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OCHO - REVELACIONES

A la mañana siguiente, despertó con un profundo dolor de cabeza, como si hubiera estado bebiendo antes de dormir. Además, tenía un aspecto enfermo, cansado y preocupante. Gruesas ojeras violetas se coloreaban bajo sus parpados, se sentía sin fuerzas y no se había afeitado en cuatro días, además de que el golpe en su rostro ya empezaba a ponerse de un tono ligeramente amarillo, y le dolía si se palpaba la zona. Al recordar el golpe, recordó también a su padre, y se sintió muy mal. Si lograba deshacerse de ese reloj maldito, ¿de qué servía? Se preguntó. De todas maneras la relación con su familia ya estaba destrozada. Ese había sido el precio a pagar, entonces, y tenía que asumirlo como tal o intentar recuperar las cosas.

Se levantó de la cama haciendo un quejido leve en cuanto estiró la espalda, una vez en pie, y miró todo a su alrededor. Había dejado el enorme ventanal del balcón cerrado, y en cuanto miró hacia afuera, pudo ver que en el sitio donde aquella entidad oscura y funesta había estado vigilándolo como un horrible cazador, había un cúmulo de gusanillos blancos, en el suelo. También, sobre el cristal del ventanal, se hallaba la marca de una mano, con dedos amorfos y largos. Sea quien sea, había estado muy cerca de pillarle, y lo único que le había salvado era aquella línea de sal que el brujo le indicó.

Al recordarlo, supo que tenía que ir de nuevo a su tienda, en busca de respuestas. Esperaba que ya hubiese averiguado algo, porque sinceramente, Luke dudaba muchísimo poder resistir otro día más. Sentía que estaba al límite de sus nervios, y ya no sabía que más hacer para escapar de aquella situación. Porque, ¿cómo huyes del tiempo? ¿Cómo puedes evadir algo inexorable? Si no encontraba una situación pronto, aquel hombre oscuro acabaría por vencerle.

Fue al cuarto de baño, se lavó la cara y se peinó un poco el cabello, humedeciéndolo con las manos. Antes de salir de la habitación, recogió el paquete de sal a medio usar y también la cruz de plata, además del reloj. Lo miró con recelo, y al fijar sus ojos en el movimiento del segundero, sintió que en su interior se debatían dos versiones diferentes de sí mismo. Una de ellas, la sensata, sabía que ese artefacto era algo maligno y había que deshacerse de él tan rápido como fuese posible. La otra, sin embargo, era casi ajena a él. Hablaba con su voz, pensaba con su cabeza, pero las intenciones eran de otro. En esa versión de Luke, solo podía sentir cosas blasfemas, oscuras y obscenas. Porque el reloj era suyo, lo había conseguido con total derecho y nadie se lo quitaría. Pensaba en el reloj no como un niño caprichoso, sino como un hombre realmente obsesionado y perturbado. Un hombre que distaba mucho de ser como él.

Bajó a la recepción y firmó la planilla de salida, mientras el hombre tras la recepción le miraba con cierto aire de extrañeza la cruz en sus manos. No mencionó nada acerca de que el servicio de aseo podía encontrar extrañas líneas de sal tras las puertas, esperaba estar muy lejos para ese entonces, pero si aprovechó a preguntar si no habían escuchado una serie de ruidos y golpes la noche anterior. Sin embargo, el recepcionista le dijo que nadie había escuchado ni se había quejado de ningún ruido, la noche había sido apacible, tranquila y normal. Lo único que sí le dijo, era que su chaqueta ya estaba limpia y seca, y que si le daba un minuto, iría a buscarla a la lavandería para entregársela en un momento.

Luke accedió, y mientras esperaba, se distrajo viendo todo a su alrededor. En el hall de recepción había sillones de cuero beige, una televisión, una computadora disponible para los huéspedes, y plantas de interior en los rincones. Todo olía a limpio y se hallaba reluciente, pero de pronto, comenzó a percibir un fuerte olor a putrefacción. Miró a todas direcciones, comenzando a alterarse, hasta que de pronto lo vio. Fue solamente un destello fugaz, pero sabía que estaba ahí, podía percibirlo en cada vello erizado de su piel. Aquel espectro estaba de pie cerca suyo, mirándolo con gravedad. Pudo verlo gracias al reflejo del cristal de la recepción, pero en cuanto se giró sobre sus pies, tan rápido como pudo, vio que allí no había nadie. Volvió a mirar entonces hacia el cristal, pero la visión se había ido. En su reflejo, solamente estaba él, y el decorado del hall.

