Capítulo #10
Fue extraño que Sam no llegase a la escuela hoy. Fue aún más extraño no ver ni a Sara o a David en la escuela, ni siquiera en todo el día. Gabriel me dijo que lo más seguro era que estaban enfermos, luego de lo que pasó el otro día en el parque. Thomas lo respaldó diciendo que fue un momento muy estresante, y que el cuerpo a veces reaccionaba de esa forma. Sin embargo, no me convenció del todo. Siento que algo no está bien, siento que Sam me necesita. No sé cómo describirlo.
-¡Juliana, hora de apagar las luces! – gritó papá desde su cuarto.
Revisé inmediatamente la hora. Eran las 21:28; dos minutos antes del arreglo, pero estaba bien. Tenía razón, no está de más ser precavidos. Apagué la lamparita que iluminaba mi cuarto desde la mesita de noche y me tapé bien. Era una noche particularmente fría, pero estaba casi segura que no dormiría nada hoy. Estaba preocupada por Sam. No era de aquellos que no van a la escuela y no avisan. Y creo que es mucha coincidencia el que tampoco hayan ido sus hermanos hoy. ¿Estarán bien? ¡Mierda! ¡La maldita ansiedad me estaba comiendo viva!
Daba vueltas en la cama cada cinco minutos. Realmente no podía dormir. Y es en noches como esta en la que mis inseguridades hacia Sam aumentan considerablemente. Digo, estoy hablando de Samuel Trawler, codiciado por chicas de diferentes edades en todo el pueblo. Hijo del capitán Trawler, ahora quarterback del único equipo del pueblo y estamos hablando que es posiblemente un héroe patrio por hacer lo que hizo unas noches atrás. Él mismo vio cómo su familia se desmoronaba en frente de él cuando se llevaron a su padre, desde entonces ha cambiado considerablemente. Es un tipo sereno, tranquilo, un buen hombro dónde llorar. ¡Mierda! ¿Qué es lo que ve en mí? ¡Soy un completo desastre! ¡No entiendo cómo es que una celebridad de Dantop estaría enamorado de mí!
Volteé para ver a la ventana. Seguía recordando todas las veces en que Sam ha estado cuando más he necesitado de alguien. Cuando se llevaron a mamá... fue algo difícil, tanto para papá como para mí. Recuerdo que él estuvo toda la noche conmigo, intentando consolarme. Le importó una mierda los sovs, le importó una mierda el maldito toque de queda. Le importó una mierda todo, sólo quería saber si yo estaba bien. Digo, después de eso ¿cómo no iba a terminar enamorándome del tipo alto, guapo, valiente y que pone a todos antes que a sí mismo? Después de todo, él me hace sentir especial, como si fuese la única chica que queda en este mundo tan loco.
Escuché cómo un mosquito se atravesaba la ventana. Logró sacarme esos pensamientos de la cabeza. Y como si nada, ya eran las doce de la noche. Otra noche sin poder dormir como se debe. Ya estaba escuchando a Gabriel burlándose de mis ojeras de mapache. A veces me sorprenda que sigamos siendo sus amigos, después de todo, llega un momento dónde quisiera decirle a Gabriel "¡¿Podrías hacer silencio por una maldita vez en la vida?!", pero estoy segura que lo haría pedazos. Supongo que todos manejamos el estrés de diferente manera, él por ejemplo, se dedica a hacer bromas e intentarnos hacer reír.
De nuevo el mismo sonido contra la ventana, pero esta vez estaba segura que no se trataba de un insecto. Me levanté para ver si había alguien allí, intentando acosarme o algo así. Mi corazón latía a mil por hora cuando abrí la ventana.
-¿Quién es el que molesta a estas horas de la madrugada? – pregunté, intentando parecer ruda. Los soldados lo hacían ver tan fácil.
Fue cuando vi a Sam saliendo de los arbustos. Fue un gran alivio ver que estaba bien.
-¡Samuel! ¡Estás bien! ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo estás? – mi corazón podía palpitar de nuevo tranquilo.
De pronto, David y Sara salieron también de los arbustos. Se veían mal, bastante mal. No sabía lo que había pasado.
-¡David, Sara! ¿Qué fue lo que pasó? – me sorprendí cada vez más.
-Juliana, te necesitamos. Necesitamos ayuda – dijo Sam.
Algo no estaba bien, definitivamente. Tenía que saber qué había pasado, pero principalmente tenía que saber si estaban bien.
-¡Papá! – grité a todo pulmón. - ¡Papá!
Sara estaba en mi habitación, intentando dormir un poco. David había ido a tomarse un baño caliente. Papá les había entregado unas cuantas toallas para que se pudiesen bañar.
-Lamento mucho molestarlo a esta hora, señor Meyers – Sam se disculpó. – Pero no sabía dónde ir, no sabía qué hacer.
-Cálmate, hijo – dijo mi papá mientras le daba un vaso con agua. – Ahora cuéntame, qué fue lo que pasó.
Sam estaba temblando. Vi cómo su vaso temblaba ligeramente. Me acerqué y lo tomé por el brazo para intentar calmarlo.
-Era de madrugada cuando vi cómo unas luces llegaron a mi casa. Supuse que era una patrulla de soldados normales, pero me di cuenta que estos llevaban unos grandes carros polarizados y blindados.
Se me erizó la piel completamente. Eran los mismos tipos que se habían llevado a mamá.
-Desperté a mamá para decirle, y ella nos dijo que tomásemos las raciones que pudiéramos y que nos fuésemos a esconder al bosque. Cuando salimos de la casa con David y Sara noté que la habían esposado y le apuntaban a la cabeza.
No. No lo hicieron. No habrán hecho esos infelices lo que pienso que habrán hecho.
-Decían que era nuestra última oportunidad para salvar a mamá, pero ella negó con la cabeza a la distancia. Justo después le dispararon en la frente.
-¡Oh, Sam! – me arrojé en sus brazos llorando. - ¡Cómo lo siento!
-¿Y dónde han estado todo este tiempo? – preguntó papá.
-Nos escondimos en una pequeña casa que papá hizo bajo tierra. Le decimos la Ratonera. Pensé que venir inmediatamente aquí sería una pésima idea, así que decidí esperar a que se tranquilizase un poco, pero no pude.
Sam bajó la cabeza. Estaba muy alterado. Nunca lo había visto desmoronarse como un niño pequeño.
-Tranquilo, hijo – sonrió papá mientras le colocaba la mano en el hombro. – Hiciste lo correcto, Sam. Protegiste a tus hermanos como debías, y es por eso que siguen con vida.
Esto no podía estar pasando. ¡Deseaba con todas mis fuerzas que fuese solo un mal sueño!
-Lamento mucho lo que le pasó a tu madre, Sam. En serio lo lamento, pero no están a salvo aquí. No en Dantop. Tengo unos amigos en la Resistencia que con gusto te ayudarán a ti y a tus hermanos.
Sam levantó la vista y sonrió ligeramente.
-Muchas gracias, señor Meyers.
-Oh, por favor. Dime Brad. El señor Meyers era mi padre. ¿Cuándo me convertí en mi padre? – rió papá. – Mañana veremos qué hacer, y no creo que la gente de aquí esté tan feliz luego de saber lo que le pasó a tu madre y a su pequeña casa.
-David y Sara pueden dormir en mi cuarto. Yo dormiré contigo y Sam puede quedarse aquí en la sala – le dije a papá, buscando su aprobación.
-Suena bien para mí. Entrégale unas mantas y sube a dormir cuando termines – me dijo papá. Luego le extendió la mano a Sam. – Intenta dormir un poco, hijo. Descansa, mañana será un mejor día.
Sam se levantó y le estrechó la mano.
-Muchas gracias por todo, seño... Brad – sonrió levemente, yo más que nadie disfruté tanto esa escena. – No sé cómo pagarle todo esto.
-Ni siquiera lo menciones – papá le guiñó el ojo. – Feliz noche, hijo.
Inmediatamente, papá subió las gradas. Las mantas para los invitados y huéspedes estaban en mi habitación, por lo que subí rápidamente. Cuando entré noté que Sara dormía tan tranquila en mi cama. Ni siquiera se había tapado con mis sábanas. Me acerqué para taparla y seguir sacando las mantas de mi armario.
-Muchas gracias por todo esto, Juliana – dijo David quien entraba a la habitación recién bañado. – No sé cómo agradecértelo.
-Para eso son los amigos, no tienes nada qué agradecerme – sonreí mientras le entregaba una manta. – Tendrás que dormir a la par de tu hermana, lo siento, no tengo otra cama.
-Descuida, es mucho mejor que tener que compartir el sofá de la Ratonera – sonrió David levemente. - ¿Juliana?
-¿Sí?
-Sam no te merece, y quiero que lo sepas. ¿Qué diablos le viste? – David terminó riendo.
Con una sonrisa en mi rostro salí de la habitación. Tenía varias mantas para que Sam se pudiese tapar, ya que era una noche fría. Cuando bajé se me rompió el corazón verlo: estaba viendo la nada, con sus dos brazos apoyados sobre el sillón donde dormiría. Parecía perdido, con la mente en las nubes.
-¿Sam? – intenté despertarlo de su embrujo colocando las mantas a la par de él. - ¿Sam?
Movió ligeramente sus ojos hasta toparse con los míos. El almendrado de sus ojos comenzaba a llenarse de lágrimas a medida que los segundos pasaban. Samuel Trawler se estaba quebrando frente a mí, y no sabía qué decir o hacer.
-Juliana... - dijo mientras me abrazó lo más fuerte que podía. – Esos idiotas mataron a mi mamá.
Yo lloraba con él mientras le acariciaba el cabello, intentando consolarlo. Sentía un dolor tan profundo en el pecho por el simple hecho de no saber qué hacer o decirle; ¿cómo se puede estar preparado para estas situaciones? ¡No se puede! ¡Simplemente no!
Sam seguía llorando a moco tendido sobre mi pecho. Una parte de mí me decía "te necesita, Juliana. Sé fuerte por él, no puedes demostrar debilidad". Estaba haciendo todo lo que podía, pero sentía que era inútil.
-Lamento haber venido aquí y ponerte a ti y a tu papá en riesgo – Sam dejó de llorar y ahora me abrazaba con más fuerza que nunca. – Es sólo que necesitaba esto. Necesitaba que alguien me abrazara solamente.
-No te preocupes por nosotros, papá sabe cuidarse y bueno... yo también – le levanté la cabeza para que me viese a los ojos. - ¿Entiendes eso? No nos pasará nada, Sam.
-No sé qué sería sin ti.
Ese pensamiento también pasó por mi mente más de alguna vez.
-No sé qué sería sin ti tampoco, Sam.
Samuel logró descargarse bastante. Ya ahora solo suspiraba nada más. Nunca lo había visto quebrarse como un niño pequeño, y ahora que lo hizo debo admitir que me pareció tierno. Sam no es de los que muestran señales de llorar todos los días, al contrario. Era un tipo duro, o esa es la impresión que le daba a la gente cuando lo veía pasar.
-¡Mierda! ¡Ni siquiera la he podido enterrar! – dijo Sam mientras se llevaba las manos a la cara. - ¡Ni siquiera sé si su cuerpo está aún tirado en la calle, como un perro callejero!
Y nuevamente volvió a echarse a llorar.
-N-no te preocupes por eso. Mañana iré con Gabriel y Thomas a enterrarla.
Sam dejó de llorar y me vio a los ojos.
-¿Harías eso por mí?
-Es lo menos que la madre de mi novio merece, no dejaré que su último lugar de descanso sea la calle cualquiera de un lugar podrido.
Sam sonrió levemente.
-Gracias, Juliana – me dio un beso en la frente. Me dejó lleno de babas y mocos por llorar, pero ni siquiera me los limpié. Ese beso, por muy insignificante que sonaba, valía más que el oro y el diamante. - ¿Te molesta si me puedo recostar en tus piernas hasta quedarme dormido?
-Claro que no, Sammy. Duerme un poco – hice que agachara su cabeza y lentamente lo empecé a peinar con mis manos. En menos de cinco minutos, ya estaba dormido.
Vi que Gabriel y Thomas me esperaban pacientemente en la entrada de la escuela. Cuando me vieron, levantaron la mano y me saludaron desde lejos.
-¿Sin noticias de los Trawler? – me preguntó Thomas.
Me llevé la mano a los labios para indicarles que se callaran durante unos segundos. Luego me les acerqué.
-Sam y sus hermanos están bien. Llegaron hoy en la madrugada buscando ayuda.
-¿Ayuda? ¿Qué pasó? ¿Están bien? – se preocupó Gabriel.
-Unos soldados llegaron a su casa y mataron a su madre. Apenas si lograron salir de allí con vida.
