Capítulo #7
-Sé que están cansados, pero no tenemos otra opción – le dije a mi equipo.
Veíamos cómo los sovs se colocaban el uniforme de práctica. Fuertes, robustos e intimidantes. Eran unas verdaderas máquinas de matar, fuertes como un toro y con un aspecto tan aterrador que podían helarnos la sangre con sólo su mirada fría y calculadora.
Mi equipo, en cambio, estaba agotado. Agotado y sin esperanza, o así es como yo los veía. Incluso yo lo estaba. Sólo quería estar en casa celebrando no haber muerto.
-Jefe de Estado, estos chicos están muertos – le reclamó el entrenador al calvo que sonreía maliciosamente. - ¡Déjelos descansar! ¡No aguantarán ni un solo cuarto!
Spencer Smitherson pareció razonarlo, ya que se quedó callado. Hasta que finalmente me vio y se colocó de pie, de un pequeño salto, como si fuese una celebración de haber conseguido algo.
-Está bien, está bien – sonrió el Jefe de Estado. – Jugarán hasta que logren un solo touchdown.
Todos celebramos la nueva regla, esto era algo que podíamos hacer. Era sólo un maldito touchdown, después de todo.
-Pero con una condición. Samuel Trawler jugará sin protección – dijo el JE.
Un silencio incómodo nos invadió. Todos me voltearon a ver en el instante.
-¡Claro que aceptamos! – dejé mi casco en el banco, al igual que mis hombreras, pero quitármelas me fue imposible por lo que le pedí ayuda a Ben.
-¿Estás seguro de esto? Serán soldados soviéticos contra quienes jugaremos – dudó Ben, impidiendo que me quitase la protección.
-Claro que estoy seguro. Confío en mis defensas, en mi ofensiva, en mi entrenador. Confío en mi pateador; confío en mi equipo, Ben. Hagamos esto de una maldita vez para podernos ir a casa.
Ben sonrió de oreja a oreja y asintió. Pronto, todo mi equipo regresaba al campo, al igual que el equipo de los guardias. Eran sólo unos cuantos soldados, no debería ser muy difícil poder anotarles un touchdown.
-¡Son nuestros, chicos! ¡Son nuestros! – alentaba a mis jugadores. - ¡Jugada 49! ¡Jugada 49! ¡Vamos, vamos!
Inmediatamente, recibí el balón. Vi cómo los soldados se acercaban hacia nuestra posición. Supuse que, al ser unos soldados sin entrenamiento en el fútbol, sería algo fácil. Nunca antes había estado tan equivocado.
Los hijos de puta golpeaban a mis defensas, con sus codos, rodillas e incluso los tacleaban usando maniobras que, en cualquier partido oficial, se considerarían ilegales. En pocos segundos, cinco de esos idiotas habían logrado barrerse a toda mi defensa, y ahora iban por mí. Intenté esquivar a uno, cosa que resultó mejor de lo que esperaba. Tenía miedo de lo que pudiesen hacerme, ya que iba sin protección alguna; si a mis amigos les estaba costando levantarse, a mí me dejarían noqueado en pleno campo de juego.
Iba corriendo por los bordes del campo con el balón en mis manos. Logré esquivarme a dos sovs, dejándolos en el suelo. Sin embargo, un tercero y cuarto iban directamente hacia mí por en frente y a mi izquierda. Ninguno de mis jugadores estaba de pie, así que, por lógica, decidí que iba a salirme del campo con el balón para evitar perder yardas. Habíamos logrado un par de yardas, sino es que cinco, pero el precio fue alto: todos mis jugadores aún seguían en el suelo, los habían lastimado muy duro.
Escuché el sonido del silbato del árbitro que daba por concluida la jugada. Sin embargo, para los soviéticos que estaban en el campo no había concluido. Al momento de entregarle el balón al árbitro, el jugador soviético me dio un golpe con el codo en la cara y después me tacleó.
-¡Un pequeño recuerdo para el hijo del capitán! – me gritó el soldado, en un fuerte acento.
Pude escuchar el asombro de todo el público quien no se había movido de sus lugares. Me había sacado todo el aire del pecho, y su golpe en la quijada logró confundirme durante unos segundos.
-¡Sam! ¡Sam! ¿Estás bien? – escuché que el entrenador se había acercado.
