18 - Advertencia
Cristela nació en los suburbios de Ritma, un territorio que quedaba en el límite con el afuera inhóspito y, los poderosos y desarrollados sectores de la ciudad. Podían estar protegidos por el domo, pero culturalmente no estaban adentro ni afuera, simplemente no existían.
El lugar no le servía a los gobernantes porque estaba muy cerca de la puerta por donde expulsaban a las personas y nadie en su sano juicio querría vivir ahí, entonces lo abandonaron. Pero no todo es color de rosas en la majestuosa Ritma, cada sector puede estar muy desarrollado y contar con una avanzada tecnología, pero también posee pobreza.
Personas que son olvidadas y discriminadas porque simplemente no sirven al sistema, además, los ricos siempre necesitan personas a las cuales usar. Estas personas, al no tener posibilidad de crecer, fueron al único lugar donde no le cobraban impuestos y podrían vivir. No existían para la Junta, ni para lo bueno ni para lo malo. Fue así como esta zona fue poblándose.
Ahí nació Cristela. En una familia que casi nunca tenía para comer y en la cual era un infierno despertar cada día. Un día, su padre totalmente borracho, mató a golpes a su madre porque la había encontrado en medio de una aventura con el vecino y luego, Cristela ya cansada de toda la situación, le disparó a su padre y lo miró mientras se desangraba durante una semana. Esperó morirse, pero no pasó.
Su hermano apareció cuando ya se había resignado, la sacó de la casa donde aún estaban los cuerpos de sus dos padres y se la llevó con él. Le enseñó todo lo que necesitaba para poder sobrevivir, con quienes asociarse, a quienes estafar, a quienes evitar. Y cuando ya era adulta, junto a su hermano y otros secuaces, eran una de las bandas criminales más peligrosas y ricas de todo Ritma, pero también eran inteligentes.
De día, ella era una simpática florista en la calle más concurrida de todo el sector Lina, y de noche, una estafadora, ladrona y asesina implacable. No tenía remordimientos de nada y esa era la clave del éxito. Pero un día cometió un error, durante un robo a un hotel, dejó con vida a un guardia de seguridad. Debió revisar, pero siempre confiaba en su puntería y letalidad, cometió un error y ese fue su final. El guardia se recuperó y la reconoció.
Terminó en el Sótano vistiendo el overol violeta junto a su hermano, luego los expulsaron. Odió ver como se moría, él era la única familia que tenía, era quien la había rescatado. Quiso quedarse con él, pero en sus últimos respiros, él le suplicó que huyera. Nunca lo desobedeció, y ese día tampoco.
Se escondió detrás de unas piedras y observó cómo un grupo de personas se llevaban todos los cuerpos, quiso atacarlos pero no tenía nada y ellos poseían armas. Pasó días sin comer ni beber nada, pero no le importó porque estaba acostumbrada. Caminó, pero solo había desierto, hasta que algo pasó.
Una especie de personas ensangrentadas atacaron a un grupo de tres, mataron a un niño al instante, los otros dos huyeron con esas cosas detrás de ellos. Entonces vio su oportunidad, el muerto estaba lleno de armas, las tomaría y tendría con qué defenderse, pero algo la atacó por atrás y perdió el conocimiento.
Ahora estaba despierta mientras un hombre tuerto le decía que se llamaba Paco y que podía confiar en él porque era su amigo. Cristela quiso reírse, seguro era su amigo, podía notarlo en la forma que la tenía encadenada.
El hombre siguió intentando que ella hablara, pero se quedó callada. No sabía nada del lugar ni de las personas, solo estaba segura que se encontraba afuera de Ritma, pero era extraño porque nadie sobrevivía sin el domo.
Ella esperaría su momento y atacaría, cuando estuviera libre de su nueva prisión, se encargaría de saber todo sobre el afuera y buscaría la forma de vengarse de Ritma, pagaría con lágrimas de sangre la muerte de su hermano.
—Eres igual a Spíti, una perra sin sentido del humor —refunfuñó el tuerto con mal carácter.
