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42 - Lugar seguro


Invadirían Ritma, era un hecho. Desde las primeras horas de la mañana, todos los integrantes de la Frontera habían comenzado a prepararse, ya no tenían pertenencias porque lo habían perdido todo durante el derrumbe de la fortaleza, pero estaban abasteciéndose con agua en bidones y juntando todas las armas.

A pesar de todos los intentos, ninguno de los habitantes del territorio Jaguar quiso acompañarlos, así que Amílcar ya cansado de sus negativas, informó que partirían solo los que quisieran. No podían retrasarse más, llegada la tarde comenzarían con la travesía para llegar al anochecer al domo.

Y ahí entraría en juego Lila, la mujer desactivaría por unos segundos una de las puertas del exterior y el primer grupo de la Frontera entraría y ella los conduciría a un lugar seguro. Pasados unos minutos, lo volvería a hacer para que entrase el segundo grupo y así sucesivamente. No podían arriesgarse a ingresar todos juntos porque eso llevaría minutos y si el sistema estaba tanto tiempo desconectado, llamaría la atención y una fuerza militar sería mandada a inspeccionar el lugar y eso, no les convenía. Apenas eran un poco más de veinte, no podían tener una invasión abierta porque perderían, sino que se colarían por la noche sin ser vistos y a partir de ahí, se unirían al otro bando y darían el golpe.

Oscar miró a Spíti, la joven no había revelado lo que había hecho cuando abandonó el territorio Jaguar hace unos días, pero algo debió suceder porque desde su regreso, no había parado de conversar entre susurros con Amílcar. Él sabía que eran pareja y eso era común, pero también sabía que esos dos estaban ocultando algo. Pero el resto parecía no notarlo o no le importaba demasiado, solo acataban órdenes y estaban emocionados de volver a la ciudad que los había expulsado o conocerla, ya que algunos como Spíti o Siete habían nacido en estas tierras olvidadas por todos.

Cristela suspiró cansada a su lado.

—Casi ni tengo ropa para llevarme y tampoco quiero, prefiero no tener ningún recuerdo de este infierno para cuando regrese a Ritma —hizo una pequeña pausa y la emoción se filtró en su tono de voz—. ¡Aún no lo puedo creer! ¡Vamos a volver a Ritma!

Estaba demasiado emocionada y se notaba, era algo tan raro en ella, siempre pareciendo inalcanzable y una mujer fatal. En cambio ahora, parecía una niña a la que le prometieron que le harían su comida favorita.

—Yo tampoco puedo creerlo... —dijo monótono.

Cristela frunció el ceño al escucharlo y lo miró con el desconcierto en su rostro.

—No pareces muy emocionado —mencionó esperando una respuesta.

—Esto me parece muy extraño, casi surrealista —contestó él.

Ella abrió la boca para retarlo por ser tan pesimista, este era un momento para festejar. Lo que nunca imaginaron que volverían a tener, estaban a unas horas de lograrlo. Pero no alcanzó a decir nada porque fueron interrumpido por Nicholas que se sentó al lado de ambos.

—Regresaremos, ¡joder! Regresaremos a la ciudad que nos dio una patada en el culo y nos vengaremos de todos ellos —pronunció con evidente alegría.

Cristela soltó una carcajada contagiada por el entusiasmo del nuevo, Oscar debería estar igual.

—Lo haremos y lo primero que haré será matar a Linna por enviarme aquí, espero que todavía no la hayan asesinado otros, sino me sentiré mal —dijo Cristela con falsa tristeza.

Esta vez fue Nicholas quien rio.

—Yo iré por la cabeza de la capitana Jaime —dijo con diversión.

—¿La vieja o la nueva? —interrogó Cristela interesada.

—La vieja —respondió.

—¿A ti también te envió aquí? —dijo Oscar, era la primera vez que hablaba.

Nicholas asintió.

—¿Y qué fue lo que hiciste? Tienes un overol verde, así que supongo... —dejó de hablar para que Nicholas completara la frase, pero el hombre la miró entre desconfiado y temeroso, así que Cristela continuó—. Nuestro Oscarcito también era un traje verde, el estúpido intentó robarle la moto a la excapitana.

Oscar resopló porque ambos sabían que eso era mentira, él solo buscaba información para liberar a Cristela, pero lo culparon de algo que no hizo.

—Y yo tenía un overol morado —prosiguió Cristela, esto se ganó un rostro sorprendido y horrorizado por parte de Nicholas—, soy una ladrona y asesina perfecta.

El chico tragó fuerte intentando disimular su miedo.