No le contesté nada. Simplemente me levanté poco a poco, bajo algunos pobres aplausos del público que nos veía. Le hice una señal al entrenador para que se saliese del campo, ya que la siguiente jugada comenzaría.
-¿Estás bien? – me preguntó Jeremy.
-De puta madre – le contesté bajo una sonrisa forzada. – Ahora saquemos esta jugada y vámonos a casa.
Mi defensa se había colocado de nuevo, por lo que la jugada debía comenzar.
-¡Agujero negro, chicos! ¡Agujero negro! – ordené la jugada. - ¡Agujero negro!
Cuando recibí el balón, inmediatamente busqué a mi corredor. Estaba en la derecha, al otro extremo del campo. Le lancé el balón lo más fuerte que pude hacia él, y afortunadamente, no tuvo problemas en atraparlo. Habíamos alcanzado unas diez yardas, y esto iba para más. Necesitábamos algo arriesgado.
-Esto nos está costando mucho, Sam – me dijo el entrenador, junto con todos mis jugadores quienes nos habíamos reunido. – Tenemos que hacer algo que nos lleve hasta la sesenta. O al menos a la cincuenta.
-Podemos resistir los golpes, no se preocupen por nosotros – dijo Jeremy, hablando en representación de los chicos de la defensa.
-Pero Sam no puede. Otro golpe de esos y podría romperse algo serio – dijo el entrenador Mitman.
-Un golpe menos, un golpe más. Da igual lo que se venga. Haremos un Ave María, ¿les parece?
Todos asintieron lo que había propuesto. Era una jugada arriesgada, pero eso nos daría una ventaja muy considerable. Los acarreos estaban completamente descartados, ya que los sovs estaban decididos en hacernos el mayor daño posible.
-¡Vuelo del cuervo! ¡Vuelo del cuervo! – volví a gritar a mis jugadores mientras golpeaba mi cabeza en una señal para Johnson, él recibiría el balón.
Nuevamente tenía el balón en mis manos. Dos de los soldados habían logrado bordear mi defensa, por lo que la jugada ahora corría peligro. Tuve que ganar algo de tiempo, así que corrí a las bandas. Sin embargo, habían derribado a Johnson. No habría nadie que pudiese recibir el balón, así que opté por correr. Escuchaba gritos del entrenador y de mis otros compañeros para que me tirase al suelo y que la jugada muriese, pero no lo haría. Algo que el entrenador había dicho, y tenía razón, era que toda esta gente había olvidado sus problemas al venir a vernos jugar. Todo eso de las raciones, los soldados, la opresión... todo eso se había ido a la mierda durante un par de horas; pero esto había cambiado por completo. Quería hacerles saber lo que aún éramos capaces de hacer, quería demostrarles tanto a los soldados como a nuestra gente lo que podíamos hacer. Esto dejó de ser un juego hace mucho, ahora era una lucha de poder entre esos infelices y nosotros.
Iba corriendo a toda velocidad con el balón en mis manos, intentando esquivar a esos hijos de puta. Durante unos momentos, pensé que lo lograría. Los sovs estaban tan ocupados en golpear a mis defensas que había logrado avanzar hasta llegar a tan sólo veinte yardas de la zona de anotación: nuestra zona prometida. Seguía corriendo, y sólo me detuve porque un soviético me agarró de la camiseta y me derribó, sin tener daño físico alguno.
-¡Levántense, chicos! ¡Terminemos esto de una maldita vez! – me dirigí a mis defensas. - ¡Halcón en picada! ¡Halcón en picada!
La preparación duró un par de segundos. Tenía el balón de vuelta en mis manos, y justo cuando iba a lanzar el pase, sentí cómo un camión me atropelló. No literalmente, por supuesto. El jugador que cuida de mi punto ciego había sido brutalmente tacleado por dos soviéticos. Pude sentir cómo me elevé durante unos centímetros del suelo y fui a caer directamente sobre mi cara y mi hombro izquierdo. Todo se volvió negro durante unos segundos.
-¡Samuel! ¡Samuel!
