Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

10 - Los destripadores


Pasó dos días sin ver a nadie más que Dimitri y el niño de doce años que le transmitió el mensaje a Spíti, bueno suponía que habían sido dos días, ya que al no tener ni un pequeño agujero para ver el exterior, el paso del tiempo se perdía. Pero fue guiándose a través de las conversaciones que tenía con el doctor, ya que el niño solo le traía la comida y se marchaba, que por suerte no había vuelto a ser carne. Le daba asco pensar que podía estar comiéndose a los otros expulsados.

En cambio, mientras Dimitri revisaba sus heridas que sanaban cada día un poco más según él, le iba brindando pequeños detalles del exterior como el hecho de que seguía lloviendo y nadie podía salir todavía. Y si no se equivocaba, Spíti había mencionado que la lluvia ácida duraba dos días enteros. Era increíble pensar que en este desierto extenso que era el afuera, la única vez que lloviera, fuera lluvia ácida.

—¿Qué va a pasar conmigo? —preguntó en una ocasión.

Dimitri lo miró curioso y respondió con ese secretismo y misterio que lo caracterizaba. Oscar odiaba eso, pero actualmente era a la única persona que se atrevía a preguntarle sobre su futuro.

—Eso depende de ti.

Y no siguió presionando porque era un objetivo perdido, Dimitri nunca respondería de forma concreta, con él todo era en clave.

Así que fueron largos periodos aburridos, hasta que Spíti hizo acto de presencia al tercer o cuarto día y renovó los aires de esa claustrofóbica habitación.

—Levántate inútil, llegó el momento de demostrar lo que vales.

Oscar se incorporó de inmediato, había estado descansando sobre esa roca que hacía de cama, intentando dormir para pasar el tiempo. Pero escuchar la voz de la chica y verla después de un tiempo, le producía una inyección de adrenalina que lo hacía sentir vivo. Y le encantaba, pero también le hacía temer lo que eso podía llegar a provocar más adelante. Prefirió ignorar a su parte más racional y aventurarse a esa nueva sensación.

—La pronunciación de mi nombre no es tan difícil, incluso te puedo ayudar por si no has recibido la educación suficiente —dijo solo para picarla. Estaba presionando los bordes de la paciencia de la joven, pero eso lo divertía. Tendría mucho tiempo para arrepentirse después.

—No eres nadie y no has hecho nada para que tengas el honor de que recuerde tu nombre —pronunció entre dientes y con un odio dirigido hacia él que ya era característico.

—¿Y quién tiene ese honor? Me gustaría saber qué hizo para ganarse tu confianza porque me gustaría hacer lo mismo —dijo de forma burlona y creida.

Spíti era una mujer más de acción que de palabras y Oscar ya debería saberlo. En unos segundos, el lado derecho de su rostro estaba presionado contra la fría piedra que era su cama.

—Cuida tus palabras, los chulos como tú no llegan muy lejos, ya he asesinado a varios.

El terror invadió su cuerpo y deseó nunca haber pronunciado esa frase. Su padre siempre le decía que era impulsivo y que se arrojaba a las cosas sin pensar en las consecuencias, hoy le daba la razón. Toda su situación actual era culpa de la estupidez cometida cuando abandonó el sector Amec, desde ahí su vida solo fueron errores cometidos, uno tras otro.

El agarre sobre su cuerpo se aflojó, pero él se mantuvo quieto en su lugar. Observó como Spíti tomaba una de las velas y lo miraba fijamente mientras volvía a hablar.

—Deja de mearte en los pantalones y sígueme, estamos perdiendo un tiempo valioso.

La chica se dirigió a la salida y Oscar tuvo que obligar a sus piernas que dejaran de temblar, pero Spíti de la misma forma que le producía adrenalina también le producía terror. Ella era un arma de doble filo y aún no sabía si tenía el valor para agarrarla y arriesgarse a las consecuencias.

—¡Mueve el culo, inútil!

El grito exasperado lo hizo volver a la realidad tan horrible en la que estaba atrapado por culpa de sus malas decisiones, así que juntó valor y se aventuró a la oscuridad para ir detrás de esa atrayente mujer.



Igual que la primera vez, a sus ojos le costó acostumbrarse al cambio de luz tan rápido. El sol estaba otra vez en su máximo esplendor y no había ni rastros de la lluvia ácida. Todo parecía seco y muerto como siempre, esto definitivamente apestaba.

—¿Tienes las armas?