Gabriel y Thomas me vieron incrédulos. Sorprendentemente, Gabriel no dijo ningún comentario o alguna broma. Esto era serio.
-¿Y están en tu casa? – preguntó Thomas.
-Sí. Los tres están bien, pero papá no quiere que se queden por mucho tiempo. El hecho que los hayan buscado los sovs es porque significa que son útiles para ellos.
-No se necesita ser un genio matemático para notar eso – dijo Thomas.
-¿Podemos hacer algo? No sé, tal vez que David venga unos días a mi casa, Sara a la de Thomas y así – dijo Gabriel.
-De hecho, hay algo que sí pueden hacer. Sam me dijo que el cuerpo de su mamá podría estar en lo que fue su casa.
-¿"Fue su casa"? ¿Qué fue lo que esos malditos hijos de puta hicieron con su casa? – preguntó Gabriel.
-La quemaron con un lanzallamas.
Los dos se llevaron las manos a la cabeza. Sabían que esto iba empeorando cada vez más y más.
-Me preguntaba si me podrían ayudar con enterrar a su madre. Es lo menos que merece.
-¡Claro! ¡Claro! ¡Iremos inmediatamente! – me sorprendió Thomas.
-Sí, a la mierda la escuela y a la mierda esos hijos de puta – confirmó Gabriel.
Los tres íbamos con palas hacia la casa de Sam, o bueno, lo que fue la casa de Sam. Podíamos ver desde lejos cómo una multitud comenzaba a reunirse en los restos quemados de la residencia Trawler.
-Recuerden, sólo vinimos a enterrar el cadáver – les dije a los dos. – Si preguntan, ¿qué les diremos?
-No hemos visto a los Trawler desde aquel día en el parque – repitieron los dos al unísono, como si se tratasen de dos hermanos regañados.
-Excelente.
Ni siquiera sabía lo que hacía tanta gente allí afuera. Lo único que queríamos era enterrar a la señora Trawler y regresarnos a nuestras casas. Era un día oscuro para los tres, más cuando se trataba de Sam. Él siempre ha estado con nosotros en los momentos más difíciles, era hora de estar para él cuando más nos necesitaba.
La gente se nos quedaba viendo a medida que avanzábamos sin hacerle caso a nadie. Sin embargo, cuando vieron las palas comenzaron a aplaudirnos.
-¿Por qué nos aplauden? – le pregunté a Thomas.
-Conocen a la señora Trawler, saben que ella nunca haría absolutamente nada malo.
-Eso quiere decir que su cadáver sigue allí afuera.
Cuando llegamos al patio, noté que varios vecinos, a quienes yo conocía en su mayoría, se habían reunido. Habían envuelto al cuerpo de la mamá de Sam en una especie de sábana, como si se tratase de un sudario. Sin embargo, aún no la habían enterrado.
-Gracias por venir, chicos – dijo el señor Martínez, el vecino más cercano de los Trawler. – Quisimos enterrarla, pero los soviéticos nos quitaron todas las palas cuando vieron lo que estábamos haciendo.
-Descuiden, haremos esto lo más rápido que podamos sin que esos idiotas se den cuenta – dije.
Recuerdo que la mamá de Sam siempre estaba en su jardín. Adoraba la jardinería, y el jardín de la casa fue lo único que había sobrevivido el gran incendio. Le habíamos hecho una pequeña tumba junto a su jardín, para que pudiera descansar junto a una de las cosas que más amaba, además de su familia.
-¿Deberíamos decir algo? – preguntó Thomas.
Todos los que estaban presentes se quitaron sus gorras, sombreros o cualquier cosa que tenían en la cabeza y se pusieron en una actitud muy respetuosa. Sin embargo, nadie sabía qué decir.
-Gracias, señora Trawler por demostrarnos lo que es la verdadera fuerza en el ser humano – dijo Gabriel, sorprendiéndonos aún más a todos.
-Gracias por ser una madre para todos nosotros – dije, limpiando las lágrimas. – Prometo cuidar de sus hijos, en especial de Samuel.
-Le prometemos que será la última vez que esos idiotas soviéticos harán lo que quieran en nuestro pueblo – dijo el señor Martínez. - ¡Ya no más muerte!
Dicho eso, levantó el puño. Todos los presentes, incluyendo Thomas y Gabriel, le siguieron el acto y levantaron el puño. Esto se estaba saliendo de control cada vez más.
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