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XIX - El cuerpo sin cabeza

       Habiendo liberado a los niños prisioneros, transformados en extrañas criaturas de aspecto horripilante, Aikanaro guardó su cuchilla en un bolsillo y sacando su cantimplora con agua, intentó hacer que uno de ellos bebiera, pero el pequeño que sujetaba con su brazo apenas y podía emitir uno que otro gemido imposible de traducir.

El niño, ahora criatura, balbuceaba algo con la boca mientras intentaba hacer muecas. Su aliento apestaba terriblemente y sus dientes se habían vuelto afilados, aunque se notaban unos dos de ellos que aun conservaban la forma de dientes humanos.

Apretando la boca, sintió lástima por ellos, porque no sabía cómo era que habían acabado de esa forma. No tenían idea de quién era el responsable de aquella asquerosa metamorfosis. Lamentablemente no podían llevárselos de ahí sin antes averiguar el porqué de su transformación. Ya habían encontrado una porción de los pequeños desaparecidos, pero aún faltaba hallar a los demás. Le avisó a Nume que era hora de regresar con los demás y ambos volvieron por el mismo camino por el que entraron.

Transitaron por el angosto pasadizo hasta que luego de recorrer la larga distancia, se encontraron que Evander y Lux, ambos a salvo y sin ningún rasguño. Aikanaro le preguntó al bardo si había ocurrido algo durante su ausencia, a lo que él le responde que ya estaban algo aburridos de haberlos esperado. Había transcurrido un largo rato y Evander se estaba poniendo de pie, porque cuando el ladrón y el alto hombre llegaron, él estaba echado en el suelo.

La cueva parecía no darle miedo al animal, como para haberse quedado así. Pero a pesar de eso, Aikanaro le sugirió al grupo que era mejor no confiarse, no podían dejar pasar ningún solo detalle con respeto a la investigación. Le comentó a Lux lo que habían visto en aquel domo, tras haberse separado, y la reacción del bardo fue semejante a como si le hubieran pinchado en un nervio.

De todos modos, había que seguir avanzando y no podían seguir perdiendo el tiempo. El alto hombre le preguntó a Lux cómo se sentía luego de haber recibido ese ataque de vómito por parte de la criatura, él respondió que se sentía igual que siempre, que no percibía nada extraño, a lo que la regresó otra pregunta para averiguar el porqué de su consulta.

Como los niños se habían transformado en esas criaturas, no sabían si el vómito podía ser acaso el factor que influía en ellos para convertirse. Ni siquiera sabían cómo era que los niños desaparecían de sus camas en medio de la noche, sin que nadie se diera cuenta.

Continuaron con su avance hasta que de pronto se escucharon unos gemidos cada vez más agónicos. Posiblemente se trataba de un grupo más de niños desaparecidos y debían averiguar desde dónde provenía. Aikanaro se acercó a una esquina en la que se dividía el pasillo y asomándose con sumo cuidado, descubrió que se trataba de una habitación muy rara, rodeada de los mismos musgos que hallaron en la entrada y que en esta vez, su interior estaba lleno de niños amarrados tanto de sus manos como de sus pies.

Cerrando los ojos, el alto hombre se concentró completamente para darse cuenta de que podía percibir la presencia humana en ellos. Aún quedaba algo de humanidad y tal vez todavía podían ser salvados de las garras de su captor. Además de eso, notó que no existía otra presencia más salvo la de los infantes.

—Vamos —susurró Aikanaro—, pero en silencio.

Los cuatro avanzaron sin hacer el menor ruido, tratando a como dé lugar de no arrastrar los pies con tal de no llamar la atención. Se adentraron con sumo sigilo hasta el interior de la cámara y se encontraron rodeados del montón de niños atrapados, algunos con sus brazos fracturas y otros sin ningún daño físicamente.

Uno de los pequeños estaba sufriendo una terrible contorsión en uno de sus brazos y era eso lo que provocaba sus agónicos gritos. Nume le preguntó al alto hombre si podía hacer algo para ayudarlo, pero lamentablemente, Aikanaro no tenía conocimiento sobre cómo actuar. Además de que no tenía conocimientos sobre una maldición como esa, no tenía idea de qué hacer al respecto. Esa fractura tendría que seguir formándose a pesar de los gritos de dolor.

Aikanaro le ordenó a los demás que usaran cuchillas para desatar a los demás, aprovechando la oportunidad de que aún no se habían transformado. Nume le prestó una de sus dagas al bardo y así los tres comenzaron a cortar las ataduras que sostenían a los pequeños niños.

Todo iba perfecto, sin embargo, no siempre las cosas pueden ir de maravillas. Aikanaro escuchó que alguien o algo se acercaba hacia ellos, por lo que intentó avisarles a los otros que se ocultaran, pero como no podía hacer ruido, no había forma de hacer que se dieran cuenta.

El alto hombre le ordenó a Evander que se quedara muy cerca de los muros de piedra y dando un par de pasos con el máximo sigilo que pudo, llegó hasta Nume para señalarle con el dedo índice en la boca, que guardara silencio. Lux se dio cuenta de lo que pasaba y rápidamente volteó para ver a la entrada del domo.

Los pasos de alguien se hacían notar cada vez con más firmeza, era un paso firme y seguro, más no apresurado. Seguramente era alguien que venía a revisar a los raptados, pero no tenía la certeza de que hubiera alguien más en el interior.

Aikanaro tomó el mango de su espada, Nume hizo lo mismo con su espada corta y juntos esperaron a que se diera la mejor de sus suertes. Sus corazones latían con gran fuerza, parecía que se les saldría del pecho, esperando no ser descubiertos a esas alturas, en las que ya estaban prontos a encontrar la verdad.

Los ojos del alto hombre se abrieron lo más que pudieron, porque lo que había visto frente a él, era algo que jamás había presenciado antes. Se trataba de un cuerpo masculino que vestía una túnica de color negro, pero lo peculiar de todo, era que después del cuello no había ninguna cabeza que se sostuviera de él. Sus piernas y brazos se movían como la de cualquier persona común y corriente, lo que por un lado fue algo beneficioso para ellos, porque al no tener cabeza, el extraño individuo no debería de darse cuenta de que había intrusos en el lugar.

El alto hombre se sentía un poco tenso, porque cuando vio a Evander, quien levantaba los labios para enseñar sus dientes, parecía que estaba preparándose para atacar. Sus ojos revelaban una rabia terrible y Aikanaro debía evitar a toda costa que se lanzara contra dicho cuerpo. Acabarían por ser descubiertos.

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