SEIS - EN BUSCA DE LA VERDAD
A la mañana siguiente despertó a eso de las ocho, gracias a la mucama que le traía el desayuno. Entre sueños, escuchó que alguien tocaba la puerta, hasta que finalmente se despertó lo suficiente como para entreabrir los ojos.
—Ya voy, un momento... —dijo, estirándose en la cama cuan ancha era.
Entonces, al acabar de desperezarse, lo vio. Nunca había sentido tanto miedo en su vida como aquella mañana, ni siquiera en las noches anteriores, cuando era víctima de aquellos horrores indescriptibles. Probablemente nunca olvidaría esa sensación atroz.
—No puede ser... —murmuró.
El reloj de bolsillo estaba allí, encima de la mesa de noche, con su cadena de oro inmaculada y las manecillas impecables. ¿Cómo podía ser? Se preguntó, embriagado de terror. Lo había visto volar, lo había escuchado caer en algún sitio del pavimento, seis pisos más abajo. Aquello no era posible, se repetía mentalmente una y otra vez. En aquel momento, los golpecitos en la puerta sonaron otra vez, y Luke perdió la paciencia. Se abalanzó de la cama para ponerse los pantalones y la camiseta, entonces miró a la puerta con desprecio, y gritó.
—¡No quiero el desayuno, lárgate!
Mientras se vestía, miró de soslayo el reloj. Tenía la frente perlada de sudor por el pánico que le dominaba, y ni siquiera escuchó cuando la mucama masculló algo tras la puerta, seguramente insultándole por los modos de tratarla. Miraba el reloj como si temiera que fuera a moverse solo, y Luke reconoció que ya comenzaba a ponerse paranoico. En cuanto acabó de vestirse, tomó las llaves de la camioneta y el reloj, y salió de la habitación cerrando tras de sí. No sabía que haría, tampoco cuales eran las opciones para poder escapar de aquella espantosa realidad. No era una persona supersticiosa, pero en vista de lo que estaba pasando, cada día que pasaba se sentía con la obligación de creer en algo más. Recordó entonces, mientras bajaba por el ascensor, que al principio había pensado con cierto aire bromista en la hipótesis de rociar el reloj con agua bendita. Ahora, por el contrario, no le parecía una idea tan descabellada.
Lo cierto, sin embargo, era que necesitaba buscar ayuda como fuese posible. ¿Adónde iría? Se preguntó. ¿Con un cura? ¿Un exorcista? Pensar en estas cosas le hacía sentir tonto, pero al mismo tiempo alarmado. Luke se metió al estacionamiento del hotel una vez que llego a la acera, subió a su Ford y encendiendo el motor, salió marcha atrás rumbo a la avenida. Condujo sin ningún rumbo, a decir verdad, solamente iba con la mente en blanco y las manos apretadas que sujetaban el volante como si su vida dependiera de ello. Recorrió calles aleatorias del centro de la ciudad mirando a todos lados, esperando encontrar una iglesia o cualquier sitio donde poder recurrir a alguien, y luego de casi veinte minutos de conducción pudo visualizar una tienda de esoterismo, a las afueras de la zona céntrica.
Pudo verla por un enorme cartel de neón con cartas de tarot, encima de la entrada. Estacionó a un lado, y sin apagar el motor miró por el parabrisas de la camioneta, dando un suspiro. Le parecía de locos tener que recurrir a esa chapucería para solucionar su problema, pero las opciones se le acababan y no tenía nada que perder, así que tomó la llave en el contacto y apagó el motor. Descendió del vehículo con rapidez, ni siquiera se molestó en poner la alarma del coche, imaginaba que no iba a tardar demasiado tiempo allí. Antes de entrar miró el escaparate de la tienda, atiborrado de estatuillas con santos, velas, productos de diversas religiones, espadas en miniatura, cráneos y diferentes amuletos etiquetados con su precio, como alas de cuervos, patas de conejo, y un sinfín de accesorios más.
