Capítulo #3
Los domingos me saben ahora a un simple día, más o menos, "normal". Un domingo normal significaba despertarse hasta medio día, si había suerte. Ir con papá y David a pescar y esperar hasta que el almuerzo estuviese listo. Extrañaba tanto esos días, y daba la impresión que hubiese sido hace siglos. David y yo comíamos tranquilamente en la mesa del comedor. Hasta ese momento, no tenía nada qué hacer, realmente. Mi agenda estaba completamente libre para ese día, pero supongo que, por ser domingo, mamá me pediría que fuera por nuestras raciones semanales. Aún no se ha levantado, así que no habría mucha prisa.
David comía viendo su plato. No sabía qué era peor: si los malditos e insípidos huevos o el pan integral que era más duro que nuestros platos. Al menos se podía tragar con el puto licuado de vitaminas.
–Y bien, ¿qué tal tu viernes? – le pregunté a David.
David dejó de comer y me vio directamente a los ojos. Aún tenía la cuchara con la que comía en sus manos. Pareciera que estuviese haciendo un esfuerzo sobre–humano para comerse lo que estaba en el plato.
–Eh, bien. Supongo – contestó David. – Todo ha estado bastante tranquilo. ¿Y qué tal Juliana?
Me quedé completamente helado. No sabía cómo contestarle. ¡Ni siquiera sabía cómo se habrá enterado!
–¿A–A qué te refieres?
–Es tu amiga, ¿no? – preguntó David, había levantado una ceja. – Como Gabriel, o Thomas.
–Ah, sí. Está bien. Todos están bien.
David se recostó en su silla y se me quedó viendo. Espero que no sospeche de mí y Juliana. No creo haber sido tan evidente, ¿o sí?
–¿Podrías guardar un secreto? – me preguntó de repente.
–Claro. ¿De qué trata?
David se levantó y salió del comedor. Se dirigió a su cuarto. Yo, sin saber lo que encontraría, comencé a formular todas las posibles situaciones que David me enseñaría. Tal vez encontró algún mapa que indicaba cuántos soldados soviéticos hay en nuestro pequeño pueblo, o tal vez encontró un AK–47 en los bosques, ya que allí fue la mayor parte del conflicto con la pequeña célula de resistencia que se formó en Dantop. Sin embargo, finalmente pensé que se trataría de algún perrito abandonado, por quien David le rogaría a mamá que le dejase conservarlo.
Al entrar a la habitación, David se dirigió directamente a la cama. Se puso de cuclillas y sacó lo que parecía ser una pequeña caja, cubierta con una sábana. Mi última teoría se desvaneció cuando vi la caja.
–Algunos de la escuela dijeron que habían transmisiones de una radio que trabaja aquí en Dantop – dijo David mientras le quitaba la sábana que envolvía la caja. Resultaba ser una radio de onda corta.
–¿Dónde la sacaste? – me senté en la cama y sostuve la radio con mis propias manos.
–Se la intercambié a Mike por un par de viejos zapatos, con la condición de que él también podrá venir a escuchar las transmisiones.
–¿Y cómo se llama la radio? – pregunté disimuladamente, aunque creo que ya sabía la respuesta.
–Radio Dantop Libre, algo así.
–La he escuchado, cuando vamos a casa de Thomas la sintonizamos en la noche.
–¿En serio? ¿Tú? ¿Sintonizar algo ilegal?
–¿Por qué te sorprende?
–Porque a veces pienso que estás del lado de los sovs.
Un golpe bajo. Ni siquiera yo me lo esperaba. Durante unos segundos dudé en contarle que yo era el promotor principal de esa maldita radio de la libertad. Ah, sí. Mis amigos también hicieron lo suyo.
–¡Los dos están despiertos! ¡Qué bien! – festejó mamá cuando entró a la habitación, antes de que pudiera decirle algo a mi hermano. – Quiero que vayan por las raciones.
-¿Tenemos que ir los dos? – preguntó David, algo frustrado y haciendo una cara de desagrado.
-¡Claro! Samuel no podrá con todo – rió mamá.
La fila estaba larguísima. Habían al menos unas treinta personas antes que nosotros. Las raciones las repartían entre varios soldados soviéticos, las cuales eran descargadas de un enorme tráiler. Utilizaban a tres soldados para controlar la larga fila que podría hacerse de vez en cuando, tres soldados que se encargaban de repartir la comida y todo eso, y uno que llevaba el control de cuánto le tocaba a cada familia. Era un proceso tedioso y, en su mayoría de veces, injusto.
Vi que se acercaba Gabriel a lo lejos. Su melena pelirroja era prácticamente inconfundible. Alcé la mano para llamar su atención. Noté que había funcionado cuando se dirigió rápidamente a nosotros.
