V - La Condición
Mientras el gran oso miraba directo al pequeño ladrón, Nume levantó una de las manos muy suave, señalando que iba a guardar la espada. La envainó muy lento, de forma que no provocara a Evander, que había comenzado a gruñir.
Aikanaro avanzó para rodear la carreta y ver a las dos personas que estaban atadas de manos, pies y amordazadas para que no gritaran por ayuda. Uno de ellos era un viejo y el otro un joven atemorizado. Tomó una daga y cortó las ataduras de ambos con tal de liberarlos.
—Espera, ¿qué estás haciendo? —cuestionó Nume con temor.
Los granjeros que antes estaban cautivos ahora eran libres y se veían bastante furiosos con el ladrón, que, para colmo, estaba atrapado entre Aikanaro y Evander.
—¿Ah si que querías robarnos, maldito rufián? —regañó el viejo—. Ya verás lo que le hago a la gente como tú.
Aikanaro detuvo al hombre, mencionándole que él se encargaría de llevarlo ante la justicia por su intento de robo. Pero a pesar del aviso del alto hombre, el anciano se sentía bastante ofendido por la emboscada que habían sufrido. Aunque dejando su orgullo de lado, prefirió no perder más tiempo, tomó los sacos que estaban en el suelo y los dejó sobre la carreta para subir en ella. Le ordenó al otro muchacho que subiera pronto para largarse de ahí, puesto que ya estaban bastante atrasados.
Tirando de las riendas, el caballo que tiraba de la carreta comenzó a moverse hasta que el transporte se perdió entre los árboles.
Como Nume seguía inmóvil frente a Evander, no podía hacer nada hasta que Aikanaro se acercara a él para calmarlo. Lo que el alto hombre de los bosques veía era simplemente una capucha negra que cubría el pequeño cuerpo del ladrón.
—¿Podrías quitarte la capucha, por favor?
Obedeciendo lentamente, Nume descubrió su rostro, dando a conocer una mirada fría, su rostro adulto con un rasguño en el ojo derecho, cabello corto negro y una barba de unos días sin afeitar. Aikanaro consideró la estatura del sujeto y pensó en que apenas podría alcanzar el pecho de uno de los soldados del rey.
Como se dio cuenta de que el individuo aún temblaba de miedo, retrocedió donde Evander y acariciando su nariz le pidió que se calmara. El oso obedeció y dejó de mostrarle los dientes al pequeño hombre.
—Me llamo Aikanaro, soy uno de los Hombres de los Bosques.
—Ya sé qué eres —dijo desafiante—. Pero ni creas que por presentarte así de amable voy a perdonarte por quitarme mi recompensa.
—¿Recompensa? le estabas robando a gente inocente —estiró el brazo en la dirección que se fue la carreta.
—Todos tenemos necesidades.
Aikanaro se cruzó de brazos ante la terquedad de Nume, cerró los ojos, inhaló profundo y exhaló con una idea que le hizo crear una pequeña sonrisa en su rostro.
—Únete a mí.
—¿Qué?
—Únete a mi en este viaje, y me aseguraré de que tengas una recompensa digna.
Nume sospechó de alguna posible trampa, ¿apenas lo estaba conociendo y le estaba ofreciendo una recompensa? ¿de qué se trataría?; obviamente no iba a ser algo fácil de realizar. Una persona jamás haría una oferta de ese tipo si no es para conseguir algo a cambio.
El pequeño ladrón frunció el ceño y arrugando la boca miro al oso, que ahora estaba completamente manso como un perrito hogareño. Pero luego observó al alto hombre y le dijo que no estaba dispuesto a hacer un trato si no sabía las condiciones de la situación. Así que se negó a trabajar con él y comenzó a caminar en la dirección contraria.
Aikanaro le siguió el paso con paciencia, hasta que luego de unos pocos metros recorridos, Nume se detuvo de golpe y le preguntó por qué no era capaz de dejarlo en paz.
—Puedo ayudarte a cambiar tu vida, pero para eso, necesitas venir conmigo.
—¡No quiero!, ya vete y déjame trabajar.
—¿Entonces tendré que ir donde los guardias para informarles sobre ti?
—No te atreverías.
—Claro que sí, no tengo nada que perder —rio Aikanaro—. En cambio, tú, eres un hombre que seguramente está siendo buscado por la guardia luego de tus diversos robos, ¿no?
Nume giró la cabeza hacia el otro lado y luego la regresó a su lugar para mirar al alto hombre, quien le extendía la mano en señal de trato. Hizo un giro con los ojos de un lado al otro y caminó en dirección al sur sin estrechar la mano de Aikanaro.
El alto hombre sonrió y encaminó sus pasos por el sendero, acariciando el lomo de Evander para que lo siguiera. Ya había conseguido a alguien a quien ayudar, aparte de los habitantes de Shurlle, quienes todavía sufrían por la extraña y tenebrosa amenaza que rapta a sus niños durante las noches.
Aikanaro había sido enviado por el mismísimo rey Gule para afrontar esta terrible situación, para poder hallar el origen del maligno dilema y darle fin de una vez por todas.
Estaban a unos pocos días de llegar, y el ambiente cambiaba mucho a medida que sus pasos avanzaban. Nume se mostró receptivo ante el interés de Aikanaro por charlar, incluso hasta aceptó el pan de trigo que la había ofrecido para alimentarse, debido a que no había podido comer en días y sólo se había mantenido en base de agua y las pocas cosas que había robado.
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