañas. Los marcos tenían talladuras con símbolos raros, trenzados por los bordes y óvalos en las esquinas, además de poseer una pintura muy desgastada. Los retratos parecían tener la misma posición y daban a entender que habían sido pintados en el mismo lugar.

Lo más curioso era que todos los rostros estaban bastante mal, como si el pintor hubiese hecho remolinos con el pincel con tal de desfigurar la cara del modelo. Nume comenzó a sentir miedo, pero otra sensación le obligaba a permanecer en el interior para buscar la procedencia de aquel sonido del oro.

Las riquezas lo estaban llamando como un susurro, como la fina y dulce voz de una mujer joven, cuyos labios jamás han sido besados ni dañados. Una voz tan encantadora como el canto de las aves por la mañana. Por la nariz, Nume percibió el aroma de un perfume tan exquisito que sintió jamás haberlo olido en su vida. Era un olor demasiado agradable, incluso más que el de cualquier mujer con la que haya estado antes.

Sus sentidos los estaban guiando por las escaleras en dirección al segundo piso, parecía atrapado por los encantos de la mujer que se le aparecía en la cabeza y poco a poco terminaba cayendo en su trampa invisible sin ninguna queja. Nume se sentía perfectamente enamorado por la figura que de la nada fue apareciendo frente a él como una hilera de humor.

El polvo de la casa parecía haber estado tomando forma, las curvas de la cadera estaban frente a él. Más arriba se formó el vientre, unos pechos desnudos, los hombros y un cuello delgado. De la figura se aparecieron dos brazos tan finos que comenzaron a acariciar el tosco rostro de Nume, que, cerrando los ojos, se dejaba llevar por los encantos de la muchacha.

—Quédate conmigo, no me abandones jamás —dijo con dulzura—. Si lo haces, te daré las mayores riquezas que hayas podido imaginar.

—Me...quedaré —susurró con una gran sonrisa el pequeño ladrón.

Nume estaba hechizado, sus sentimientos le hacían pensar en lo enamorado que estaba de aquella mujer. Estaba desnuda y con un montón de cofres llenos de oro a sus espaldas, ofreciéndole lo que siempre había deseado. El dinero con el que viviría sin ninguna preocupación, con el que viviría como un rey, o más bien, como dueño del mundo entero.

Al final del cuello apareció un resplandor que simulaba el mismo rostro que había visto Nume en los cuadros. Una cara desfigurada por el pincel, como un remolino inquieto y salvaje. Desde la luz escuchó entre gemidos, su nombre. La mujer lo estaba llamando y la figura alzó el brazo en su dirección. El pequeño ladrón no dudó dos veces e hizo lo mismo, lo único que quería era alcanzar a la joven y disfrutar con ella de las grandes riquezas que le ofrecía.

Sin embargo, mientras permanecía atrapado en sus pensamientos, otra voz lo estaba llamando desde el piso de abajo. Nume no quería prestar atención, pero la voz le gritaba con más fuerzas que antes.

Los gritos se tornaron molestos y furiosos, como si de una gran bestia se tratara. Lo único que quería el ladrón era largarse de una buena vez, sus deseos lo incitaban a dar un salto hacia el interior de aquella luz que lo atraía con más fuerzas. Pero en un instante, un golpe lo derribó contra la muralla de atrás y finalmente la luz desapareció, llevándose a la joven y los cofres llenos de oro.

Nume sacudió su cabeza y se quejó por el dolor, levantando nuevamente la vista, descubrió que Aikanaro y Lux estaban de pie frente a él con la cara llena de preocupación. Pero a pesar de que se había dado cuenta de que estaba en una habitación normal, comenzó a regañar a Aikanaro por haberle negado su paso a la verdadera gloria.

—¿Gloria? Estabas flotando en la nada y tu rostro estaba tan pálido como el de los demás —regañó Aikanaro.

—¿Qué? —Nume saltó del susto.

—Estabas suspendido en el aire, diciendo cosas raras y balbuceando —explicó Lux con asombro.

¿De qué se trataría aquella imagen que vio Nume? Lo siguiente que hizo fue explicarle a Aikanaro todo lo que había visto. El alto hombre de los bosques debía de tener conocimiento al respecto, o al menos algún indicio sobre qué había ocurrido con Nume en esa casa, pero lamentablemente, jamás había visto algo como lo que le había descrito el ladrón.

En cuanto Nume revisó la habitación del segundo piso, se percató de que no existía tal oro, ni cofres, ni joyas, salvo por una gran esfera blanca escondida en uno de los cajones que permanecía abierto.

La procedencia de aquella bola era desconocida, porque jamás ninguno de los tres había visto algo similar. Aikanaro le comentó al ladrón lo que hallaron, y la urgencia de su presencia en ese lugar, así que juntos bajaron por las escaleras con tal de salir de la casa.

Sin embargo, justo cuando estaban saliendo, dos guardias con rostros bastante serios los interceptaron. No parecían muy amigables y mucho menos lo estarían después de haber visto a tres extranjeros saliendo de una casa que no era la suya. Ellos reconocían los rostros de los habitantes de la ciudad, y esas caras que tenían en frente no eran ni en lo más mínimo conocidas.

Evander se había puesto muy nervioso fuera de la residencia y comenzó a gruñir de manera agresiva, debido a que los guardias habían comenzado a apuntarles con sus largas lanzas puntiagudas y filosas. Aikanaro abrió los brazos en señal de paz, intentando demostrarles que no estaban con malas intenciones y fue entonces cuando uno de los soldados les hizo la pregunta: ¿Qué están haciendo en este lugar?

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