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XII - El Rastro

       Aikanaro comenzó a subir por la escalera de manera sigilosa, con tal de no hacer ruido ni llamar la atención de los demás. Nume y Evander seguían dormidos, "que buen duo de guardias", pensaba el alto hombre, que continuó su ascenso hasta el segundo piso.

El lugar se dividía en dos habitaciones, una en donde guardaban la ropa y unos cuantos juguetes y el dormitorio de los niños, en donde la familia completa había pasado la noche. Aikanaro se acercó en silencio hasta la puerta y la fue abriendo poco a poco, observando las cosas que había en el interior. Muros de madera, cuadros familiares y de los niños, un velador viejo y candiles pegados a los tablones.

Después de entrar, descubrió al señor Diggorn cubierto por las sábanas y abrazando su almohada como si estuviera evitando que lo abandonara. El alto hombre sintió como si se estuviera desvaneciendo por dentro, pues sentía la potente mirada de Motka, que estaba despierta y con los ojos muy abiertos. Su rostro estaba tan pálido como el de las demás personas y parecía como si quisiera gritar de amargura, pero lo único que salía de su boca eran susurros: Mis niños...mis niños.

La mujer estaba tan blanca como si no corriera sangre por su cuerpo, al cabo de unos segundos de hablarle a Aikanaro, Motka se quedó en silencio y con la mirada perdida en el muro. El alto hombre se fijó en la mitad de la cama, en donde debían de estar los niños, acurrucados por sus padres, pero no estaban más. La ventana que había en el segundo piso estaba cerrada con pestillo, pero, aunque la hubiesen abierto, sería imposible que dos niños salieran ilesos y sin provocar ningún ruido.

¿Cómo fue que lograron salir de casa, siendo que Aikanaro había estado atento durante toda la noche? Se sentía inútil, había hecho uso de sus habilidades de los bosques para permanecer muy atento al entorno y al movimiento de los seres vivos, que prácticamente terminaron por no servir de nada. Las desapariciones provocaban un efecto terrible en los padres, pero también terminó por acabar con la esperanza del alto hombre.

De pronto, atrapado en sus pensamientos, Aikanaro notó que el señor Diggorn estaba despertando de sus sueños. Él lo saludó desde su cama con sorpresa, puesto que no se esperaba tener de visita al alto hombre de los bosques. Lo siguiente que hizo fue voltearse para besar las frentes de sus hijos, pero notó que no estaban y, además, descubrió el cuerpo de su esposa completamente inmóvil y perdido en la misma especie de limbo de los demás ciudadanos.

—No...no puede ser —el señor Diggorn temblaba—, mis niños, ¿salieron a jugar, no es verdad?

En su incapaz por responder, Aikanaro inclinó la cabeza y guardó silencio, mientras que el señor Diggorn, temblando de miedo y rabia, de un salto abrazó a su esposa gritando con desesperación. Sus gritos fueron tan potentes que incluso despertaron a Nume y Evander, que aun estaban en el piso de abajo.

Nume salió corriendo hasta la segunda planta para averiguar qué era lo que había ocurrido y su respuesta estaba frente a él. Aikanaro de pie y en silencio, el señor Diggorn en un momento de quebranto, abrazaba a su esposa con un mar de lágrimas que recorrían sus mejillas.

De pronto los fuertes gritos se hicieron cada vez más suaves, hasta que el señor Diggorn quedó en completo silencio, su piel se palideció y su mirada quedó perdida tal y como la tenía su esposa. Los síntomas eran claros, los dos viajeros habían presenciado en persona los cambios drásticos que sufrían aquellos que perdían a sus hijos.

Parecía que ya no podían hacer nada, Aikanaro se veía decepcionado de sí mismo y con un suspiro profundo, se decidió a bajar. Nume lo siguió para ver si es que tenía algo planeado, pero su sorpresa fue que el alto hombre estaba preparando sus cosas para salir.

—¿Qué estás haciendo?

—Me voy, ¿no lo ves?

—Pero ¿no veníamos a ayudar a estas personas? —cuestionó Nume— Ellos te necesitan.

—No me necesitan —gruñó él—. Acaba de suceder frente a mis narices y no fui capaz de darme cuenta. Es imposible hacer esto, no puedo.

—Oh, vamos. Eres un hombre de los bosques —insistió el ladrón—. Tú me contaste que te habían enviado exclusivamente para esta misión, y me parece que debió ser por algo razonable, ¿no?

—Ya no tiene caso, yo me voy. Si quieres quedarte aquí, es cosa tuya, haz lo que te plazca.

Aikanaro estaba demasiado desanimado y todas las fuerzas que lo motivaban a hallar respuestas, desaparecieron tal y como esos niños durante la noche. Sin embargo, en su intención por detener al alto hombre, Nume aprovechó el poco tiempo que le quedaba a su compañero en preparar sus cosas para averiguar un poco más.

Miró la puerta para ver si descubría algo que le llamara la atención, pero nada. Luego fue a la cocina, en donde estuvieron compartiendo durante la noche y notó que las cosas seguían tal y como las habían dejado. Pero algo terminó por llamar la atención del pequeño ladrón.

Se acercó para asegurarse de que lo que estaba viendo no se trataba de una ilusión de su cabeza y terminó comprobando que era por completo real. Girando la cabeza hacia el costado, llamó a Aikanaro con una voz suave. Pero al no tener respuesta por parte de este, insistió hasta repetir su nombre dos veces más con un grito. El alto hombre se acercó sin ganas, como para sólo darle en el gusto al pequeño ladrón en sus llamados.

Los ojos de Aikanaro reflejaban su derrota, estaba amargado y decepcionado de sí mismo. Sin embargo, los ojos de Nume le demostraban que aún existía una esperanza para descubrir el por qué de las desapariciones. Nume le estaba señalando algo con su dedo índice y una sonrisa desafiante y llena de satisfacción.

—Un verdadero ladrón no cometería este tipo de errores —sonrió con malicia—. Mira eso —señaló.

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