1.
Argumento 1
Defensa del acusado, primera parte.
Responde a la demanda de la señora Lee Jiah.
Caso 290315.
El acusado, nombre completo Kim Seokjin, se hace presente en este tribunal superior de Gwacheon a veintinueve días del mes de marzo del corriente año para presentar su argumento de defensa ante el juez a cargo, órgano importante en el sistema judicial, señor Park Jimin. El caso se enumera 290315 bajo el título de "divorcio con causal" y las pruebas presentadas están a disposición bajo el código 292013; abriendo sesión se procederá a llamar al estrado de declaraciones a los implicados en el juicio...
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Kim Seokjin pensó que su tranquilidad no era adecuada. No para alguien que ocupa un incómodo banco de madera mientras sostiene una mano en alto y con la otra toca la biblia. Tampoco debería mostrarse imperturbable luego de oír a quien consideró su compañera para toda la vida deshacerse en agravios contra él. No era justo, lo cual, dado el contexto, era apenas una ironía. La justicia brillaba con las luces del tribunal, pero estaba petrificada, con sus ojos vendados y una balanza que no evitaba moverse ante la oleada de corrupción de estos tiempos. Además, no era justo que lo llamen culpable cuando en este dilema no hay ninguno. No al menos con el carácter grave con que lo sellaron en la citación, con que lo miran con desdén desde el jurado.
No fue ni será el único en estar en esta situación, por favor.
Por lo que, más allá de lo que pudiera alegar a su favor, no tiene en su defensa más que la honestidad del sentimiento. Cometió tantos errores en su vida que este caso, al que ni siquiera encuentra fallas, solo tiene que desnudar su corazón. Y con el pecho abierto, expuesto a los ojos juiciosos de todos los presentes, hablar de amor. Ni villanos, ni héroes, ni nadie que se le parezca. Por eso, sonrió cuando lo nombraron, cuando trajeron aquel nombre que celoso guarda junto a sus latidos y que no quiere que nadie ensucie, pero que no ha podido cuidar como lo merece. Sonrió, escondiendo la incipiente dicha de recordar el rostro del amado que le miraba con ilusión antes de que todo se echara a perder. Porque el juicio era la instancia efectiva de la ruina de este amor que lleva Seokjin bajo la piel. Donde la confianza se hizo trizas y aunque él intentó sujetarla, aun a costa de herirse en el auxilio, no creyó salvar lo que fue. Pero no corresponde precipitarse a la sentencia ni al final; así que se recompone mientras parpadea para ahuyentar las lágrimas. Pese al veredicto, sabe que no hay arrepentimiento alguno en amar.
Entonces, oyó la pregunta:
–¿Tiene usted un amante?
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(7 meses antes)
Kim Seokjin fue derivado a una internación domiciliaria luego de ser disparado en el abdomen mientras salía de la empresa. Por fortuna, el impacto del proyectil no comprometió demasiado su diagnóstico, pero de todos modos sí que lo hizo creer que iba a morir. Y para él la muerte, en esa instancia de su vida, no era siquiera una posibilidad. Como joven promesa de la empresa telefónica Kim&S.A disfrutaba de pensar en la cima del éxito como su lugar de residencia. Llámese engreído, pero heredar el título de CEO a sus veintiocho años lo traía en las nubes. Había sido capacitado para obtener importantes puestos, ser un as de las finanzas y un encanto en las negociaciones. Por eso, no veía mal en los frutos recogidos tras su labor en la empresa ni de disfrutar de lujo y riquezas. Todo cuando tenía fue producto de su esfuerzo y estrategia.
De hecho, su trayectoria empresarial era mencionada en revistas, en artículos periodísticos. Aunque también era material de cotilleo, porque habiendo sido elegido por sobre su hermano mayor para comandar el legado principal de su padre, le conseguía algún que otro rumor de discordia familiar. Y que nunca se pronuncie al respecto, peor aun. Él no estaba a la labor de compadecerse por quienes dejó atrás, por quienes aplastó con su accionar en los negocios de telecomunicación y tecnología móvil. No había disculpa en su vocabulario, pero tampoco se esperó que estando en el suelo, con un balazo perforando su piel, arruinando su costosa camisa con sangre, nadie alrededor pareciera capaz de socorrerlo. De intentarlo siquiera. Las exclamaciones fueron altas, palabras que se escurrieron de su entendimiento cuando el dolor bulló en su pecho, subió a su cabeza y repercutió en cada parte de su cuerpo.
Creyó que moría
Y la idea de morir en esa escena tan burda le hizo miserable por segundos antes de perder la consciencia. Para cuando despertó, estaba en la clínica. Su esposa Lee Jiah, una joven de buena familia y con la que previo al matrimonio los Kim tenían asociaciones, ni siquiera había llegado. Habían pasado dos días.
–Tiene suerte, señor Kim –le había comunicado una enfermera que le recordó tanto a su madre que Seokjin gruñó con asco ante su tono apacible–. Su esposa ha llamado, nos informa que lo esperan en casa con todas las instalaciones al punto para que su recuperación sea agradable y pronta.
A Seokjin le agradó oír que al menos Jiah estaba pendiente de sus cuidados, por mucho que hubiera preferido continuar con sus propios negocios. Cuando se vieron, ella apenas comentó que se alegraba de no ser viuda a tan corta edad y que, en cuanto esté de alta, debían firmar los acuerdos por los bienes mancomunados. Hasta entonces, ni él ni ella vieron cuán descuidados fueron respecto a sus patrimonios de solteros, pero debían cuanto antes velar por los que prontamente acrecentaron como matrimonio. No obstante, Seokjin sabía que era amado, y que la amaba en respuesta. Tan solo que sus intereses eran tan similares que podían posponer cualquier reacción romántica por atender sus aspiraciones profesionales. Había pasión, por supuesto, una química que los convenció de dar el paso a una unión civil y religiosa tan significativa como lo era el matrimonio.
Solo que sus maneras de querer podían distanciarse de la convención social.
