Capítulo #4
Golpeé la puerta varias veces. Tal vez se me había pasado la mano. Es sólo que tenía que hablarlo con ella. La mano aún me temblaba, quería echarme a llorar como un niño pequeño. Quería que alguien me abrasase y me dijese "Samuel, no te preocupes. Todo saldrá bien." Era de aquellas situaciones que me sentía peor que un insecto. Me sentía fatal.
–¡Samuel! ¡Qué gusto verte! – abrieron la puerta.
–Buenas tardes, señor Meyers – dije al ocultar mi temblorosa mano de su vista. – ¿Está Juliana en casa?
–¡Claro que está! ¡Pasa adelante!
El papá de Juliana era un hombre gordo, increíblemente gordo para la alimentación que nos daban. Con grandes entradas y unos lentes estilo Top Gun. Gabriel, Thomas y yo lo conocíamos desde que estudiábamos en el jardín de niños. Y cuando la Invasión ocurrió, fue el de los primeros en proponer una milicia, algo para defendernos de lo que sabríamos que vendría. Desafortunadamente, Dantop es un pueblo de "ovejas generales": ninguno recibe órdenes de nadie, y todos son demasiado cobardes como para hacer algo.
–Entra, Sam. Juliana no tarda en bajar. ¡Juliana! ¡Samuel está aquí!
–¡Bajo en un segundo! – escuché la voz de Juliana en el segundo nivel.
Al entrar, me senté inmediatamente en el sillón. Intentaba disimular mi ansiedad.
–¿Quieres tomar algo? ¿Un vaso con agua? – ofreció el señor Meyers.
–Se lo agradecería mucho.
El papá de Juliana fue a la cocina y regresó rápidamente con un vaso lleno de agua pura. Me lo tomé sin casi respirar; tal vez notó que estaba muy alterado. ¡Cómo no iba a hacerlo! ¡Cada parte de mi cuerpo me temblaba!
–¿Cómo está tu madre, Sam? ¿Y tus hermanos? – el padre de Juliana se sentó en el sillón que estaba a la par mía.
–E-Están bien. Muchas gracias.
–¿No has recibido noticias de tu padre?
Negué con la cabeza. Hace meses que no sabemos absolutamente nada de él.
–Tuvo que haber sido duro para ti y para tus hermanos. En especial para ellos.
–A veces no lo entienden, en especial David. Si por él fuera pelearía cara a cara con los sovs.
El padre de Juliana se me quedó viendo durante unos segundos, luego asintió la cabeza. Escuché cómo Juliana bajaba las escaleras. La vi con el cabello mojado y suelto. De seguro acababa de salir de la ducha. Estaba lindísima.
–Yo los dejaré solos para que puedan hablar – el señor Meyers se levantó de inmediato y se dirigió a mí. – Fue un gusto verte, Sam. Salúdame a tus hermanos.
–Lo haré, gracias, señor Meyers.
Me estrechó la mano y rápidamente subió al segundo nivel. Juliana, en cambio, se quedó parada, con una sonrisa de oreja a oreja.
-Hola – se acercó a mí y me intentó besar.
La esquivé con un movimiento brusco de la cabeza. Juliana se quedó muy extrañada, hasta preocupada diría yo.
-¿Qué tienes? ¿Estás bien?
-¿Podríamos hablar en un lugar un poco más privado? – pedí.
Juliana me llevó a la cocina. Su padre no nos escucharía allí, o eso esperaba. De saber lo que le contaría a ella, no me dejaría volverla a ver jamás.
-El Jefe de Estado llegó a casa – le dije como comienzo. – Fuimos con David por las raciones al pueblo, y cuando regresamos estaba en nuestra casa, tomando café con mamá y Sara.
Juliana abrió los ojos. Se asustó.
-No, no es por la radio. Llegó a casa diciendo que iba a hacer un equipo de fútbol escolar, y me quiere a mí como el quarterback.
-¿A ti? ¿Por qué a ti?
-Le preguntó a Workbert quién sería un buen líder, y le contó lo que pasó en la escuela cuando hablé por ti.
Juliana se quedó en silencio.
-El sujeto sabe de mi padre, obviamente. Tenía que saberlo, digo, es casi la noticia que se cuenta cuando alguien nuevo llega al pueblo. Además, ¡es el Jefe de Estado! ¡Nada se le puede pasar por alto!
-Tranquilo, tranquilo. No es tan malo – Juliana me abrazó.
-No es sólo eso. Al principio no acepté, pero dijo que si no lo hacía, mi familia y tú lo pagarían caro.
Los dos nos quedamos en silencio durante unos segundos. Yo la abracé lo más fuerte que podía.
-Así que hazlo rápido. Ni siquiera lo pienses – dije mientras escondía mi cara en su cabello.
-¿Hacer qué?
-Cortar conmigo.
-¿Por qué haría eso? – rió Juliana.
-Porque si cortas conmigo entonces no me importarás más en la puta vida – me cubrí ahora con su hombro. – Y si no me importas en la vida entonces no estarás en peligro.
-¿Y realmente crees que eso funcione? – Juliana acarició suavemente mi nuca.
-¡Claro que no! ¿Cómo crees eso?
Juliana soltó una débil risita. Me apartó lo suficiente como para que la pudiera ver a los ojos.
-Si ese tipo me hubiese querido lastimar, ya lo hubiese hecho, ¿no lo crees?
Me encogí de hombros como respuesta. No estaba para pensar respuestas sencillas a preguntas difíciles.
-Escúchame atentamente, Samuel – dijo Juliana. – No me importa lo que se venga, no me importa qué tan difícil se vuelva; no dejaré que hagas esto solo, ¿entendiste?
-Juliana, si seguimos con esto vas a terminar muerta. O peor.
-Ya hubiese estado muerta de no ser por ti, créeme. Sabía lo que se vendría cuando me enamoré de Samuel Trawler.
Sólo suspiré. Realmente no quería hacerlo, pero la idea de apartarla hacía que mi corazón se despedazara en miles de pedazos. Sin embargo, la idea de no volver a verla a ver era mil veces peor.
-Además, el que vayas a jugar me dará una excusa para verte más seguido – sonrió Juliana.
Reí tímidamente. Aunque no me gustaba la idea, ella tenía razón. Teníamos que estar unidos.
-¿Y te saldrás de la radio?
-No. Jamás. Sin mí estarían perdidos – sonreí. – Pero creo que ya es hora que mi hermana lo sepa.
-Está bien. Buena idea, pero tienen que saberlo.
La vi durante unos segundos más. Unos segundos dónde ninguno de los dos no nos decíamos absolutamente nada. La tomé por la cintura y le di un beso. Juliana tenía razón: no podíamos dejar que esos imbéciles nos lo quitasen todo. No lo permitiría. No todo, al menos.
-¿Estás ocupada? – toqué la puerta de Sara, quien leía un libro de Karl Marx en su escritorio, junto a su espejo de mesa.
-Tengo un examen mañana – dijo mi hermana sin apartar la vista del contenido del libro. – Pero ya casi termino, ¿qué es lo que quieres?
Me senté en el borde de la cama.
-Cuando fuiste con tu amiga...
-Christina – corrigió Sara.
-Christina – repetí yo. - ¿Recuerdas que tenía que contarte algo?
Sara se quedó pensando durante unos segundos. Incluso me observaba de manera curiosa.
-Recuerdo que me hiciste el comentario, y luego te quedaste callado – dijo mi hermana finalmente.
-Sí, bueno. Eso. Quería contártelo.
No sabía ni por dónde comenzar. No sabía ni cómo tratarlo, realmente. ¿Cómo decirle que soy parte de algo ilegal? ¿Cómo decirle que, mientras ella estaba en casa, mis amigos y yo hacíamos un ligero movimiento de desobediencia como civiles? ¿Cómo lo tomará? ¿Será para bien o para mal?
-¿Me lo vas a decir o te quedarás allí callado? – rió Sara.
-Sí, lo siento. ¿Recuerdas cuando te he dicho que vamos a casa de Thomas a estudiar y todo eso?
-Sí. Me lo dices casi todas las noches.
-Bueno, la cosa es que no vamos a casa de Thomas.
-¿No? ¿Y qué diablos haces durante la noche?
Ya no había vuelta atrás. Tendría que saberlo. Sentía que el corazón me saldría del pecho en cualquier momento.
