Capítulo 2
Dos chicos
[Laia Álvarez]
Ando estresada por la vida. Siempre ha sido así, y hoy no es precisamente la excepción.
A paso rápido voy andando junto a Miranda. Llevo unos cuantos libros en los brazos, mezclados con decenas de papeles que se niegan a quedarse en su sitio y me caen cada dos por tres. Alguien que me viese me diría que los metiese en la mochila, ¡pero es que no me caben! ¡La mochila que compré precisamente por ser una de esas ofertas de ¡por tan solo 3,99€! está a punto de reventar!
Y lo hace.
Todos los libros y toda la mierda que llevo dentro salen disparados hacia abajo, «¡gracias gravedad!, eres de mucha ayuda» cuando la base de la mochila finalmente revienta. Mi amiga maldice entre dientes antes de agacharse para ayudarme a recogerlos.
Entre las dos apilamos todo lo que ha caído, y lo medio "entachonamos" (Expresión vulgar para colocar de malas maneras) en su mochila y mis brazos. Estamos intentando apartarnos lo más rápido posible para no molestar, pero eso no evita que la gente que pasa por la calle -que es más estrecha de lo habitual por culpa de unas obras- nos dedique gélidas miradas al tener que hacer la gran e inhumana tarea de alterar sus andares para rodearnos.
En un momento dado, y cuando solo quedan un par de papeles en el suelo, me harto y acabo sacándole la lengua a una niña mucho más chica que yo que me mira con cara de superioridad, como si la aquí presente fuera mierda. «No entiendo los niños de hoy en día» pienso y en ese preciso momento me doy cuenta de que estoy teniendo pensamientos de vieja. «¡Agh!»
Tengo que contener un grito cuando por fin me levanto -sacudiéndome el polvo de las rodillas- y me encuentro con ni más ni menos que el rostro de un chico a pocos centímetros del mío. A través de unas oscuras gafas de sol, me mira fijamente sin la más mínima expresión en el rostro.
Lo observo atentamente durante unos segundos «si él lo hace sin pudor ¿por qué no debería hacerlo yo?» pero como está sentado en una de esas cabinas de venta social de lotería, solo le veo medio torso. Camiseta negra. Pelo negro -un poco revuelto-. Gafas negras. Labios rojos. No está nada mal el chico. Nada mal...
—¡Laia! —me recrimina Miranda con prisa en la voz sacándome de mi ensoñación. Me obligo a apartar la mirada para ir tras ella. Pero, aun así, no puedo evitar volver la vista atrás cuando caigo en el hecho que este chico ha suplantado a Robert, el hombre que hacía años que ocupaba el puesto que ahora está ocupando el chico. «¿Qué le habrá pasado?» Me pregunto. Pero enseguida mi mente se olvida del tema cuando Miranda me fulmina con la mirada para que acelere el paso. No llegamos. «Bueno... Sí que llegamos, pero tarde -como siempre-. ¿Culpa? Mía».
Estoy estudiando en mi habitación.
Hace poco más de tres semanas que he empezado la universidad, y ya estoy planteándome si es lo mío. ¡Hay tantísimo trabajo! Aun así, gran parte de lo que hago, me gusta, y esto me hace ver que -aunque difícil- es la decisión acertada.
Todo mi dormitorio se encuentra cubierto de libros y papeles -cama incluida- y cuando el móvil empieza a sonar me estreso más de lo que ya estaba. Revuelvo toda la habitación veinte veces hasta que el teléfono deja de sonar «¡mierda! ¡mierda! ¡mierda! ¡Cómo sea mamá me mata!». Pero a pesar de ello, y sin la ayuda que me proporcionaba Hello de Adele, sigo buscándolo. Tarde o temprano tendré que encontrarlo ¿no?
Un par de minutos después vuelve a empezar a sonar ...Hello from the other side. I must've called a thousand times... y esta vez no tardo en encontrarlo por descarte, dentro del neceser, dentro del armario. Qué hacía allí sigue siendo un gran misterio.
Descuelgo rápidamente -no sea caso que la llamada se vuelva a cortar-, pero en el preciso y horroroso momento en que pego la oreja al cacharro me arrepiento tremendamente.
La estridente voz de Miranda me deja completa y dolorosamente sorda.
—¡Dentro de veinte minutos te quiero abajo! —me grita des del otro lado de la línea tan fuerte que tengo que bajar el volumen de salida del móvil—. ¡Nos vamos al Regions! —chilla. «¿No sabe hablar como una maldita persona normal?»
Está feliz. Muy feliz. Demasiado feliz.
Tengo miedo.
Acordamos una hora y en tan solo veinte miseros minutos consigo embutirme en un vestido informal negro, mojar mi hermoso pelo para darle una forma aceptable y finalmente darle un toque de color a mi cara. Acabo más sudada que un pollo, pero feliz como una perdiz.