Aún no lograba regresar a mis sentidos. Todo se sentía tan confuso. Escuchaba un extraño pitido, como si cuando algo explota cerca de tu oído. Un dolor punzante hizo que abriera mis ojos; y lo único borroso que pude ver fue a dos figuras. No sabía quiénes eran, ni lo que hacían allí. No sabía quién mierdas era yo. No sabía lo que estaba pasando.
-¡Samuel! ¡Samuel!
Pude identificar a la primera figura: era Mitman quien ponía sus dedos y los movía frente a mis ojos. Sin embargo, la segunda figura no lograba reconocerla, por más que lo intentaba parecía ser un extraño ante mí. Vi su cabello largo y café, sus ojos que mostraban preocupación y sus labios apretados quienes buscaban alguna explicación.
-¡Samuel! ¡Samuel respóndeme! – gritaba la figura.
Mi conocimiento entró de nuevo en mi cabeza. Era Juliana quien me hablaba. Aún no estaba en el campo de juego, aparecí milagrosamente en la banca de nuestro equipo, con una toalla como almohada y a todo mi equipo preocupado viéndome.
-Díganme que ganamos, por favor – vi inmediatamente al entrenador.
-Te noquearon en el campo, Sam – rió Ben. – Jeremy tuvo que cargarte hasta aquí.
-Y ella vino cuando notó que no te levantabas – dijo el entrenador cuando señaló a Juliana.
Ella se tiró a mis brazos, lo cual hizo que me doliese todo un mundo el maldito hombro izquierdo. Apenas si lo podía mover.
-Creo que está dislocado – dijo Juliana, preocupada.
-Tuvo que haber sido esa jugada dónde le apagaron las luces – se acercó el entrenador y me sostuvo el hombro. Luego me vio a los ojos. – Tengo que colocártelo, ¿lo sabes?
-Sólo hágalo de una maldita vez – dije, inmediatamente, sentí cómo mi corazón comenzaba a palpitar cada vez más.
Juliana apartó la vista. Odia ver estas cosas.
-Me tomará un segundo Sam, quedarás como nuevo – dijo el entrenador viendo mi brazo. – Estos animales golpearán hasta hacerte mierda, ¿lo sabes?
-Golpearán hasta que hagamos un maldito touchdown – contesté sin verlo. – Tenemos que pensar en algo más drástico.
-¿Volverás a la cancha? ¡Samuel! – gritó Juliana.
-Ella tiene razón, Sam. Tu partido acabó en esa jugada – dijo Mitman.
-No, no ha acabado. No pienso dejarlos solos contra esos animales – me referí a todo el equipo. – Si vamos a acabar esto, lo haremos juntos. Como un equipo, entrenador.
-¿Qué es lo que quieres demostrar, Samuel? – preguntó Juliana. - ¡Te dislocaste el maldito hombro! ¿Qué es lo que buscas con salir?
Justo iba a entrar al campo cuando noté que todos me observaban. Tanto mis defensas como parte del público. Todas las miradas estaban atentas a mis palabras.
-Véanlos – señalé a los sovs en el campo de juego. Se veían tan confiados, incluso nos sacaban el dedo de en medio. – Nadie cree que tenemos una oportunidad contra ellos.
-Son soldados, Sam – dijo Ben. – Tienen todas las de ganar contra un equipo de chicos.
-No hablaba del partido. Me refería a que todos piensan que estamos sometidos, y todo lo que dicen ellos lo recibimos con un amén, pero me cansé que sea así. No soy un soldado, no soy ningún general. Apenas si soy un chico de dieciocho años, pero quiero enseñarles a esos hijos de puta que si vamos a pelear, aunque sea en un campo de juego, les va a costar ganarnos.
Inmediatamente entré al campo. Por un momento, vi cómo los soldados se reían mientras me señalaban. Pensé que sería yo sólo contra una avalancha de asesinos, fascistas sedientos de sangre americana.
-No dejaré que te partan el culo solo – alguien ponía su mano en mi hombro.
Cuando volteé a ver, se trataba de Jeremy. Se había quitado sus hombreras, su casco y todas sus protecciones.
-¡¿Estás loco?! ¡Sin esas cosas te van a matar!
-Queremos jugar con las mismas condiciones que tú lo haces, Sam – sonrió Johnson, quien venía también sin su protección.