-Samuel, ¿qué es lo que haces en las noches? – repitió Sara.
-E-estoy con Juliana por las noches – busqué la salida más rápida que encontré.
-¿Con Juliana? ¿Y qué diablos haces con Juliana en las noches?
Me quedé callado en ese momento; no podía verla a los ojos. Sentía cómo me estaba ruborizando de sólo tener que hablar esto con mi hermana menor.
-¡No! ¡Dime que no es cierto! – Sara se levantó de la silla de un salto. - ¡Samuel, esto no puede ser cierto!
-¿Qué no puede ser cierto?
-¡No te hagas el tonto, Samuel! – Sara se llevó las manos a la boca. - ¡Por el amor de Dios! ¡Esto es increíble!
Mi hermana comenzó a empujarme y saltar a mi alrededor.
-¿Desde hace cuánto que lo son? – preguntó de nuevo. Parecía estar encantadísima con este tipo de noticias.
-Hace un par de meses – sonreí.
-¿Y cómo fue?
Una noche, luego de haber terminado las clases, fuimos a casa de Thomas (esto fue real, no fue la mentira que siempre le digo a mamá de lo que hacemos en las noches). Fue luego de haber terminado las Pruebas de Aptitudes para entrar a los Centros de Profesiones Especializados, fuimos a celebrar con algunos tragos, facilitados por la mamá de Thomas. En realidad, sólo Gabriel terminó tan ebrio que tuvimos que dejarlo en su casa. Thomas se despidió y yo acompañé a Juliana a su casa. Era ya muy tarde, el toque de queda ya estaba a punto de empezar y, para colmo, hacía un frío del carajo. Juliana estaba temblando del frío mientras caminábamos, así que inmediatamente me quité mi suéter y se lo coloqué. ¡Claro que yo tenía frío! Pero, vamos. Dudo que haya un solo hombre en la faz de la tierra que pueda ver a la chica que le guste temblar del frío y no hacer nada al respecto.
-Dime por favor que no es el suéter negro feo que siempre usas – dijo Sara de repente.
-No, es el gris. Ahora cállate y déjame seguir con la historia.
Cuando llegamos a su casa, los dos nos quedamos parados durante unos segundos delante de su pórtico. El foco encendido en el cuarto de su padre indicó que la estaba esperando. Sin embargo, aún no se entraba. Yo esperaba a que me diese mi suéter, pero no quería pedírselo.
-Te lo entrego mañana – sugirió Juliana esa noche. – Creo que la necesitaré para dormir.
-Está bien – sonreí inocentemente. – No te preocupes por eso.
Y justo cuando iba a despedirme, algo me impulsó a que la besase. No sé cómo explicarlo, sólo me acerqué y la besé durante unos cuantos segundos. Cuando finalmente me di cuenta de lo que estaba haciendo, me alejé muy apenado. No sabía qué decir para disculparme.
-Yo... - tartamudeé.
Y antes que pudiera hacer algo más, Juliana se me acercó y me besó de nuevo. Fue de los mejores días que he tenido, desde que toda esta mierda comenzó. Y sin duda lo volvería a hacer, sin pensarlo dos veces.
El día siguiente, los dos actuamos como si nada hubiese pasado; claro, habían sonrisitas y secretos y todo, pero decidimos que lo mejor que podíamos hacer era mantenerlo en secreto todo lo que podíamos.
-¿En secreto? ¿Por qué? – quiso saber Sara.
-Por papá. Lo que menos quería es que la situación con su mamá se complicase aún más sólo porque tiene de novio al hijo del capitán Trawler.
-¿Y en serio te crees esa estupidez? – rió mi hermana.
-Funcionó bastante bien al principio. Supongo que será cuestión de tiempo hasta que todos lo descubran.
-Te juro por mi vida que este es el momento más grande de la historia de la humanidad.
-¿Por qué? ¿Porque tu hermano mayor sale con su amiga de la infancia?
-¡Claro que sí! ¡Dios, esto es increíble!
-Y entramos a un nuevo programa de Radio Dantop Libre – dijo Juliana a través del micrófono.