—No lo pareces —tartamudeó—. Por tus vestimentas pensé que eras una prostituta —terminó casi con vergüenza.

La mujer hizo un ademán con la mano para restarle importancia.

—Eso también soy, pero de hombres poderosos, no de estúpidos que no llegan a fin de mes —completó de forma despectiva.

—O sea, una puta cara —se le escapó a Nicholas y luego miró a la mujer con miedo de represalias, pero a ella no pareció importarle.

—¿Y tú? —volvió a insistir la mujer. Nicholas suspiró derrotado.

—Quise matar a la capitana Jaime, pero fui descubierto mucho antes de intentarlo.

—¿Y por qué querías matarla? —interrogó Oscar ante el silencio del otro.

La ira y el odio se apoderaron de Nicholas y su voz salió demasiado fría.

—Porque es una perra que merece morir. Sé que está desaparecida, pero ella no estuvo entre los expulsados, así que habrá logrado escapar de algún modo y ahora se está escondiendo en algún rincón de Ritma. Cuando regresemos, la encontraré y la mataré, del mismo modo que ella asesinó a mi hermano Diego.



—Muy bien, quiero que me presten atención —la voz de Amílcar retumbó en el claro—, estamos a punto de lograr por lo que venimos luchando hace años, es hora de regresar al lugar al que pertenecemos y del que injustamente nos echaron —todos gritaron eufóricos, Amílcar llamó al silencio—. Todos saben lo que deben hacer, irán en grupos de no más de tres personas y cuando Lila de la orden entrarán a la ciudad lo más rápido posible y sin llamar la atención —todos asintieron y comenzaron a organizarse—. Bien, Chaco, irás con Oscar y Cristela y Siete, acompañarás a Nicholas —sus dos hombres asintieron.

—¿Por qué? —interrogó Cristela. Amílcar frunció el ceño.

—Porque no confío del todo en ustedes y nos conectamos con Lila gracias a Oscar, pero tú también pareces conocerla, así que si esa mujer nos traiciona, ustedes dos morirán.

Un silencio tenso se apoderó de todos, pero mucho más de los implicados, podían reconocer la amenaza que se cernía sobre ellos.

Amílcar prefirió dejar el tema y encarar a todos los habitantes de los Jaguares que aún los observaban.

—Esta es su última oportunidad, nos iremos en unos minutos, ¿alguien nos acompañará? —interrogó a la multitud.

Un hombre calvo y regordete que era la mano derecha del Gobernador y que parecía haber asumido como líder después de su muerte, pero que a Oscar le recordaba al desagradable sujeto de overol amarillo que murió a su lado; fue quien habló.

—No abandonaremos este paraíso para ir como estúpidos detrás de un sueño que no lograrán —escupió con arrogancia, el resto parecía en su mayoría de acuerdo o no se atrevían a contradecirlo.

—Como quieran, serán ustedes los que pierdan —contestó Amílcar ya ni enfadado, estaba harto de tratar de razonar con estos estúpidos.

—Te equivocas, serán ustedes y cuando intenten regresar aquí, no los dejaremos entrar —escupió el sujeto.

Fue Spíti quien comenzó a reír.

—No regresaremos, los que regresarán serán los destripadores y me gustaría ver qué harás sin armas para defenderte —dijo con diversión, algunas mujeres y niños se estremecieron ante el recuerdo de esos monstruos—. Tal vez solo seas su comida, puedo decir que tendrán mucho con tremenda panza que te traes o tal vez, termines convirtiéndote en uno y devores a tus propios hijos ante el hambre.

Todos los jaguares la miraron horrorizados contrastando con los soldados de la Frontera que los miraban divertidos. El hombre calvo y regordete no supo qué contestar.

—Cuando te arrepientas, ya será demasiado tarde —fue lo último que dijo Spíti.

Amílcar le hizo una seña a Oscar y éste buscó uno de los grilletes mientras lo encendía.

—Comenzamos a movernos —dijo, todos sabían que Lila entendería el mensaje.

Acto seguido todos avanzaron hacia el desierto y dejaron atrás el territorio Jaguar.

—Encontremos nuestra casa —dijo Amílcar suavemente y con dulzura mientras tomaba de la mano a Spíti.

La mujer sonrió sinceramente y apretó con fuerza, los dos juntos dieron el primer paso.



El sol y el calor agobiante habían sido un peso extra que todos cargaron mientras caminaban por el desierto, pero era necesario salir a esa hora para llegar cerca de la noche y poder escabullirse en la oscuridad.

Además, la energía y la felicidad los invadía a todos y por lo tanto, caminar por el desierto apenas se notaba ante la posibilidad de llegar a un lugar mejor.

