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22 - Encuentros inevitables



Los rayos del sol caen perpendicularmente sobre la tierra muerta, la temperatura se eleva con cada nuevo paso que dan, pero saben que deben seguir. Caminan en un silencio absoluto, solo interrumpido por el choque de los pies con la tierra seca, ese crujir que delata la muerte del lugar que los rodea.

Cuando descubrieron su refugio totalmente destruido, sabían que ya era tarde para hacer cualquier cosa, pero nadie lo mencionó. Spíti quedó totalmente paralizada por unos minutos, mirando fijamente el hueco que se había creado después del derrumbe. La mujer no dijo ninguna palabra, no río ni lloró, tampoco enloqueció o se desesperó. Solo conservó la calma de una forma totalmente aterradora, acomodó su escopeta en la espalda y se puso en marcha.

—Iremos con los Jaguares, aquí ya no nos queda nada —dijo totalmente indiferente.

Al menos así lo sintieron los demás hombres, excepto Chaco, él conocía a Spíti desde que ella llegó a la Frontera hace ya varios años. Era apenas una adolescente, bastante ruda pero también asustada, aunque tratara de ocultarlo. Estaba sucia y con ropa bastante andrajosa y rota, tenía golpes en el rostro y una profunda cortada que iba desde su frente hasta perderse en su cuello, la sangre cubría toda su piel. Su cabello oscuro estaba totalmente enmarañado y no había tenido un buen baño hace tiempo.

Al principio era arisca y violenta con cualquiera que se le acercara, incluso casi llegó a matar a unos de los hombres que había intentado hablar con ella. Se mantuvo alejada de todos y era totalmente feroz ante cualquier acercamiento de un desconocido, excepto por Amílcar. Ella bajaba sus defensas y estaba tranquila a su lado, lo seguía a cualquier parte y obedecía todo lo que él le decía. Con el tiempo, Amílcar comenzó a entrenarla, hasta convertirla en la generala letal de hoy en día.

Habrá sido durante esos momentos que pasaban juntos, que se conocían y dialogaban, que el amor surgió entre ellos. Nadie se sorprendió, era un secreto a voces, ellos no se escondían pero tampoco se mostraban ante los demás como cualquier pareja, pero todos lo vieron venir. Amílcar era un buen jefe, exigente e inteligente, pero también solitario y reservado. Los habitantes de la Frontera, solo lo vieron con una única mujer, Spíti; él la protegió y la trajo al refugio, la entrenó y le dio toda su confianza, incluso fue quien le proporcionó un nombre, ya que ella no tenía. Y Spíti fue humana solo a su lado. Encontraron al lado del otro lo que siempre buscaron, una familia y un lugar a donde regresar y sentirse protegidos, solo entre ellos eran capaces de bajar sus muros y permitirse ser vulnerables.

Chaco lo sabía, por eso comprendía a Spíti en este momento, la joven no iba a llorar o derrumbarse al saber que el hombre que quería seguramente estaba muerto, sino que seguiría adelante hasta encontrar una explicación a lo sucedido. Y luego, en medio de su propia soledad, se permitiría extrañarle. Pero ahora no era el momento. Chaco hubiera querido abrazarla porque apreciaba a la chica, pero no sería bien recibido, así que se mantuvo en silencio y siguió caminando.

—Ahí, en cinco minutos, hay algo que se mueve —pronunció uno de los hombres.

Todos pararon la marcha y prepararon las armas manteniéndose alertas, Spíti entornó los ojos. A lo lejos, una figura humana se movía lentamente y sin un rumbo predeterminado.

Una gota de sudor se deslizó desde su sien hasta perderse en el cuello de su remera, nadie se movió y Spíti evaluó la situación y al extraño. Podían ser Destripadores, tal vez el temblor los había desorientado o los había hecho salir en busca de comida que seguramente encontrarían, ya que Spíti había apostado que muchas personas habían muerto después del suceso. Hizo una seña para que sus hombres vigilen el perímetro por si otros aparecían, ellos obedecieron.

La figura se acercaba y a pesar de la distancia, Spíti pudo distinguirla.

—Es humano —mencionó totalmente segura a sus hombres.

Alguien más había sobrevivido.