Tomó el pestillo de la puerta en sus manos y empujó hacia adentro. El ambiente apenas tenía una luz baja que hacía ver todo envuelto en una leve penumbra. El olor a sahumerios le invadió, haciéndole picar la nariz. El mostrador era ancho, con una abertura en el costado que le hizo recordar al local del pobre relojero. Si la vidriera que daba hacia la calle estaba atestada de cosas, el interior de la tienda lo estaba el triple. Mirase por donde mirase, había cientos de estatuillas y accesorios de religión de diferentes tamaños, colores y formas. Estanterías repletas con velas, hierbas, frascos con aceites animales y repisas de madera con otros pequeños animales disecados, como ranas, sapos, lagartijas y ratones. Al fondo de la tienda, Luke pudo ver un pasillo que comunicaba a lo que suponía eran habitaciones interiores, aunque lo más extraño de todo era que colgadas de soportes especiales, había dos jaulas enormes. Una de ellas con una lechuza dentro, que le miraba con sus grandes y redondos ojos, atenta. La otra, sin embargo, con un cuervo tan negro como la noche.
—¿En qué puedo ayudarte, amigo?
Luke miró hacia adelante, parpadeando un par de veces debido a la sorpresa. Se hallaba tan absorto viendo todo a su alrededor, que no prestó atención en el hombre que había tomado posición tras el mostrador, apoyando las manos en él. Hablaba perfecto inglés, pero la piel morena y las facciones de su rostro le hicieron pensar que seguramente debía tener una fuerte descendencia africana. Era calvo, lo imaginaba porque no asomaba ni una hebra de cabello por los bordes del turbante en su cabeza, llevaba una túnica marrón con detalles y arabescos rojos, un montón de collares de colores y también pulseras con caracoles de mar. De los lóbulos de sus orejas colgaban pendientes con plumas y huesos. Luke, por su parte, no pudo evitar que un escalofrío le recorriera la espina dorsal.
—Bueno... —masculló, un tanto desorientado, sin saber por dónde comenzar a explicar todo lo que estaba sucediéndole. —La verdad es que tengo un problema con un objeto que encontré hace unos días.
Para su sorpresa, el hombre levantó la mano y le interrumpió con el gesto. No sabía por qué, pero Luke se sentía muy intimidado. Sus ojos viajaron desde los profundos ojos marrones casi negros de aquel santero, hasta las aves enjauladas que le miraban a la distancia.
—Tú no eres alguien que creé en esto, ¿no es así? —preguntó. Luke parpadeó, confundido.
—No, a decir verdad. Aunque lo respeto.
—Sí, todos dicen respetarlo, como si tuvieran miedo de ofendernos.
—¿Cómo sabe que no creo?
—Porque lo veo en tu forma de mirar mi tienda, amigo. Aunque también noto en tu aura que estás metido hasta el cuello en algo —aseguró—. Ahora dime en qué puedo ayudarte.
—Bueno, yo practico buceo. Nada especial, solo me gusta encontrar cosas que la gente pierde cuando se mete a las playas, ya sabe. Gafas de sol, cámaras fotográficas, celulares, tonterías. Siento gran atracción por el agua.
—Aham.
—Hace unos días estaba buceando bajo el Golden Gate, y no encontré nada, salvo un reloj de bolsillo, de esos antiguos. A partir de entonces todos los días me suceden cosas extrañas.
—¿Cómo qué tipo de cosas?
—El reloj siempre se detiene a las nueve y cuarenta y una de la noche, y vuelve a funcionar a las nueve y cuarenta y cinco. En esos cuatro minutos escucho cosas, veo... —Luke tragó saliva. —Veo a mis padres, o a las personas en la calle, como si no tuvieran rostro. También veo un hombre que siempre me persigue. Parece estar muerto, o como si aún estuviera pudriéndose. Va completamente vestido de negro, y puedo sentir que es muy malo, como si quisiera hacerme daño, y no entiendo el motivo. Pero es el mismo tipo del reloj.
—¿El mismo tipo del reloj? ¿Cómo así?
—Sí, el reloj tiene un relicario en la parte trasera, con una foto y una frase. Mire.
Luke metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó el reloj sujeto por la cadena de oro. Entonces, al hacerlo, el cuervo comenzó a graznar en su jaula, y la lechuza a revolotear como si tuviera un miedo indescriptible. El santero entonces se giró hacia sus aves.
—Tunu kekere kan, maṣe bẹru.
—¿Qué les ha dicho? —preguntó Luke, al ver que las aves se tranquilizaron, a pesar de mantenerse alerta de todas formas.
—Les dije que se calmaran, hablé en yoruba, que es el idioma natal de mi tierra. Soy de Nigeria. —Le señaló el reloj, con el ceño fruncido, y luego miró a Luke como si lo estuviera regañando de alguna manera—. ¿Acaso tiene la mínima idea de lo que eso significa?
—Solo es un reloj, supongo.
—Es más que un reloj. Abra el relicario, déjeme ver lo que contiene —Luke entonces estiró el brazo para apoyarlo encima del mostrador, pero el santero dio una exclamación tan repentina que lo hizo retroceder de un respingo—. ¡No, no lo haga! Solo ábralo, pero no lo apoye en ningún sitio de mi tienda. Yo lo miraré desde aquí.
Desconcertado, Luke hizo lo que le dijo, abrió el relicario y se lo puso frente al hombre moreno. Con aspecto alarmado, lo miró durante unos breves instantes, y asintió con la cabeza sin decir ni una palabra.
—¿Quién es? —preguntó Luke.
—Creo tener una idea, aunque debería revisar mis documentos. Tengo una biblioteca enorme allí atrás —dijo, señalando con el pulgar por encima del hombro, hacia el pasillo que Luke había visto al entrar—. Déjeme decirle una cosa. Ha tenido mucha suerte al venir a mi tienda a tiempo, y si es lo que yo creo que es, las cosas se pondrán mucho peores. No va a detenerse hasta que lo consuma por completo o le devuelva lo que es suyo.
—¿A qué se refiere?
—Usted se ha llevado algo que no le pertenece, y por eso no camina solo. Veo alguien ligado a ese reloj que camina detrás de usted. Una presencia oscura, llena de blasfemia y maldad absoluta. Hay cosas que es mejor que permanezcan perdidas, y usted ha alterado eso. Ahora debe pagar las consecuencias.
Luke sintió que a causa de los nervios comenzaba a dolerle la cabeza. Aquella charla, el ambiente de la tienda, todo le parecía muy denso.
—¿Me voy a morir? ¿Es eso? —preguntó.
—No, supongo que no. Pero debe actuar a tiempo si quiere evitar un destino fatal, o sino... —El hombre chasqueó la lengua mientras negaba con la cabeza. —No me gustaría estar en sus zapatos.
—Dígame que puede solucionarlo, por favor... —rogó Luke. Nunca se hubiera imaginado que estaría en aquella posición frente a alguien así, ya que durante toda su vida había creído que no eran más que simples estafadores, que utilizaban el miedo a lo desconocido y la fe de las personas para su propio beneficio. Sin embargo, era todo lo que podía hacer en un momento como aquel.
—Sí, puedo solucionarlo, pero ahora tiene que protegerse —el santero caminó hacia una de las estanterías, y entonces tomó un sobrecito de flores amarillas disecadas, entonces la puso en el mostrador—. Cinco minutos antes de la hora señalada, enciérrese en una habitación y ponga en un incensario sahumador tres de estas flores, es hierba de San Juan. Quémela y aromatice la habitación, y no salga de ahí hasta que el humo se haya disipado por completo.
—No puedo hacer eso, me estoy alojando en un hotel por ahora, y saltarían las alarmas contra incendios.
—Entiendo —El hombre recogió el paquete de hierba y volvió a la estantería. Se tomó unos minutos para rebuscar hasta que logró encontrar otro paquete más grande, el cual le dejó encima del mostrador, frente a él. Luke lo miró sin comprender.
—¿Eso es sal?
—Sí, sal exorcizada. La sal bendecida normalmente se usa en las iglesias, pero la exorcizada es más potente, y se usa en rituales de limpieza y exorcismos, como bien dice su nombre —Le explicó—. Abra una punta del paquete y trace una línea en la puerta de entrada de su habitación y en el alfeizar de la ventana, incluso hasta en la mirilla del baño si es necesario, pero debe tener todas las entradas protegidas —Por último, metió la mano bajo el mostrador y sacó una cruz enchapada en plata—. Esto también le será útil. Así debería estar protegido, al menos hasta que yo revise mis papeles.
—¿Está seguro que va a funcionar?
—Eso espero. Vuelva mañana a esta misma hora, para entonces ya tendré noticias acerca del mal que lo aqueja.
Luke pagó, mientras le confirmaba que volvería al día siguiente, y en cuanto cruzó la puerta, el hombre tras el mostrador lo miró preocupado. Entonces rebuscó en sus estantes y tomando unas ramas de hierba reseca, las encendió con un mechero de mano para dispersar el humo por todo el local.
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