El recepcionista volvió con su chaqueta prolijamente colgada en una percha, envuelta en nylon. Al verlo, le preguntó.

—¿Se siente bien, caballero? Está muy pálido.

Luke tragó saliva, solo quería irse de allí cuanto antes, y olvidarse de todo aunque sea por un rato. Tomó la percha que le ofrecía el recepcionista, y asintió con la cabeza, intentando poner la mejor sonrisa posible.

—Gracias, estoy bien, solo no he dormido lo suficiente —respondió.

Se alejó rumbo a la puerta a paso rápido, al salir a la calle fue directamente al estacionamiento del hotel, subió a su Ford y la sacó en reversa hacia la calle. Antes de emprender la marcha, miró por el espejo retrovisor hacia los asientos traseros como si tuviera el extraño presentimiento de que sabía lo que vería. Y efectivamente, así fue. Aquel hombre espectral estaba allí, podía verle el rostro pútrido y amorfo bajo su capucha negra, como si estuviera sentado justo detrás de él. Se volteó en su asiento y allí no había nada, tan solo los asientos vacíos, pero en cuanto volvía a mirar por el espejo podía notar su rostro ocupando todo el retrovisor, como si lo observara en completo y acechante silencio.

Al borde de la desesperación, Luke sintió una impotente y súbita ira. Golpeó con los puños el volante, se le escapó un bocinazo, y entonces miró de nuevo al espejo.

—¡¿Qué quieres de mí?! —gritó. —¡Lárgate, lárgate de una vez, maldito! ¡Déjame en paz!

El hombre oscuro no respondió, ni siquiera se movió, solamente permaneció mirándolo con aquellas cuencas vacías, sin ojos, repletas de gusanos supurantes y el rostro empapado. Luke apoyó los codos en el volante y se tomó la cabeza con las manos intentando controlar su respiración, contar hasta diez, cualquier cosa con tal de hacer de cuenta que esto no estaba pasando, que no era real. Mantenía la tonta ilusión de que si no le prestaba la atención que buscaba, entonces dejaría de acosarle, y minutos después volvió a mirar al espejo. Por fin, estaba solo en su camioneta.

Sin dudarlo un minuto más, puso primera y arrancó directamente a la avenida principal, en la zona céntrica de la ciudad, para volver de nuevo a la tienda de santería que había visitado ayer. Quería respuestas, y las quería ahora. No podría resistir un solo minuto más en aquella situación, o acabaría por enloquecerse y cometer una locura, lo que sea necesario con tal de terminar con aquella pesadilla horrible, se dijo. Condujo como un autómata, mirando a todas direcciones y hacia el espejo retrovisor cada pocas calles, como si fuera un psicópata paranoide. No sabía si era su mente jugándole una mala pasada o en verdad lo veía, pero por el rabillo del ojo podía notar el reflejo de aquel espectro en las ventanillas de los demás coches al pasar por su lado. Aunque obviamente, al mirar hacia ellas ya no estaba, como si estuviera jugando al gato y el ratón con su pobre cordura.

Varios minutos después, llegó por fin a la santería. Durante el trayecto, estuvo a punto de chocar dos veces al distraerse mirando a todas partes, y lo único que lo impulsaba a continuar era la esperanza de al fin poder encontrar una solución al mal que le perseguía. Bajó de la camioneta tomando la cruz, luego de apagar el motor, y caminó hacia la puerta. Por el rabillo del ojo podía verlo, de pie en medio de la acera, escondido entre la gente que iba y venía. Nadie parecía verle, nadie salvo él.

Con el frío sudor del miedo entró a la tienda. Los pájaros se alertaron de nuevo, adentro había un leve aroma a incienso e hierbas, igual que el día anterior. Dejó la cruz de plata encima del mostrador de madera, y entonces el hombre moreno asomó por el pasillo que comunicaba a las habitaciones interiores. Estaba vestido de forma diferente, tenía una especie de túnica de seda de colores llamativos, al igual que los collares que pendían de su pecho, haciéndole recordar a los brujos de las películas de horror que tantas veces había visto. Al verlo, el hombre asintió con la cabeza, mirándolo con el rostro sereno pero serio a la vez.

—Bueno, ¿qué tal la noche? —le preguntó.