El doctor, Min Yoongi, lo acompañó en su traslado a casa. Y no dejó de preocuparse por él hasta que Seokjin comenzó a dudar de las intenciones detrás de tanto cuidado. Sí, podía realmente deberse a una resiliencia de la antigua amistad que compartieron o tan solo la promesa de una compensación extra. Para el caso, solo tenía que agradecer que este fuera una figura de respeto en la comunidad médica y que hacía espacio en su congestionada agenda –repleta de celebridades, empresarios, políticos, entre otros ciudadanos de renombre– para acudir a su llamado. Entonces, solo quedó ambientarse a su propio hogar. Tan ocioso espacio que por poco no reconoce cuando encontró que su esposa ya había mudado el estilo del mes anterior para recubrir el lugar de una onda completamente futurista. Le permitió tal despilfarro, confiaba en Jiah y su innato talento para las remodelaciones y las decoraciones de interior y exterior.
En lo que no confiaba era en su capacidad de quedarse quieto. ¿Cómo podía pasar estos dos meses sin hacer nada? Sí, creía a bien que su colega Ahn Hyejin supliera su sitio. Con los ojos cerrados podría extenderle el comando. Pero de todos modos, él era muy aficionado a su trabajo que, encerrado y sin hacer nada, moriría de todas formas, pero esta vez de aburrimiento. Sus empleados estaban respetando su privacidad, sus horarios y su no dicha regla de no interrumpirlo ni entablar conversaciones superfluas hipócritas. Pero esto lo recluía aun más. Así que no desoyó el consejo de su hermano de intentar distraerse con juegos online y para cuando Jiah regresó de su último viaje, lo encontró con una rutina cómoda y en nada similar a la de sus días previos al disparo: comida chatarra, amanecer jugando e insultando una pantalla mientras mata píxiles y completa misiones.
–Esto no puede continuar así, Seokjin –la hermosa mujer con la que se casó se interpuso entre él y la pantalla donde se proyectaba una historia de guerreros y hechicheros–. Tienes que hacer caso a las recomendaciones del doctor Min, nada de comida grasosa ni de gaseosas o alcohol. Además, me reportó tu entrenador que has cancelado todas sus citas.
–Si no te acuerdas, recibí un disparo, ¿no puedo solo quedarme en cama o en el sofá hasta recuperarme?
–Puedes permitirte un poco de ejercicio, no querrás interrumpir tu vida apenas por una herida –pero en cuanto lo dijo, Seokjin supo que esto era más bien la manera de Jiah de no dejar traslucir cuan angustiada estaba. Por eso tampoco reprochó que no esté en casa con él.
–Lo siento –estiró la mano, al fin soltando el mando de la playstation–. Lo haré mejor pronto, por ahora solo quiero descansar y divertirme, ¿sí?
Jiah lo tomó de la mano, pero completó el camino hasta quedar en el regazo de este. Seokjin la abrazó y fue cuando ella vio las oscuras marcas bajo los ojos de su esposo. Le barrió con el pulgar un par de migas de los labios y lo besó. Fue escueto, algo frío si se tenía en cuenta que llevaban semanas sin verse y que uno de ellos estaba herido. Pero a Seokjin le agradó el contacto y lo extendió hasta que olvidó cualquier juego y se concentró en copar de placer tanto su cuerpo como el de su esposa. Al despertar, ella ya no estaba, pero una nota le advirtió que se vistiera porque tendría compañía pronto.
Fue entonces que Seokjin lo conoció.
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Le resultó vagamente familiar. De cabellera negra, con rizos rodeando su rostro dado el largo del cabello, Jeon Jungkook parecía un niño. Aunque su infantil rostro perdía potestad ante el cuerpo que se cargaba y que dejó a Seokjin mudo unos instantes. Tal vez ese fue el primer aviso, pero lo ignoró.
Jeon Jungkook tenía apenas veintidós años cuando llegó a la casona Kim y se topó con un jefe malhumorado y quejumbroso. Ni una sola vez le devolvía las sonrisas o los buenos días. Aun así, Jungkook no se desanimó. Preparó cada platillo favorito del jefe con esmero y con agradecimiento –aunque esto no lo manifestara en voz alta. Y es que Jungkook no quería revelarle a Seokjin que lo conocía de mucho antes de pisar su elegante y pretensiosa casa. Así que calló y se dijo que, bajo esta fachada engreída y petulante, Kim Seokjin seguía siendo el mismo que visitaba el comedor público de su barrio y hacía tareas de voluntariado, además, por supuesto, de ser padrino de la ONG.
Había sido un crush de Jungkook desde antes de que tuviera claro que era gay. Y es que Seokjin era un hombre atractivo, elegante y divertido. Con amplia espalda y ese rostro apolíneo, resultó parte de sus fantasías. Pero con su carisma y su genuina veta solidaria, también lo volvió un modelo a seguir. Por eso es que se inscribió como ayudante de cocina y apoyo escolar. Quería acercarse a Seokjin, conocerlo y sí, también deseó ser notado. Le gustaba, pero no se atrevió a intentar siquiera hablar con él. Y para cuando pasó el tiempo, se volvió un admirador secreto. Aprovechando las visitas de Seokjin para recrearse con la vista del hombre en sus trajes, pero aun más cuando dejaba tal formalidad y se quitaba el saco, arremangándose, para jugar y colorear con los niños. Oír sus historias y contarle también las suyas sobre dragones y príncipes, princesas y brujos.
Y luego, Seokjin dejó de ir al comedor.
Comenzó a ser más y más influyente en la empresa de la familia y Jungkook no tuvo más que conformarse con verlo por televisión o por internet. Y aunque siguió haciéndose cargo de los gastos de la ONG, como también donando juguetes y útiles escolares, no volvió. Jungkook entendió que sus ocupaciones eran más importantes que hacerse una escapada a un barrio perdido en la ciudad, pero no pudo aplacar la decepción por lo mismo. Lo esperó por meses, años. Ya no meramente como su crush, sino como alguien a quien le alegra ver siendo feliz por ayudar a otros. Porque sí, Seokjin realmente brillaba cuando compartía el día con las personas del comedor, con los niños y niñas. Así que no dudó en responder el anuncio cuando se enteró que buscaban un ayudante para la casona Kim.
–¿Señor? ¿No cree que sería mejor si pasa al salón comedor?
La cara de Seokjin se arrugó en molestia cuando lo interrumpió mientras engullía sin modales una hamburguesa triple. Pero Jungkook había sorteado el carácter del jefe tan solo manteniendo su tono calmo, con un rostro sereno y no perdiendo la paciencia aunque este se negara a probar sus platillos o lo ignorara mientras le hablaba. Fue a fuerza de insistencia, sin embargo, que logró que este dejara el sofá y se acerque a la cocina. Lo malo de esto era que tenía la constante mirada de Seokjin sobre él.
—Está solitario allá—había respondido Seokjin, elevando los hombros y hablando con la boca llena—. ¿De qué te ríes, mocoso?
Ups. Jungkook temió por su futuro laboral o por su vida, pero cuando se topó con la mirada de Seokjin entendió que este no se había molestado. Y ambos, sin saberlo, compartieron un cosquilleo ligero en el estómago que creció hasta que estalló en una sonrisa.
Seokjin no podría decirlo, pero tal vez fue aquella alegría tan espontánea, de ojitos rodeados de arruguitas y dientes asomándose cual conejito, lo que determinó su futuro.
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Desde esa vez, Seokjin tuvo aun más en la mira los movimientos del chico. Y no le pasó desapercibido lo nervioso que se ponía Jungkook por su presencia. El chico no parecía capaz de soportar quedarse mucho rato en la misma habitación, excusándose con otras labores. Pero él no estaba dispuesto a dejarlo escapar y le pedía que lo acompañe a comer, de hecho, hasta le ordenaba que comieran juntos. A veces, lograba convencerlo de unirse a él en juegos, pero estaba en la naturaleza de Jungkook correr lejos y dejarlo solo con una sonrisa presumida.
Jungkook ya no consideraba buena idea haberse ofrecido para el puesto. ¿Cómo es que se le cruzó por la mente que era buena idea trabajar con el hombre por el que –por lo visto– aun tiene sentimientos y que está felizmente casado? Pues, en su mente inquieta, Jungkook no contempló los contras de la situación. Por ejemplo, no esperaba que Seokjin fuera tan apuesto en su pijama, ni que tuviera esa habilidad de contar chistes y reírse escandalosamente hasta contagiarlo, o que cuando parecía muy molesto hablara tan rápido y enredado que acababa por hacerlo reír. Estaba conociendo al hombre mucho más en pocos días que en lo que llevó observándolo durante sus visitas a la ONG.
Además, estaba el hecho de que Seokjin no era discreto cuando lo observaba, mirando su cuerpo entero como si quisiera averiguar que hay más allá del uniforme de empleado. Lo que le tornaba difícil para Jungkook matar cualquier atisbo de ilusión que naciese en su pecho. Porque, y se obligaba a recordar cada día, cuando él se marchaba a casa Seokjin quedaba en la suya con su vida perfecta, con su esposa perfecta y en un mundo en que Jungkook difícilmente encaje. Además, Seokjin era heterosexual. Estar celoso no tenía sentido.
¿Qué creía? ¿Qué Seokjin lo confundiría con una mujer y, ya con este absurdo superado, le sea infiel a su esposa con la que no parecen tener problemas?
Locura. Eso resumía su estado. Pero esta locura ensoñadora comenzaba, por fortuna o no, a volverlo más distante con Seokjin. Aun cuando su jefe se mostraba por demás feliz de tenerlo a su alrededor. Incluso estaba atento al timbre para recibirlo y antes de saludarlo ya comenzar a conversar de cualquier cosa interesante que tuviera en mente. Como música, comidas, juegos o viajes. Sobre todo viajes. Le hablaba de tomar vacaciones a un lugar tan lejos como fuera posible, de pasear por todos los parques de diversiones que existiesen aunque le aterraban las atracciones. Le compartía su pasión por el canto, la guitarra y algo de piano que aprendió hace años y que nunca más retomó.
Hasta que él llegó.
Entonces, Seokjin interpretaba a piano o guitarra alguna canción de su gran repertorio musical; Jungkook solo se perdía en la voz melodiosa de este y en cómo entonaba con emoción. Jungkook se derretía, dejándose arrastrar por el encanto de Seokjin. Y solo cuando su corazón se encaprichaba en querer salir de su pecho para caer a los pies de Seokjin, que entre verso y verso le guiñaba el ojo y le sonreía, se alejaba. Porque descubrió tempranamente que era aquella sonrisa de Seokjin, ancha y donde mostraba todos sus dientes mientras sus ojos se perdían en medialunas de pestañas, la mayor tentación. Por lo que se retiraba del cuarto, excusándose con que debía hacer algo o tenía que ir al baño. Agradecía que el jefe no lo seguía, dándole espacio para que reacomodara sus sentimientos y entendiera de nuevo el lugar que le tocaba en la vida de Kim Seokjin.
O mejor dicho: que no tenía sitio allí donde quedarse.
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Cuando Seokjin estuvo totalmente recuperado, supo que el plazo junto a Jeon Jungkook terminaba. Y fue cuando se le ocurrió contratarlo. Sabía que su esposa había acordado que Jungkook trabajara en la casona hasta que él retomara sus actividades, volviera al menos media jornada a la oficina, pero Seokjin, ante esta perspectiva, se sentía fatal. Por alguna razón, no quería estar sin el muchacho de cabellos negros y que tenía un peculiar lunar bajo su boca, detalle que últimamente llamaba mucho su atención al punto de quedarse viendo ese punto en su rostro con una mirada hambrienta. Jiah no presentó queja alguna cuando le comentó al respecto, pero ocurrió lo contrario cuando se dirigió con la misma propuesta a Jungkook.
–¿Por qué lo rechazas? –Se cruzó en el camino de Jungkook, impidiendo que este se evada de la conversación como hizo durante los últimos días.
El cocinero era escurridizo y Seokjin no sabía por qué le huía. Aunque se divertía persiguiéndolo, como un juego de caza.
–Lo siento, debo irme o perderé el autobús.
–Pero Jungkook esta es una gran oportunidad de hacer efectivo y permanente el contrato.