La oscuridad los abrazó cuando aún les quedaba un kilómetro para llegar al domo y todos suspiraron aliviados ante la sensación del frío que se deslizaba por su piel quemada y caliente. Amílcar los hizo detenerse a todos.

—Hasta aquí llegamos todos —comenzó serio—, es hora de dividirnos en grupos y entrar —pronunció con calma, pero la tensión se sentía.

Lo que estaban a punto de hacer era algo histórico, nadie lo había hecho y no tenían la certeza de que funcionaría, pero debían ser optimistas.

—Ritma será nuestra y tendremos todos lo que siempre deseamos —el resto sonrió ante las palabras de su jefe—. Ya no más hambre, frío o calor; ya no más destripadores o enfermedades que no podamos curar; ya no más aire contaminado y escasez de agua o lluvia ácida. La felicidad está al alcance de nuestra mano, así que espero que todos sigan el plan y ante cualquier cambio me avisan —todos asintieron con más seriedad—. Está bien, Oscar, Cristela y Chaco, ustedes serán el primer grupo.

Oscar sintió la emoción invadirlo, era por primera vez consciente de que estaba volviendo y podría volver a ver a su familia.

Le echó un vistazo a Cristela y la joven estaba igual.

Avanzaron con miedo y felicidad al mismo tiempo, mientras el resto se quedaba quieto, ya que decidieron no acercarse al domo para evitar que los vieran. Pero Amílcar retuvo a Chaco antes de que este se fuera.

—Mátalos si algo sale mal —susurró al oído y éste asintió con seguridad.

Su jefe lo soltó y el grupo conformado por los tres, se perdió en la oscuridad a los pocos minutos. Nadie volvió a hablar.



—Estamos acá —dijo apenas audible Oscar.

La presencia del muro frente a sus ojos era impresionante, esa pared transparente formada por nanotecnología era maravillosa, nunca tuvo la oportunidad de apreciarla. Pero ahora, era lo que lo separaba de volver al lugar de donde había salido injustamente.

—Cuenten hasta tres y desactivaré el lugar frente a ustedes, tendrán que ser lo más rápidos posibles porque solo estará cinco segundos abierto ya que si no será detectado. Si no logran pasar, el domo los freirá con una descarga de muchos voltios cuando se reactive, así que no pierdan el tiempo —contestó Lila por el comunicador.

Cristela comenzó a susurrar los números, en silencio, todos temerosos de no lograrlo. Oscar miró por última vez a su alrededor, solo para encontrar los cadáveres en descomposición de tres destripadores asesinados hace ya mucho tiempo y luego, el desierto infinito.

No volvería nunca más a este infierno.

—¡Ahora! —el grito de Lila lo sacó de su ensoñación.

Su cuerpo se movió solo y atravesó esos metros corriendo a toda velocidad. El aire limpio en sus pulmones fue un shock que lo llevó a toser por contradictorio que pareciera. Se había acostumbrado a la contaminación y ahora su cuerpo no toleraba el cambio.

Cayó de rodillas y sus ojos se llenaron de lágrimas, casi no podía respirar. Recordó cuando fue expulsado y tuvo contacto con el exterior por primera vez, algo parecido le había sucedido, solo que ahora no sentía que todos sus órganos se estaban reventando.

—Es hora de irnos —una voz que no escuchaba hace tiempo llamó la atención de todos.

Oscar alzó la mirada y notó que Cristela seguía de pie en perfectas condiciones como si el cambio de ambiente no la hubiera afectado en nada.

"Esa chica me da mala espina" había dicho Dimitri.

Y ahora, Oscar comienza a tener sus dudas, la chica está perfecta, inalterable como si siempre hubiera estado en Ritma. En cambio, Oscar apenas puede respirar y él mira a Chaco, el otro hombre está igual o peor que él, pero se esfuerza para mantenerse en guardia frente al recién llegado.

Sabe que Cristela oculta algo, tal vez lo que decía Dimitri era cierto, algo debe tener en su sangre que la hace más resistente.

—Es hora de irnos —repite otra vez Julio, casi con desesperación.

Oscar se concentra en el tipo que los está mirando, recuerda perfectamente a Julio, era el guardia de seguridad de Gregorio; eso significa que Lila lo mandó por ellos. Cristela parece llegar a la misma conclusión porque es quien habla.

—Lidera el camino —suena confiada otra vez.

Y Oscar sabe que Cristela está otra vez en su salsa, volvió a ser la mujer que tiene a todos bajo sus propios deseos.