La pregunta que claramente no estaba dirigida a él, ya que nunca nadie le había mencionado algo sobre eso, le despertó curiosidad y miró a su alrededor. Cuando su vista se acostumbró a la nueva claridad, visualizó al niño de doce años parado junto a Spíti, así que a quien le hablaba la mujer era a ese niñato.

—Tengo suficientes, generala —dijo el joven mientras palmeaba una bolsa que tenía colgada a su espalda. Spíti asintió conforme.

Así que tenían armas, Oscar ya lo sabía porque había visto a los dos tipos de la entrada con ellas, pero aun así no sabía de dónde las obtenían. Todos los habitantes de Ritma que eran expulsados, los sacaban de la ciudad sin nada. Él no tenía nada. Entonces, ¿cómo llegaron a tener tantas? Debía investigarlo.

Spíti le dirigió una mirada hastiada y él supo que debía ponerse en movimiento. Los tres se pusieron en marcha hacia un rumbo desconocido, al menos para Oscar.



Habían caminado demasiado y el sol no daba tregua, el calor era infernal y su piel no estaba totalmente recuperada, lo que seguía provocando dolor.

El chico, que seguía desconociendo su nombre porque nadie se había dignado a presentarlos, y Spíti iban dos metros delante de él, no sabía cómo todavía parecían más frescos que una lechuga.

—¿A dónde vamos? —Preguntó cuándo sintió que ya no tenía fuerzas.

—Seguiremos caminando hasta que hables —contestó la mujer.

¿Hablar? ¿Hablar de qué? Oscar desconocía a lo que se estaba refiriendo y si esto era una nueva clase de tortura, era una muy buena. Si seguía un par de horas caminando en círculos bajo el sol, terminaría delirando y contando sus más oscuros secretos, incluso su talla de calzoncillos.

—No sé qué crees que te estoy ocultando.

La chica paró de repente y Oscar casi se choca contra la espalda de la mujer, ella se giró para enfrentarlo.

—No somos idiotas, todos sabemos que nos estás mintiendo. Amílcar lo percibió al instante, pero te está dando tiempo. Pero yo no tengo ese tiempo, así que habla sino quieres que te rompa todos los huesos.

El niño se había quedado a un costado, sin intervenir, pero su mano izquierda aferraba imperceptiblemente la bolsa con las armas. Dispuesto a utilizarlas en caso de que fuera necesario, desgraciadamente Oscar sabía que sería contra él.

—Dije todo lo que sabía

—¡No lo hiciste! —gritó ya harta de escucharlo intentando desviar la atención—. Cuando la nave cayó, encontramos trece cuerpos y tu desperdicio —dijo ella con desprecio y Oscar se tensó sabiendo hacia donde iba la conversación—. Pero tu reacción al enterarte de la cantidad fue muy reveladora. Así que si quieres evitarte un sufrimiento inmediato y futuro, será mejor que digas la verdad, ¿cuántas personas fueron expulsadas?

Oscar nunca deseó tanto un vaso de agua para mojar su boca y sobrellevar el miedo que sentía, pero no era posible ni en sus mejores sueños. Todo el tiempo que llevaba en este lugar, solo había recibido un poco de líquido totalmente contaminado.

—Yo solo quería...

—¡Engañarnos! Pensaste que sería fácil tomarnos por idiotas.

Estaba contra la espada y la pared y no sabía qué hacer, ¿mantener esa información para él o brindarla a quiénes lo habían salvado pero lo tenían de rehén?

No precisó tomar una decisión, algo cortó el aire y tanto él como Spíti observaron al niño, quién aún con los ojos abiertos cayó hacia atrás.

—¡Cinco! —Spíti fue la primera en reaccionar y se agachó a los segundos, tomándolo de la mano y tirándolo al suelo también.

Solo cuando estuvo junto al cuerpo desvanecido de quién aparentemente se llamaba Cinco, fue cuando lo notó. Una flecha atravesaba la mitad de su garganta.

—¡Mierda! ¡Está muerto!

Oscar estaba paralizado, del mismo modo que los ojos abiertos de Cinco, seguramente ni tuvo tiempo de reaccionar. Nunca pensó que moriría, estaba escuchándolos discutir y de un momento a otro su visión se volvió negra, apostaba todo lo que tenía a que ni se enteró que estaba muerto. Al menos no había sufrido.

Una flecha se incrustó en la arena, a milímetros de donde su mano estaba apoyada, luego muchas más la siguieron. Fue ahí cuando reaccionó.

—¡Tenemos que irnos de aquí! —le gritó a Spíti, pero ella estaba empecinada en sacarle la bolsa con las armas al niño fallecido.