–Es suficiente el acuerdo actual, señor –a Seokjin le incomodaba un poco cuando Jungkook se dirigía de esta forma a él–. Y quedan un par de meses aún, suficiente para que encuentren a alguien más que ocupe mi puesto. Alguien con mayor experiencia...
–Pero yo no quiero a nadie más –insistió, sin lograr que el otro cambie de parecer.
Al contrario, Seokjin sintió que no debía continuar hablando porque captó un brillo extraño en la mirada de Jungkook que le secó la boca. El chico no parecía enojado, más bien, herido. Se movió a un lado, sintiendo un escalofrío cuando perdió el calor de la cercanía de Jungkook. Pero fue este frío que le despejó la mente y le hizo ver que este comportamiento extraño no era nuevo. Hacía semanas que se percató, aunque prefirió no hacer caso, de que Jungkook no se unía a sus planes como al principio. Ni siquiera le seguía las bromas y lo apartaba cuando le ponía el brazo sobre los hombros o se soltaba de su agarre de manos. Pasaba la mayor parte del tiempo en la cocina, donde sí, claro, era su lugar de trabajo, pero no tenía por qué quedarse allí. Podía permitirse descansos. ¿Acaso no eran amigos? Y se detuvo, ¿qué estaba pensando? ¿Y por qué siquiera le importaba la actitud de Jungkook?
Aun así, no pudo continuar negado. Peor cuando Jungkook no volvió el lunes a trabajar y, en reemplazo, envió a su amigo de confianza. Kim Taehyung era eficiente, diligente y con buena disposición para trabajar y se quedaría el resto del mes completando el contrato temporal de Jungkook. Pero Seokjin lo soportó apenas una hora antes de encarar al muchacho y preguntar por qué Jungkook no vino al trabajo.
–Él no está... digo, está enfermo, señor –Taehyung se mordió los labios y la ligera vacilación en su tono delató que mentía.
–Puedes retirarte, no se requerirá pero a partir de mañana prescindiremos de tu aporte –Sin embargo, antes de irse, le preguntó la dirección de Jungkook. Costó que Taehyung soltara la información, y tal vez el chicho debió ver algo en su rostro o en su preocupación que finalmente lo convenció a decirle dónde vivía.
Tomó su auto, después de tanto y recuperado ya, se encaminó a la dirección que le indicó el amigo de Jungkook. Aunque se detuvo para no llegar con las manos vacías. No iba a mentir con que no estaba enfadado, porque sí se sentía molesto. Era el último mes juntos y Jungkook no se aparecía por casa, ¿eso era todo? No, era inadmisible. Y todo empeoró cuando sus llamados fueron enviados al buzón de voz y sus mensajes ignorados. Fue esto, se dijo, lo que lo impulsó a llegar a casa de Jungkook. No iba a tolerar la insolencia del joven.
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Solo cuando llegó cayó en cuenta de que conocía el barrio. Sonrió por la oleada de recuerdos que lo golpearon de las tantas visitas que hizo al comedor comunitario de la zona. No que haya quitado el ayuda a la ONG, mantenía su compromiso. Tan solo no acudía los fines de semana como antes lo hacía por recomendación de su publicista. Sabía que la prensa no dudaría en usar la información en su contra, ensuciando una causa solidaria como era esta. Y lo que menos quería era que los medios llegaran a importunar a los vecinos del barrio por su culpa. Por lo tanto, para protegerlos, no mantuvo su participación presencial y se resguardó en el anonimato para seguir contribuyendo. Abrió más comedores, movido por la culpa de desaparecer tan de repente, pero conservó siempre en su corazón este espacio que lo hacía sentir tan cálido y le recordaba lo que importaba en la vida: ayudar al otro.
Fue consciente de su nerviosismo cuando, frente a la puerta, no se atrevió a golpear. Respiró hondo y por fin golpeó. Y volvió a llamar. Y de nuevo. Y fue cuando creía que no había nadie en casa que abrieron la puerta. Un despeinado y apenas vestido Jungkook asomó su rostro somnoliento y con las cejas arrugadas. Seokjin no tuvo que ver más que por la leve brecha de la puerta para saber que estaba en ropa interior y saber esto le hizo agua la boca. Tuvo que apretar los puños, volviéndose rojo por fugaces pensamientos que lo atacaron y nada pudo prepararlo para el sonrojo propio de Jungkook, que se mordió los labios avergonzado. Una visión tan sensual que lo derribó. Le confirmó ahí mismo, a Seokjin y Jungkook, que era tiempo de reconocer que lo existente entre los dos había dejado ya hace rato de ser profesional. Incluso, abandonó el territorio de la amistad. Sin embargo, se volvieron reacios a reconocerlo. Uno por temor a salir herido y otro porque hasta ese instante no se le pasó por la cabeza la posibilidad.
Aun así, los dos tuvieron la misma reacción: empujar la puerta. Solo que, obviamente, esto ocasionó que midieran fuerzas. Y Seokjin, por segundos, tuvo la ventaja.
—¿Qué...? Señor, ¿qué hace aquí?—tartamudeó Jungkook y su sonrojo corrió por su piel hasta cubrir sus orejas, derramándose por su cuello.
A Seokjin se le antojó irresistible. Pero volviendo a concentrarse en los ojitos brillantes, algo enrojecidos de Jungkook, para percibir que se veía asustado y ¿emocionado? Sí, lo estaba, porque un ligero tirón de su boca advirtió que contenía una sonrisa. Aunque era discreta y se borró cuando las palabras que exigían una explicación se tropezaron en su lengua. Por desgracia, Seokjin no estaba en ánimo de ofrecer explicación y el silencio apenas se rompió con un suspiro áspero de Jungkook cuando intentó empujarlo. Seokjin no lo permitió, tomándolo de las muñecas y elevándolas para recostarlo sobre la pared y acorralarlo.
Acercó su rostro al de Jungkook, respirando el perfume de este, una fragancia sutil a frutas, pero más que eso, el aroma de su piel:
—Dijiste que estás enfermo —bajó la voz, casi para susurrar en su oído—. Vine a cuidar de ti como antes has hecho conmigo, Jungkookie, ¿no crees que es lo justo?
