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XIII - Lux el Bardo

       Aikanaro llevó sus ojos hacia donde el pequeño ladrón estaba apuntando, se trataba de la puerta de la cocina. A simple vista no tenía nada extraño, su madera estaba tal y como la habían visto la noche anterior, no parecía tener ningún rasguño ni nada que le llamara la atención.

El alto hombre le hizo saber a Nume que no comprendía qué era lo que tenía que mirar, a menos que haya sido una idea para detenerlo en su regreso a los bosques. Nume, negando con la cabeza en alto y los brazos cruzados, le sugirió que mirara con más concentración, porque se suponía que nada pasaba por alto ante un Hombre de los Bosques.

El sujeto aun incrédulo, siguió el consejo del ladrón con la intención de que así lo dejara tranquilo de una buena vez, sin hallar una diferencia. Nume se quejó con un suspiro, se acercó a la puerta y fue mucho más específico a la hora de señalarle en dónde debía ver.

—Esto estaba cerrado anoche —dijo Nume—, yo mismo vi a la mujer de Diggorn poniéndola.

Aikanaro sacudió un poco la cabeza y abrió más los ojos con tal de ver en mayor detalle. El pestillo de la puerta no estaba trancando la puerta, más bien, estaba guardada en su lugar. Una extraña sonrisa apareció en el rostro del alto hombre, pensando que todavía había una forma de resolver el misterio. Jamás pensó que haría algo como lo que iba a hacer, pero finalmente se decidió a tomar al pequeño ladrón y abrazarlo en felicitación por descubrir aquella pista.

El ladrón se quejaba de que no quería que lo sujetaran de esa manera, y le exigía con voz firme que lo soltara de una vez para que salieran a buscar más indicios.

Por un lado, Aikanaro se sentía mal de dejar a la familia en ese estado, tampoco era su deseo el abandonarlos así, pero debían hallar al responsable de los raptos y no podrían conseguirlo quedándose en la casa. Ambos regresaron a la sala para preparar sus cosas y salir, mientras que Evander soltaba un largo bostezo.

Al cabo de un corto rato, en silencio bajó la pareja aun en paños menores. La madera apenas y rechinaba ante los pasos de los dos padres, cuyos hijos ya no estaban. Con sus rostros pálidos y miradas perdidas, se dirigieron a la cocina con tal de prepararse algo para comer. Aikanaro se quedó observándolos durante unos minutos, para fijarse bien en qué ocurría durante las mañanas con ese tipo de gente.

Era igual a una vida normal, sólo que sus mentes parecían idas, inexistentes, sin emociones en el rostro y sin calor en sus cuerpos. Era como si estuvieran muertos en vida.

Nume le sugirió a Aikanaro que era mejor largarse de ahí, para que de esa forma ellos pudieran estar tranquilos sin la presencia de los viajeros. El alto hombre lo siguió hasta afuera, con Evander tras sus pasos, y juntos los tres terminaron caminando por la calle, silenciosa como siempre.

Avanzaron lentamente buscando alguna huella de los pequeños, pero lamentablemente no encontraban nada a la redonda. La ciudad era bastante grande y los adoquines les impedían averiguar por dónde habían pasado los infantes.

De pronto en un momento de frustración, Nume decidió sentarse un momento para calmar su mente. Sentía que las ideas se le escapaban tan rápido que ya no hallaba qué más hacer. Aikanaro se quedó de pie junto a él para acompañarlo, mientras esperaba a que se recompusiera.

Evander chocó con su cabeza el hombro del alto hombre, y le gruñó con tal de hacerle entender que tenía hambre. Aikanaro sacó un trozo de carne de las bolsas en la montura y se la dio para que comiera, pero el oso parecía querer más, ¿habrá sido que la ansiedad de hallar a los niños le afectó a él también?

Al cabo de unos minutos de descanso, los tres oyeron un canto muy triste. Parecía más bien una agonía hecha canción. Había alguien no muy lejos de ellos que estaba entonando una melodía miserable y terminó por llamar la atención de los viajeros.

Se encaminaron siguiendo la suave y dulce voz hasta que, tras dar vuelta a una esquina, encontraron a un hombre vestido con túnicas coloridas y un instrumento que sostenía en sus manos a punto ser tocado. Sus dedos parecían acariciar las cuerdas de dicho aparato y por consecuencia, unas delicadas notas musicales se oían en la calle.

En su voz se percibía una amargura tal, que expresaba tanta tristeza como la que se veía en los ciudadanos de Shurlle.

                                              Devuelvan a mis niños ¡ya!

                                          ¿No ven que sufriendo están?

                                         Sus dulces voces se van del día,

                                           La pena marchitándome está.

Nume se preguntaba si acaso ese hombre había perdido a sus hijos también, pero le llamaba bastante la atención. Sin embargo, uno de los padres de los desaparecidos no tendría ni los ánimos de entonar una canción, por lo tanto, prefirieron ir a cuestionar cuáles eran sus propósitos en la ciudad.

El alto hombre fue el primero en presentarse, tras interrumpir la agónica melodía del individuo. Hizo una reverencia y mencionó su nombre ante él, Nume sólo dijo su nombre sin siquiera inclinarse ni quitar la vista del extraño.

El que antes cantaba la triste canción, sujetó el instrumento con una sola mano e intentó no demostrarse asustado, porque, de hecho, lo estaba. La presencia de Evander lo tenía con una gran gota de sudor recorriéndole la sien, y estaba completamente paralizado.

Aikanaro le comentó que no era peligroso, a menos que le dieran razones para serlo. El cantante rio de una manera sarcástica y le aseguró al oso que él no era una mala persona, sólo se estaba ganando la vida contando historias de los terribles sucesos que aterrorizaban Shurlle.

Nume le sugirió ser más específico con lo que venía a hacer, porque estaban en medio de una investigación muy importante y cualquier individuo extraño era sospechoso.

—Me llamo Lux, soy un Bardo —dijo él—. Entono grandes relatos, los sucesos o las noticias.

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