26 - Jaguares
—¿Solo tú y tus cinco hombres? —cuestionó casi con desagrado el hombre de tez morena.
Spíti se mordió los labios para no contestarle una grosería, al menos no tan rápido.
—Sí, Gobernador —contestó con el mismo tono con el que había sido hecha la pregunta.
El Gobernador levantó la vista del mapa que estaba observando y miró a la morena por unos segundos sin emitir palabra, pero luego su rostro cambió, como si se diera cuenta que no era el momento de entablar una discusión, no ahora, no cuando todos los planes se tambaleaban y su seguridad corría riesgo.
—De La Frontera solo han aparecido Dimitri, el tal Oscar, Siete y Paco, llegaron ayer. Pero Paco ha estado inconsciente desde entonces, parece que parte del techo se le derrumbó encima y lo golpeó en la cabeza —informó el hombre.
Spíti asintió intentando esconder su rabia. Los había visto apenas llegó con los Jaguares, Cristela reconoció a Oscar y éste, también parecía saber muy bien quién era la chica, así que el inútil les había estado mintiendo. Quiso interrogarlos inmediatamente, pero el Gobernador había aparecido y ordenó una reunión urgente, tuvo que obedecer. Y mientras se dirigía al punto de la reunión, pudo vislumbrar a Dimitri, el doctor estaba muy pálido y parecía horrorizado, comprendió todo cuando supo que estaba viendo a Cristela.
Así lo que la chica le había dicho parecía ser cierto, Dimitri era un maldito traidor.
—¿Dónde estabas cuando ocurrió el temblor?
Spíti odiaba tener que rendir cuentas, mucho más a cerdos que se creían demasiado, pero el Gobernador era el líder de los Jaguares, y ella estaba ahora en su territorio, así que debía comportarse. Necesitaba un lugar para descansar y reorginarse, y para estar al tanto de toda la situación.
—El jefe Amílcar me había enviado junto a mis hombres, para hacer una tarea de reconocimiento alrededor del domo. No hubo expulsados en mucho tiempo y él sospechaba que algo estaba ocurriendo —intentó que su voz sonara lo más neutral posible.
El Gobernador asintió mientras se volvía a concentrar en el mapa.
—¿Y descubrieron algo? —Spíti deseó poder mandarlo al diablo, pero otra vez se contuvo.
—No mucho, solo que hubo una gran masacre en los suburbios y luego, ya sentimos el temblor y nos dirigimos a la Frontera para encontrarla destruida, entonces terminamos aquí.
—¿Y la chica?
Odiaba a este hombre y a sus ojos marrones y fríos que solo ocultaban su crueldad.
—La encontré mientras venía hacia acá, es una puta de la Zona roja —contestó, ni en un millón de años le diría que es una expulsada. Esa información se la guardaba. —Es raro que no te suene su cara, a ese lugar lo conoces muy bien —terminó de forma irónica.
Notó como la furia iba apoderándose de todas sus fracciones.
—Cuidado con cómo me hablas, soy el jefe de este lugar y puedo echarte de una patada en este mismo instante —dijo, pero Spíti solo sonrió sabiendo que a esta batalla la ganaba ella.
—No lo harás —dijo con seguridad —, mis hombres y yo somos los únicos que tenemos armas aquí. El horno de fundición quedó sepultado tras el derrumbe de la Frontera, así que nadie más que yo puede salvar tu sucio culo —mencionó con arrogancia. —Así que dime cuál es el problema, porque sé que no me soportas y nunca me hubieras llamado a una reunión si no estarías con la soga al cuello y hundido muy dentro de tu propia mierda.
El Gobernador apretó los puños, pero se tranquilizó porque ella tenía razón.
—Te convoqué a una reunión porque supongo que eres la líder de la Frontera, ya que Amílcar está muerto —disfrutaba darle donde más le dolía, Spíti no reaccionó —. El temblor provocó que una gran parte de tierra desapareciera por una inmensa grieta —relató el Gobernador mientras señalaba un lugar en el mapa —, muy cerca del lago que es nuestra mayor reserva de agua.
