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30 - La nueva jefa


Cuando llegaron al territorio de los Jaguares, el lugar estaba dominado por una tensa calma. Se podía sentir, así que no hubo necesidad de palabras, Spíti levantó su arma y todos sus hombres la imitaron.

Avanzaron lentamente, casi sin hacer ruido para evitar romper el silencio tenebroso y antinatural que reinaba. Las copas de los altos y frondosos árboles se mecían lentamente, producto de la suave brisa.

Algo estaba mal, muy mal, pero no sabían qué. No tardaron en descubrirlo.

Cuando vieron la luz roja surcar el cielo, supieron de inmediato que había problemas, por eso fueron directamente al territorio de los Jaguares y dejaron a la nave y los expulsados para otro momento.

El primer cuerpo se encontraba a unos metros de ellos, la mujer yacía en el suelo con la garganta destrozada y sus ojos bien abiertos, irradiando el temor que sintió antes de morir.

Todos se pusieron mucho más alerta que antes y siguieron avanzando, estaban seguros que encontrarían más muerte adelante.

Spíti se detuvo en seco cuando lo vio, el segundo cuerpo también yacía en el suelo pero su asesino estaba junto a él, arrodillado a su lado mientras devoraba sus entrañas. Apuntó dispuesta a pegarle un tiro, pero el quiebre de una rama alertó al sujeto, quién levantó la cabeza rápidamente y miró a su nueva víctima.

Dimitri nunca quiso hacer ruido, simplemente se había movido unos milímetros de su posición para ponerse más cómodo, nunca pensó que fuera descubierto. Había logrado esconderse detrás de la bomba que usaban para extraer agua, pero ahora se había delatado.

El doctor miró esos ojos desenfocados que le devolvían la mirada, hasta que el asesino profirió un grito antinatural y se lanzó hacia Dimitri.

—¡Detente! —gritó en un vano intento mientras se ponía de pie dispuesto a salir corriendo.

El sujeto se detuvo en seco, solo fue cuestión de segundos, pero sus ojos delataron algún tipo de reconocimiento antes de desplomarse en el suelo producto del disparo en la cabeza que había recibido.

—¿Hay más? —interrogó Spíti al médico.

Dimitri dejó de observar el cuerpo sin vida y se concentró en la mujer que lo había salvado.

—No, solo era uno —respondió intentando reponerse del miedo y la adrenalina que aún corrían por su sistema.

Antes de que Spíti pueda preguntar dónde estaban el resto de los habitantes, éstos fueron apareciendo cuando notaron que la amenaza había sido eliminada.

—¿Alguien me va a decir qué demonios pasó aquí? —cuestionó en voz alta a todos los presentes.

Pero ninguno respondió. Las personas que habitaban el sector de los Jaguares nunca habían visto un destripador y aún se encontraban en shock, ya que la situación había sido demasiado para ellos. Que de un momento a otro, alguien con aspecto humano interrumpa en el lugar donde vives y comience a devorarte, era fuerte. Spíti lo entendía porque al pertenecer a la Frontera había sido la encargada de mantener a esos monstruos fuera de este paraíso, en eso consistía el trato; pero no tenía tiempo para lidiar con los traumas de personas inútiles. Eso le fastidiaba.

—Un destripador nos atacó —la voz del Gobernador sonó entre la multitud, Spíti lo buscó hasta encontrarlo.

—Eso no puede ser, aseguré el perímetro con nuevas bombas después del derrumbe —contestó Spíti con incredulidad.

—Tenemos que hablar —respondió a cambio el Gobernador mientras se dirigía a su despacho.

Spíti miró a Chaco y a Siete, sus hombres de mayor confianza.

—Sé que están cansados, pero revisen todo el perímetro y cada metro de este lugar, no quiero que ninguno de estos bichos haya podido esconderse —todos los hombres asintieron. Spíti se fue tras el hombre moreno al saber que su orden se iba a cumplir.

El Gobernador hizo un ademán para que se sentara mientras él hacía lo mismo detrás del escritorio, pero ella lo ignoró y se mantuvo firme.

El Gobernador negó con la cabeza ante la falta de modales, la chica le provocaba repulsión.

—Las bombas que están alrededor del territorio no fallaron —ella frunció el ceño al no entender, entonces ¿cómo había entrado? —El destripador siempre estuvo adentro.

—Puedes dejar de ser tan dramático y decirme de una vez qué mierda pasó —pronunció mucho más alterada.

Él deseó poder bajarle esa altanería y hacerla morder polvo, pero todavía la necesitaba. Tuviera que haberla eliminado cuando tuvo la oportunidad, pero ahora no era el momento de lamentaciones, ya llegaría su hora.

—Cuando regresaste te comenté que dos destripadores habían entrado y matado a tres personas y que logramos salvar a una —respondió con calma el Gobernador.

Ella asintió.

—Recuerdo eso, pero sigo sin entender.

—El joven que habíamos salvado, se convirtió en un destripador esta mañana.

—¡Me estás jodiendo! —maldijo. —Entonces con una simple mordedura te estás transformando en una de esas mierdas —terminó con asco.

—Aparentemente.

Suspiró mientras meditaba sobre toda esta situación.

—Quiero que me pongas a cargo de toda esta situación y que todos estos estúpidos habitantes lo sepan —dijo rompiendo el silencio que se había instalado.

—No creo que estés bien de la cabeza, pero yo sigo mandando aquí —le contestó con burla al estar seguro que la mujer estaba enloqueciendo.

—Estoy perfectamente bien, y te recuerdo que soy la única que tiene armas.

—Podría darle la autoridad a Dimitri y no a ti, y sería lo mismo —le retrucó. Nunca dejaría que ella se apoderara de este lugar.

Spíti sonrió con altanería.

—Dimitri puede ser un buen médico, pero mis hombres nunca lo respetarán. Soy yo la que tiene el boleto ganador, así que te recomiendo que colabores porque de lo contrario, puedo marcharme de este lugar y dejarte completamente desprotegido. ¿Cuánto crees que vivirías? —interrogó con burla.

Él apretó los puños con fuerza mientras se ponía de pie y golpeaba la mesa.

—Eres una hija de puta —elevó la voz con rabia.

—Lo soy y de ambos lados —dijo sin sentirse afectada. —No te hagas la buena persona porque he visto con mis propios ojos, el monstruo que eres.

Se dio la vuelta y se marchó. El Gobernador gritó colerizado y le pegó un puñetazo a la mesa. Debió matarla hace años.

Spíti se dirigió a la multitud que seguía observando los cuerpos de las víctimas y del asesino. Vio a sus hombres que habían regresado.

—Todo limpio, no hay nada —respondió Chaco a la silenciosa pregunta de su jefa.

Ella asintió mientras miraba a la multitud, observó a algunas personas que se estaban atendiendo pequeñas heridas. Sin previo aviso, sacó el arma y comenzó a dispararles.

La gente se asustó y gritó y quiso salir corriendo, pero Spíti ya había terminado.

Alzó la voz para que todos pudieran oírla.

—Muchas cosas van a cambiar a partir de ahora.



—¿Podemos hablar?

Spíti miró a Oscar, quien estaba parado en la puerta de la habitación que le habían asignado.

—Estoy ocupada, no tengo tiempo —respondió tajante y se concentró en seguir ordenando las armas.

—Por favor, es importante —suplicó. Ella se giró bastante irritada.

—¿Qué quieres? No tengo tiempo para perderlo con un inútil y un maldito mentiroso como tú.

Oscar se sintió fatal ante las palabras crueles de la mujer.

—Sé que Dimitri y Paco pensaban traicionarte.

Spíti lo miró sorprendida, pero endureció sus rasgos rápidamente.

—¿Y tú cómo sabes eso? Será que tú estás con ellos —respondió con veneno al estar frente a un traidor que planeaba engañarla.

—¡No! —negó inmediatamente —Nunca te haría eso, yo solo fingí aliarme con Dimitri para sacarle información, pero estoy de tu lado —necesitaba que ella le crea.

—¿Y por qué debo creerte? ¿Por qué preferirías mi lado y no el de Dimitri? Siempre te he tratado peor que a una escoria.

Él la miró y tragó saliva, deseaba que ella pudiera ver que era sincero.

—Porque me gustas, realmente me gustas —dijo casi en un susurro.

Spíti fue sorprendida por segunda vez durante la conversación y calló por unos segundos, pero luego frunció el ceño y la ira corrió a través de su sangre.

—Y quieres acostarte conmigo a cambio de tu lealtad —dijo con bronca y repulsión.

—¡No! —volvió a negar —¡Por Dios, nunca haría eso! —ella seguía frunciendo el ceño. —Está bien, me encantaría acostarme contigo porque realmente me gustas, pero quisiera que fuera mutuo. Nunca te obligaría, además sé lo que sientes por Amílcar —respiró para tranquilizarse. —Y ahora que te veo, quería decirte que lamento tu pérdida.

No lo soportó. Ningún cuatro de copas y mucho menos un traidor, tenía derecho de hablar de Amílcar. En un abrir y cerrar de ojos, Spíti tenía a Oscar contra la pared y con una mano en el cuello, cortándole la respiración.

—No hables de él —susurró fríamente, mientras apretaba un poco más la presión sobre el cuello ajeno. —Alguien tan sucio como tú, no tiene ni siquiera el derecho a decir su nombre.

Oscar comenzaba a ahogarse y la vista a nublarse, si seguía así pronto perdería el conocimiento. Pero a pesar de esto, no intentó liberarse del agarre, dejó que la mujer frente a él continuara.

—Lo siento

Apenas tuvo fuerza para decirlo, su voz estaba quebrada por la falta de aire, Spíti lo miró por última vez antes de chasquear la lengua y soltarlo como si apestara.

—Solo vete —dijo resignada.

—No me crees ahora, lo sé, pero puedes confiar en mí. Cuando me necesites, yo estaré, haré cualquier cosa para demostrarte mi lealtad —mencionó con la garganta adolorida.

Spíti no lo miró, solo hizo una seña con la mano para que se retirara. Oscar no iba a tentar su suerte, ya le había dicho lo que quería, ahora tenía que dejarla sola para que lo meditara.

Cuando se retiraba, se cruzó con Chaco y Siete, el niño lo miraba con odio. Oscar no podía entenderlo, desde que Cinco murió y Siete fue el encargado de llevarle la comida por unos días, el chico siempre lo detestó. Él no podía entenderlo, pero no dijo una palabra y los otros dos tampoco, solo se cruzaron y cada uno siguió su camino.

Tocaron la puerta y Spíti permitió su acceso.

—Tenemos noticias —dijo Chaco, apenas entró. —Paco despertó.

—¿Dimitri ya lo sabe? —interrogó la mujer, ambos hombres negaron.

—Sigue atendiendo a los habitantes asustados por el ataque del destripador —respondió con sorna Siete.

Spíti sonrió. Luego de haber terminado de hablar con el Gobernador y de asesinar a los habitantes que presentaban alguna herida, la mujer les contó la situación a todos. Los destripadores siempre habían existido, ellos no lo sabían porque nunca salían del territorio y porque ella junto a sus hombres, los mantenían a salvo. Les dejó en claro que estarían muertos sin ellos. También mencionó sobre la infección, cualquier persona que había sido mordido o lastimado por el destripador, se convertiría en uno de esos monstruos en unos días. Por eso, ella actuó y los mató, para mantener a salvo al resto.

Todos enloquecieron y el caos se extendió, pero también supieron darse cuenta quienes tenían el poder, así que les agradecieron infinitamente. Un pueblo con miedo y sin armas, era fácil de manejar. Spíti tenía el control.

—Chaco, tú irás a ver los expulsados y si hay algún sobreviviente. Llévate a un hombre contigo, pero recuerda, ni una sola palabra a nadie —comenzó ella. El aludido asintió y se marchó. —Siete, tú y yo, visitaremos a nuestro gran amigo Paco.



Apenas despertó, vio a Spíti sentada en un costado de su cama y a un niño que le faltaba un brazo, a unos metros detrás de ella. Ese niño daba miedo.

—Has despertado —dijo con una falsa alegría, Paco iba a contestar pero Spíti no lo dejó. —Seré breve, quiero que me digas todo lo que sabes.

—No sé de qué hablas —respondió ronco por falta de usar su voz durante los días que estuvo inconsciente.

Quiso agarrar el vaso para beber un poco de agua y sacar la sequedad de su boca, pero Spíti soltó una carcajada corta al mismo tiempo que tomaba el vaso y lo tiraba al suelo, su contenido desperdiciándose.

—No me tomes por una estúpida y habla —dijo mucho más seria, mientras sacaba una navaja ensangrentada. —¿Te enteraste del ataque? Parece que si un destripador te muerde, en unos días te conviertes en uno —Paco tragó saliva intentando aliviar la sequedad de su garganta, mientras veía como Spíti jugaba con el cuchillo ensangrentado. —¿Crees que si te apuñalo con este cuchillo contaminado, te contagiarás también? —interrogó con falsa inocencia, Paco se alarmó.

—Spíti, amiga mía, no me gusta este juego —respondió mientras su terror iba aumentando al notar como ella se acercaba lentamente a él, quería alejarse pero aún se encontraba demasiado mareado para dejar la cama.

—No estoy jugando —dijo mirándolo a los ojos. —Ya eres tuerto, tal vez podría equilibrarte y arrancarte el otro —mencionó con una alegría que casi parecía desquiciada.

Luego, posicionó la navaja sobre la piel que recubría el único ojo sano, y ese fue el punto de quiebre.

—¡No! ¡Por favor, no! —suplicó casi al borde del llanto. —Te diré todo lo que sé.

—Habla entonces.

—¿Puedes alejar ese cuchillo de mi ojo? —volvió a suplicar aterrado, Spíti negó mientras seguía deslizando el objeto punzante por los bordes del órgano. —Está bien, escucha, recuerdas que te conté que de todos los brazaletes que analicé, cinco eran diferentes —esperó la confirmación de ella.

—Sí, uno de esos cinco era el de Oscar —Spíti siguió el hilo de la historia.

—Exactamente, todos los brazaletes tenían el mismo sistema que funcionaba como un rastreador —notó como Siete fruncía el ceño desconcertado, pero no le prestó más atención porque el filo del cuchillo cerca de su retina lo ponía nervioso.—Pero estos otros cinco, además de tener el sistema de rastreo, tenían otro incorporado —tragó saliva. —Y después de analizarlo, descubrí que era un comunicador.

Toda la habitación quedó en un silencio repentino, incluso el cuchillo se quedó quieto, pero Spíti se recuperó rápido.

—¿Algo más? —pregunto desinteresada.

Paco se asustó, esa información era demasiado importante, pensó que eso bastaría.

—Sí —comenzó rebuscando en su cabeza algo interesante—, el día del temblor, Oscar estaba en mi habitación y me estaba robando los brazaletes.

Spíti lo miró y luego sonrió. Levantó el cuchillo y con rapidez lo clavó en la almohada al lado de la oreja de Paco. Éste gritó.

—Muchas gracias tuerto, espero que nuestra charla quede entre nosotros y nadie más —le dio una palmadita en la mejilla y se puso de pie. —Cuida ese ojo, no querrás perderlo.

Y con la sonrisa más cínica se marchó con Siete por detrás, mientras Paco temblaba.

Siete vio cómo su jefa se acomodaba el vendaje de su palma, ya que antes de entrar con Paco se había hecho un corte. Al principio no lo entendió, pero luego se divirtió al ver el terror en el otro hombre pensando que era la sangre de un destripador.

—Hay algo que no entiendo —se atrevió a hablar, Spíti lo alentó a que continuara. —Si los de Ritma piensan que los expulsados mueren, ¿por qué colocarles un comunicador? No tendría sentido hablar con un muerto —expresó desconcertado.

Spíti lo miró, mientras revisaba cuantas balas tenía su revólver.

—Tienes razón, pero solo Oscar podrá brindarnos la respuesta —dijo mientras comprobaba el cartucho lleno.



Lo intentó una vez más, pero solo había estática.

—Campo floreado, aquí halcón alérgico —repitió una vez más. —Campo floreado, aquí halcón alérgico —la estática se cortó y de repente volvió a chillar. —Campo floreado, aquí halcón alérgico —pronunció un poco más desesperado.

La estática hizo ruidos raros hasta que fue menos ruidosa y mucho más nítida.

—Oscar, ¿eres tú?



PROHIBIMOS LA COPIA PARCIAL O TOTAL DE ESTA OBRA, ASÍ COMO TAMBIÉN LAS ADAPTACIONES.

TANTO LA HISTORIA COMO LOS PERSONAJES NOS PERTENECEN, NO AL PLAGIO.


Se despiden, seulRN Dulce-Miyuki

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