El chico abrió la boca para decir algo, pero nada salió que fuera capaz de poner en orden su cabeza. El mundo seguramente había empezado a rotar en dirección contraria y Jungkook no estaba enterado porque había pasado toda la noche llorando y lamentándose haberse enamorado sin remedio de su jefe, pese a que se prohibió hacerlo. Por eso es que había enviado a su amigo Taehyung en su reemplazo. Él se creía incapaz de ver a Seokjin a la cara y no soltarle todo lo que sentía. Aunque ahora que este lo repasaba entero, como si quisiera probarlo, notaba que era un tanto exagerado su pensamiento anterior de confesión. No tenía el valor de hablar, porque el miedo a que juegue con sus sentimientos era arrollador.
—¿No piensas responder, Jungkookie?—volvió a hablar Seokjin, pero esta vez no deseaba una respuesta.
No quería contestación, adivinó Jungkook, porque enseguida fue por sus labios, besándolo con tanta intensidad que jadeó, acalorado de pronto. Y hubiera sido un beso perfecto, de no ser porque Jungkook no dejó de pensar en qué podría querer Seokjin, que tiene su vida resuelta y sin problemas mayores, con un ingenuo chico de Busan que trabaja esporádicamente y que sabe de finanzas lo suficiente para pagar la renta.
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Por su parte, Seokjin se aferró a Jungkook con tanta fuerza que temió dañarlo, pero fue incapaz de soltarlo. Se ocupó de devorar los labios del chico, callando las preguntas y aturdiendo sus sentidos con el sabor, el aroma y el calor de Jungkook. Cuando se separó, confió en sus instintos para rodear al chico con sus brazos y sostenerlo tan cerca como fuera posible. Casi oyó el latido ligero del corazón ajeno, igualado al trote dichoso del suyo. Le picaron las manos por recorrer la piel a su alcance, aunque se contuvo para antes ver la reacción de Jungkook. No tardó en llegar. Liberado ya , Jungkook alzó los brazos para enroscarlos al cuello de Seokjin y cerrando los ojos, encantado, buscó su boca nuevamente. Una caricia en su cabello azuzó a Seokjin a también mover sus manos, dejando un rastro erizado allí donde rozó con las yemas pícaras de sus dedos. Finalmente, aterrizó en las nalgas de Jungkook que gimoteó gustoso por el apretón y se abalanzó hacia delante, dejándole saber a Seokjin que estaba interesado.
—Mi cuarto, señor.
Seokjin obedeció sin admitir que le encantó cómo lo llamó Jungkook. Cobró otro sentido esa palabra, restando formalidad y atenuándola con un tono juguetón que lo excitó todavía más.
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En la habitación, Seokjin empujó a Jungkook a la cama casi sin cuidado, aunque este enseguida trepó hasta ubicarse sentado con su espalda en el cabezal. En comparación con la casona de Seokjin, el lugar era pequeño y tenía apenas los muebles básicos, no obstante, al mayor no le preocupaba en absoluto la decoración del cuarto cuando tenía la semi erección de Jungkook esperando por él. Desnudándose y dejando caer la ropa al suelo, Seokjin gateó hasta donde estaba el otro, ahora ya sin ropa interior, para buscar sus labios y aceptar a la par las caricias a su cuerpo enfebrecido por el contacto desnudo. Un sonido ronco se coló en el beso cuando Seokjin tomó el miembro de Jungkook y comenzó a bombear.
El tacto suave de la mano de Seokjin favoreció que Jungkook se derrame apenas para facilitar el deslizar. Seokjin lo reverenció, probando su garganta y cuando capturó entre los dientes una tetilla, Jungkook lo atrapó con las piernas. Aunque en segundos permitió que Seokjin las doble, recostándose y abriéndose más para que el otro pueda acceder a su entrada. El suspiro de los dos, absortos en que estaban allí para gozar sin interesarse en otra cosa que el placer propio y compartido. Sabían que no iban a detenerse, el sexo sería una delicia, pero también el descaro de traicionar la confianza de un tercero. Pero prefirieron no pensar en ello, y en un mudo acuerdo mutuo, asintieron y continuaron.
Si nada sería como al inicio, pues, restaba tan solo disfrutar el paseo.
La mano de Seokjin no tembló cuando untó el lubricante, siendo apenas condescendiente con la obvia sensibilidad de Jungkook. Lo torturó con lentos movimientos, que no bastaban para saciar a Jungkook, que quería otro dedo y otro. Y cuando tres lo estiraron lo suficiente para que la intrusión siguiente no quemara, se unieron al fin. El mayor se hundió en él, respirando ásperamente. Parecía que el fuego que debió doler en Jungkook, en realidad incendió la voluntad de Seokjin para someterlo. Pero como no era un juego de tira y afloje, ambos reconociendo que el uno daría lo que el otro querría, se permitieron establecer un ritmo frenético. La cama no parecía contenta con ellos dos, retozando traviesos. Las luces no parecieron avergonzadas de mostrarlos tan primitivos, tan despojados de modales cuando se mordieron, se bebieron en los labios del otro, se tocaron hasta conocer pavimentos de piel prohibida, pero que se les antojó tentación irresistible.
Un eco de culpa se filtró en el cerebro revuelto de Jungkook, pero no lo suficiente para que se aparte. Jungkook se sintió perverso. Malvado. De pronto, quiso que este encuentro fuese tan arrebatador para Seokjin que al irse, no quisiera sino regresar. ¿Y qué importa si era incorrecto? ¿Y qué si estaba atentando a sus principios, a sus enseñanzas tempranas? ¿Cómo podía combatir este placer estruendoso, que los volvió salvajes y sinceros con el otro, para recordarse que no debía?
La boca de Seokjin lo persuadió de no continuar por ahí, dejando una marca en su cuello que Jungkook no podría reconocer como otra cosa que propiedad. Se sintió usado, y un bofetón de realidad lo sumió en la desesperación de no desmoronarse por perder el calor de Seokjin cuando aún lo tiene. Pero Seokjin se salió tan solo para voltearlo y que, en sus manos y rodillas, Jungkook reciba escarmiento por mezquinarle besos y caricias. Dejó que Seokjin taladre su culo, yendo él mismo por la zurra.