—¿Se perdió parte del lago? —interrogó preocupada. El lago era el que brindaba agua a todos, ya sea a los Jaguares, a los de la Frontera o a las de la Zona roja. Los mantenía con vida, sin él estaban muertos.
El Gobernador negó.
—No, pero estuvo cerca —dijo más tranquilo, pero volvió a su tono mordaz —Solo que no me gusta perder cerca de cien metros en segundos, murió gente.
Spíti lo entendió, el lugar donde habitaban los Jaguares, era un bello bosque en medio de un desierto totalmente letal. Pero era una zona pequeña y si se reducía, nunca podría albergar a tantas personas como las que hoy en día habitan el afuera. Por eso, habían decidido invadir Ritma.
—Y hay otra cosa —Spíti lo instó a que continuara. —La grieta no solo se llevó una parte de tierra, sino también todas las bombas que eran nuestra seguridad contra los Destripadores —Spíti lo recordaba, además de los soldados que patrullaban, también habían colocado bombas alrededor como un refuerzo en caso de un ataque masivo.
Cada lugar seguro o refugio tenía este sistema, había servido para retrasarlos cuando los monstruos la habían atacado junto con Oscar en el laberinto.
—Quieres que vigile esa zona para que no entren —dijo como si fuera una obviedad.
—Ya entraron —abrió los ojos alarmada ante estas palabras —. Solo eran dos, pero mataron a tres personas y uno resultó herido, ahora lo estamos atendiendo, pero no es tan grave.
Spíti chasqueó la lengua frustrada.
—Me encargaré de volver este lugar seguro otra vez, y luego iré a buscar más soldados. No todos estaban en la Frontera, hacemos rondas de vigilancia las veinticuatro horas, así que tienen que estar por ahí —dijo mientras ya planeaba qué recorridos hacer para encontrar a más hombres.
—Según lo que escuché, Amílcar estaba en el refugio, así que no te hagas ilusiones —dijo con crueldad, ella lo fulminó con la mirada. —Realmente no sé qué vio en ti, pero no tienes material para ser líder, solo sirves para calentar una cama.
—Tal vez sea una mierda y como no conocí a mis padres, no sabría decirte, pero seguramente lo heredé de ellos.
Spíti se marchó.
Cristela se reía sin poder creerlo.
—No puedo creer que nos volvamos a ver en un lugar como este, Oscarcito.
—Pensé que seguías en el Sótano, ¿cuándo te expulsaron? —interrogó desconcertado.
Según lo que había dicho Amílcar, después de que lo expulsaron a él, no había sacado a nadie más, así que no entendía. Cristela no había salido antes que él y tampoco con él, entonces por qué estaba aquí.
La mujer quiso contestarle, pero otro rostro conocido hizo acto de presencia.
—¿Se conocen? Porque a ti no te recuerdo como parte de los Jaguares —intentó que el miedo no se note, pero era difícil.
Dimitri creyó que esta chica estaba muerta, la había dejado esposada mientras todo colapsaba. Pero ahora estaba aquí, hablando con Oscar y había venido junto con el grupo de Spíti. Nada estaba bien, ella sabía quién era y lo podía delatar.
—La única puta que sobrevivió de la Zona roja, la encontramos en el camino y la trajimos.
Dimitri se asustó imperceptiblemente ante la voz de Spíti que sonaba a su espalda.
—¿La ropa no te dice nada? —preguntó como si él fuera tonto y Dimitri debió darle esta, Cristela tenía una mini falda demasiado mini y un pedazo de tela que apenas cubría sus pezones.
Cristela se felicitó por robarle la ropa a la muerta.
—Tienes razón, error mío —dijo con una falsa sonrisa de amabilidad que engañaba, aunque tal vez ya no a todos.
