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83.

Blard había sido admirado por su infinita paciencia, sin embargo, infinita jamás lo fue, lo que él tenía, era una gran tolerancia hasta cierto límite, como el que estaba pasando en ese instante.

— Blard... Te toca a ti... —Dijo somnoliento el menor, con la cuenca cerrada y bien tapado.

En la tienda se oía claramente el llanto de sus dos pequeños bebés, era la quinta vez que despertaban en la noche, y Blard estaba harto de tanto grito.

— Mh... ¿Qué estamos haciendo mal...? 

Entre quejas, Blard trataba de aferrarse a la cama, tomando una almohada para ponerla sobre su cabeza intentando evitar escuchar más llanto, había renunciado por unas semanas a los trabajos nocturnos para que su amado prometido no pasara por esto en soledad.

Pero había cierto momento que se arrepentía.

— Amor... —Volvió a hablar Geno, casi como advertencia.

Blard presionó la almohada sobre la cara y los oídos, pero pronto el menor se sentó en la cama y empujó al adverso para que cayera del colchón, casi lo logró.

— ¡Queríamos hijos y tenemos que aceptar las consecuencias! —Regañó Geno, con tanto sueño encima sus palabras estaban algo arrastradas.

El mayor no dijo nada, evitando conflictos y se resignó a ver a los bebés.

No pudo dormir después, más que nada porque Geno seguía débil y debía descansar; además que pensó que su propia actitud no había sido la correcta.

Era verdad, quisieron hijos y debían estar en las buenas y en las malas.

De todos modos, cuando los mellizos dormían más cómodos en la cuna, valía la pena sus llantos. Eran preciosos, al igual que su madre.

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