Salgo de la habitación dando saltitos de alegría, ganándome así una mirada inquisitiva de mi madre. Me encojo de hombros y ella me regala una sonrisa.
A la mayoría de mis amigas, les cuesta mucho convencer a sus padres de que las dejen salir (Aun teniendo ya los dieciocho, sí). Pero mi madre confía muchísimo en mí (como la suya hizo con ella) ya que detrás de mi carácter alocado, se encuentra una chica responsable. Y lo sabe. Siempre me ha dejado salir, y siempre lo hará si no vuelvo nunca borracha o le hago perder la confianza que ha depositado en mí. Es un buen trato, la verdad.
Me despido con un beso antes de bajar a la calle donde Miranda me espera dentro del coche negro de sus padres, con Aina. Pocos minutos después Helen se une a nosotras.
Hace exactamente tres semanas y cinco días «¿Esperabais que dijera los minutos?» que las conozco -el tiempo que llevo en la universidad-, pero ya las considero mis mejores amigas, cosa que se me hace difícil de asimilar.
Siempre he ido con las mismas amigas. Desde parvulario hasta la graduación pasando por los horribles primeros años de secundaria y los últimos de bachillerato. Siempre pensé que seríamos inseparables, amigas para siempre. Y aunque seguimos hablando, nunca llegué a imaginar que nuestra relación se deterioraría tanto, y tan rápido. No lo sé, el tema me supera un poco, pero al mismo tiempo estoy feliz así que le resto importancia intentando no pensar en ello demasiado. Acostumbro a lograrlo.
Llegamos al Regions unos veinticinco minutos después, en el centro de Barcelona, es un bar-restaurante que la mayoría de las noches se acaba convirtiendo en discoteca improvisada. Helen nos lo descubrió ya en la primera semana asistiendo a la facultad y podríamos decir que ya lo considero, sino una segunda casa, uno de mis lugares favoritos. Hay un ambiente casi de película de fiestas universitarias americanas, excluyendo -por suerte- el vómito en los rincones. Se respira un aire de libertad, de euforia. No lo sé, simplemente me encanta. Me siento libre. Me siento yo.
Cuando entramos aún no hay demasiada gente, así que nos sentamos en una de las mesas de la esquina y pedimos un par de tapas. En este caso unas aceitunas y mis queridas bravas.
Durante horas hablamos entre risas, discutimos sobre el chico que le gusta a Helen y si debería hablar con él.... Hablamos sobre el maldito examen de francés, discutimos sobre ropa... Una conversación normal, donde solo participan tres.
—¡Miranda! ¡Miranda! —exclamo por cuarta vez intentando llamar su atención. Ella se gira de repente y sonríe, intentando disimular que no estaba mentalmente con nosotras, pero no sabe mentir.
—¿Qué? —pregunta en un tono jovial.
—¿Quieres algo?
—Yo... Emmm... ¿Algo de...?
—Te cojo algo —le digo entre risas mientras me levanto. Miranda es una persona muy decidida y a las tres nos sorprende verla tan... ¿nerviosa?—, lo necesitas.
A paso decidido me dirijo hasta la barra esquivando un par de mesas llenas de chicos y chicas de nuestro campus y tras pedir y pagar, vuelvo hacia la mesa haciendo malabares con tres gin-tonics y una Coca-Cola, ya que Helen no bebe.
Cuando por fin llego a la mesa, cabe destacar que sin haber derramado ni una gota, tres caras de estupefacción me dan la bienvenida. E inclinado sobre la mesa un chico alto y musculado.
Toso para hacerme notar y que me deje pasar. Pero en vez de eso aparta la mirada de Aina y me examina de arriba abajo, tan profunda y detalladamente que un escalofrío me recorre el cuerpo poniéndome los pelos de punta. Acabo apartando la mirada cuando tras unos segundos mirándonos fijamente termino sintiéndome extrañamente cohibida.
Este, al percatarse, sonríe sin apartar la mirada de mí, pero finalmente se aparta para dejarme pasar.
Reparto las bebidas evitando mirarlo hasta que al sentarme empiezo a sentirme repente algo más valiente al estar protegida por la mesa y mis amigas, vuelvo a clavar la mirada en él, intentando hacerle notar que no me ha intimidado. Desafiándolo. No me devuelve la mirada.
Pelo marrón oscuro, ojos de color miel, mirada seductora, pómulos altos... La verdad es que el idiota esta está como un tren... Y de repente se inclina y besa a Miranda con fuerza. Esta no se aparta ni se sorprende en lo más mínimo. Pero yo sí, porque mientras la besa, sus ojos no se apartan de una desconcertada Aina.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro