Capítulo 20
Futuras respuestas
[Laia Álvarez]
Me remuevo inquieta en la cama de mi habitación. ¿Se lo pido? ¿O no se lo pido? He aquí la gran pregunta.
—¡Mierda! —susurro frustrada.
Mi mente baraja las opciones, las consecuencias. Sin saber que hacer alcanzo el móvil y compruebo si hay mensajes o notificaciones, aun sabiendo ya de antemano que no habrá nada. La lucecita que se enciende cuando llegan está apagada.
Vuelvo a abrir Instagram, pero lo cierro y apago el teléfono cuando veo un post de una quedada de amigos de un primo lejano.
«Hazlo» susurra una parte de mí. «¡No está bien!» murmura la otra. Asqueada me cubro la cara con un cojín y un grito se escapa entre mis labios. La frustración aumenta cuando me doy cuenta de lo que he hecho y sin pensármelo demasiado me levanto de la cama y me dirijo a la habitación de Daniel.
El impulso desaparece cuando me planto delante de su puerta, pero me obligo a llamar. Una, dos, tres veces.
Un Daniel con mirada asesina y los cascos inalámbricos cubriéndole las orejas me abre la puerta.
—Necesito ayuda —digo mientras me cuelo en su habitación y me aseguro de cerrar la puerta.
—¿Decías? —pregunta al tiempo que se baja los auriculares. No logro escuchar lo que suena.
—Necesito que hackees algo por mí.
Su ceja se levanta, inquisitiva.
—Sí. Sé que hackeaste la cuenta de Instagram de Marcela y se la llenaste de porno —se mantiene en silencio, esperando que diga todo lo que puedo usar contra él—. Ah... Y también sé de ese correo que enviaste con una dirección falsa para poder faltar a clase.
Espero impaciente a que diga algo.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Y el ataque final.
—También sé de tu suscripci...
—¡Vale! —grita mientras me tapa la boca y mira nerviosamente hacia la puerta. En mi cara se dibuja una sonrisa triunfal.
—Te propongo un acuerdo, me ayudas y casualmente me olvido todo lo que te acabo de decir. ¿Trato?
Suspira pesadamente, dándome a entender que no le gusta la idea, pero asiente y me estrecha la mano.
—¿Y qué necesitas? —me pregunta mientras se sienta en la silla del escritorio y empieza a teclear algo en el ordenador.
Me levanto y me dirijo a la ventana que con la persiana puesta deja toda habitación en la penumbra.
—Necesito algo de información —digo mientras la subo. Mi hermano gruñe con la entrada de la abundante luz del mediodía.
—Mis servicios mis reglas. ¡Baja la puñetera persiana!
—Suscrip...
—¡Vale! ¿Vale? —chilla mientras pone los ojos en blanco. Cosas de familia...
—Además, que no me sirves si te mueres de falta de vitamina D —le chincho.
Me acerco a él mientras rebusco en el bolsillo el papel con los usuarios, correos y número de teléfono.
—Necesito que indagues en estas cuentas —le digo mientras se lo tiendo— y que busques cualquier cosa sospechosa. Cualquier cosa que pueda parecer mala o peligrosa.
—¿Con que quieres que investigue a tu novio? —dice con tono burlón y una sonrisa traviesa en los labios—. A ver cuando nos lo presentas, eh...
—Yo... No... Él... —murmuro con nerviosismo y luego me doy cuenta. Mi novio. Se refiere a Cameron como mi novio. Novio. ¡Diooooos! ¡Tengo novio! ¡Cameron es mi novio! Inicio mi bailecito de la victoria mental. Por qué... Cameron en mi novio ¿No? Es decir... Solo fue un beso... Un muy buen beso en mi opinión... Y lo del próximo domingo... «Céntrate, Laia» me digo a mí misma—. ¡No es eso! —exclamo para dejar el tema atrás. Respiro un par de veces para tranquilizarme (Es muy emocional descubrir que tienes novio y que no sé cómo tu hermano lo sabe antes que ti) y prosigo—. Ahí tienes las cuentas y eso, de una amiga mía. Ha desaparecido. La policía dice que fue voluntariamente y que no hay peligro, o algo así, pero, aunque se fue por voluntad propia hay algo Daniel. Algo turbio —le explico mientras le tiendo el móvil con el correo que Aina me envió.
Lo observo mientras lo lee y cuando acaba me mira fijamente.
—Ahora me pongo a ello. Aunque no esperes mucho, no soy aquí un expertísimo. Solo sé lo que se encuentra por internet, que en este caso no es tanto. No soy como esos de las series.
Asiento nerviosamente y me siento en su mullida, pero desecha, cama. «Este chico es un desastre» pienso «¡y ese es otro comentario de vieja!»
—Uou uou uou, aquí no —dice mientras me señala con el dedo—. Es una cosa larga y no pienso hacerlo contigo detrás. Me pones nervioso. Ya te avisaré cuando acabe y ahora, fuchi, fuchi —mueve la mano hacia la puerta—. ¡Adiooooos! —grita cuando la cierro.
Suspiro dejando atrás el nerviosismo.
Lo he hecho.
Le he hecho chantaje a mi hermano.
Le he hecho hacer algo ilegal a mi hermanito pequeñito... Si mis padres se enteran... Por el bien de todos esperemos que no lo descubran.
Me dirijo a mi habitación y enciendo la pequeña televisión que cuelga de mi pared conectándola al todo venerable y altísimo Netflix. Busco el capítulo en el que me quedé y me tumbo en la cama, pero el asunto de Aina hace que no me pueda concentrar en la increíble producción y acabo pausándola y abriendo el portátil.
"Aina Cuevas Aialme" busco por trillonésima vez, pero al volver a ver los ya conocidos resultados lo borro.
"Iván Zhadánov" escribo, aun sabiendo ya de antemano lo que saldrá. Pero es que hay algo. Confío en Aina. La conozco hace poco, pero es seria, nunca exagera, sino al contrario, es responsable, es.... ¡Y nadie la busca!
—Daniel —escribo en el WhatsApp que comparto con mi hermano—, presta mucha atención a cualquier mención de Iván Zhadánov. Buscamos algo que indique su relación.
Y entonces me enfrasco en la búsqueda.
Mi sueño encima del portátil, ahora sin batería, es interrumpido por alguien que llama a mi puerta.
Daniel saca la cabeza.
—Hay algo que deberías ver.
Quería agradecer a todos los que estáis dándome la oportunidad de crecer, leyendo, votando, comentando y compartiendo. Muchísimas gracias de verdad, no sabéis cuantas sonrisas me habéis sacado.
onrobu
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