VIII - El Duende brincador
Los tres se internaron en la ciudad hasta llegar a una calle en donde había lo que parecía ser un mercado. Los vendedores no tenían el típico griterío para ofrecer sus productos, más bien, permanecían sentados sobre unas cajas de madera mientras aguardaban por algún cliente que parecía que no llegaría.
Atravesando la angosta calle, nadie se sorprendía por la presencia del enorme oso grizzly que caminaba junto a los otros dos extranjeros. El ambiente parecía más un funeral que un mercado surtido y nadie parecía prestar atención a los demás.
Nume le mencionó a Aikanaro que se le había hecho demasiado extraño que Rosen actuara de esa manera. Si todo el mundo parecía estar bajo una depresión extrema, en la que todos estaban en estado zombificado, se le hacía raro que el Comandante en Jefe de la Guardia no formara parte de tal grupo.
¿Y si él tenía algo que ver con las desapariciones? Aunque, si fuera el verdadero villano, no se mostraría a la gente con una actitud distinta al resto. Siendo que todos los demás están como en un limbo mental, él parecía estar en un perfecto estado. No podían sacar conclusiones sin tener las pruebas correspondientes, debían investigar más al respecto y reconocer a qué se debían las extrañas desapariciones.
Habiendo atravesado el mercado, Nume se percató de que en la esquina de un callejón había un pequeño perrito, su pelaje estaba muy bien cuidado y tenía la lengua afuera. En cuanto vio al pequeño hombre, comenzó a moverle la cola como si estuviera demasiado contento, pero de un momento a otro, el canino dio media vuelta y se fue corriendo hasta el interior del callejón.
Por fin había logrado ver a un animal en el lugar, debido a que desde que entraron a la zona de Shurlle, no habían notado la presencia de ninguna bestia o animal salvaje. Incluso Aikanaro le había mencionado que no percibía nada más que el silencio y las personas que hallaron trabajando en el bosque.
Se le hizo bastante extraño, por lo que decidió hablarle al alto hombre de inmediato, pero Aikanaro se había quedado parado mientras miraba un letrero de madera, rayado con lo que parecía ser ceniza: Próxima semana – Lectura para los niños – Cuentos del Viejo Mundo.
De seguro apenas quedaban unos cuantos niños, afortunados por no haber sido arrebatados de sus camas durante la noche. Abordados en pleno sueño para desvanecerse sin dejar rastro alguno.
Nume comenzó a sentirse agitado, se sentía ahogado entre sus pensamientos, creía que la ciudad realmente estaba maldita y que en cualquier momento ellos caerían bajo el mismo hechizo en el que parecían estar los ciudadanos. Como muertos en vida, vagando por la ciudad sin demostrar ninguna emoción en sus rostros, sin liberar palabras por su boca, con la mirada perdida y el rostro empalidecido.
De pronto, en su desesperación, sus ojos terminaron en un letrero con la figura de dos vasos que colgaba desde una estructura: El Duende Brincador. Una sonrisa se apareció en su rostro y enseguida levantó el rostro para mirar a Aikanaro.
—Mira, una taberna —señaló con el dedo—. Ahí podremos descansar un momento.
Los tres siguieron su rumbo hasta allí, Nume abrió la puerta y le dio el paso al alto hombre y al oso. El interior de la taberna estaba adornado por varios candiles en los muros de roja, el piso estaba hecho con madera de roble, estaba muy bien encerado y limpio, para ser el suelo de una taberna.
En el lugar había un montón de mesas, seguramente para el amplio número de ciudadanos que lo visitaban, pero en aquel momento sólo había unas diez personas, incluyendo al tabernero, quien les había mostrado a los visitantes un rostro horrorizado.
—Sa... ¡saquen esa cosa de aquí! —gritó—, ¡es peligrosa!
Aikanaro lo miró con el ceño fruncido y le respondió que no podía dejarlo afuera, porque el animal lo seguía a donde él fuera. Nume, por su parte, se acercó rápido hasta la barra, le lanzó un par de monedas y le comentó al sujeto que el oso estaba entrenado, no debía preocuparse por él.
El tabernero, tembloroso aún, tomó las monedas, las guardó en uno de sus bolsillos y se retiró un poco para secar unas copas recién lavadas.
Nume invitó a Aikanaro a sentarse, había un montón de lugares para elegir. Cuando tomaron asiento, el alto hombre le comentó al ladrón que le había parecido demasiado extraña la actitud del sujeto. La presencia del oso lo asustó demasiado, mientras que a los demás ni les había importado. Parecía como si no se hubieran dado cuenta de que había gente entrando con una enorme bestia.
Ya había dos personas que reaccionaron ante Evander. Rosen y el tabernero se habían impactado de ver semejante criatura, pero el resto de los ciudadanos ni siquiera se inmutaron. Ni siquiera parecía que pensaran en el gran riesgo que corrían al estar tan cerca de un animal como ese, conocido por ser muy salvaje si se le amenaza.
Nume pidió dos cervezas añejas, el tabernero los atendió al instante y se las fue a dejar hasta la mesa.
—Discúlpeme por la molestia, señor —dijo Aikanaro, inclinando la cabeza—. Es que Evander está entrenado y no le hará daño a nadie.
—Me alegra escuchar eso —comentó el hombre con una sonrisa nerviosa—. A decir verdad, me había asustado demasiado cuando lo vi entrar con él. Ya se me había hecho muy extraño que dejaran pasar a una criatura como la suya.
—Acerca de eso, ¿qué le pasa a la gente de aquí? —preguntó Nume.
El tabernero guardó su sonrisa y cerró la boca como si se la hubiesen pegado, sus ojos reflejaban amargura y tristeza, como si la alegría que tenía se hubiera ido como por un acto de magia.
—Hay una maldición sobre nosotros —contestó.
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