-Si estos estúpidos nos matan, ¿qué mejor manera que morir junto con quien derramó sangre junto a mí? – dijo Ben, sorprendiéndonos a todos ya que su posición es la de pateador. – Acabemos con estos malditos malnacidos.
Pronto, todos mis jugadores venían a sus posiciones. Sin cascos, hombreras o algo que los proteja de los golpes. El público comenzaba a animarse cada vez más, incluso algunos aplaudían el gesto de quitarse sus protecciones y salir a la cancha. Los soldados intentaban controlarlos cada vez más y más, pero era prácticamente imposible.
Vi que los soldados comenzaban a distribuirse a lo largo de la línea defensiva de mi equipo. Eran menos que nosotros, era una notable ventaja contra esos malditos. Debíamos explotarla.
-¿Recuerdan la película de Adam Sandler? – reuní a mi equipo.
-¿La que es un golfista? – preguntó Ben.
-No, idiota. La que tiene un equipo de fútbol en una prisión – me reí. – Hay una escena dónde los tipos juegan en el lodo, sólo tonteando. Se la pasan entre sí hasta que llegan a la zona de anotación.
-¿Quieres hacer algo que viste en una película de hace diez años? – preguntó Jeremy.
-Piénsenlo bien. Los superamos en número y en velocidad. Podemos llegar fácilmente a la zona de anotación siempre y cuando entreguemos el balón entre nosotros.
-Sólo nos golpearán, Sam. ¿Estás consciente de ello?
-Lo estoy. Pero si no anotamos no nos iremos a casa.
Lentamente, cada uno de ellos asintió lo que había propuesto.
-Pase lo que pase, no importa si perdemos yardas por unos segundos, lo importante es que el balón no muera. ¿Entendido?
-¡Sí!
Rompimos filas y nos acercamos de nuevo a la zona de acarreo. Veía a mis jugadores transpirar, veía cómo sus músculos se tensaban. Era la primera vez que haríamos algo así, incluso yo estaba nervioso. Me atrevería a decir que todo el público estaba nervioso, estaba atento a lo que haríamos.
-¡Hut! ¡Hut! – grité, sin darle tiempo a explicaciones de último segundo.
Recibí el balón y comencé a correr por la banda derecha. Al menos dos soldados se dirigían hacia mí, con una hambre y sed de sangre digna de un hombre lobo, o alguna criatura bestial. Por reglas del juego, no podía lanzarla hacia adelante luego de haber corrido lo que corrí, así que busqué a alguien que estaba a mi lado. Ben levantaba la mano y se asomaba por el lugar, así que se la lancé hacia él. No me logré salvar del golpe que recibí por parte de los dos idiotas, pero al menos no me dislocaron el otro hombro.
Ben corrió en dirección hacia mí, aunque sólo había un soviético que lo seguía muy de cerca. Fue cuando el poderoso Jeremy salió cual bulldozer y protegió al querido Ben como un rinoceronte a su cría. Ben avanzó hasta la yarda 15 hasta que fue impedido por un soldado, así que se la pasó a un costado; justo dónde Johnson se encontraba. Johnson no tuvo problema en llegar hasta la zona de anotación. Habíamos ganado. ¿Qué mierdas me pasa? ¡HABIÁMOS GANADO, MALDITA SEA!
El público que estaba presente explotó en alegría. Había un pequeño carnaval en todo el estadio. Inmediatamente, busqué a mis amigos en la banca. Sólo pude ver a Sara abrazando a Juliana y a David saltando con Gabriel y Thomas. Se había logrado.
-¡Trawler! ¡Trawler! ¡Trawler! – gritaban mis jugadores mientras se acercaban hacia mí.
Antes de que me cargasen, fui a recoger el balón del partido. Fui directamente a entregárselo al Jefe de Estado, quien regañaba a los soldados enérgicamente.
-Primera victoria, ¿no lo cree? – sonreí al entregarle el balón.
Iracundo, el JE sólo abrió la boca un par de veces, sin poder decir algo realmente.
-Te veré de nuevo, mocoso. Tenlo por seguro – dijo Spencer Smitherson, en forma de amenaza.
Me le acerqué unos centímetros más.
-Lo estaré esperando, infeliz. Téngalo por seguro – dije finalmente, luego me fui con mi equipo a celebrarlo. Nadie podría amargarme este momento.
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