Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 46

Ámsterdam 

[Laia Álvarez]

Tres semanas después.

—¡Mamá! —grito por enésimamente vez, ahora ya un poco desesperada. ¡Pero qué mujer más pesada! —estamos subiendo al avión, tengo que colgar. Qué sí... —vuelvo a repetir—. Te llamaré cuando aterricemos. Adiós... Sí. adiós, te quiero. Sí... Venga... Adiós.

Cameron empieza a reír por lo bajo en el momento en que entramos en el cacharro ese que une la terminal con el avión.

—Cabeza hueca —le murmuro mientras toco su cabeza como si estuviera llamando a la puerta—. ¡Está completamente vacía! —exclamo fingiendo sorpresa, pero él solo ríe, dándome un codazo amistoso con el brazo con el que lo guío y que va enroscado al mío, como si fuésemos un par de abuelitos que se necesitan sujetar entre sí para no caer. Abuelitos que no paran de mirarnos "disimuladamente".

—¿Por qué vamos tan lento? —pregunta pocos segundos después.

—Tenemos delante a una pareja de señores mayores que van a su ritmo.

—¿Los que no paran de preguntar "¿Quién es ese chico tan sexy?" "¡Quiero su número!" ? —pregunta él mientras intenta parecer serio, pero una risa se escapa entre sus labios, haciendo que los abuelos se giren de nuevo y vuelvan a murmurar sobre nosotros. Suerte que sabe tomárselo con ironía y humor, porqué sino estaríamos mal.

—¡No han dicho eso! —exclamo, en el momento en que por mi cabeza empiezan a pasar imágenes de esa pareja fantaseando con mi Cameron. Un escalofrío me recorre de arriba abajo—. ¡Qué tengo mucha imaginación! —le recrimino entre risas.

Acabamos calmándonos en el momento en que llegamos a nuestros asientos y tras escuchar las indicaciones de las azafatas -minutos después- nos instalamos para pasar un buen vuelo.

Me entretengo mirando por la ventanilla -intentando no soltar exclamaciones constantes ¡Ese es el Tibidabo!– mientras Cameron se coloca unos auriculares, aislándose del mundo. Des de que perdió la vista no le gusta volar.

Cuando ya llevamos más de media hora por encima de las nubes le robo un auricular, quedándome completamente sorprendida.

—¿Música clásica? —de verdad que me lo imaginaba escuchando rock o algo similar.

Asiente levemente, con los ojos cerrados -y sin gafas de sol-, llevando el ritmo con la cabeza. Los dedos de su mano izquierda, que mantiene en el regazo, se mueven extrañamente.

Me encojo de hombros -sorprendida-y no tardo en quedarme dormida, con la cabeza apoyada en su hombro y la música envolviéndome.

Suelto un grito cuando el avión da un bote, despertándome al instante.

—¿Estás bien?

Asiento con la cabeza aun pegada a su hombro, aunque no tardo en incorporarme y estirarme como lo haría un gato. Un gato muy perezoso pero un gato, a fin de cuentas. Cuando me inclino hacia la ventana me quedo tremendamente sorprendida.

—¿¡Ya estamos en tierra?! —exclamo, pero me quedo sin respuesta puesto que las azafatas empiezan a hablar.

Una hora después bajamos del avión, y gracias a mi super sentido de la orientación -que no sabe ni seguir los carteles- acabamos más perdidos que la una. Terminamos preguntándole a una de esas chicas de información como llegar a la sección de recoger las maletas y por suerte la mía es Cameron quien se lo pregunta, en ese prefecto (y tan sexy) inglés suyo. Supongo que debe ser un alivio volver a hablar en tu lengua después de tanto tiempo.

Cuando finalmente llegamos, escasas son las maletas que quedan en la cinta, cosa que me facilita identificar las nuestras y pocos minutos después ya nos encontramos subidos en el bus que nos deja en una espaciosa plaza, dónde cogemos un tranvía.

—Bonito, ¿verdad?

—Increíble —contesto, abstraída en el millar de casitas y canales que dejamos atrás—. ¡Es como en las fotos! Parece un cuento de hadas.

Él sonríe, complacido pero nostálgico. Y cuando escucha el impronunciable nombre de la próxima parada, me hace preparar.

Paseamos tranquilamente para llegar a nuestro aparamento.

—¿Cuánto tiempo viviste aquí? —pregunto curiosa. Debió ser bastante porqué parece ser que se conoce todo esto y además aprendió a distinguir esas palabras con tantas malditas consonantes y k y letras y cosas raras.

—Unos... Siete u ocho meses. Pero al final me cansé, es un engorro todo el tema de las bicicletas y no poder verlas cuando se aproximan a ti a toda velocidad. Además, cuando eres un novato del modo oscuro no hablar bien la lengua del lugar donde vives no es una opción demasiado recomendable.

—Me alegro de que te cansaras —no puedo evitar contestar con una sonrisa tonta en la cara.

—Y yo.

Andamos en un cómodo silencio hasta que unos veinte minutos después Cameron se para.

—Estamos en la 134, ¿verdad?

—Si... —respondo dudosa—. ¿Seguro que es aquí? Parece una casa normal, bueno, quiero decir que parece una casa normal holandesa, toda mona ella, no algo turístico.

Él asiente, haciéndose el misterioso y tras abrir la puerta me deja entrar primera.

—¡Es una pasada! ¡Dios mío! ¡Es precioso! —exclamo, pero un no tardo en darme cuenta de un pequeño detallito—. ¿Cuánto pagaste por esto? Ya te dije que te permitía pagarme el vuelo si después nos repartíamos todos los otros gastos, pero esto... No sé si tengo tanto... Es grande... Muy grande...

Sonríe tranquilizadoramente.

—Primero, no acordamos lo que acabas de decir, te dije que lo pagaba todo yo. Segundo, saco el dinero del seguro del accidente...

—Menudo seguro... —murmuro irónicamente. «¿Cuánto dinero debió ser para que se pueda permitir esto?»

—Y me alegro mucho de gastarlo en una cosa que realmente me importa. Y tercero, esta casa es de un amigo, no tengo que pagar nada, me la presta ya que es su segunda residencia y dónde viví esos siete meses.

—¿De verdad?

—De verdad —me tranquiliza y no puedo evitar (ni quiero) acercarme a él lo suficiente como para unir nuestros labios.

—Sabes que te quiero ¿Verdad? —una tierna sonrisa se forma en sus labios.

—¿Tiako ianao?

—Tiako ianao.

Tras enseñarme la casa, instalarnos y comer en un bonito restaurante con vistas a un canal paseamos tranquilamente, charlando sin presión.

—¿Te importa si paramos un momento para poder saludar a un amigo?

No le encuentro problema y siguiendo sus indicaciones llegamos a un bar apodado como el "De zilveren look" que me traduce como "La mirada de plata".

No nos hemos acercado aún cuando todo su cuerpo decae.

—Está lleno ¿Verdad?

—A ver... No está vacío —levanta una ceja por encima las gafas de sol—. Vale sí... está a rebosar, pero hay buena música —confieso finalmente y de verdad que no sé cómo ocurre, pero acabo bailando en una especie de muelle bajo el nivel de la calle, intentando que Cameron -aún decaído- se una a mí. 

Quinto día con capitulo diario.

Octavo día encerrada en mi casa.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro