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Dos corazones desgarrados

THUNDERCATHIANS

Capítulo 15: Dos corazones desgarrados


Un clima agradable imperaba en la capital de Thundera en la cual los habitantes trabajaban afanosos y con corazones más amigables puesto que habían conocido de primera mano que la vida podía ser cruel y que no costaba nada extender la mano al prójimo.

―¿Estas segura de esto, Leonore? ―le preguntaba Leono a la joven madre, quien estaba vistiendo un traje de albañil y se disponía a subir una escalera con el objeto de pintar el arco de una de las puertas del palacio.

―Sí, estoy muy segura.

―Pero puedo mandar a alguien realizar esa labor, tú y tus hijos son mis invitados.

―Pero deseo hacer esto. No me gusta sentirme inútil, quiero hacer algo, además, mis hijos y sus amigos están jugando en los jardines y no necesitan de su "anciana" madre.

Leono no veía para nada que Leonore fuera de alguna manera anciana, ni siquiera tenía las "líneas del carácter" que precedían a las arrugas, con un rostro joven y bello que era embellecido todavía más por un mirar y una sonrisa cálida.

«Supongo que todos los niños desean privacidad pese a lo mucho que quieren a sus madres», pensó Leono. «¿Me pregunto si habría actuado igual con mi madre si ella no hubiese fallecido por el parto?».

―¿Sucede algo?

―No, nada, no te preocupes. Si necesitas algo solo dímelo.

―Está bien.

El joven rey se dio vuelta y empezaba a salir, cuando en eso, giró y contempló a Leonore pintando el arco alegre, sus ojos chispeaban de felicidad mientras que su sonrisa mostraba sus perlados dientes. El traje de albañil no podía disimular del todo la bonita figura de la thundercat.

«Se ve tan alegre y llena de energía, jamás conocí a alguien así, ni siquiera Cheetara o Pumara o...».

Leono se dio cuenta que no había tenido tratos con muchas chicas, de hecho, con ninguna. Su obsesión con la tecnología le había privado de tener siquiera amistades del sexo opuesto.

El thundercat debió pensar esto mucho tiempo porque Leonore dirigió su vista hacia él y le saludó alegre con una sonrisa.

Leono le correspondió el saludo, ruborizándose, luego salió presuroso a su habitación.

«La sonrisa de Leonore es diferente a todas las demás sonrisas que recibí de Cheetara o Pumara o las otras chicas que veía en los corredores del palacio..., no es la misma sonrisa que les da a sus hijos, es diferente..., me gusta esa sonrisa».

Luego de un tiempo, volvió donde estaba Leonore, pero no la encontró.

«El arco ya está pintado, debió haber vuelto con sus hijos».

Fue a los jardines, pero no pudo encontrar rastros de la madre o de sus hijos.

El joven rey retornó al palacio y recorrió con ansiedad y angustia, todos los corredores, luego de un tiempo se dio cuenta que sin sus amigos, el palacio era muy grande y se sintió abatido y solo.

.

.

Una delgada estela de polvo blanco recorría una meseta nívea, dicha estela era producida por el avance del tanque felino, el cual, corría a velocidad media puesto que ir muy rápido resquebrajaría el hielo debajo del coloso de color plata, mientras que por el contrario, una marcha muy lenta haría que el hielo cediese por el enorme peso del vehículo thundercat.

―Vas bien ―decía Tara, quien se hallaba junto con el general en los controles―, mantén el ritmo.

―Avísame si ves al hielo resquebrajarse ―le contestaba Pantro, con un rostro contraído por el esfuerzo de la concentración.

Los demás thundercats y los cathianos se veían algo nerviosos con excepción del viejo General Linzo, quien gracias a su desarrollado sentido del oído, podía estar seguro de que no corrían peligro alguno.

―¿No hay ningún indicio de que nos aproximamos a nuestro destino? ―preguntó Linzo.

―Todavía nada, general ―le contestó el Capitán Risu―, esta planicie de hielo se extiende hasta donde alcanza la vista, ¿qué nos indican los instrumentos?

―Al parecer lo único cercano es una especie de pico rocoso que se encuentra al este ―le informaba Tigro―, ¿qué te parece si vamos a ese lugar?

―Es solo un pico de roca ―dijo Cheetara―, lo que buscamos es una ciudad perdida.

―De hecho, creo que es una excelente idea ―dijo Linzo―, ese pico rocoso puede ser una especie de faro natural o marca que indicaba a los viajeros de antaño el camino para dirigirse a El Dara.

―Es cierto ―decía esta vez Rauri―, deberíamos ir hacia ese lugar, por el momento es nuestra mejor opción.

―De acuerdo ―asintió Risu―, ¡Pantro, Tara, dirijámonos hacia el pico!

La marcha fue menos pesarosa debido a que esta vez tenían un objetivo. Al aproximarse vieron con asombro que el pico rocoso más se parecía a una especie de aguja gigantesca que marcaba el paisaje desértico de color blanco en kilómetros a la redonda.

―Impresionante ―admitió Cheetara una vez se bajó del tanque felino y observó con atención al gigantesco monolito―, es mucho más alto que el palacio real y la torre del augurio juntas, de hecho su base es solo un poco más grande que el que tiene la torre.

―¿No hay ninguna señal que indica algún camino? ―quiso saber Linzo.

―Ninguna ―contestó Tigro―. ¿Qué hay de ti, Pantro?

―Nada por aquí.

―No hay ninguna señalización en las proximidades ―dijo Tara.

―Tal vez si subimos hasta la cima ―dijo Rauri, quien a diferencia de los demás acompañantes no necesitaba llevar ropas abrigadas.

―Me ofrezco para escalar hasta la cima del pico ―dijo Pumara, presta a demostrar su valía en la misión.

―Será peligroso, deja que te acompañe ―sugirió Bengali quien trataba de ver la cima del coloso natural.

―Eso no será necesario, puedo hacerlo sola.

―Bengalí tiene razón ―dijo Risu―, ustedes dos escalarán la cima para asegurarse. Solo espero que puedan ver algo, de lo contrario, me temo que deberemos declarar esta misión como fallida.

Pumara frunció el ceño, pero tuvo que acatar las órdenes del cathiano quien era el comandante de la expedición.

―Recuerden mis indicaciones ―les informaba Pantro―, yo ya hice de estas cosas, si el viento empieza a ponerse fuerte, deben detenerse y dejar de ascender.

―No olviden de asegurarse de que las todas las cuerdas y poleas de escalar estén bien sujetas ―les recalcaba Tara.

―Los instrumentos indican que todo el pico está formado en casi toda su integridad por granito ―les informaba Tigro―, la escalada no será nada fácil, extremen precauciones.

―Y lo mismo pasa con el descenso ―decía esta vez Cheetara―, tómense su tiempo, no es una carrera.

―Gracias, deséenos suerte ―dijo Bengali quien se daba la vuelta y apresuraba el paso, Pumara ya se le había adelantado.

Tigro tenía razón, pese a la juventud que tenía el recién nombrado general Bengali, sintió cómo los torneados músculos de sus brazos y antebrazos se quejaban debido al esfuerzo, lo mismo que la fuerte musculatura de cada una de sus piernas.

―¿Cómo te encuentras? ―le preguntaba el hombre a la fémina, pero no obtuvo respuesta.

La thundercat agriaba la expresión en un intento terco de no demostrar debilidad de ningún tipo y seguía avanzando estoica hacia su objetivo.

«Maldito pico, maldito clima, no me vencerán..., debo demostrarles a todos que no soy débil, que soy de fiar y no una traidora», pensaba Pumara, mientras se mordía los labios a riesgo de hacerlos sangrar.

―No tan rápido, recuerda lo que nos dijo Cheetara... ¡Detente, esto no es una competición!, ¡no ayudaremos si nos caemos y morimos!

