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Capítulo IV: (Etapa 5)

Era alrededor de las nueve de la noche cuando la madre de Itzel llegó a casa, como siempre cansada y llevando consigo su propia carga emocional que, sin saberlo, arrastraba a su hija hacia la negatividad. Al entrar a casa, se dio cuenta de que todo estaba desordenado y su cena no estaba preparada, por lo que culpó a su hija, quien sería castigada por su osadía.

Itzel dormía plácidamente en su habitación cuando su madre entró hecha una furia, golpeando la puerta y haciendo un estruendo que la despertó. Al ver la expresión de fiereza en el rostro de su madre, Itzel no sabía si sentirse aliviada por haber tenido el peor de sus sueños o si la realidad era incluso más macabra.

—No puedes ser más floja, la casa está hecha un desastre y tú durmiendo como si te lo merecieras —regañó la madre con un tono irreverente y una actitud defensiva.

Itzel se frotó los ojos y trató de despertarse, deseando que todo lo que estaba sucediendo fuera solo un mal sueño, pero pronto se dio cuenta de que era la realidad.

—Lo siento, estaba cansada —respondió somnolienta.

Esto enfureció aún más a su madre, quien no aceptaba las disculpas de su hija. Desde que el padre de Itzel las abandonó, su madre no podía sacar la frustración que sentía contra él, por lo que se desquitaba con su hija y no perdonaba ninguno de sus errores.

—¿Cansada tú? ¡Por favor, Itzel! —aseveró dramáticamente lanzándole una almohada en el rostro— Soy yo la que trabaja y hace todo en esta casa, tu ayuda es miserable y ni siquiera puedes hacer eso bien. Yo trabajo ocho horas al día para que tú puedas jugar a ser una alumna sin cerebro que nunca logrará nada.

Esto era algo que nadie debería escuchar, incluso si las calificaciones de Itzel no eran las mejores. Su madre ignoraba los problemas de acoso escolar que sufría su hija y solo la veía como la responsable del abandono de su padre, castigándola injustamente por un error que solo los adultos podían haber cometido.

—Si yo hago la comida y limpio la casa, ¿por qué dices que no hago nada? —Se defendió Itzel, ofuscada por la situación difícil en la que se encontraba. Defenderse impulsivamente era la única forma de liberarse.

La madre pateó el televisor con ira, haciéndolo añicos y encendiendo la otra parte del mismo, donde aparecía un noticiario local. No era una buena noticia para aquella familia que ya tenía grandes deudas.

Totalmente enloquecida por su rabia, la madre se dispuso a culpar a su hija:

—¡Mira lo que me haces hacer, niña!

—¿Yo? Acaso coloque tu pie en el televisor —explicó cubriéndose con una almohada—, no veo como eso sea mi culpa.

La mujer sintió vergüenza por su acto, pero no estaba dispuesta a aceptarlo.

—No juegues conmigo, niña —expusó la mujer mientras le lanzaba una lista de insultos desordenados.

La chica estaba aterrorizada al ver las noticias sobre las muertes de los jóvenes con los que había asistido a la feria. Comprendió que no era una pesadilla, sino su propia realidad. Los insultos de su madre ya no le preocupaban; en cambio, se sentía culpable por su papel implícito en las muertes a su alrededor.

Las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos y las palabras crueles de su madre solo empeoraron su estado mental.

—Por favor, detente —suplicó por primera vez— ¡Solo detente!

Pero su madre continuó con su cruel faena, ignorando las súplicas de su hija. Itzel logró secar sus lágrimas y, finalmente, enfrentarla. Fue entonces cuando vio cómo la boca de su madre se distorsionó y su piel comenzó a corroerse. Sabía lo que iba a pasar, así que, para evitarlo, se levantó, agarró una casa de campaña y algunas cosas y se fue sin mirar atrás.

Su madre la seguía insultando y diciéndole que todo era parte de un chantaje, sin saber que su hija solo quería protegerla. Itzel quería escapar de sí misma, de quien consideraba su mayor peligro. Buscaba un lugar deshabitado donde no pudiera hacer más daño. A pesar de todo, seguía siendo su madre, y aunque estaba dañada, Itzel no deseaba hacerle ninguna clase de avería.

De repente, fue interrumpida por una voz:

—¿Y qué se supone que estás haciendo? —cuestionó el demonio.

—Me voy muy lejos de todo el mundo, así no morirá nadie más —respondió Itzel con determinación mientras tomaba su mochila. No se atrevió a mirar al demonio a los ojos.

—Interesante conclusión —ironizó el demonio.

Itzel lo ignoró y siguió caminando de calle en calle hasta llegar al metro. Quería ir a las afueras de la ciudad para encontrar un lugar inhóspito y solitario donde alejarse de los seres humanos.

—No estoy de humor, así que desaparece de una vez —pidió groseramente, pero concretamente la chica.

Aquello hizo que el ceño del demonio se frunciera. No disfrutaba si la chica psicológicamente no sufría y, por algún extraño motivo, parecía estar más fuerte y establecida que nunca.

—Muy bien, gusano maduro. ¿No te parece peligroso ir sola a un lugar desolado a estas horas de la noche? —comentó seriamente aquel deplorable ser—. Hay muchas cosas desagradables afuera.

Itzel sonrió de manera irónica.

—¿Más peligrosas que tú y yo? —Negó con la cabeza—, no lo creo. Justo ahora me siento tan demonio como tú.

Ante la negativa, el demonio solamente pudo desaparecer. Había en Itzel señales de querer enfrentar sus problemas, algo que nunca había hecho, era una joven que evadía su propia realidad. Lo que el demonio ignoraba es que lo que realmente deseaba proteger de corazón era a su madre.

Así que prosiguió a paso firme en medio de la noche, vagando por las orillas de la Ciudad de México. Únicamente guiada por la luz de su celular y protegida por un saco de lana que se había puesto antes de abandonar su hogar, no tenía temor a la oscuridad. Se encontró inmersa bajo un puente el cual, iluminado desde la parte superior, le dio la tranquilidad que buscaba.

Se abrazó a una frazada que sacó de su mochila, se acomodó sentada y recargada al concreto, sintiendo el frío de la noche en su piel y jugueteando con su despeinado cabello. Exhaló la frialdad que respiraba, aunque sintió un poco de miedo, se dio valor pues si esa era la solución para los moradores de aquel pintoresco lugar, lo haría con valor hasta no encontrar una cura.

Sacó nuevamente el reloj de su abuelo, el cual miró con ternura. Hacía muchos años que las manecillas ya no funcionaban, se pararon exactamente en las doce de la noche. Siempre pensó que aquello era muy al estilo Cenicienta, lo que la hizo sonreír en medio de su deprimente caso.

—Abuelo, dame un poco de fuerza para soportarlo todo, así como lo hacías tú —exclamó Itzel abrazando el reloj contra su pecho y su vista hacia el cielo.

Minutos después, lo guardó celosamente en su mochila, el mismo objeto que hacía su único objeto de valor sentimental, el recuerdo de alguien que la amó con todo su corazón. 

Etapa 5: Universo de terror. Correspondiente a WattpadLadoOscuroEs 

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