—¡No! Primero las armas —recibió como respuesta.

Las flechas seguían cayendo y todavía no entendía cómo no les había caído ninguna. Todas cruzaban zumbando por sus costados.

—¡Olvídalas!

La tomó del brazo e hizo toda la fuerza para que se moviera, si era necesario la arrastraría.

—¡Mierda! —Exclamó otra vez y totalmente enojada, dejó sus intentos de rescatar las armas y miró a todos lados—. ¡A la duna!

Oscar miró hacia dónde ella tenía posado sus ojos y vio la duna. En realidad, no era una duna como tal, sino más bien un pozo y un pequeño montículo de arena que por el momento, los ayudaría a protegerse.

Se arrastraron hasta llegar, tampoco estaba muy lejos, pero las personas o lo que sea que los estaba atacando, tampoco debían estar muy lejos. Las flechas seguían cayendo y parecían no terminarse nunca, pero ahora también podía distinguir gritos o mejor dicho alaridos.

Se estaban acercando.

—¿Los ves? —lo interrogó Spíti.

Él quiso asomar la cabeza para visualizar de dónde venían las flechas, pero no fue tan valiente como para hacerlo, solo se acurrucó detrás de la arena y esperó que ocurriera un milagro.

—Ahí están —susurró más para ella que para Oscar.

Luego, Spíti comenzó a disparar y aparentemente mató a varios por los gritos de dolor y porque la cantidad de flechas disparadas mermó.

—Hay que llegar a las rocas —susurró ella sin dejar de disparar.

Él miró hacia su derecha y vio algo que hasta el momento le había pasado desapercibido, varias rocas de alrededor de cinco metros de altura parecían clavadas en la arena. No podía contarlas, pero estaba seguro que eran cerca de cien y la distancia entre unas y otras era como de tres metros.

Oscar estaba perdido, ¿qué era eso? Parecía como un laberinto con piedras, pero para qué estaría eso en medio de un desierto. No lo entendía.

—¡Corre! ¡Y no dejes que te toque ninguna flecha!

Él la miró desconcertado, pero supo reaccionar en cuestión de segundos y sin pensárselo mucho, se puso de pie y corrió lo más que pudo hasta llegar a las piedras y esconderse detrás de una. Estaba a salvo.

Pero enseguida recordó a Spíti, miró directo hacia la duna y ella seguía ahí, disparando a diestra y siniestra. Comenzó a ponerse nervioso, una angustia inundó su pecho y temió que algo le pasara. No, no quería que ella muera. Pero Spíti siempre estaba un paso adelante y después de otra serie de disparos y cuando las flechas cesaron por cuestión de segundos, la valiente mujer fue como un rayo hacia él. Él solo pudo gritar para alentarla a que corriera más rápido.

Llegó agitada a su lado y alterada.

—¡Las cuerdas! —gritó mientras intentaba recuperar el aire —. ¡Las cuerdas! ¡Busca las cuerdas!

Él no sabía a qué se refería y podía escuchar a los enemigos que se seguían acercando y solo quería correr.

—Vámonos, se están acercando —pronunció desesperado e intentando decidir qué camino tomar.

—¡Las cuerdas!

Ella empezó a remover la arena que estaba cerca de la primera fila de rocas y a pesar de que él quería huir, se agachó junto a ella y la imitó.

Las voces se escuchaban a solo unos metros y Oscar estaba consumido por el pánico, iba a morir.

—¡Aquí! —exclamó triunfal.

Ella tenía la punta de una cuerda y sin tardar tiempo la ató en un lugar que Oscar ni registró por los nervios que tenía. Luego, lo empujó y comenzó a perderse entre las rocas. Él la siguió aún aturdido por el miedo.

Unos minutos después, una fuerte explosión lo dejó sordo y desorientado, pudo ver como Spíti le gritaba pero no podía escucharla. Ella lo tomó del brazo y lo arrastró. Siguieron corriendo y esquivando rocas.

Perdió la noción del tiempo, pero estaba seguro que no había pasado mucho, por eso se sorprendió cuando Spíti tambaleó y luego de unos pasos, cayó de rodillas al suelo.

—¿Spíti? —preguntó alarmado.

—Hay que se... —tartamudeó e intentó respirar—seguir —terminó entre jadeos.

Intentó ponerse de pie, pero fracasó en los dos intentos y finalmente se rindió, solo para apoyarse contra una roca y mirarlo.

—¿Spíti, qué te sucede? —interrogó otra vez, pero no recibió respuesta.

Ella sacó un arma de su cinturón y apuntó al cielo, disparó. Una niebla de color rojo se esparció sobre ellos y fue evaporándose lentamente. Luego, ella volvió a mirarlo y le entregó su arma con un puñado de municiones.

—Las bombas en la entrada del laberinto los detendrán por unos minutos, pero cuando el fuego se extinga vendrán detrás de nosotros —se esforzó por respirar otra vez—. El humo rojo ya habrá alertado a todos en la Frontera, vendrán en cuestión de minutos, pero mientras tanto tendrás que mantenerte a salvo —jadeó otra vez en busca de aire—. Sigue corriendo para poner la mayor distancia entre tú y los Destripadores y usa el arma para defenderte.

Después cerró los ojos e intentó calmar su ingreso de aire.

—No me iré sin ti —dijo al captar que todo ese discurso no la incluía a ella.

Spíti lo fulminó con la mirada y supo que era una orden.

—Lo harás, yo ya estoy muerta.

No entendió sus palabras, hasta que ella levantó su brazo y pudo ver la flecha clavada en su lado derecho, la herida sangraba copiosamente. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¿Desde cuándo habrá estado así? Siempre asegurándose de salvarlo y él un cobarde de mierda.

—Hay que sacarla y vendar la herida —dijo enseguida mientras se acercaba a ella para llevar su acción a cabo. Pero Spíti lo rechazó.

—Las flechas de los Destripadores tienen un veneno mortal que ya entró en mi sangre, en cuestión de segundos me matará. Debes irte y salvarte, Amílcar te quiere vivo.

—No me importa, estoy muerto desde que fui desterrado de Ritma y no pienso dejarte —resopló cansada y quiso seguir insistiendo, pero Oscar no la dejó—. No gastes fuerzas hablando, no te estoy dejando.

—Amílcar...

—Me importa un cuerno Amílcar, él no está aquí y prefiero morir a tu lado que solo —dijo de forma apresurada, ella lo miró entrecerrando los ojos.

Oscar deseó que fuera porque sospechaba de él, pero era porque se estaba quedando sin fuerzas para abrir los ojos. El tiempo corría y nadie aparecía, mientras él tenía que ver como Spíti iba desvaneciéndose.

—Entraron —susurró.

Y Oscar quiso llorar de desesperación. Ese "entraron" era desalentador porque se refería a los Destripadores y no a los hombres de la Frontera. No sabía qué hacer.

—Tenemos que ir a un lugar más seguro —dijo Oscar cuándo la angustia lo ahogaba. Spíti negó lentamente.

—Yo ya tengo mi lugar seguro.

Su voz apenas era un suspiro y él sabía que la estaba perdiendo. Ella no volvió a abrir los ojos y su respiración era forzada.

Unos gruñidos resonaron demasiado cerca y Oscar tembló. Spíti apretó su mano suavemente.

—Tira otro disparo rojo.

Oscar la miró como si estuviera loca.

—Eso delataría nuestro escondite y están muy cerca —pronunció con pánico.

—Hazlo y luego dispara.

No volvió a hablar y él dudó, pero terminó obedeciendo. Si iban a morir, al menos cumpliría su última orden. Tomó la pistola y disparó al aire, el rojo tiñó el cielo; buscó la otra pistola y se preparó.

Los gruñidos fueron muy fuertes hasta que una cara totalmente desfigurada y cubierta de sangre se paró frente a ellos. Parecía más un animal que un hombre, él estaba seguro que se encontraba más cerca de lo primero, tal vez ya no tenía ni un rastro de humanidad. Sintió pena y pensó de lo que era capaz de hacer Ritma, condenar a las personas a una vida miserable.

Su mano tembló y no pudo disparar, el tipo se abalanzó sobre ellos con un grito escalofriante.

Pero volvió a llover, pero no fue ácida ni de flechas, sino de balas. Y cuándo ese humano devenido a monstruo cayó a su lado inmóvil, Oscar pudo vislumbrar frente a él a Amílcar y un grupo de hombres.

Nunca estuvo tan feliz de verlos.

La mirada de Amílcar se oscureció cuando se posó sobre la inconsciente de Spíti y Oscar ya no la sentía respirar. Toda felicidad se esfumó.

—Le dispararon.

Fue lo único que pudo decir antes que Amílcar la arrancara de su lado.



PROHIBIMOS LA COPIA PARCIAL O TOTAL DE LA OBRA. TANTO LA HISTORIA COMO LOS PERSONAJES NOS PERTENECEN. NO AL PLAGIO.


seulRN Dulce-Miyuki

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro