IX - Condenados
Tras haber oído la respuesta por parte del tabernero, Aikanaro y Nume se quedaron mirando con seriedad. El sujeto había confirmado que sobre la ciudad había una maldición que los atormentaba, tal y como decía la nota que le enviaron al rey Gule.
El alto hombre de los bosques llevó su mano a la barba para acariciarla mientras pensaba con el ceño fruncido. Nume, por su parte, volvió su rostro hacia el tabernero, quien se secaba las manos con el delantal gris que llegaba colgando del cuello.
—¿Qué tipo de maldición? —preguntó el ladrón con interés.
—Cada noche sin falta, desaparecen niños —contestó con miedo.
—¿Así sin más?
—Así es, hasta la fecha ya han desaparecido casi treinta pequeños. Las familias ya no saben qué medidas tomar para evitar que ocurra.
—Supongo que dejan las ventanas y puertas con seguro, ¿no? —se incorporó Aikanaro.
—Exactamente, señor. Pero de igual forma, los niños siguen desapareciendo sin ninguna explicación.
El tabernero les seguía comentando que la vida en Shurlle había ido empeorando la salud de los habitantes. Aquellos que eran padres terminaban bajo una gran crisis por el trauma de perder a sus hijos, así como así. Les comentó que la mayoría de la ciudad eran padres de familia y que parecían como si hubieran perdido la luz que brillaba desde sus corazones.
Las características que describía el hombre coincidían claramente con la forma en la que vieron al grupo de trabajadores en los bosques, casi como seres sin vida, sin un espíritu que calentara sus corazones, sin gozo, sin paz.
Incluso explicó que los pocos hombres que permanecían en la taberna eran parte del grupo de padres que llegaron para intentar ahogar la pena. Lo extraño era que no hablaban entre ellos, no se quejaban, ni siquiera eran capaces de soltar una sola lágrima por sus hijos perdidos, simplemente miraban las copas.
Era como si el trauma afectara de manera tan rápida y potente, que terminaban en una especie de limbo mental. Nume se sentía temeroso al pensar en lo terrible que debía ser uno de ellos en ese momento. Si no eran capaces de sentir nada o de expresar siquiera un poco de pena.
Aikanaro le preguntó al tabernero si aún quedaban niños en la ciudad, a lo que le respondió que restaban mucho más, pero que los padres no los dejaban salir de sus casas en caso de que se apareciese aquel secuestrador. Esa era la razón por la que no habían visto infantes por las calles, de esa manera podían intentar evitar que desaparecieran.
Pero el temor tan grande que vivían aquellos padres que aun tenían a sus hijos bajo el techo, no les permitía seguir adelante con sus vidas. Era como vivir en una cárcel dentro de su propio hogar, con la mirada atenta a todas partes para vigilar que nadie extraño entrara a su refugio.
Resultaba un verdadero calvario el tener que pasar cada día sin pestañear con tal de proteger a sus descendientes, pero era comprensible el deseo de no perderlos frente al secuestrador silencioso que no dejaba ninguna pista.
—Necesitamos ver al gobernador —Aikanaro se puso de pie—, ¿sabe dónde podemos encontrarlo?
—Eh, s...s...sí —tartamudeaba el tabernero al ver la gran estatura del hombre de los bosques—. Salga por la puerta y diríjase por la calle de la izquierda hasta el fondo.
Nume se incorporó y caminó detrás de Evander, quien seguía al alto hombre. El tabernero se despidió de forma amable y regresó a la barra, para seguir secando las copas que había lavado antes de la llegada de los visitantes.
Habiendo salido por fin del Duende Brincador, Aikanaro miró a ambos lados y dirigió sus pasos hacia la calle de la izquierda, tal y como le había recomendado el tabernero. Los tres viajeros avanzaron por una calle estrecha y muy larga, entre medio de un montón de casas con tejados de madera y como habían oído con anterioridad, se percataron de que claramente todas las puertas y ventanas permanecían cerradas.
Nume buscaba hallar alguna presencia en las estructuras, pero todas las ventanas estaban cubiertas por cortinajes desde el interior. Las nubes grises permanecían por sobre los cielos de Shurlle y un silencio profundo era dueño de las calles.
Luego de cruzar un par de callejones, se hallaron frente a un edificio muy alto, ni comparado con las demás construcciones. Una escalera blanca se posaba entre la entrada y la calle en la que estaban parados los viajeros. Al costado de la subida, un letrero que decía: Gobernación de Shurlle.
No se veía a nadie en el lugar, resultaba muy preocupante que la mayoría de los habitantes permanecieran dentro de sus casas para intentar proteger a sus hijos, pues a pesar de que estuvieran con ellos, la noche se los arrebataría de igual forma.
Nume le comentó a Aikanaro que tal vez la maldición sólo había caído sobre los padres de familia a quienes sus hijos fueron raptados. Porque tanto el Comandante en Jefe como el tabernero, parecían estar libres de dicha manipulación.
Pero el alto hombre le aconsejó no confiarse con respecto a eso, recién venían llegando a la ciudad y no podían tomar una idea apresurada sobre la situación. Si bien ambos parecían no estar afectados, no quitaba el hecho de que los demás padres estuvieran escondidos con sus hijos. También podía existir la posibilidad de que alguien de la ciudad fuera el culpable de las desapariciones, y se hubiera hecho cargo de que la gente pensara que era una maldición.
Había que indagar más sobre el asunto, debido a que cualquiera pudo haberles metido la idea de que algún ser maligno depositó su ira sobre ellos hace tiempo. Las preguntas eran, ¿por qué en Shurlle? Existiendo un montón de ciudades más, ¿por qué esta maldición caería sobre esta ciudad exactamente? Y más intrigante aún, ¿por qué Rosen negó las desapariciones, siendo que el tabernero también habló sobre ello?
El alto hombre se preguntaba si habría alguna manera de descubrir al culpable de las desapariciones y lograr hacer que pagara, por el tremendo crimen que ha estado realizando durante esas semanas.
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