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I - La Maldición

       Hace mucho tiempo atrás, en el reino Kunki existía abundante paz y armonía. La guerra se había marchado a las regiones del norte, y los habitantes kunkianos por fin podían dedicarse a sus labores en el campo.

La vida iba de maravilla bajo el mandato del poderoso rey Gule, quien gobernaba con justicia y sabiduría a sus fieles súbditos. Desde todos los rincones se acercaban al palacio real, para presentarle los problemas que necesitaban una resolución. Y mientras que todo estuviera dentro de las posibilidades del bondadoso rey, aquellas necesidades eran tratadas a tiempo.

Los guardias del rey vigilaban las entradas y senderos cercanos a los pueblos de Kunki, pero, dentro de toda esa maravillosa vida, también estaban aquellos que se aprovechaban de la mala fortuna de los viajeros y les robaban sus pertenencias sin ningún pudor.

Bien sabido era, que los caminos se habían vuelto bastante peligrosos para aquellos que viajaban lejos de los senderos reales. La mayoría de los soldados, permanecían en el interior de los muros y estructuras de los pueblos leales, resguardando a la población que intentaba vivir en calma.

Pero a pesar de los esfuerzos que ponían para mantener protegidos a los demás, siempre había ladrones y forajidos que atacaban y robaban las provisiones de los viajeros.

Un día, mientras el rey se servía el almuerzo junto con su amada esposa y el pequeño príncipe, uno de los guardias abrió ambas puertas de tal manera, que los dos enormes trozos de madera de roble chocaron de golpe contra la pared y volvieron lento a su posición original.

El rostro de tranquilidad del rey cambió por completo. Sus ojos se levantaron deprisa ante la sorpresiva llegada del soldado, quien con el aliento agitado y casi desvaneciéndose en el piso por la rauda carrera que había hecho, se arrodilló frente a la larga mesa.

Gule dejó el tenedor y el cuchillo sobre el plato y se levantó de su asiento con preocupación, mientras que la reina y el príncipe, observaban temerosos al hombre que parecía estar muy asustado.

—Recupera el aliento, soldado —dijo Gule con el ceño fruncido.

El hombre aún con la rodilla apoyada en el piso jadeaba, intentando reincorporarse frente a su rey. Recuperando poco a poco su respiración normal, tragó saliva, inhaló profundo y exhaló con la vista hacia abajo. Ahora que ya se sentía mejor, hurgueteó en su coraza de hierro para sacar desde el interior un pergamino enrollado con una cinta de color azul.

Gule dio dos pasos hacia adelante y a punto de tomar el rollo, miró el pergamino y luego alzó la mirada para fijarse en el rostro del soldado. La mandíbula le temblaba levemente mientras que una gota de sudor se resbalaba por la mejilla derecha.

—Eh...esto...lo envían...desde Shurlle, mi señor —comentó el guardia con voz nerviosa.

—¿Desde tan lejos? No me imagino qué contendrá este mensaje —asumió el rey tomando el pliego enrollado.

Sosteniendo el papel con su mano izquierda, se retiró hacia la mesa para tomar el cuchillo del príncipe, que era el que tenía más cerca. Tomó el arma filosa con firmeza y pasó la hoja por dentro del listón azul hasta cortarlo con un movimiento suave, dejándolo caer al suelo.

Desplegando el pliego, Gule leyó las primeras líneas con el ceño fruncido. A medida que su lectura avanzaba, la expresión que había en su rostro se tornaba a una sensación de desesperación y miedo. La reina y el príncipe lo miraban desconcertados, sin entender qué era lo que sucedía, simplemente esperaban a que el hombre les diera una respuesta.

Cuando por fin terminó de leer la nota, Gule dio media vuelta y miró fijamente al soldado que tenía en frente.

—Dices que esta carta viene desde Shurlle, ¿verdad? —cuestionó Gule.

—S...s...sí, se...señor.

—¿Tienes familia allí?

—Sí...señor. Y tengo una hermana pequeña...su nombre...

—Entiendo que estés asustado, hijo —apoyó la mano sobre el hombro del soldado—. Pero necesito que estés tranquilo, no va a pasar nada, ¿de acuerdo?

—Es que...señor, usted no entiende.

—Lo entiendo a la perfección, pero te necesito concentrado, soldado.

El rey alzó la cabeza hacia los dos guardias que custodian el pasillo y le ordenó a gran voz que trajeran de inmediato al Gran Consejero. Así obedecieron los hombres, quienes corrieron a toda velocidad en dirección a las escaleras de caracol que dirigían al piso de abajo.

—Ahora vuelve a tu puesto, me encargaré de este asunto —comandó el rey dando una media vuelta.

El soldado dio un paso hacia adelante, como si intentara insistirle al rey sobre el tema, pero el miedo que lo gobernaba en ese momento era tal, que no le permitía moverse más allá de su propia ubicación.

Inhalando profundamente, dio media vuelta y marchó hacia la entrada mientras que la armadura resonaba tras sus pasos.

Una vez que enrollara el papel y lo guardara en su chaqueta, el rey regresó a su asiento. La reina y el príncipe seguían preocupados por lo que había ocurrido, la mujer le preguntó qué era lo que decía la carta, pero Gule simplemente suspiró y tomando el cuchillo y el tenedor, le pidió a su esposa que esperaran, porque aún debía esperar la llegada del Gran Consejero.

La mirada de la mujer cambió por completo, se sentía incómoda por no haber recibido información por parte de su marido. Pensando en que, a pesar de ser la reina, había muchas cosas que desconocía sobre lo que ocurría en el poderoso reino Kunki.

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