Logró salir a tiempo, pero de todos modos, una parte de la construcción se derrumbó sobre sus piernas, lastimándolas. No fue grave, solo tuvo que remover los escombros para poder liberarse, pero ahora tenía heridas y estaban sangrando, y le costaba caminar, pero debía moverse. No estaba en un lugar seguro.

No vagó durante mucho tiempo, pero si fue capaz de ver las enormes grietas que había provocado el temblor anterior. No había rastros del doctor Dimitri, el muy cobarde había huido y seguramente estaba muy lejos, pero si llegaba a estar vivo, ella se encargaría de asesinarlo apenas lo encuentre.

Se detuvo en el acto cuando visualizó a dos mujeres, una parecía estar enloqueciendo mientras intentaba que la segunda que estaba tendida en el suelo, reaccione, sin tener éxito.

—¡Nyya! —gritaba la mujer mientras movía el cuerpo que se encontraba tirado en el suelo. —¡Nyya! Despierta, no me hagas esto —se quebró en su desesperación.

Cristela se acercó lentamente, tal vez podría conseguir ayuda, aunque viendo la situación, no sabía si no sería ella quién tuviera que ayudarla. Sus pasos alertaron a la mujer que estaba al borde del llanto y rápidamente volteó en su dirección.

—¡¿Quién eres tú?! —exigió totalmente alarmada.

Cristela trató de parecer inofensiva, levantó las manos y demostró que no tenía armas, pero eso no bastó.

—Tranquila, solo estoy buscando ayuda —comenzó con un tono suave y tranquilizador. —Me lastimé con el temblor y estoy un poco perdida.

Pudo ver la desconfianza en sus ojos y fracciones, no le creía y eso sería un problema, pero encontraría una solución rápida si se salía de control.

La mujer se puso de pie y no se apartó del cuerpo inconsciente que se encontraba en el suelo, pero Cristela notó la daga pequeña que sostenía en su mano izquierda, casi imperceptible a la vista. Pero ella era una ladrona y asesina con demasiada experiencia, estaba entrenada para detectar cada amenaza por más pequeña que sea.

—Tienes un overol violeta y eso, no son buenas noticias —sonó de forma tajante y afilada. No le había creído la mentira.

Admiró su ligereza y rapidez, ya que en segundos estuvo abalanzándose sobre Cristela para clavarle la daga en la garganta, pero no fue suficiente. La esquivó, golpeó su rodilla para desequilibrarla y agarró el brazo que sostenía el cuchillo, en un solo movimiento la otra mujer tenía clavado su propia daga en la garganta. Cayó al suelo sin gracia y luchó por unos minutos mientras intentaba respirar, pero su propia sangre cerraba las vías.

Murió con los ojos abiertos en cuestión de segundos, Cristela la miró con asco, había sido demasiado estúpida al intentar atacarla. Pero estas mujeres serían su solución. Desvistió a la difunta y ella hizo lo mismo, estuvo satisfecha cuando tenía puesto la ropa de la muerta y ésta, tenía su tan odiado y distintivo overol violeta.

Se dio cuenta que no podía dejarlas ahí, eran evidencia. Así que sin muchas ceremonias, arrastró los dos cuerpos hasta una grieta bastante profunda y las arrojó sin preámbulos. Luego, siguió su camino.

Las piernas le dolían demasiado, ya no sangraban tanto pero necesitaba descansar. Desgraciadamente, eso era imposible, no podía darse ese lujo cuando estaba herida, en medio de ese desierto y rodeada de peligros.

El sol quemaba sobre su cabeza y estaba derritiéndole el cerebro básicamente, y ella estaba a punto de desvanecerse y tirar la toalla. Pero de repente, pudo vislumbrar seis figuras a la distancia, su primer instinto fue correr ya que podían ser esos monstruos ensangrentados que comían personas; el segundo, fue la esperanza de que sean más sobrevivientes y el tercero, que solo sean una alucinación debido a la insolación que estaba sufriendo.

No sabía qué hacer, así que solo se quedó ahí, hasta que los extraños estuvieron frente a ella. No eran los monstruos, eran personas pero con demasiadas armas para su gusto.

—¿Quién eres? —preguntó la única mujer del grupo.

Cristela notó que debido a la posición de los demás, ella seguramente era quien estaba al mando. Parecían hostiles pero precavidos, no la estaban atacando al instante como la otra loca que tuvo que matar.

