Capítulo 36
Todo se va a la mierda
[Laia Álvarez]
Un pequeño haz de luz matutina se cuela por la ventana que la noche anterior no nos acordamos de cerrar. Parpadeo perezosamente un par de veces hasta poder abrir los ojos por completo y no puedo evitar formar una sonrisa. Ojalá todos los días me despertase con Cameron a mí lado. Sería taaaaaaan maravilloso...
No puedo evitar suspirar de felicidad, de paz, se serenidad. No puedo evitar recorrer su torso desnudo con la mirada y contemplar la calma en sus facciones. Mi sonrisa se ensancha, pero en el momento en el que comienzo a recorrerle la espalda con el dedo, reparo en la pequeña pantalla luminosa que descansa inocentemente en su mesilla de noche.
Monday 25th - 6:20
«¡Mierda!».
«¡Mierda!».
«¡Mierda!».
«¿Por qué demonios tiene una pantalla si no puede verla?».
«¡No pienses en eso! ¡Solo corre!» grita mi subconsciente
Y así lo hago.
Mi móvil -tan muerto que duele- vuela dentro de mi bolso, al igual que la ropa que ayer llevaba en la cita. Me coloco las manoletinas y solo cuando me veo reflejada en la ventana comprendo que pintas de loca llevo. Pelo tan encrespado que parece un nido de pájaros desecho «¿Por qué demonios no llevo en el bolso una goma? ¡A sí! Porqué soy yo...», una camiseta suya que me llega hasta las rodillas -«cosa que no comprendo, por qué no nos llevamos tanta diferencia como para que sea tan larga»- y las Doctor Martens -«que no pegan ni con tres litros de Super Glue»-.
Suspiro, consciente de que no puedo hacer nada y habiendo conseguido no despertarlo, desaparezco por la puerta corriendo como una loca posesa.
Tengo que llegar a casa, cambiarme -ducharse no es físicamente posible-, preparar la mochila y hacer algo con mis estropajos superiores. Todo con menos de 10 minutos si no quiero perder el tren. «ymicasaestáaveinteynovoyallegarotravezy...»
«¡Pero corre!» grita mi subconsciente. «Se pasa el día gritando...»
14 minutos más tarde y veinte miradas de "¿Qué narices hace esa loca demente?" llego finalmente a casa. Subo las escaleras como si fuera un bólido e intentando no despertar a mis padres -si despierto a mi hermano que se joda- corro por el apartamento recogiendo todos mis libros y libertas -que bueno... se encuentran desperdigados por la casa-.
Cuando los he recogido todos -o eso creo- recuerdo mi móvil. Desenchufo la batería portátil que siempre dejo cargando porqué sino se me olvida, y me la meto en el bolsillo, conectándola al móvil al instante.
Recogiendo del suelo de mi habitación una goma de pelo me los enredo rápidamente en un moño cutrillo al mismo tiempo que patosamente me subo unos leggins. Posteriormente me coloco con rapidez las Converses y cogiendo una chaquetilla ligera y la mochila, salgo de mi habitación.
Entonces me los encuentro.
—¿Dónde estabas?
Mi voz se embala.
—Voy muy tarde hablamos después. Os quier....
—¿Dón-de es-ta-bas? —me corta mi madre—. Te damos muchísima libertad. Mucha. Más incluso de la que mereces. ¿Y así vamos?
—¿Dónde estabas? —repite ahora mi padre.
—Bueno... Me quedé dormida en casa de Cameron.
—¿Cameron?
Entonces reparo en mi error. Puede que aún no les haya contado sobre Cameron. Ups.
—Fuimos a la policía y cuando volvimos...
—¿A la policía? ¿Qué demonios Laia? ¿Dónde narices te estás metiendo? No puedes seguir así. Antes nos contabas donde estabas. Te dejábamos sin preguntar, pero nos los contabas. Volvías a horas decentes o al menos nos contabas si no volvías. ¡Para que narices tienes un móvil si no lo usas!
—Se me quedó sin batería...
—¡De eso me quejo! ¡No eres responsable Laia! ¡No puedes seguir así si quieres hacer algo con tu vida! No hemos pasado toda la noche sin saber nada de ti. No respondías al móvil. Miranda no sabía dónde estabas. ¡Nadie sabía dónde narices estabas! ¡Nadie sabía si te había pasado algo!
Y como tengo tanta mala suerte, mi móvil empieza a sonar.
Una mirada amenazante por parte de mi madre hace que sin apartar la mirada de ella meta la mano en el bolsillo y saque el móvil, con la intención de rechazar la llamada, pero el rabillo de mi ojo capta el número que sale en pantalla.
Mis ojos captan el número que he visto tantas veces que se me ha quedado grabado en la memoria.
Capta el numero de la pantalla y todo en mi se congela. Todo en mi se congela menos el terror. El terror me invade. Llena todos los rincones de mi cuerpo y sé que debo descolgar. Sé que si no lo hago me arrepentiré.
Así que respondo. Descuelgo.
La gélida voz de mi madre -ordenándome que no me atreva a responder- no me impide girarme dándole la espalda, porqué él, me da más miedo que mi madre. Él me aterroriza.
Mi cuerpo se tensa hasta niveles inimaginables cuando escucho su voz.
—Cuánto tiempo ¿Verdad?
No me atrevo a responder. Todo en mi empieza a temblar. Mi boca se seca. El pánico sustituye el terror. Y entonces -después de su pausa dramática que solo hace que incrementar mi pánico-, sigue hablando.
—¿Se te ha comido la lengua el gato? Eso no es propio de ti. Normalmente hablas y hablas. Cameron... Se llama Cameron ¿Verdad? Cameron es el callado, pero vamos, no veas como gritaba hace un momento... Uf...
—¿Qué-qué-qué quieres?
—¿Yo? Bueno... Quiero muuuuchas cosas, pero creo que me conformaré con tu presencia. Te quiero en los viejos almacenes en veinte minutos. Ni se te ocurra habar con la policía, ya sabes que tengo mis contactos.
» Tic-toc, amiga mía. Tic-Toc.
Bueno... Aquí estamos. Un capítulo más. Un capítulo más cerca del final.
Es broma... No os asusto, aún falta lo suyo.
En fin... Somo jueves, no me he retrasado (raro, lo sé) y pues eso es todo (creo).
Mil gracias por leer.
De verdad.
onrobu
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