Spíti, un nombre interesante. Tal vez, debería empezar por ahí cuando se librará de este tipo.
—¿Alguien te espera en Ritma? —interrogó Spíti de la nada.
Era el quinto día que hacían las rondas de vigilancia juntos, para la buena suerte de Oscar, no había aparecido ningún destripador. Esperaba realmente que tampoco se presentaran hoy, quería seguir viviendo. Además, todavía aparecían en sus pesadillas, junto con el cuerpo de Cinco, la angustia y el terror de no salir con vida.
—Nadie, no sé a qué viene esa pregunta —contestó intentando sonar sincero, pero ya debía saber que era casi imposible engañar a la chica.
—No te creo, estoy segura que hay alguien cercano a ti dentro de ese domo. Lo que no entiendo es por qué lo proteges —continuó presionando.
Pero él no hablaría. No les diría nada sobre Iván o sobre sus padres, no lo haría. La única forma de asegurarse que su familia no tuviera problemas era que no lo vincularan con él, por eso no contaba sobre su existencia a los de la Frontera. Todos pensaban que estaba solo y sin nadie, era lo mejor y Oscar se encargaría de que continuara así.
Pero tuvo que aparecer Spíti con sus preguntas y su desconfianza, aunque en esta ocasión tenía razón. Pero él no permitiría que le arrebaten lo que más quería. Tal vez era tonto, ya que los de la Frontera estaban fuera del domo y de Ritma, pero era la única forma de cuidarlos. Y tampoco nada le aseguraba que algún día realmente puedan ingresar y apoderarse de la ciudad como deseaban. Todo podía suceder.
—Yo no entiendo tu interés, ¿acaso quieres saber si tengo una pareja que me espera? —preguntó burlón, Spíti lo miró sin poderlo creer. —¿Estás celosa? —inquirió con la única finalidad de molestarla y tal vez, también desviar el tema.
—¿Yo, celosa? —respondió mientras reía sin una pizca de humor. —Solo estaré celosa el día que alguien te mate, ya que yo quiero tener ese placer —dijo con toda la altivez posible.
Oscar ni se molestó, la chica era así y su característica más sobresaliente. Y no podía negar que le atraía demasiado.
Ambos continuaron un rato más con su guardia, Spíti lo guiaba y le indicaba el camino, como si hubiera una especie de límite. Aunque Oscar solo veía arena y nada más, solo un desierto infinito. Durante los cinco días de su nuevo trabajo, por llamarlo de alguna forma, nunca había logrado ver el territorio de los Jaguares, ni de cerca. Y después de lo que Amílcar le había contado, estaba sumamente intrigado.
Un lugar donde había árboles, agua, aire casi limpio y un poco más de comida, en otras palabras: un territorio no contaminado, era un tesoro muy codiciado. Ahora entendía porque todos los que estaban en la Frontera trabajaban muy duro y con una constancia única, querían ganarse un boleto al paraíso.
Y Oscar también quería.
—¿Amílcar es tu lugar seguro? —preguntó de la nada, de la misma forma que ella lo había hecho hace unos minutos atrás.
Spíti frenó de golpe y lo miró con una cara casi descompuesta, oscilaba entre el odio y la rabia, y una confusión mezclada con la sorpresa de haber sido abordada con la guardia baja.
—¿Qué? —consultó para asegurarse de que había oído bien.
—Ese día —comenzó, haciendo referencia al momento en que los Destripadores los atacaron y debieron huir. —Mientras el veneno se apoderaba de tu cuerpo, te dije que debíamos buscar un lugar para escondernos, pero tú me respondiste que no era necesario, que ya tenías tu lugar seguro —esperó un momento para ver si ella lo interrumpía, pero en cambio, solo había sorpresa en sus facciones. —¿Amílcar es tu lugar seguro? —volvió a preguntar, pero mucho más suave y casi con miedo a alterarla y también, con miedo a la respuesta.
Ella pareció reaccionar ante el nombre del líder y la implicación del interrogante. Su rostro se endureció y apretó los labios.
—No te metas donde no te llaman, Inútil —dijo de forma grosera y despectiva. —Sigue con tu ronda por el norte, yo iré al sur, solo así terminaremos más rápido.
Y acto seguido se marchó.
Oscar quiso protestar, no le gustaba quedarse solo en este territorio y con la amenaza de esos hombres convertidos en monstruos, pero era lo que se había buscado por meterse en los asuntos personales de Spíti. No debió abrir su bocota, pero la curiosidad lo carcomía.
Apretó con fuerza su arma y se maldijo, desearía tener al menos una escopeta.
Spíti estaba saliendo de su habitación cuando fue abordada por Amílcar, ella enarcó una ceja esperando que le dijera a lo que venía.
—¿Estás bien? —preguntó él.
Spíti se quedó por tres segundos en silencio, tratando de procesar el verdadero significado detrás de esas palabras.
—Sí, solo un poco cansada —contestó. Fue por la respuesta más fácil.
Amílcar solo asintió y comenzó a divagar con su mirada, Spíti entrecerró los ojos.
—¿Qué pasa? —directa al grano como siempre, sin rodeos.
Él dejó caer los hombros derrotado, como si la tensión lo abandonara para ser reemplazada por el agotamiento. Volvió a mirar en todas las direcciones, pero esta vez para buscar oídos curiosos.
—Hace mucho que no hay nuevos expulsados, y eso es extraño. Me preocupa que esté pasando algo y no podemos ver qué —dijo casi esperando que ella lo calmara.
Spíti asintió. Ella también se había dado cuenta de ese pequeño detalle, pero no quiso mencionarlo. Generalmente, las expulsiones sucedían con quince o veinte días de diferencia entre sí, pero Oscar había sido el último y de eso ya habían transcurrido cerca de dos meses.
Algo estaba pasando en Ritma, solo esperaba que no sea perjudicial para ellos. Tal vez debían adelantarse y comenzar a mover sus propias fichas. El ataque siempre era el mejor arma.
—Podemos convocar a una reunión y lo discutimos con el resto —Amílcar no estaba muy convencido. —¿Qué has pensado? —preguntó sabiendo que algo ya se le había ocurrido.
—Una pequeña expedición hacia el límite con Ritma y observar sus movimientos.
Spíti no dijo nada. Casi nunca se acercaban demasiado a la ciudad, era peligroso, no podían ser descubiertos. También corrían el riesgo de ser atacados, pero comprendía a Amílcar, era la forma más rápida y segura de obtener información.
—Yo me encargo —expresó de forma segura y sin dar posibilidad a negarse.
Amílcar sonrió. La mujer era única.
—Llévate a los hombres que creas más capaces para esta misión —asintió a sus palabras y estuvo por dar media vuelta y poner manos a la obra, pero Amílcar la retuvo. —Cuídate —sonrió y luego se fue.
Amílcar estaba por irse para convocar a una reunión con el resto, pero Oscar apareció pidiendo conversar. El líder asintió.
—Estuve pensando durante todos estos días, —inició la conversación él recién llegado —y hay algo que no me termina de cerrar —dijo frunciendo el ceño.
Amílcar lo miró interesado.
—¿Y qué es eso? —preguntó ante la duda del otro de sí debía continuar.
—Me dijiste que los destripadores son seres sin razonamiento, que solo atacan para satisfacer sus necesidades, para... —quiso decir "comer" pero no pudo. Aún recordaba a Cinco inerte y no podía imaginar a lo que le había sucedido para que no encontraran nada. Era repulsivo. Tragó saliva y continuó. —Si ellos no piensan, ¿para qué se llevarían las armas? No tiene sentido, no son alimento.
Amílcar entendió el punto.
—Lo que estás queriendo decir es que tal vez, están evolucionando y ya no son tan animales. O tal vez, —miró a Oscar y el chico solo esperaba que él terminara la frase porque no se atrevía a mencionar tal acusación. —O tal vez, alguien se robó esas armas y culpó a los Destripadores, lo que significa que tenemos un traidor.