El disco comenzó a sonar casi de inmediato. No me importó mucho la canción, realmente. Era el día en el que le comentaríamos, tanto Juliana como yo, a Thomas y Gabriel que somos novios en un país completamente dominado por los soviéticos. Como consuelo: al menos no éramos los únicos que vivían bajo el control rojo.
-Tengo que decirles algo – dije al sentarme en el sofá.
-Tenemos que decirles algo – complementó Juliana.
-Esto estará interesante – sonrió Thomas mientras se recostaba en la pared.
Después de unos segundos, tanto Thomas como Gabriel nos veían a ambos. Ninguno decía absolutamente.
-¿Y bien? – cortó Gabriel.
Vi a Juliana inmediatamente, después resoplé.
-No hay forma fácil de decirles esto, así que simplemente lo diremos. Juliana y yo somos novios.
Gabriel hizo una mueca de sorpresa. Thomas, en cambio, sonrió de oreja a oreja.
-Estuvimos manteniéndolo lo más secreto posible, pero se estaba volviendo algo complicado – sonrió Juliana mientras tomaba de mi mano. – Así que allí lo tienen, búrlense si quieren.
Thomas vio rápidamente a Gabriel y se le acercó.
-¡¿Cómo carajos nos vamos a burlar?! ¡Mierda! – explotó Gabriel.
-Me debes tu patineta – Thomas le dio un golpe amistoso en el pecho.
-¡Esto no puede ser! – rugió Gabriel de nuevo.
-¿Apostaron entre ustedes? ¿Es en serio? – rió Juliana.
-¡Por favor! ¡No somos estúpidos! – bromeó Thomas. – Sabíamos que algo se traían entre manos. Eso de "Yo acompaño a Juliana" se nos hizo bastante obvio.
-O sino Sammy esto, Sammy aquello.
-Si tú apostaste que éramos novios – señalé a Thomas, pero después vi a Gabriel. - ¿Qué diablos apostaste tú?
-Yo aposté a que los sovs los habían amenazado, o algo así. ¡Esto no puede ser!
Pasaron las horas y pronto estábamos a punto de terminar con el programa de hoy. Thomas y Gabriel parecieron reaccionar bastante bien a nuestra noticia. Mejor de lo que esperaba, para ser honesto. Digo, no es que les hayamos dicho que Juliana estaba embarazada y que yo era el padre, pero era algo muy importante para nosotros. Honestamente, me sentía de puta madre. Creo que el hecho de que mis amigos y mi hermana lo sepan lo hace más llevadero.
-Te dije que no habría problema – susurró Juliana a mi oído.
-Supongo que fue buena idea. De nada.
-¡JA! Pero Samuel Trawler quería hacerse el rudo y no contarle nada a nadie.
-Admito que tuve mis dudas. Sólo esperemos que no esté equivoc...
De pronto, escuché lo que parecían ser golpes. Golpes en todo la parte de arriba, por la escotilla. Thomas lo notó también y se llevó los dedos a los labios, en señal de que nos quedásemos completamente callados. Gabriel se apartó de dónde estaba y se acercó lentamente a la radio. A cualquier señal, él la escondería dentro de un agujero en la pared completamente desapercibido y sólo quedaríamos expuestos como un grupo de mocosos que salió a embriagarse y no más. Subí la pequeña escalera para intentar ver quién diablos hacía todo el sonido.
-¿Hay alguien allí? – alguien tocó inmediatamente la puertilla.
-¡Mierda! – susurró Juliana, luego de llevarse las manos a la cara.
-No soy un soldado. Sólo busco a quien está emitiendo la señal de Radio Dantop Libre.
Era una decisión de vida o muerte. El acento del que nos estaba preguntando parecía bastante americano, pero ya hemos visto estos trucos anteriormente. Vi a Thomas para buscar alguna respuesta, pero él estaba tan asustado como todos nosotros.
-¡Por favor! ¡No soy estúpido! ¡La antena es muy obvia!
-Abriré la puerta y actuaré como si yo estuviese actuando solo – le dije a Thomas en susurros. – Ustedes escóndanse lo mejor que puedan aquí abajo.
-¡No dejaré que te sacrifiques sólo! – se acercó Juliana.
-Déjame a mí resolver esto. Sé que puedo hacerlo – sonreí.
Sin esperar respuesta, comencé a subir la trampilla lentamente. Un escalón a la vez, para dar a entender que estaba completamente solo. Al abrir la escotilla, me di cuenta que se trataba de un hombre. Llevaba un abrigo muy fuerte. Era más bajo que yo pero tenía una barba de macho, como Thomas y yo le decíamos.
-Sé que te asusté, de verdad lo siento mucho – dijo el hombre sonriendo. – Es sólo que necesito tu equipo para algo.
-¿Para qué lo necesitas?
-Será mejor que no lo sepas, créeme.
-No. Si quieres usar mi radio tendrás que decírmelo.
-¡Y tendrás que demostrar que no estás armado! – escuché a Juliana detrás de mí.
Aunque no quería exponerla, me sentía mucho más tranquilo sabiendo que ella estaba detrás de mí.
-Oh, son dos. Bueno, tiene lógica ahora que lo pienso. Por lo de la voz de mujer al iniciar sus transmisiones – dijo el sujeto mientras levantaba sus manos.
Me acerqué rápidamente para ver que no estuviese armado. Lo único que llevaba es una hoja de papel con datos completamente extraños e inentendibles.
-¿Me dejarán usarla, entonces?
-No hasta que nos digas para qué la quieres – repitió Juliana lo que yo le había dicho a nuestro invitado.
-En ese caso, ¿podríamos bajar? Me estoy congelando aquí afuera.
Aprobé con la cabeza. El tipo bajó la escotilla. Juliana bajó después y yo de último. Me aseguré que fuéramos los únicos por el lugar. Me mataría del susto tener que ver a un sov por aquí en estos momentos.
-¿Qué quieres que transmitamos? – preguntó Thomas, quien aún no entendía del todo la situación.
-Este papelito – le entregó la hoja que contenía algunos nombres extraños e inentendibles. Bueno, al menos para nosotros.
Thomas lo leyó. Luego, se lo entregó a Juliana quien se acercó al micrófono.
-Es impresionante todo lo que ustedes han hecho aquí – admiró el tipo. Aún no sabíamos su nombre. - ¿Ustedes construyeron este lugar?
-Digamos que sí – lo corté. - ¿Para quién son esos códigos?
-No les conviene saber, niños. Es por su propia seguridad.
-¿Por la misma seguridad que nos arriesgamos a hacer una radio clandestina? – rió Thomas. – Podemos cuidarnos, siempre lo hemos hecho.
El sujeto sólo se rió y se acomodó mejor en el sillón.
-Soy nuevo en el lugar, creo que se habrán dado cuenta de eso. Me enviaron aquí para que...
-¿Quién te envió? – preguntó Gabriel.
-¿Quién más? ¡La Resistencia de Montana! – exclamó el sujeto.
-¿Resistencia? Pensé que todos estaban muertos – resopló Gabriel.
-No todos, niño. Tuvimos que retirarnos, luego de la Batalla en Los Ángeles el Alto Mando ordenó un despliegue general hasta nuevo aviso.
-¿Y por qué hoy? ¿Por qué ahora? – pregunté.
-No tengo ni idea, chico. Sólo sé que algo tiene que ver con Dantop. Supongo que fueron unos niños tan locos que hicieron su propia radio para recordarles a todos lo que significaba ser libre.
-Sí, claro. Ahora dirás que nosotros incitamos a la revolución – bromeó Gabriel.
-Sea lo que sea, les aseguro que ustedes fueron clave en esto.
Algo había que no me convencía del todo.
-Si eres de la reziztenzia – me burlé. - ¿Cómo es que confías en nosotros?
-Puedo hacerles la misma pregunta a ustedes. ¿Por qué confiar en mí? ¡Podría ser un colaborador, o un sov en cubierto!
-Supongo que por la misma razón que todos aún seguimos con vida – dijo Juliana, intentando calmar los ánimos.
-¡Exacto! Escuchen, no sé cómo diablos le hicieron para que su transmisión no sea reconocida por los soviéticos, pero debo admitir que es impresionante.
-Sí, bueno. Tenemos nuestros trucos – sonrió Thomas.
En la América libre, eran llamadas "Universidades". Los sovs las eliminaron luego de comprobar que eran el foco del libre pensamiento.
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