—Nyya —pronunció con una voz ronca debido a estar bajo los calientes rayos del sol por demasiado tiempo sin ingerir una sola gota de agua, se estaba deshidratando a niveles demasiado rápidos.

Recordó el nombre de la mujer inconsciente en el suelo y decidió apropiarse de él, total la otra ya no lo usaría más porque ahora estaba en el fondo de una grieta, sin un soplo de vida.

—¿Y para qué mierda me sirve tu nombre? —volvió a interrogar la mujer, solo que esta vez mucho más hastiada.

No supo que responder, tampoco tenía un plan de escape.

—Recuerdo que Circe mencionó que una de las nuevas chicas se llamaba Nyya —aportó uno de los cinco hombres presentes.

Parecía ya entrado en sus cuarenta y pico de años, de complexión robusta pero semblante amable.

—¿Eso es cierto? ¿Eres una de las chicas de Circe? —preguntó otra vez la mujer, Cristela solo asintió. —¿Y qué haces aquí? ¿Dónde están las demás?

Esta era su oportunidad de utilizar su habilidad para engañar.

—No lo sé —intentó sonar desesperada, como si estuviera al borde del llanto—. Estábamos bien hasta que todo comenzó a temblar, la tierra se partió y las chicas simplemente desaparecieron —ahogó un falso sollozo. —He estado caminando a la deriva, buscando más sobrevivientes. ¡No sé qué hacer! —gritó mientras explotaba en llanto.

Los seis extraños se miraron entre sí, como si hablaran silenciosamente con un código previamente establecido. Cristela fingió que no les prestaba atención.

—Vamos hacia los Jaguares, si quieres puedes unirte a nosotros —dijo por último la mujer.

Cristela sonrió aliviada, todo había salido bien.

—Gracias —pronunció como si fueran sus salvadores. —¿Quién eres? —consultó a último momento.

La mujer entrecerró los ojos con sospecha, pero finalmente habló.

—Spíti.

Cristela se sorprendió, así que esta era la famosa Spíti. Interesante.



Habían caminado un tiempo más, hasta que la mujer, Spíti, ordenó que era momento de descansar y buscar un refugio porque pronto anochecería y debían protegerse de los Destripadores. Prendieron una pequeña fogata para calentarse del intenso frío que comenzaba a traspasar sus huesos y por primera vez, Cristela se arrepintió de asesinar a la primera mujer, ya que la ropa que le había robado no era a prueba de estas bajas temperaturas, prácticamente estaba desnuda. Se acercó un poco más al fuego.

Los cinco hombres, por órdenes de Spíti, habían ido a realizar rondas de vigilancia, mientras que las dos mujeres se habían quedado junto a la fogata. Cristela quiso entablar una conversación para sacar un poco de información, pero solo recibió una mirada realmente aterradora y analítica.

Todo sucedió muy rápido, en un segundo las dos estaban sentadas junto al fuego y al otro, tenía a Spíti arriba suyo, amenazándola con un cuchillo en su garganta. Pero ella también sabía pelear, así que elevó una de sus rodillas directo al abdomen de la otra mujer y logró desequilibrarla, para luego ponerse arriba de ella e intentar desactivarla. Pero debía ser el cansancio o que realmente la tal Spíti era mejor que ella, porque no pudo disfrutar de su victoria cuando otra vez estuvo de espaldas en el suelo y con la otra mujer obstaculizando cualquiera de sus movimientos.

Intentó, pero no pudo liberarse.

—Será mejor que comiences a hablar si no quieres morir —dijo Spíti mientras apretaba con más fuerza su cuello—. Y di la verdad porque Circe murió hace tres años y conozco a todas las chicas de la Zona roja, incluso a Nyya quien tiene el pelo blanco y largo y no como tú, que lo tienes rapado. Así que habla antes de que te desgarre la garganta.

Cristela abrió los ojos con sorpresa, la habían llevado a una trampa desde el principio. Cuando el otro hombre mencionó que ese nombre lo había escuchado de Circe, ella pensó que estaba engañandolos y abusando de su ingenuidad, pero en realidad era todo lo contrario. Ellos lanzaron el anzuelo y ella picó, lo supieron desde el principio pero le dejaron creer que habían caído en sus mentiras.

Se sintió estúpida, a ella nunca la engañaban, hasta el día de hoy.

—¡Está bien! —gritó un poco desesperada, esta vez de verdad. Spíti aflojó un poco el agarre sobre su cuello. —Soy Cristela y soy una de las expulsadas de ciudad Ritma.