Julio los mira otra vez a los tres, Chaco está haciendo un esfuerzo para ponerse de pie y parecer amenazante, Oscar decide seguir su ejemplo.

—Lila me mandó, así que solo deben permanecer en silencio y seguirme, los pondré a salvo, pero tenemos que marcharnos de aquí antes de que llegue el otro grupo.

Todos asienten y siguen al hombre que está con tres compañeros más, Chaco aún parece desconfiado y aprieta con fuerza el brazalete que funciona como comunicador, seguramente esperando cualquier traición para comunicarle a Amílcar. Oscar no puede culparlo.

—Bienvenido, amigo —susurra Julio y Oscar sonríe.

Después de todo el infierno que pasó, está de regreso, Ritma caerá ante sus pies.



Solo quedaban ellos dos, todos habían logrado entrar y todavía no había recibido malas noticias. Chaco se había comunicado una vez para avisarle que todo estaba bien y que habían llegado a una casa sin ser vistos, que estaban a salvo.

—Es nuestro turno —dijo Amílcar emocionado, mientras agarraba con más fuerza la mano de Spíti.

La joven miró el domo que se alzaba frente a ella, nunca había estado tan cerca cuando vigilaban el lugar, ya que temían ser descubiertos, pero ahora era diferente. La gran barrera de contención era transparente y debido a las pequeñas iluminaciones que había podía ver su interior, solo una especie de desierto con rocas y algunos edificios a la distancia, pero permanecía en su mayoría oscuro debido a la hora avanzada. Y el domo, parecía brillar y por momentos encendía luces de diferentes colores, Spíti quería tocarlo pero no podía porque le habían informado que la mataría al instante.

—En tres segundos —sonó la voz de Lila por el grillete y ambos respiraron con fuerza—. ¡Ahora!

Todo sucedió muy rápido, se movieron y luego no podían respirar, se mareaban y gemían buscando un poco de aire. Todo fue una nebulosa, a pesar de sentir que no terminaría, unos minutos después, ambos respiraban con normalidad.

Amílcar rió y alzó la vista fascinado, Spíti lo imitó y pudo observar muchos puntos brillantes, supo que eran estrellas o tenían el objetivo de simularlo.

—Nos encontramos con una pequeña patrulla haciendo sus rondas de vigilancia, así que Julio tardará unos minutos en llegar. Pero quédense ahí y no dejen que los vean —pronunció la voz de Lila cortando la calma, ninguno de los dos le respondió, no era necesario.

Se miraron con una sonrisa, lo habían logrado.

—¿Recuerdas lo que te conté sobre las estrellas? —interrogó Amílcar, Spíti lo miró con cariño y se acercó, él envolvió un brazo a su alrededor y la abrazó.

Se quedaron hipnotizados con todos esas pequeñas luces en el cielo.

—Sí, una historia sobre cómo un hombre perdió a su mujer y al estar tan triste por su muerte, le pidió al dios del infierno que la reviva. Éste accedió pero le ordenó que no mirara hacia atrás, el hombre no pudo cumplirlo. Entonces, la mujer no revivió, pero él no soportaba estar sin ella, así que se quedó en la tierra de los muertos para seguir a su lado. ¿Era algo así, no? —preguntó no muy segura.

Amílcar soltó una pequeña carcajada.

—Sí, la historia de Orfeo y Eurídice, y luego de como Zeus la transformó en la constelación de Lira —dijo, Spíti asintió sin entender muy bien.

Pero siempre le gustaba cuando él le contaba historias.

—¿Seguirás enseñándome sus diferentes nombres, no? —interrogó con emoción y Amílcar sonrió.

—Esa vez te dije que tenía toda la vida para mostrártelas y eso haré. Estamos en Ritma, lo logramos y te prometo que todo mejorará, podremos estar juntos y tener todo lo que siempre deseamos —contestó él mientras acunaba su rostro.

—Lo único que deseo es estar a tu lado —respondió con timidez.

Y Amílcar aún no entendía como cada día que pasaba amaba más a estar mujer.

—Y estaremos juntos, tú eres Spíti, eres mi hogar —susurró mientras apoyaba su frente contra la de la joven, sus ojos demostraban todo el amor que sentía, ese que no podía poner en palabras—. Te...

Una electricidad recorrió su cuerpo y no pudo terminar su oración. Sus músculos se aflojaron y un dolor abrasador lo invadió. Cayó hacia adelante, directo a los brazos de Spíti mientras ella lo atrapaba y caía de espaldas, su voz sonaba nerviosa al no saber qué pasaba.