—Lo veo todo el tiempo, ahora incluso a plena luz del día —explicó Luke—. ¡Lo veo en cada reflejo, persiguiéndome donde quiera que vaya! En los cristales, en el espejo de mi coche, incluso hasta en la propia calle, mirándome a lo lejos. ¡Dígame que por favor ha encontrado una solución a esto!

El tendero asintió con la cabeza, y le hizo un gesto hacia el pasillo.

—Venga conmigo.

Luke rodeó el mostrador, siguiéndole de atrás. Las paredes no tenían ningún cuadro o decoración más que las lámparas que pendían del techo, y un pobre empapelado descolorido. Atravesaron una habitación con una puerta cerrada, luego a mano derecha pudo ver otra, esta vez con la puerta abierta. No quería parecer fisgón, pero la curiosidad por todo ese submundo esotérico fue más fuerte que su voluntad, y disimulando lo mejor que pudo, miró de reojo hacia adentro mientras caminaba. Había una mesa con varias velas y demás objetos que no lograba distinguir, por lo que supuso que sería una especie de altar.

—Todo esto le parece extraño, ¿no es así? Créame que a mí también, en cierta manera —dijo el hombre, mirándolo. Luke apartó la mirada rápidamente, avergonzado al darse cuenta que le había pillado mirando hacia allí.

—La verdad es que nunca había creído en estas cosas, como ya le dije, pero después de esto lo cierto es que no sé en qué creer... —se excusó. —¿Por qué le parece extraño a usted? Debe estar acostumbrado a este tipo de historias.

—Ah, eso sí. Pero lo que me parece extraño, casi curioso diría yo, es que en la mayoría de las veces, las entidades siempre eligen a personas escépticas para atormentarlas. Como si tuvieran un cierto tipo de predilección por la gente como usted —se detuvo frente a una puerta abierta, y le hizo un gesto hacia adentro—. Pase.

Luke entró, mirando todo a su alrededor. En las paredes que rodeaban la habitación pudo ver un montón de ficheros y archivadores en estanterías de metal, junto con frascos y objetos que en teoría no tenían nada que ver allí: lenguas de vaca en formol. El muñeco de un payaso de trapo, encerrado en una caja de cristal. Un espejo en un rincón, cubierto con una franela gris. Hasta incluso el cráneo de un perro, entre otras muchas cosas más. Todo tenía carteles de NO TOCAR – OBJETOS MALDITOS, y Luke se sintió frágil e inseguro. El santero entonces se acercó hacia un libro en particular, que previamente había seleccionado la noche anterior, y lo sacó de su estante. Su encuadernación era rústica, por lo que parecía ser una simple enciclopedia o similar. El título rezaba "Brujos del mundo moderno". Lo apoyó en una mesa de madera que había en el centro de la sala, apartando un cuenco con piedras de colores, y lo abrió hojeando rápidamente, hasta encontrar lo que buscaba. Al ver la foto que encabezaba la biografía, Luke sintió que la sangre se le congelaba en sus venas: era él. No había ninguna duda.

—Dios mío... —murmuró, con la voz temblorosa por el miedo. —Es quien me persigue.

—Lo sé. Su nombre es Roland Skurtz, o más bien lo era, porque murió en el mil novecientos veintiocho. Fue el brujo negro más famoso y peligroso del siglo diecinueve, se creé que durante su carrera asesinó a más de veinte jóvenes, aunque los cuerpos nunca se encontraron. Tenía origen inglés, llegó al país en plena adolescencia y creció aquí.

—¡Qué horror, no puedo creerlo! —exclamó Luke. —He intentado buscar información acerca de la foto en el relicario, pero no he encontrado nada, ni siquiera sabía su nombre.

—Skurtz destacaba en el satanismo, tenía conocimientos de vudú y también de alquimia —continuó explicando el hombre, recorriendo la página con el índice a medida que leía—. La policía estuvo mucho tiempo investigándolo, pero como en este país no se puede juzgar a nadie por creer en alguna religión y tampoco encontraban los cuerpos de las víctimas desaparecidas, nunca pudieron enjuiciarlo. Estuvo en un estrado penal cuatro veces, y en las cuatro salió airoso. En tres de esos juicios, los fiscales desaparecieron en extrañas circunstancias, pero tampoco pudieron culparlo de nada, aunque se presume que fue él quien los mató.

—¿Cómo así?

—Con magia negra. Al primero de los fiscales lo encontraron muerto, en su casa. Tenía múltiples hemorragias internas y el vientre lleno de clavos, que al parecer el mismo ingirió de alguna manera. El segundo fue hallado muerto en su coche, estaba lleno de picaduras de arañas por todo el cuerpo, pero no se encontró un solo ejemplar de estos animales, ni siquiera analizando el coche a fondo. El último, bueno... el último es el más complicado.