–Señor, por favor...
Un mal momento para la formalidad, pensó Seokjin cuando debió bajar la marcha para no acabar. Le resultó tan ofensivo que lo ataque así, que obligó a Jungkook a hundir la cara en las almohadas. Lo asfixió ahí, presionando su mano en la cabeza de este y moviendo las caderas con más fuerza que antes. Jungkook no podía ni maniobrar para colar una mano debajo de su cuerpo y tocarse. Y a Seokjin le pareció lo más adecuado. Si se corría, que fuese por la brutal acometida con que lo dominó.
–Dilo otra vez –lo alzó de los cabellos, viendo el enrojecido rostro del muchacho y sonriendo–. Vamos, bonito, dilo.
–Señor –susurró Jungkook graciosamente, parecía hasta con miedo.
Y fue todo. Seokjin volvió a hundir su cara en la cama, dejandolo allí mientras se alineaba otra vez y volvía a la carga. Jungkook manoteó el cabezal hasta que encontró de dónde sostenerse, en ningún momento buscó levantar la cabeza para tomar aire. No que Seokjin le concediese tal cortesía, menos cuando en un par de embestidas por fin liberó su semen en el estrecho canal de Jungkook. Fueron instantes en que no oyó ni vio nada, perdido en el mundo brillante tras sus párpados apretados. Cuando acabó de derramarse, salió y se tumbó a un lado.
Jungkook se volvió de lado con el rostro lloroso y, para fanfarroneo de Seokjin, dejó a la vista la evidencia de su orgasmo en las sábanas.
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No conversaron sino hasta que el entorno en que estaban recobró sentido más allá de la cama.
—Sé que estás mintiendo—dijo Seokjin, cepillando el cabello de Jungkook, que lo miró sin comprender a qué se refería—. No estás enfermo, estás huyendo de mí.
Aunque Seokjin rio, no había verdadera alegría en sus ojos. A Jungkook le apenó entender que él tampoco tenía fuerzas para hacer de cuenta de que sí, que podían bromear sobre esto tras lo que hicieron. Sin embargo, no pudo callar el tono esperanzador.
—¿Y viniste hasta aquí para atraparme?—cuando Seokjin no respondió, se movió dándole la espalda y sintiendo lo pegajoso de todo el contexto como una burla.
—No me gusta que me mientan —Seokjin le besó el hombro y con sus labios debió notar cómo su cuerpo se tensó—, si no quieres volver, eso debiste decir.
Era terrible tener que rechazar las caricias post orgasmo, siendo que él es tan empalagoso que ni Taehyung lo soporta. Mas no podía encubrir cuánto le hería que Seokjin no viese la espesa realidad que los separaba. Aun cuando sus cuerpos están allí, imposiblemente cerca, no funcionaba para apaciguar los por demás sobrados motivos de estar apartados.
—Podría estar enfermo, ¿qué eres doctor acaso?—se mosqueó Jungkook y cuando Seokjin sonrió contra su piel y, seguido, lo mordió, apretó los labios para no delatar lo mucho que le gustaba eso—. Yah, apártate, no puedes hacer eso si me estás llamando mentiroso.
¿Y qué sucedería a partir de ahora? Quiso saber Jungkook. Seokjin seguía casado y, por lo tanto, debía volver a su hogar, con su esposa mientras deja este episodio como un mero desliz, algo que olvidar. Aunque sería lo mejor, ya que una vez solo Jungkook volvería a llorar hasta dormirse. Era lo suyo, ¿y qué? Llámenlo cobarde, pero en el refugio de su cama podría reflexionar qué hacer para dejar ir estos absurdos sentimientos que tiene por Seokjin. Sería tan dramático como quisiera, porque un corazón roto merece ceremonias así que pediría helado, vería películas, tal vez fumaría. No lo sabe, de lo que sí tiene certeza es que no alojaría ilusiones en su pecho hasta que esté blindado y a prueba de decepciones.
—Entonces, si estás enfermo estaré contigo hasta que... —Seokjin lo hizo poner boca arriba para tratar de besarlo, pero lo esquivó y le puso la mejilla.
El otro no se preocupó y chupó su mejilla haciendo que ria. Aprovechando la flaqueza, Seokjin lo abrazó y siguió con besos húmedos hasta su mandíbula.
—¿No te das cuenta? —habló exasperado Jungkook porque le mortificaba la situación, la sencillez con que podría cerrar los ojos e imaginar que para si...— . Señor, debe retirarse antes de que su esposa vuelva.
Nombrar a la esposa le dejó mal sabor, pero logró su cometido. Seokjin se paralizó, como si recién recordara que estaba casi comiéndose a un chico, el mismo hizo jadear hasta derramarse mientras lo tomaba con fervor y deseo... ah, ni qué decir que era su cocinero personal, empleado de su esposa y, aparte, hombre. Seokjin, el casado y presunto heterosexual estaba en la cama de un joven cocinero que estaba pidiéndole por favor que dejara de tratarlo como un amante habitual cuando nada de esto era cierto. ¿Algo más estúpido que ellos dos?
Seokjin entonces se alejó, quedándose sentado al borde de la cama y mirando sus manos. Trató de pensar qué decir, si es que debía de decir algo, o si simplemente irse. Él ni siquiera tenía argumento válido para esta visita más que adivinar en el titubeo del amigo, Taehyung, que Jungkook había faltado a su trabajo porque no quería verlo. Y sabía que era por cómo se desarrollaban las cosas entre los dos, cada vez más conscientes de la presencia del otro y que la atracción los fuera consumiendo y asfixiando. Explotó, no soportó que Jungkook huya de él, dejándolo solo sin poder comprender qué sucedía.
No había ni siquiera excusa para justificarlo. Su matrimonio era el de siempre, feliz y de lleno en la normalidad aunque... aunque ya no buscaba a Jiah para estar íntimamente cuando esto antes no era un problema. Ya no esperaba a su esposa para dormirse juntos y tampoco la acompañaba al desayuno porque estaba pendiente de la hora de llegada de Jungkook. Entonces, sonaba el timbre y corría a abrirle, por poco no le saltaba encima para abrazarlo y comenzar a contarle algo que había visto en internet, o decirle a dónde quisiera ir durante el periodo de vacaciones... pero callando que quería ir a esos sitios con él. Porque era lo que pensaba, que Jungkook sería un compañero interesante y divertido, con quien podría hablar de todo y hasta pelear como niños por cualquier cosa para luego reír. Jungkook también le hacía conocer sus planes, sus proyectos, le hablaba de cómo extrañaba a su familia y de que Taehyung era mayor a él, pero lo sentía como un hermano menor por sus actitudes. Y no era extraño verlos a los dos con soltura, dialogando a la par, Seokjin en su pijama y Jungkook desanudando la corbata de su uniforme espantoso, algo que exigía su esposa por cuestiones de protocolos formales.
¿Había espacio para seguir mintiendo? Seokjin no se atrevió esta vez a contestar y se fue del departamento sin decir más.
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La semana se hizo eterna. Jungkook ni siquiera llamó a la casona para excusarse por su ausencia. Seokjin se enojó por tal falta de respeto, pero no dijo nada porque pensar un momento en el chico le traía al cuerpo tal ansiedad por volver a tenerlo y escucharlo responder a cada caricia con alguna melodía erótica que... mejor no traerlo a la mesa del desayuno.
Su esposa parecía notar su mal humor, aunque no insistió. Tal vez lo atribuyó al retorno a su rutina luego de pasarse tanto tiempo sin hacer nada. Una mañana, Seokjin preguntó por el cocinero y Jiah explicó:
—Pidió la renuncia y se disculpó. Reconoció su falta de profesionalismo—agregó con un deje de molestia la mujer—, al parecer recibió otra oferta más tentadora que la que le has ofrecido y decidió ir por ella. No lo culpo, un chico en sus condiciones debe buscar algo de estabilidad financiera ¿No crees? Realmente admiro eso, por ello no desconté de su sueldo esos días que no cumplió el contrato.
Seokjin dejó el café y se retiró a su cuarto para alistarse. Se fue al trabajo rumiando el pensamiento de que Jungkook no volvería. Traía a Jungkook atravesado en su mente, hasta que se aturdió de recuerdos y pidió licencia para retirarse temprano. No soportaba el ambiente de la oficina, deseaba haberse quedado en casa y no en la empresa, notando que en realidad los negocios no eran tan entretenidos como recordaba y no sabiendo qué sucedería ahora que se da cuenta de ello. El traje le apretaba el cuerpo, como reduciendo sus movimientos y no era para nada agradable la sensación de estar confinado; extrañaba su pijama, su sofá mullido y jugar juegos, pero no iba a hacerse el distraído, lo que más extrañaba era comer.
Comerle la boca al cocinero, si quería ser más preciso.
Ante la reflexión de lo apetecible que se le hacía volver a tocar a aquel muchacho que lo hizo caer en pecado, como sabe que es vista la infidelidad en el contrato sagrado del matrimonio, atinó a ir a la fuente del problema y... terminar de perderse en el abismo. Una vez más y lo olvido, se prometió. Y cuando averiguó dónde estaba Jungkook, gracias a la amable ayuda de Taehyung, quien ofreció su servicio de alcahuete por unos cuantos wons, se encaminó al sitio indicado.
De más está decir que le sorprendió hallarse nuevamente en ese comedor comunitario que antes era un escape de las presiones de su acaudalada familia. Reconoció allí los espacios, aromas, los sonidos y todo aquello que lo hacía sentirse útil y en paz. Unas cuantas personas lo saludaron con alegría tras la larga ausencia y ya Seokjin desestimó la misión de desquitar su frustración con Jungkook y se dedicó a recorrer el comedor, hablando con todos, saludando y presentándose ante los niños que se veían asombrados por el castaño de traje que lucía como de la realeza.
—Él es un príncipe —interrumpió una voz risueña y estuvo de nuevo ante Jungkook, que llevaba el cabello y un delantal sucios de harina, pero aun así se las arreglaba para hacerse atractivo a sus ojos.
Una de las niñas, la que más se aferraba a la idea de un príncipe, frunció el ceño y cruzó sus bracitos cuestionando lo que Jungkook decía.
—¿Y dónde está su corona y su capa?—reprochó la pequeña, siendo secundada por los demás niños.
La ternura embargó los rasgos de Seokjin al ver los rostros inocentes, totalmente desfavorecidos por el sistema económico en el que él era actor crucial. Decidió revisar presupuestos para solventar con más cifras los comedores y quizá abrir uno más en el norte de la ciudad... Fue en esa pesadumbre que no se percató de que Jungkook se retiró y volvió con unos objetos en sus manos. Cuando se los mostró, no hizo falta explicación para qué era aquello: una corona de papel metálico brilló ante ellos junto a una capa del mismo material. Seokjin, tan solemne como pudo mientras aguantaba la risa, visitó su disfraz y ofreció el brazo a la niña que, aunque apenas lo alcanzaba, lo siguió encantada por jugar con el príncipe.
Fue toda una tarde en que Seokjin se libró de ese humor de perros que traía estos días y que pudo disfrutar nuevamente en ese ambiente que lo había adoptado como uno más; donde él no era el empresario Kim, que contaba dinero en grandes cantidades, sino un castaño que gustaba de cocinar postres y golosinas para los niños con los que también se dejaba enredar en juegos y charlas sin sentido, pero que le llenaban el alma de algo bonito y sin nombre. Sumando el hecho de que Jungkook lo acompañaba sin ninguna barrera entre los dos que los separase.
Era así como Seokjin quería sentirse siempre; completo, alegre, divertido, en paz.
—¿Te acompaño a casa?—ofreció Seokjin cuando la noche llegó y todos se retiraron.
El cocinero cerró y aseguró con llave el lugar antes de darse la vuelta para enfrentarlo. No parecía muy alterado para alguien que no atendió ninguna de las llamadas que le hicieron e ignoró olímpicamente cuanto mensaje le fue escrito antes de que finalmente Seokjin se rindiera.
—Debe volver a casa, señor, no quisiera demorarlo —contestó Jungkook y vio la boca del otro hacerse una línea fina.
—Yo sé que debo volver, Jungkookie... —su tono en principio rígido, luego se diluyó y agregó—: pero no quiero decirte adiós.
La confesión causó estragos en Jungkook, que empezó a caminar apretando los pasos casi al punto de correr. No quería oírlo, no quería volver a sentirse destrozado como la vez anterior en que Seokjin lo dejó en su casa, desnudo y con los ecos de un placer no permitido. Oyó que lo seguía y aunque se apuró aún más para imponer distancia, no fue exitosa su huida ya que dos brazos lo atraparon. Una respiración tibia se filtró en los cabellos de su nuca y se estremeció al sentir el susurro del mayor en su oído:
—Te he extrañado demasiado —pero aunque era dulce de oír, la culpa y la verdad fueron martillazos en el corazón de Jungkook.
—Su esposa lo espera en casa, señor —casi lo gritó, creyendo que al igual que la última vez, funcionaría para que lo dejara.
No sucedió. Los fuertes brazos, en lugar de soltarlo, lo hicieron girar y enfrentar al rostro más guapo, pero engañoso que pudo Jungkook alguna vez conocer. Un rostro que no conocía de imperfección y una boca que no decía lo que correspondía decir para acabar con tal situación. Fue cuando Seokjin lo besó, casi imprimiendo una disculpa en sus labios. Y el contacto se sintió inevitable, tal cual debiera ocurrir pese a que los dos no hacían sino herirse. Jungkook probó en la boca de Seokjin la ilegal dulzura del amante, que lo embriagó tanto como para buscar más y más. Los pulgares de Seokjin barrieron sus lágrimas, dejándolo consciente de cómo su cuerpo leía mejor que él la escena, porque de lo contrario casi que podría creerse feliz.
Casi.
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(Actualidad)
¿Tiene usted un amante?
El juicio se extendió poco más de dos horas, porque aunque Seokjin reconocía los daños morales y la violencia psicológica que ocasionó, todavía era el CEO de su empresa y no podía permitir que le quiten más de lo que corresponde. Aunque, no luchó por la casa, ni los autos. Apenas lo que comprendía su negocio, el resto era de Jiah. Su ex esposa estaba en todo su derecho de odiarlo, y Seokjin consentía tal furia porque esto sí sentía que se lo merecía. Aun así, desprendió de su persona todo aquello que era de su matrimonio porque sentía que así, finalmente, se quitaría la piel de una vida que ya no encajaba con él. O él con ella.
Salió del tribunal completamente desorientado porque tenía en frente el futuro y era tan incierto que el vértigo le apretó la garganta. Decidiría el camino a tomar cuando viese cuán jodidas quedaran sus acciones y prestigio en el mercado. Por lo pronto, debería buscar dónde mudarse. Sin embargo, cualquier preocupación por su mudanza quedó olvidada cuando lo vio.
El parte responsable de este embrollo, sonrió cuando caminó hasta él. Aunque Seokjin estaba siendo injusto en intentar repartir culpas, ya había concluido que no había más que disculparse por no saber manejar la situación. O más bien, por creer que podría mantener una doble vida sin que nadie saliese herido cuando terminó lastimando a los dos. A su esposa, quien notó lo que estaba pasando y lo mandó a seguir para encontrarlos a los dos, besándose en el coche de Seokjin tras una cita furtiva. Y a su amante, porque por mucho que colmara de besos y caricias a Jungkook, luego lo dejaba para regresar a su hogar. Además, pospuso cualquier conversación sobre su matrimonio para hundirse en el cuerpo de Jungkook, como si pudiera convencerlo con esto de que realmente quería resolver su divorcio. Dame tiempo, era su mantra.
Su disculpa y excusa.
Fue el mismo Jungkook quien actuó, dándole el tiempo que tanto rezaba para él. Lo dejó ir, no importando que con esto también saliera lastimado. Seokjin acató el pedido, volviendo a un hogar roto que se quebró del todo cuando Jiah arrojó las fotos que tenía como pruebas. Seokjin deseó correr a los brazos de Jungkook, pero este no le dio la bienvenida. Por lo tanto, no se explicaba qué hacía aquí y ahora, apoyado en su coche con los brazos cruzados y una sonrisa pequeña.
—¿A qué has venido, Jungkookie?—la vulnerabilidad de Seokjin era palpable y apretó el corazón de Jungkook—, no es que no quisiera verte, pero tú dijiste que querías parar...
Jungkook no reaccionó enseguida, esperando que el otro le diera una pista de cómo estaba y cuando Seokjin compuso una sonrisa más allá del brillo apagado de sus ojos, descruzó los brazos. Se enderezó, dando los pocos pasos restantes para quedar ante Seokjin y no lo dudó. Buscó la boca contraria con miedo de ser rechazado, pero con la valentía suficiente para presionar sus labios con la esperanza de que Seokjin le correspondiera. Ese contacto les devolvió un tanto de la armonía y la paz que alcanzaron brevemente en el pasado. Solo que sabía distinto, más intenso y menos sofocante.
—¿Señor? —llamó Jungkook y Seokjin abrió los ojos para enfocarse en el sonrojado rostro del chico que sonreía con picardía—, soy un mentiroso ¿no sabía eso?
El castaño se rio por volver aquella vez, la primera, donde cruzaron los límites. Y si de honestos se trataba, Seokjin dijo:
—Te amo, Jungkookie.
Pero Jungkook no necesitaba una confirmación. Lo sabía tan seguro como estaba de que los brazos que lo rodearon no lo soltarían cuando se desarmara entre ellos, por lo que respondió con otra verdad obvia:
—Yo también lo amo, señor.
Porque esa broma quedaría personal de ahora en más.
FIN.
Nota:
Bien, costó salvarlo.
En multimedia la canción de quien mi madre dice que es mi padre, uno de ellos al menos jaja
¡Gracias por leer!
:)
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