III - El enviado del Bosque
En cuanto escuchó la propuesta del Gran Consejero, Gule se sorprendió y sintió un escalofrío que le recorría la espalda. Se sentía un poco extraño e incómodo al mismo tiempo, pensando en la solución que le comentaba el anciano.
—¿Usted cree que sea una buena idea hablarles?
—Me parece que son la única alternativa que nos queda, mi señor.
Gule llamó a sus guardias, quienes abrieron la puerta al instante con tal de recibir las nuevas órdenes de su majestad. El rey le dijo a uno de ellos que fuera rápidamente hasta el establo, tomara uno de los caballos más rápidos y se dirigiera hacia lo más recóndito de los bosques.
El propósito era hallar el refugio de los Hombres de los Bosques, quienes de seguro serían capaces de tratar con una amenaza a la que los mismos sabios de Shurlle se negaron a enfrentar.
La fama de estos individuos es tal, que poseen artilugios muy poderosos y antiguos, magia capaz de sanar heridas graves en cosa de minutos e incluso poseen vestimentas muy resistentes y ligeras. Ellos son gente que no ama la guerra ni la pelea, pero si se trata de defender la arboleda, son capaces de empuñar sus más potentes armas contra tales amenazas.
El rey Gule tenía fe en que los Hombres de los Bosques podrían darle una mano y ayudarlo a salvar al pueblo de Shurlle, pero en el interior de su mente, intentaba pensar en que el peligro no fuera a salirse de control.
Niños desapareciendo durante las noches, sin dejar un solo rastro, ni siquiera un indicio sobre su captor. Era inimaginable pensar en una situación así, en la que el futuro del pueblo se estuviera desvaneciendo poco a poco durante las noches.
El Gran Consejero se retiró del salón, dejando al rey solo en su preocupación. El viejo le había comentado que debía atender otros asuntos mientras esperaban a la llegada de los Hombres de los Bosques, así que, salió por la gran puerta mientras que uno de los guardias dejaba cerrado para calma del rey, una calma que no lograba llegar a su mente.
Los días pasaban y el ataque misterioso a Shurlle se mantenía en secreto. Gule había decidido no comentarle a nadie sobre lo que estaba pasando, ni siquiera a su esposa e hijo, debido a que pretendía guardar la situación en lo más privado de sus pensamientos.
Sólo se permitió a hablar de ello con el Gran Consejero y nadie más, hasta que por fin llegara el día en el que el soldado que envió regresara.
Y así fue como mientras Gule y su familia desayunaban en la mesa real, las puertas se abrieron para darle paso al soldado comandado por el rey. A su lado, un hombre tan alto que equivalía a un humano y medio en estatura, movía su capa de color verde hacia atrás, dando a relucir sus ropajes de cuero, dagas, arco, flechas en la espalda y una espada colgando de su cinturón.
Un cabello largo de color negro caía desde su cabeza y barba del mismo color le colgaba desde la mandíbula. Lo que más llamó la atención de los demás, fue que la escolta de aquel hombre era un oso grizzly, tan grande que con una sola mano podía arrancarle la cabeza a cualquiera. En su lomo cargaba un par de sacos, seguramente una tienda y bolsas con provisiones para viajar.
El oso gruñó mientras sacudía su cabeza al entrar al gran salón. La familia real se había asustado bastante con la presencia del monstruoso animal, pero Gule intentó mantenerse calmado para no provocarlo. Con la mirada serena, el Hombre de los Bosques observó al rey, quien se había puesto en pie para acercarse muy lento. Estando frente a frente, Gule se inclinó haciendo una reverencia en señal de saludo al igual que el hombre.
—El rey ha hecho su llamado y yo he sido enviado —dijo el hombre—. Soy Aikanaro, uno de los guardianes de los árboles. Mis líderes han recibido su mensaje, y decidieron que fuera yo quien se hiciera cargo.
—Sea muy bienvenido, Aikanaro. Mi palacio está a su servicio, mi noble señor de los bosques.
Aikanaro alzó la mirada y dio dos pasos hacia el costado, contemplando las hermosas pinturas que había en el techo, los enormes cuadros que colgaban en los muros y las lujosas lámparas que permanecían suspendidas sobre ellos.
La reina y el príncipe habían dejado de comer, porque la incomodidad de servirse la comida mientras había una visita era una idea desastrosa, pero lo era más aún el moverse mientras la enorme bestia permanecía presente dentro del gran salón.
Gule se quedó en silencio un momento, mientras el alto señor de los bosques registraba el lugar.
—Espero que su viaje haya sido acogedor, mi señor Aikanaro —se inclinó nuevamente.
—Me temo que ningún viaje es acogedor cuando alguien exige nuestra presencia sin siquiera un solo dato de información, espero que usted lo entienda, mi señor rey.
—Pues...claro que lo entiendo, pues...la situación es desesperada. Necesito que me ayude a resolver un problema, que resulta muy grave como para manejarlo por mi cuenta —dijo el rey con nerviosismo.
—Lo escucho.
El rey sacó el papel de su chaqueta, el pergamino en el que el mensaje enviado por el gobernador de Shurlle informaba sobre una catástrofe. Tras entregarlo con suma delicadeza, Aikanaro lo recibió para abrirlo y revisar su contenido. Gule observó cómo los ojos del alto hombre se movían de lado a lado, leyendo la carta con el rostro lleno de seriedad.
Aikanaro no mostró sorpresa al terminar de leer, más bien se notaba bastante molesto. Frunciendo el ceño, enrolló nuevamente el pergamino y lo guardó en uno de sus bolsillos. Tomó su capa y colocó los pliegues por delante de sus hombros, se inclinó ante el rey diciendo que él se encargaría, dio media vuelta y se retiró del gran salón con el enorme oso grizzly siguiendo sus pasos.
Una vez que el Hombre de los Bosques se hubo retirado, los guardias cerraron las puertas para dejar al rey y su familia nuevamente en la privacidad. La reina se había sentido bastante incómoda, así que lo primero que decidió hacer fue dejar su pañuelo sobre la mesa y retirarse de la habitación.
El rostro el rey reflejaba un gran temor, una preocupación que le atormentaba la mente de sólo pensar en lo que fuera que tratara aquella espantosa amenaza en la ciudad de Shurlle.
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