—Cuénteme —pidió Luke.

—Tenía los huesos del cuerpo totalmente calcinados por dentro, y múltiples marcas de manos por todo el cuerpo, como si lo hubieran sujetado y marcado a fuego de alguna forma.

Al escuchar aquello, Luke sintió que se desmayaría en cualquier momento, entonces se remangó el pantalón a la altura del tobillo, con manos temblorosas.

—Mire... mire esto.

Le mostró la marca al santero, quien abrió grandes los ojos, cubriéndose la boca con una mano.

—Corre grave peligro. Skurtz era un tipo peligroso, lo es más después de la muerte, donde puede acceder a un plano que nosotros aún no conocemos —le dijo. Luke entonces lo miró con aprehensión.

—¿Por qué se ha ensañado conmigo? ¡Yo ni siquiera sabía de su existencia! ¡No entiendo porque su espectro me tortura de esta manera! ¡Juro por Dios que voy a enloquecer en cualquier momento!

—Le voy a explicar. Usted me ha dicho que el reloj siempre se le detiene a determinada hora de la noche, ¿no es verdad?

—Así es.

—A las nueve y cuarenta y una de la noche, ¿no es así? —Luke asintió con la cabeza, y el santero agregó:— Y se le detiene por cuatro minutos.

—Sí, es correcto. ¿Eso qué tiene que ver con este hombre?

—Luego de varias décadas cometiendo atrocidades y dedicando su vida por completo a la magia negra, Roland Skurtz finalmente fue atrapado por la policía, el doce de agosto de mil novecientos veintiocho. Había perseguido a una chica hasta el barrio de Tenderloin, uno de los más pobres de San Francisco, se supone que para secuestrarla. Dos agentes encubiertos que le estaban siguiendo la pista desde hace meses lo pillaron con las manos en la masa, y Roland huyó. La persecución fue larga, y al final, a mitad del puente Golden Gate se vio acorralado —explicó el hombre moreno—. Sabía que si acababa en la cárcel le darían cadena perpetua o la silla eléctrica, por lo que se trepó a la barandilla del puente y saltó al vacío. El agua estaba a un grado en esa época del año, y además de la hipotermia, saltar desde esa altura es como caer en el concreto. Se rompió las piernas ni bien tocó el agua, por lo que no pudo nadar a la superficie y se hundió como una piedra. Al día siguiente, la policía ordenó una expedición submarina para rescatar el cuerpo de la bahía, y la autopsia dio la hora de muerte como las nueve y cuarenta y cinco de la noche, por traumatismos y ahogamiento. Se estima que tardó cuatro minutos en morir. ¿Comprende lo que le quiero decir?

Luke sintió que giraba en una burbuja de irrealidad espantosa y horrible. Se tomó la frente con las manos, estaba febril y sudoroso.

—No puedo creerlo... No puede ser... —murmuró. —Son los cuatro minutos en los que se detiene el reloj.

—Ese reloj es de Skurtz, el fondo de la bahía era su tumba, y usted se lo arrebató. Por eso le persigue. Ese reloj está tan maldito como su dueño, y ahora usted es quien carga con esa maldición.

Luke sentía que estaba a punto de ponerse a llorar en cualquier momento.

—¿Y ahora qué voy a hacer? ¡No quiero morir, Dios mío! ¡Tiene que ayudarme! —exclamó, con los ojos acuosos por el miedo.

—Lo que usted tiene que hacer, es ir al puente a la hora señalada, y esperar —dijo el santero—. En cuanto las anomalías paranormales sucedan, muéstrele el reloj. Las entidades del plano de los vivos y de los muertos no son tontos, fueron personas como usted y como yo, y ahora solamente son almas atormentadas por injusticias, crueldades o la propia esencia de maldad que los consume, como en este caso. Pero pueden entendernos, eso es lo importante. Devuelva el reloj al agua, donde pertenece, y todo habrá terminado.

—¿Está seguro de ello? ¿Puede asegurarme que ese monstruo va a dejar de perseguirme todas las noches?

—No, no lo estoy. Pero al menos lo intentará. Devolverá el objeto profanado a su lugar de origen, y no veo ningún motivo por lo que esto no funcione.

—¿Y si no funciona? —murmuró Luke, con la voz temblorosa.

—Entonces lo siento mucho por usted.

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