Spíti se apartó totalmente de ella, mirándola incrédula, Cristela aprovechó para sentarse, respirar y poner un poco de distancia con la otra mujer.

—Eso es imposible, hace mucho que no expulsan a nadie —dijo, intentando encontrar sentido a todo lo que estaba sucediendo.

—Estoy diciendo la verdad —insistió Cristela—, hace tiempo que fui expulsada, solo que me escapé antes de que ustedes llegaran, pero los vi cuando se llevaron los cuerpos de los demás, incluso el de mi hermano —tragó el nudo que se formó en su garganta al recordarlo. —Luego estuve vagando y escondiéndome de esos hombres ensangrentados y caníbales, hasta que fui atrapada.

Spíti la mira aún sin creer todo lo que le dice, pero tampoco hace algún movimiento para eliminarla.

—¿Atrapada? —interroga un poco desconcertada. Cristela asiente.

—Me dijeron que era valiosa porque en mi sangre estaría la cura para los que están aquí, ya que fui la única persona de Ritma que no fue afectada por el cambio en el ambiente. Me retuvieron varios días, pero luego ocurrió el temblor y me abandonaron a mi suerte. Escapé como pude hasta que me encontré con ustedes, eso es todo —termina con un suspiro tembloroso, no quiere admitirlo, pero tiene miedo.

Spíti analiza cada una de sus palabras y cree que no puede ser posible. ¿Ella no sufrió ninguna consecuencia ante la exposición? Es imposible, nunca había sucedido, pero eso explicaría porque no la encontraron cuando llegaron para recoger todos los cuerpos. Y también, sostendría lo dicho por Oscar, que eran quince los expulsados.

De repente, otro destello de sus palabras llega a la comprensión dentro de su cabeza.

—¿Quiénes fueron los que te retuvieron todo este tiempo? —casi demanda con una necesidad feroz.

Cristela no necesita pensarlo, ella no salvará a nadie y menos a unos imbéciles que prefirieron sacrificarla y abandonarla.

—Eran dos, uno tenía un parche en uno de sus ojos y creo que se llama Paco —Spíti se sorprende demasiado—, el otro me dijo que era el médico de una tal Frontera, se llamó a sí mismo Dimitri.

Spíti aprieta los puños con demasiada fuerza, malditos traidores.



A la mañana siguiente, llegan hasta el territorio de los Jaguares, todos suspiran aliviados, lo han conseguido.

Cristela se sorprende al vislumbrar un hermoso bosque frente a ella, parece antinatural ya que sigue rodeado de un inmenso desierto. Hay arena y de repente árboles, es un oasis.

Un hombre adulto y fornido les corta el paso y eleva su escopeta.

—Identificación —dice en voz alta.

Es Spíti quien se adelanta un paso para responder.

—Generala Spíti, estoy a cargo de la línea uno y bajo el mando del jefe Amílcar —pronuncia con voz firme y autoritaria, sin dudar por un segundo—. Y estos son mis hombres.

El primer hombre asiente con la cabeza al reconocerlos y les permite el paso.

Cristela siente alivio cuando su piel quemada por el sol, finalmente queda bajo el abrigo de la frondosa sombra. El aire es relativamente más liviano que hace cinco minutos, escucha pájaros cantar sobre su cabeza, seguramente están en las copas de los árboles. Hay personas que los miran con curiosidad, pero la mayoría los saluda con una sonrisa. Es increíble cómo cambia el ambiente en cuestión de metros dentro de un mismo territorio.

—¡Spíti!

Alguien grita el nombre de la otra mujer, pero ella no presta atención, solo cierra los ojos y respira. Siente que por fin puede relajarse un poco.

Luego, voltea hacia la voz masculina que había llamado a la generala y se sorprende al instante.

—¿Oscar? —pregunta incrédula.

Oscar recién nota su presencia y la mira, decir que queda paralizado es poco.

—Cristela —murmura casi en shock.



PROHIBIMOS LA COPIA PARCIAL O TOTAL DE ESTA OBRA, ASÍ COMO LAS ADAPTACIONES.

TANTO LA HISTORIA COMO LOS PERSONAJES NOS PERTENECEN, NO AL PLAGIO.


Se despiden con amor, seulRN Dulce-Miyuki

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