Sumergió las manos en el tacho con agua para poder refrescarse la cara, el día había sido agotador y caluroso.
—No sé si fue una jugada o realmente no me crees —mencionó Cristela cuando se paró a su lado.
—No me interesa lo que pienses —contestó con desgana mientras bebía agua casi con desesperación.
—No tienes un pelo de tonta, así que supongo que no me delataste porque tienes un gran plan —continuó sin hacerle caso al tono cortante de la nueva líder de la Frontera —. Y quiero formar parte, así que cuenta conmigo.
Spíti se sacó la remera sudada y la hundió en el agua, solo para segundos después sacarla y comenzar a pasarla por su cuello para aliviar el calor.
Cristela observó como el exceso de agua se escurría de la tela e iba bajando desde su cuello, pasando por sus pechos y perdiéndose en su pantalón. Notó cómo la gente no parecía horrorizada de que Spíti estaba básicamente bañándose semidesnuda enfrente de todos, aunque también se percató que de las personas que caminaban haciendo sus quehaceres, nadie les prestaba atención. Tal vez sabían quién era Spíti y le temían, eso le agradaba.
—¿Cómo te la hiciste? —interrogó mientras llegaba sus dedos a la cicatriz que marcaba la mejilla de Spíti, seguía por su hombro y bordeaba uno de sus pechos.
—No vuelvas a tocarme —su tono le heló la sangre. —No te tomes libertades que no te pertenecen —agarró con fuerza la mano de Cristela y después de apretarla, la alejó de ella.
Se puso la remera otra vez y la expulsaba pudo imaginar como la tela mojada aliviaba esa piel cálida que había sentido cuando la tocó.
—Esa chica me da mala espina —murmuró Dimitri.
—A mí también —concordó Oscar con el doctor. —Tiene algo que no me termina de cerrar.
¿Acaso Oscar sabía algo? Los había visto conversando y decidió acercarse para intervenir y evitar que Cristela lo mencione a él. Pero lo dudaba, el chico a su lado no volvió a mencionarla, tal vez solo era un presentimiento.
Los dos estaban sentados en una de las colinas del territorio, por ahora los dejaban quedarse mientras se recuperaban, pero era posible que el Gobernador los eche a los pocos días.
—Es una pena que Amílcar esté muerto, no niego que Spíti es una buena guerrera, pero no es una líder y tiene un temperamento fuerte. Además, no se lleva muy bien con el Gobernador y es posible que se terminen peleando y nos expulsen de aquí —suspiró derrotado —Necesitamos descansar, la Frontera está destruida y ningún lugar es seguro con los Destripadores rondando y nosotros sin armas; y Paco que no despierta.
Oscar lo miró y se notaba que estaba muy preocupado.
—Tal vez Amílcar no esté muerto y aparezca dentro de unos días como Spíti —intentó ser optimista.
—No, Oscar, Spíti nunca habría venido sin Amílcar, debe estar muerto.
Oscar no pudo discutir eso, había un punto ahí.
—Necesitamos tranquilizar a Spíti de alguna forma para que no cometa locuras, ¿cuento contigo?
Debía apurarse y jugar sus fichas, Cristela aún no lo había delatado con Spíti porque si no estaba seguro que ya estaría muerto por traicionarlos. Por eso, lo principal era deshacerse de la nueva líder de la Frontera, convertirse él y luego, encargarse de Cristela.
Pero necesitaba a Oscar.
—Fuiste el único que me trató bien cuando llegué aquí, claro que cuentas conmigo —dijo sin un ápice de duda.
PROHIBIMOS LA COPIA PARCIAL O TOTAL DE ESTA OBRA, ASÍ COMO TAMBIÉN LAS ADAPTACIONES.
LA HISTORIA Y LOS PERSONAJES NOS PERTENECEN, NO AL PLAGIO.
Se despiden seulRN y Dulce-Miyuki
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