Capítulo 11
New Green
[Jaylin Davis]
No tardé en descubrir que era New Green: una casa de colonias a la que todos los alumnos estábamos obligados a ir salvo por excepciones muy puntuales. Yo no tenía ninguna y por más que les supliqué a mis padres que inventaran cualquier excusa que me impidiese ir, decidieron que sería una buena manera de que socializase con mis compañeros de curso, así que allí me encontraba, encerrada en un autobús con setena y cinco adolescentes más y otro bus más detrás del nuestro.
La verdad es que en cierto modo -y aunque mis ganas a ir se situaban en el cero- tenía que agradecerle muchísimo a New Green. Por lo visto un tal Matthew tenía una segunda residencia a tocar mismo de la casa de colonias, y como cada año los estudiantes se habían molestado en llevar los días anteriores botellas y botellas de alcohol. La maravillosa fiesta que se avecinaba había conseguido que todo el mundo se olvidase de mi y salvo alguna mirada puntual, yo ya era una más. No podía quejarme demasiado sobre New Green, siendo solamente tres días (cosa que podía soportar), había conseguido muchísimo.
La verdad es que tras una semana donde yo había sido el juguete principal había sido increíblemente revitalizante. Me permitió centrarme en el violín y los estudios. Y vaya si lo había logrado. Aprobé el primer examen del curso con un 9,72 y conseguí llegar (aunque sonaba fatal) al doceavo pentagrama de Ineffable. Y, por si fuera poco, Jake se había olvidado de mí. New Green había sido literalmente una bendición.
Aunque eso no quitaba que no tenía gana alguna, y menos cuando ya llevábamos dos horas de viaje en ese caluroso y extremadamente ruidoso cacharro.
—¡Mira! ¡Ya llegamos! —grita Alice cuando divisa una placa al lado del camino.
"Bienvenidos a New Green, deseamos que pasen una buena estancia"
Solo puedo soltar un suspiro, ansiosa de bajar del autobús y que todo acabe ya.
—Señores y señoras —dice el profesor de español con un enorme megáfono—, estamos a punto de llegar —los alumnos vitorean con fuerza—. Cuando bajéis del bus, recoged vuestras maletas y dirigíos a vuestra cabaña. Tendréis cuarenta minutos de tiempo libre, donde tendréis que instalaros, y después nos reuniremos en el comedor. ¿Entendido?
—Hemos tenido en cuenta vuestras elecciones de compañeros, pero todo no puede ser. No quiero quejas ¿Entendido? A ver... —prosigue la profesora de biología con un enorme fajo de papeles—. ...en la cabaña seis: Joanne Wilson, Jaylin Davis, Alice Walker, Oliver Kinh...
Doce adolescentes por cabaña, catorce cabañas. Una cabaña de ocho profesores. ¡Es una locura! Aunque según Alice, los primeros años también iban con los de noveno y décimo grado... Debía ser la guerra.
—...y Marie LaGuard —finaliza un profesor que no conozco justo en el momento en que el autobús para—. ¡Con calma! —tiene que gritar cuando todos se levantan rápidamente y se apiñan para bajar.
Nosotras nos quedamos de las últimas para evitar los codazos y rodillazos y gracias a esto cuando bajamos la avalancha de estudiantes que se peleaban por coger las maletas ya ha desaparecido y solo quedan las últimas, que son recogidas por aquellos sensatos que pasan de dramatismos.
Alice me guía hacía la cabaña y nos instalamos en las últimas literas vacías, las del fondo.
Tras instalarnos, me lleva a dar un paseo para que conozca las instalaciones. Hay catorce cabañas, con las pares a la derecha y las impares a la izquierda. Todas las cabañas dan a un porche delantero en un inmenso espacio abierto cubierto de hierba, con bonitas mesas y bancos. A unos doscientos metros de la cabaña catorce se encuentra el comedor y las habitaciones del profesorado, la sala de actos y un inmenso salón completamente vacío. Detrás, una pista de baloncesto y futbol, y un gimnasio al aire libre. Donde, según ella, se puede pasar un buen rato contemplando los regalos que Dios nos ha proporcionado, es decir: las tabletas de los atletas que entrenan sin camiseta.
Por el lado de la cabaña uno, hay un pequeño sendero que lleva al muelle de un lago sin nombre, y al lado de este, el inicio de un camino que lo rodea.
Charlando animadamente del futuro intercambio, empezamos a andar hacía allí, y los susurros que creía extintos vuelven a aparecer. Un par de chicos con los que no he coincidido nunca se me quedan mirando y tras susurrar entre ellos empiezan a reír estrepitosamente.
Supongo que me quedo parada mirándolos, porqué Alice me arrastra del brazo mientras me susurra que los ignore.
Y así hasta cinco veces, hasta que ella también se harta y se enfrenta al grupo que me observan con burla.
—¡¿Qué narices está pasando?! ¿¡Por qué las miráis como si fuese un tierno Donut y vosotros el director?! —mis cejas se levantan solas sin entender demasiado, pero consiguiendo que me olvide de las risas y me imagine la escena. Todos los chicos se la quedan mirando sin decir nada y Alice se adelanta mirando a uno en particular—. Miles ¿Qué narices está pasando? —el chico se la queda mirando con ojos de corderito y mi amiga al ver que no hablará se gira hacía uno de sus compañeros lanzándole una mirada amenazadora. Él solo se encoge de hombros consiguiendo que Alice estalle —. ¡Imbéciles! Vámonos anda —dice ahora dirigiéndose a mí. Me coge del brazo y con largos pasos me arrastra hacía nuestra cabaña.
Estamos a punto de entrar cuando alguien la llama.
—¡Alice!
—¡Ivy! —la saluda ella a modo de respuesta y se abrazan con fuerza.
—Hacía tiempo que no nos veíamos.
—Des del curso pasado.
—¿De verdad? Creía que... —Intento prestar atención a la conversación que mantienen puesto que hacer otra amiga no sería mala idea, pero todo el mundo cuchichea sobre mí y la necesidad de esconderme me supera.
—Te espero dentro ¿Vale? —le comento a Alice en un momento en que ninguna de las dos habla e inmediatamente empiezo a andar. La chica repara por primera vez en mí y mil emociones pasan por su cara, pero yo ya estoy abriendo la puerta de la cabaña cuando me dirige la palabra.
—¡Jaylin no! —No tengo tiempo de preguntarle qué a que se refiere porqué en ese preciso momento, cuando abro la puerta, un globo de agua lleno de una sustancia viscosa de color azul se precipita encima mío cubriéndome primero el pelo y posteriormente engulléndome por completo.
Abro los ojos unos segundos después, temblando de furia y vergüenza, y me encuentro con que todos me miran riendo exageradamente.
Solo puedo adentrarme en la cabaña con lágrimas dejando unos limpios canales en mis azuladas mejillas.
Mi pelo, todavía húmedo, ha empapado toda la parte trasera de mi vestido blanco. Me ha costado veinte minutos sacarme la asquerosa mezcla de la larga cabellera, que este verano ha llegado finalmente a la altura de mi cadera.
El umbral de la puerta del comedor es la única cosa que me protege de las decenas de miradas indiscretas que pronto recaerán en mí. Inspiro y expiro un par de veces, preparándome para lo inevitable. Hace ya media hora que todos se han reunido en el comedor y yo llego tarde por culpa de la maldita broma, de manera que todos me verán entrar. Todos me verán entrar después de la condenada broma, de verme llorar.
Las piernas me empiezan a temblar. Odio ser el centro de atención, y más aún de los chismes y chismorreos de los adolescentes.
«Todo lo hago por la música» «Todo lo hago por la música» me repito.
Tras una última inspiración y sabiendo que no puedo retrasarlo más, me adentro en el bullicio.
Todas las miradas se clavan dolorosamente en mí. Suspiro nerviosamente y con el paso más firme que consigo, empiezo a andar hacia el centro mientras intento localizar a Alice, quien se encuentra ni más ni menos que en una de las mesas más apartadas junto a Joanne, Ivy, uno de los chicos de nuestro grupo de matemáticas y diversas personas más.
Me encamino hacia allí entre atentos ojos. Intento parecer segura de mí misma, es decir, no mirar a los que hablan de mí, como si no me importase, pero mi mirada recorre nerviosamente y sin control alguno la sala hasta que finalmente se posa en Jake.
Me observaba atentamente, sin prestar atención a los chicos de su mesa que charlan animadamente y susurran sobre mí. Sus fríos ojos me recorren de arriba abajo con extrema lentitud haciendo que mi piel se erice en repuesta, pero sigo andando, intentando que no se note mi vacilación al verlo allí. Trago saliva al notar que mi boca se reseca y con dificultad aparto la mirada, pero no antes de que su expresión se tiña de odio y aparte la mirada con asco.
Sin comprenderlo (puesto que me ha ignorado completamente en todas las clases) llego a la mesa y me siento en la única silla vacía justo en el centro de la mesa, un sitio que obviamente me han reservado. Todos se vuelven hacia mí, de nuevo.
—¿Estás bien? —me pregunta Alice en el preciso momento en que quedo a su altura, pero Ivy la interrumpe con auténtica culpa en la voz.
—Jaylin... Lo siento... No reaccioné hasta que fue demasiado tarde... Yo... Lo siento... Debería... Debería...
—No es culpa tuya —responde Alice por mí al ver que no sé qué decir. Le agradezco con una sonrisa y asiento hacía Ivy dándole a entender que pienso lo mismo. Ella solo abaja la mirada, decaída.
—Fueron Paul y Scott ¿Verdad? Ellos y sus estúpidas novatadas...
—A mí también me lo hicieron cuando llegué, pero no lo sé, supongo que hace ya tanto tiempo que no venía nadie nuevo que ya se me había olvidado. Lo siento —me explica Joanne.
Asiento un par de veces, dándole a entender que aprecio la disculpa, pero no tardo en desconectarme cuando empiezan a recordar viejos tiempo. Por más que intento prestar atención y comentar alguna que otra cosa (más que nada para que vean que agradezco que me hayan incluido en el grupo) mi mente se va hasta Jake. Hasta la mirada de Jake. Hasta el odio de Jake. Hasta sus ojos, su expresión, su repulsión. ¿Por qué le doy asco? ¿Qué he podido hacerle en el poco contacto que hemos tenido? Las preguntas se arremolinan en mi cabeza y acabo sacando en conclusión que no es culpa mía, es decir, me odia des del preciso instante en que me vio y en ese momento no estaba haciendo nada que pudiera haberlo molestado ¿Verdad?
Suspiro abatida y de reojo veo como Alice me observa y aparta la mirada cuando se da cuenta que la he descubierto.
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