—¡Entréguese y no seguiremos disparando! —escuchó que alguien gritó.

Pero Spíti no podía salir del aturdimiento, así que ante el peligro, arrastró el cuerpo de Amílcar detrás de unas rocas y sacó el arma y comenzó a disparar hacia las manchas más oscuras que observaba a la distancia. Escuchó un grito de dolor y maldiciones, los guardias ante el ataque también optaron por esconderse.

Spíti se concentró en Amílcar que descansaba la cabeza sobre su regazo. Deseó nunca haberlo visto.

Su camisa estaba manchada completamente de sangre, ésta parecía brotar de muchos lugares a la vez y no uno solo. El arma con el que le habían disparado era realmente extraña y ella no sabía qué hacer. Amílcar quiso hablar y más sangre brotó de sus labios, se estaba desangrando internamente.

—Mi hogar —pronunció entre jadeos de dolor.

Spíti comenzó a sollozar mientras intentaba hacer presión en cualquier herida, pero tenía tantas que no sabía en cuál comenzar.

—Ni se te ocurra dejarme, no puedes hacerlo —dijo desesperada y al borde del colapso, esto no podía estar sucediendo—. Viene aquí porque tú querías, a mí ni siquiera me interesaba, yo estaba bien afuera —continuó diciendo entre lágrimas, mientras Amílcar balbuceaba cosas sin sentido y se desangraba—. Pero lo hice, te seguí porque nunca me importó dónde estuviéramos, mientras estemos juntos porque desde que te conocí, siempre fuiste, eres y serás mi lugar seguro —su voz se quebró.

Recordó la pregunta de Oscar, en ese momento no quiso decírselo a un extraño, pero la respuesta era sí, Amílcar era su lugar seguro. La piedra que la sostenía, los brazos que la abrazaban, la boca que la amaba, la sonrisa que le daba alegría y los ojos que la invitaban a ser libre.

Amílcar era la razón por la que estaba viva, ya que la defendió cuando apenas era una adolescente de esos hombres que la violaron y trataron de asesinarla y marcaron su piel para siempre con horribles cicatrices. Cicatrices que el Jefe de la frontera besó con cariño y pasión.

Amílcar era la razón por la que le gustaba seguir viva. No podían arrebatarselo.

El hombre levantó una mano manchada con sangre y la posó sobre su mejilla y la miró con adoración.

—Mi Spíti, mi hogar, te amo —terminó la frase que no pudo debido al disparo.

Y ella se quebró. Se inclinó para juntar sus labios y sentir esa calidez una vez más. Fue consciente del momento exacto en que la mano se deslizó de su mejilla y cayó inerte al suelo.

Ella solo pudo llorar. Las lágrimas caían de sus ojos y rodaban por los pómulos de él.

—¡Entréguese y no los mataremos! —escuchó otra vez esa voz y lo perdió.

Gritó de dolor, odio y rabia. Una muestra de lo lastimada que estaba.

Muy lejos de ese sitio, un centenar de destripadores que permanecían quietos, sintieron que algo cambió. Su maestro estaba transmitiendo ráfagas de odio, aunque ellos no pudieran procesar ese sentimiento porque ya no eran humanos, el hambre en ellos despertó. Y la agresividad extrema se apoderó de sus impulsos, todos comenzaron a caminar en busca de algo que los calmara.

Cuando dejó de gritar, una calma aterradora se hizo cargo de ella, miró el cuerpo inusualmente quieto del amor de su vida y tomó una decisión. Sacó sus armas y se aseguró que estuvieran llenas de municiones.

Todavía escuchaba los gritos de advertencia de los estúpidos guardias, pero no le importó. Acarició con dulzura los cabellos de Amílcar y se puso de pie, dispuesta a enfrentar su destino y llevarse a varios junto con ella.

Una ráfaga de disparos violentos resonó en la noche tranquila.

Ciudad Ritma estaba gobernada por la antigua ley de la selva, sólo el más fuerte sobrevivirá y reinará.

Pero mientras tanto, todos lucharán entre sí para apoderarse de esas tierras sin dueño.



PROHIBIMOS LA COPIA PARCIAL Y/O TOTAL DE ESTA OBRA, ASÍ COMO TAMBIÉN LAS ADAPTACIONES.

TANTO LA HISTORIA COMO LOS PERSONAJES NOS PERTENECEN, NO AL PLAGIO.


Hemos llegado al final, junto a Nelba escribimos el punto final de TIERRA DE NADIE...

PERO UN FINAL SIEMPRE MARCA UN NUEVO COMIENZO...


seulRN Dulce-Miyuki

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