Pumara observó ceñuda a Bengali y estuvo de acuerdo, las fuerzas comenzaban a abandonarle y cada vez resentía más el frío imperante, el cual cargaba más y más sus cejas con pequeños copos de nieve que se congelaban y le daban un aspecto lamentable.

Llegaron muy cerca a la cima y extenuados por el cansancio y el dolor, decidieron no avanzar más.

―Bueno ―dijo Bengali, respirando con dificultad y sacudiéndose la nieve del rostro―, saquemos los binoculares de amplio espectro que nos dio Risu.

Los dos thundercats escanearon todo el horizonte y nada.

―Creo que es todo ―decía Bengali―, mejor descendamos. A Risu no le gustarán las noticias, pero al menos regresaremos a la comodidad del palacio y al agradable clima de la capital.

―¡Quedémonos un poco más, debe haber algo que pasamos por alto!

Era obvio que Pumara no cedería y Bengali suspiró resignado. Al cabo de un tiempo el thundercat sugirió que descendieran pero la mujer seguía terca.

―¡Nos va a pescar la noche!

―¡Espera un poco, tiene que haber algo!

―¡¿Qué más puede haber, es una locura permanecer en este lugar más tiempo, sería imposible hallar un refugio, bajemos?!

―¡Desciende si quieres, yo me quedo!

―¿Quedarte? ¡¿Qué quieres demostrar?!

―¡¿No es obvio?!, que no soy una inútil, no soy un peso muerto, soy de fiar..., ¡no soy una traidora!

―Nadie piensa eso.

―¡Sí lo piensan! ¿Y sabes qué?, ¡tienen razón en pensarlo! ¡Soy una traidora, soy una traidora, soy una traidora!

―Pumara..., no, no lo eres... Mum-ra, él te lavó el cerebro, te drogó...

―Destruí Avian, engañé a Leono, traicioné sus puros sentimientos hacia mí..., me acosté con Mum-ra...

El viento comenzó a soplar con fuerza mientras Bengali observaba sorprendido y en silencio a Pumara, quien temblaba debido al dolor y a la furia.

―Soy una mierda, no quería redimirme ante los demás, solo ante mi misma..., estoy tan frustrada.

―Grita ―dijo Bengali.

―¿Qué?

―Grita, si guardas todo eso contigo al final explotarás..., aquí arriba nadie más te oirá..., te juro por lo más sagrado que no le diré a nadie, te lo juro.

Pumara miró con lágrimas que se congelaban a Bengali y luego giró el rostro.

La thundercat maldijo con toda la fuerza de sus pulmones; maldijo su suerte; maldijo a Mum-ra; maldijo a Leono, por ser tan bueno con ella cuando no lo merecía.

―AAAGGGHHH ―fue el grito de impotencia que salió de Pumara.

El viento ahora soplaba con fuerza y la noche empezaba a caer. El cuerpo de Pumara temblaba debido al hipido del llanto. Bengali, temiendo que la thundercat cayese al vacío, fue hasta ella y la abrazó.

Shhhh, tranquila, todo saldrá bien, te prometo que todo saldrá bien.

Una vez Pumara se tranquilizó, los dos thundercats comenzaron el descenso, cuando vieron que la aurora boreal teñía de colores vivos el oscuro firmamento.

―Es hermoso ―dijo boquiabierta, Pumara.

―No tanto como tú ―dijo Bengali.

Los dos thunderctas se miraron y Bengali poco a poco se acercaba a la mujer.

Pocos centímetros ya separaban los labios de los dos jóvenes cuando en eso Pumara cortó el contacto visual.

―¡Mira!

Reflejado en el suelo, la aurora boreal mostraba un camino que se perdía en el horizonte.

―Pumara..., debe ser, ¡ese debe ser el camino hacia El Dara!

Los dos thundercats se alegraron y con risas comenzaron el descenso hacia sus amigos.

CONTINUARÁ...

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