Oscar pensó que él nunca podría haberlo dicho mejor.
—Está bien, pensaré en esto —dijo de forma cortante. —Debo hablar de otra cosa contigo.
Oscar estaba por irse al terminar de decirle su inquietud a Amílcar, no pensó que el hombre seguiría hablando.
—Veo que ya has memorizado todos los caminos, ya no te pierdes —mencionó casi de forma amistosa, pero Oscar sintió como se le ponía la piel de gallina.
Esto no era bueno.
—No todos, pero voy aprendiendo —dijo intentando sonar animado.
El rostro de Amílcar se puso serio.
—Lo que yo veo es que te has aprendido de memoria el camino hacia la habitación de Spíti —abrió los ojos aterrorizado y quiso negarlo, aunque fuera mentira. —Solo lo diré una vez, así como te dejé vivir, también puedo matarte. No eres imprescindible, así que no tientes tu suerte —se acercó a milímetros del rostro del último expulsado. —Aléjate de Spíti porque no me temblará el pulso para degollarte —terminó de forma fría.
Luego lo dejó solo en el pasillo en penumbras.
A pesar de lo que parecía, el camino a la habitación de Spíti, no era el único que había memorizado. Desde que se había convertido en un habitante de la Frontera y realizaba sus rondas de vigilancia, tenía libertad para transitar por donde quería, aunque todavía podía sentir que lo controlaban de vez en cuando. Era justo, después de todo, todavía era un extraño. Pero estaba feliz de caminar libremente.
También conocía perfectamente el recorrido que debía hacer para llegar al lugar donde el hacker tenía su búnker de trabajo. Paco, recordaba que se llamaba así, tenía todos sus aparatos y los resultados de su trabajo en una habitación aparte. Y Oscar se había esforzado durante una semana entera en encontrarla y memorizar su camino. Y lo había logrado.
Cuando llegó, se aseguró que nadie lo seguía y luego, comenzó con su búsqueda. En la única reunión a la que había asistido y donde había conocido a todos los demás hombres que tenían un poco de poder en la Frontera, Paco mencionó que los brazaletes que tenían todos los expulsados, poseían rastreadores. Y eso era lo que le interesaba a Oscar.
Si encontraba un brazalete y lo arreglaba podía comunicarse con Ritma. No era un experto en tecnología ni de cerca, pero durante su paso por los distintos sectores de la ciudad, había conocido a personas peligrosas y otras interesantes. Algunos de ellos, igual que Paco, eran hackers y le habían enseñado algunos trucos esenciales. Tal vez, podría hacer funcionar uno de esos rastreadores y conseguir lo que quería.
—¿Qué haces aquí?
Se quedó quieto y entró en pánico, frente a él se encontraba Paco. En el único ojo que poseía podía apreciar su diversión y curiosidad, y eso era extraño. El hombre debería estar enojado de encontrar alguien en su lugar de trabajo, lo que tenía en la habitación era una de las armas más importantes que la Frontera esperaba desarrollar para derrotar a la Junta. Esto no tenía sentido y lo asustaba.
Paco dio un paso al frente para estar más cerca del intruso y volver a interrogarlo, pero de repente se tambaleó y cayó de espaldas, mientras que Oscar también perdió el equilibrio y cayó al suelo.
Pensó que alguien los había empujado, pero se dio cuenta que no, eso no era lo que había sucedido.
La tierra estaba temblando.
PROHIBIMOS LA COPIA PARCIAL O TOTAL DE ESTA OBRA. TANTO LOS PERSONAJES COMO LA HISTORIA NOS PERTENECEN, NO AL PLAGIO.
Lamento mucho la ausencia, pero realmente estoy pasando por un momento muy estresante. Pero intentaré estar al día otra vez :)
Espero que les haya gustado el capítulo, las cosas se pondrán que arden! jaja
Se despiden, seulRN Dulce-Miyuki
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