-Y yo que pensé que la fila estaría aburrida – sonrió Gabriel mientras nos estrechaba la mano.
-Lo está. Esto es tan asqueroso – resopló David.
-Lo estaba, querido cachorro Trawler. Lo estaba hasta que Gabriel Mitchell llegó a la fila.
-Como si tu presencia hiciera la diferencia – dije.
-Sí, bueno, eso no fue lo que dijo tu mamá anoche – atacó Gabriel, seguido por un ¡Bum, maldito!
-No lo entiendo, ¿mi mamá? Pensé que estaba trabajando anoche en el aserradero – David mostró su falsa inocencia.
Gabriel cayó en la trampa. Su sonrisa se fue esfumando lentamente; finalmente, bajó la cabeza, como en un gesto pidiendo disculpas.
-Olvídalo, David. Fue algo estúpido de mi parte.
-¡Qué curioso! Fue lo mismo que dijo tu mamá anoche – David esbozaba una maliciosa sonrisa.
Mi hermano extendió su mano para que yo la chocara; me había vengado.
-Buena salvada esa – admitió Gabriel entre sonrisas.
La fila avanzaba lentamente. Al girar la cabeza, me di cuenta que su tamaño había aumentado considerablemente. Fue buena idea haber venido relativamente temprano.
-Por cierto – David interrumpió nuestro silencio. - ¿Sabes algo de una radio?
Gabriel y yo intercambiamos miradas. No era buena idea hablar de esto, mucho menos al aire libre.
-¿De qué hablas? – quiso saber Gabriel. Viendo hacia todos lados para comprobar que no había nadie cerca.
-Hablo de una radio. Las transmisiones que se escuchan por la noche. Casi todos mis amigos las escuchan.
-¿Todos tus amigos? ¿Es en serio? – noté cómo un brillo de orgullo se iba formando en los ojos de mi amigo pelirrojo.
-Es muy conocida. Incluso Sam dice que la ha escuchado con ustedes.
-¿Qué fue lo que este tonto te dijo?
Antes que pudiera seguir hablando, los sovs sacaron a una familia entera de la fila. Eran ambos padres y un niño pequeño. Nadie puede hacer nada cuando algo así pasa.
-Quédate atrás mía, pase lo que pase – le ordené a David.
-¡¿De qué hablas?! ¡Claro que no! – protestó mi hermano.
Gabriel y yo cubrimos a mi hermano. Aunque él es casi del mismo tamaño que mi amigo, algo tuvo que haberle tapado.
-¡Nadie me puede ver, idiota! – el soldado soviético le gritaba en un fuerte acento al hombre, mientras otro soldado apuntaba a la madre y al niño. - ¡No nos veas a la cara! ¡A ninguno!
-¡L-lo siento! ¡No volverá a pasar!
-No, claro que no volverá a pasar – rió el soldado.
Le dieron un fuerte golpe en el estómago, lo que provocó que se quedara en cuclillas. Después, un tercer soldado lo golpeó en la nuca. No sé si se desmayó, o lo mataron, ya que el tipo quedó en el suelo y no se volvió a levantar.
-¡No! ¡Jack! – lloraba la mujer mientras cubría con sus manos a su hijo, quien también lloraba a mares.
Los soldados comenzaron a reírse. Sentí la creciente tensión entre todos los que estamos aquí. Tuve pequeños flashbacks cuando se llevaron a papá. Recuerdos de los cuatro llorando mientras papá era arrastrado hacia una gran camioneta negra, con los vidrios polarizados.
Mi hermano me apretó el brazo con fuerza. Sabía lo que quería hacer, pero no era posible. Decenas de soldados contra sólo dos mocosos. Pff, no duraríamos ni cinco minutos.
-No aquí, David – le susurré. – Son demasiados.
David pareció comprenderlo, ya que dejó de apretar mi brazo. Gabriel, en cambio, estaba completamente pálido. Más blanco que una hoja de papel.
-¡Que esto sea una lección para todos! – rugió de nuevo el soldado, dirigiéndose hacia nosotros. - ¡Nadie puede vernos!
De pronto, el soldado se acercó lentamente hacia Gabriel y hacia mí.
-¿Entendieron? – me preguntó explícitamente a mí. Podía sentir su apestoso aliento a alcohol en toda la cara.
Gabriel estaba tan asustado que apenas si podía hablar. David se quedó atrás de nosotros.
-Sí – dije automáticamente. Casi ni lo pensé.
El soldado acercó su oreja hacia mi boca.
-Lamento no haberte oído bien. ¿Qué fue lo que dijiste?
Una pausa muy larga. No podía creer que me estaban haciendo esto.
-Sí... señor.
Habiendo complacido sus extraños placeres, el soldado pareció sonreír y se marchó del lugar, hacia el principio de la cola. Todos exhalaron aliviados. David, en cambio, salió corriendo a atender a la pobre mujer cuyo esposo fue noqueado. Según las personas que estaban allí, sobreviviría, pero tendría fuertes dolores de cabeza durante toda la semana.
-Te juro por mi vida que estuve a nada de darle un golpe en la cara – aseguró Gabriel mientras hacía la mueca de golpear su palma de la mano.
-Sí, claro – intenté reír. – Aunque pudo haber sido muchísimo peor.
-Y no lo dudes, Trawler.
Ambos volteamos a ver a David. Veía a un chico de apenas 13 años atender a alguien más necesitado. El pobre aún no entiende realmente lo que está en juego mientras hacemos esto.
-David merece saberlo, Sam. Creo que le hará bien el participar con nosotros.
Me quedé callado durante unos segundos. No podía pensar muy bien con todo lo que acababa de pasar. Creo que Gabriel tiene razón. Merecen saberlo.
Las raciones eran muy pesadas. Quién diría que los huevos sintéticos fuesen tan pesados. Entre David y yo nos habíamos distribuido muy bien todos los suministros.
-¡Diablos, sí que pesa! – reí mientras intentaba equilibrar las cosas.
David ni siquiera me volteaba a ver. Estaba determinado en hacer el resto de la caminata en silencio.
-Escucha, sé que no te gusta lo que acabamos de ver hace un rato – me detuve para que él me esperase. – A mí tampoco me agrada, pero es el mundo en el que vivimos.
David se detuvo y me vio a los ojos. Estaba enfurecido, podía notarlo al sólo ver sus manos.
-¿"Es el mundo en el que vivimos?" ¿Qué clase de puta respuesta es esa?
-¿Qué esperabas, hermanito? Es lo que nos toca cuando todo se intentó y no funcionó. Es lo único que podemos hacer ahora.
-¿Qué? ¿Aguantarnos? ¿Resistir cada golpe? Si papá estuviese aquí...
-¡Papá no está aquí, David! ¡Tienes que vivir con ello! – grité finalmente.
David se me quedó viendo durante unos segundos y se alejó a paso veloz. Yo suspiré lentamente y comencé a seguirlo. El camino no era tan largo, pero cargando cincuenta libras se te hace eterno.
Cuando estábamos a diez metros, noté que algo estaba extraño. Mamá aún no había salido a recibirnos y ayudarnos con las cajas. David me esperó en la puerta principal para que yo la abriera, pero al momento de girar la perilla alguien me la abrió. Y no era necesariamente mamá, o Sara. Era un sov.
-¿Q-qué pasa? ¿Mamá?
-¡Ah, ya vinieron! ¡Pasen, chicos! ¡Pasen! – nos invitó a pasar una voz masculina y ronca.
Los pelos de la espalda se me erizaron. Todos y cada uno de ellos. Mis manos me comenzaron a sudar y mi pierna me temblaba ligeramente. Cuando entré, lo primero que vi fue a dos soldados, con armas pesadas, que se nos quedaron viendo. Luego, al girar la cabeza, noté a mamá y a Sara tomando lo que parecía ser una taza de café con un tipo. Era alto, jodidamente alto. Delgado como nadie, con una calva dónde podía verme reflejado a dos metros de distancia.
-¡Bienvenidos! – se paró el sujeto. Luego, se volteó a ver a los dos soldados que lo acompañaban. - ¿No pueden ayudarlos? ¡Los chicos se están muriendo del cansancio!
Inmediatamente, los soldados recibieron las raciones y las fueron a dejar a la cocina. El tipo se acercó a nosotros.
-Tú debes ser David, ¡vaya! ¡Es todo un gusto conocerte! – reconoció el tipo. Le estrechó la mano muy efusivamente.
Luego, me volteó a ver.
-Y tú debes ser Samuel. ¿Puedo llamarte Sam? ¡Ah, qué diablos! ¡Serás el pequeño Sammy para mí! – rió el hombre. Tenía la dentadura más blanca que había visto en toda mi vida.
Sara y mamá estaban aterradas. Las manos dónde sostenían sus tazas temblaban ligeramente.
-Ah, cierto. ¿Dónde están mis modales? Soy el Jefe de Estado Spencer Smitherson. ¡Es un gusto conocerlos!
-Gra-gracias – dije aún muy desconcertado. - ¿Qué es lo que hace aquí?
-Directo al grano, eso me encanta – me señaló el JE y sonrió. – Nada de rodeos. Perfecto. Verán, como Jefe de Estado estoy intentando conseguir las mejores cosas para nuestras pequeñas zonas de gobernación. Hace poco, me confirmaron que tendríamos más tiempo para la ducha. ¿Pueden creerlo? ¡Más tiempo para bañarnos! ¡Eso es increíble!
Todos nos quedamos callados. Nadie se movió, o sonrió. Ni nada.
-Y bueno, se me ocurría que, ya que hace años que no tenemos un solo partido de fútbol, podríamos reactivar una pequeña liga. Ya saben, un pequeño torneo entre las escuelas de todo el estado.
-¿Y qué tenemos que ver en todo esto? – preguntó Sara.
-No quiero ser grosero, querida, pero no tienes absolutamente nada qué ver en esto. En cambio, tu hermano mayor, sí.
-¿Yo? – pregunté confundido. - ¿Qué puedo hacer yo?
-Siendo un equipo escolar, ¿no creen que los jugadores deberían ser estudiantes? – soltó una risita burlona.
-¿Y están solamente reclutando chicos? – preguntó mi mamá ahora.
-De hecho, cualquiera puede participar. Lo único que haremos es dar un anuncio en la asamblea y todo aquel que quiera jugar, podrá hacerlo.
-¿Qué es lo que Samuel tiene de diferente que lo vinieron personalmente a verlo? – cuestionó David.
-¡Excelente pregunta! ¡Me agradas, chico! Siendo un equipo de fútbol, está de más decir que se necesita un quarterback. Fui a la clase de tu profesor, el señor Workbert, para preguntarle directamente quién era el que más madera de líder tenía. Y ¡barabim barabam! Tu nombre apareció mágicamente.
-¿Un quarterback? ¿Es en serio?
-Resulta que has llamado la atención del profesor Workbert en estos días, luego de que te echaras la culpa en un pequeño incidente en clases.
Mamá me volteó a ver rápidamente. Seguro que me esperaba una fuerte regañada, luego de eso.
-No es nada serio, mamá. No es necesario que lo fulmines con la mirada – rió el sujeto calvo. – Pero el equipo de Dantop te necesita. ¡Los cuervos negros te necesitan!
Todos nos quedamos en silencio.
-¿No les gustó? ¡Diablos! ¡Les aseguro que algo se me ocurrirá!
No me parecía nada en lo absoluto. Para nada. Esto de hacer pequeños tratos con los sovs y sus colaboradores nunca me gustó. Era considerado jugar con fuego.
-¿Y qué tal si hace un equipo de baseball? ¡El baseball siempre me encantó! – propuse.
La sonrisa del Jefe de Estado se fue difuminando lentamente.
-No, Samuel. Tiene que ser de fútbol. ¿No lo extrañas?
-No extraño los golpes, de eso estoy seguro.
Spencer Smitherson se me quedó viendo durante unos segundos.
-No lo sé, señor. Nunca fui muy buen atleta. No soy de esos que pueden recibir un golpe tras otro.
Un silencio incómodo se produjo entre todos. Sara se me quedó viendo, atemorizada. Sus ojos la delataban.
-¡Vaya! ¡Necesito más café! – dijo Spencer Smitherson al ver la taza completamente vacía. - ¿No me acompañas a la cocina, Sammy?
El sujeto me tomó por el brazo y me guió hacia mi propia cocina. Estando allí, comenzó a servirse más del café que él mismo había traído.
-Escúchame bien, mocoso. ¿Tienes una maldita idea de lo difícil que fue convencer a los Altos Mandos Soviéticos de una pequeña liga de fútbol? ¡Algo hecho por nosotros y para nosotros!
Inmediatamente, recordé que Juliana decía eso en cada transmisión que hacíamos.
-No lo hagas por ti, no lo hagas por tu patética y destrozada familia. Hazlo por todo el maldito pueblo de mierda de Dantop. Dales algo para que puedan distraerse.
Yo seguía distante, no lograba verlo a la cara.
-Bueno, sino aceptas tal vez pueda hacer una pequeña visita a una linda chica. Tal vez la conozcas. ¿Cuál era su apellido? ¿Maibers? ¿Malyers?
-Le juro por mi vida que si toca a Juliana...
-¡No, tú escúchame! – gritó mientras me tomó por la camisa. - ¡Sino obedeces lo que te ordene, toda tu familia y tu amiguita lo pagarán caro! ¡¿Lo entiendes?!
No podía hacer nada. Absolutamente nada. Asentí ligeramente, lo que provocó que el sujeto me bajase y me diese un golpe amistoso en la espalda.
-¿Por qué hace esto? ¿Qué lograrán unos putos juegos de fútbol en esta ciudad? – le pregunté.
-Esperaba más del hijo del famoso capitán Trawler – sonrió el hombre. Colocó su mano en mi hombro. – Piensa en tu familia, Sammy. ¿No quisieras darles una alegría? ¿Algo para que se distraigan?
No de esa forma. Lo único que verán en esa cancha es cómo mi culo es pateado. Varias veces. En distintas formas y maneras. Qué asco.
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